Alba Cardalda Cómo mandar a la mierda de forma educada



Del mismo modo que las señales de tráfico nos ayudan a conducir con seguridad para arribar sanos y salvos a nuestro destino, los límites en las relaciones ejercen esa misma función: garantizar que los vínculos sean sanos y seguros para proteger la integridad de todos. Sin embargo, no nos han educado para que entendamos los límites de esta manera, sino que nos han criado en la creencia de que poner topes es un gesto egoísta y que cuando uno ama de verdad debe hacerlo incondicionalmente. Estas ideas que hemos ido adquiriendo desde nuestra infancia forman ahora parte de la base de nuestra conducta y de nuestra forma de asimilar e interpretar las relaciones y hacen que nos culpemos cuando establecemos límites para los demás y que los consideremos como una falta de afecto cuando los demás nos marcan los suyos. Esta interpretación errónea nos lleva a mantener relaciones tóxicas, dependientes o abusivas, a decir «sí» cuando queremos decir «no» y a no sentirnos libres de expresar nuestras necesidades y emociones aun con las personas que más queremos. De la mano de estas creencias totalmente equivocadas sobre lo que son los límites está la ausencia en educación emocional y en comunicación asertiva. Hoy en día, en algunas escuelas ya están empezando a ofrecer educación emocional a los niños y las niñas desde una tierna edad, pero la mayoría de los que nacimos antes de los 2000 no recibimos ningún tipo de pautas para desarrollar herramientas que nos permitan identificar y poner nombre a nuestras emociones, darles valor y transmitirlas de forma empática y asertiva. Por ello, cuando ya somos adultos y queremos expresar cómo nos sentimos, decir «no» o mostrar nuestra disconformidad nos cuesta encontrar las palabras adecuadas. Jamás nos enseñaron a comunicarnos de una manera sincera y honesta a la vez que respetuosa con las otras personas; no nos enseñaron de qué forma exteriorizar nuestro enfado sin atacar al otro, ni cómo podemos ser más elocuentes a la hora de manifestarle a otra persona nuestras necesidades. En consecuencia, solemos callar lo que nos gustaría decir porque no encontramos una manera asertiva de hacerlo. Nos decimos «no tiene importancia» o «no quiero causar un conflicto» o «no me gustaría hacer enfadar a la otra persona», es decir, nos autorreprimimos. Pero cuando nos reprimimos, lejos de reducir la intensidad de nuestras emociones, esta aumenta en nuestro interior y vamos acumulándola hasta que un día explotamos como un volcán y terminamos expresándonos de la peor forma. Es entonces cuando causamos daño y nuestras relaciones se deterioran. Tenemos derecho a establecer límites, pero no de cualquier modo. Saber hacerlo teniendo en cuenta las emociones de los demás y las nuestras propias, con las palabras precisas y en el momento adecuado, es clave para que tales límites sean sanos y nos ayuden a construir, no a destruir, relaciones tanto con los demás como con nosotros mismos. Para ello hace falta no solo ser asertivos, sino también conocer estrategias de comunicación efectiva y claves de comunicación no verbal que nos faciliten esta ardua tarea con eficacia y sin menoscabar nuestras relaciones.
 
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Ante tal chantaje, no podemos ceder, por mucho, incluso, que queramos a esa persona.
 
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Los límites, lejos de lo que siempre nos han hecho creer, son un acto de amor hacia los demás. Cuando expresamos claramente lo que queremos y necesitamos en una relación, lo que estamos haciendo es facilitar a la otra persona el saber cómo actuar con nosotros para que nos sintamos cómodos y seguros y, así, poder mantener una relación sana y duradera. Es una forma de decir «como te quiero y deseo que tengamos una relación larga y bonita, quiero decirte lo que me hace sentir bien para que no tengas que estar adivinándolo o sin querer hagas algo que me haga daño y provoque que nos distanciemos». Del mismo modo, interesarnos por saber cuáles son los límites de la otra persona es una muestra de querer apostar por una relación lo más sana posible y hacerlo de la forma que ella se sienta más segura. También constituyen un acto de amor hacia uno mismo porque, al establecerlos, estamos escuchando y respetando nuestras necesidades y tratando de darnos eso y no menos en nuestras relaciones. Los límites son asimismo un acto de respeto, primero, para con el otro ya que le decimos que «igual que yo te comunico mis límites y espero que los respetes, también quiero que compartas conmigo los tuyos y respetarlos», y, segundo, para con uno mismo porque al valorar nuestros propios derechos y necesidades, procurando también que los demás los respeten, nos estamos honrando como personas. Los límites implican un acto de aceptación del otro porque implican aceptar que lo que esta persona está dispuesta a permitir en una relación puede ser muy diferente a lo que nosotros permitiríamos y que no por eso son menos válidos; y un acto de aceptación de uno mismo puesto que conllevan reconocer y validar nuestras necesidades y deseos sin juzgarlos ni sentirnos culpables por ello.
 
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Los derechos asertivos básicos son los siguientes:
 
• Poder expresar nuestros sentimientos, emociones, pensamientos y necesidades;
• Ser tratado con respeto y dignidad;
• Manifestar desacuerdo;
• Decir «no»;
• Querer algo;
• No querer algo;
• Cambiar de opinión;
• Equivocarse;
• Decidir sobre nuestra propia vida, nuestro cuerpo y nuestro tiempo, y
• Tener nuestro propio orden de prioridades.
 
Por supuesto, ejercer derechos conlleva asumir responsabilidades. En este caso, estos diez derechos comportan únicamente una responsabilidad: respetarlos en todas las demás personas.
 
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Cuando asumimos qué son y qué no son los límites, empezamos a entenderlos como una herramienta que fortalece las relaciones con los demás y con uno mismo, que sostienen la dignidad propia y ajena, y como un elemento imprescindible para construir un amor sano.
 
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Descubrir que nuestras relaciones ejercen un impacto decisivo en nuestra salud y en nuestra longevidad fue uno de los hallazgos más asombrosos de la investigación. Se pudo comprobar que, por ejemplo, las personas de cincuenta años que vivían relaciones sanas y de calidad llegaban a los ochenta con una mejor salud y que las personas de la tercera edad con vínculos seguros presentaban un menor deterioro cognitivo y físico y conservaban una buena memoria a largo plazo que aquellas que no los mantenían. Por otro lado, también se dedujo que las relaciones plenas tenían un efecto positivo en el control del estrés y en la calidad del sueño, por lo que constituían un importantísimo factor de prevención de múltiples enfermedades graves.
 
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Rodearnos de personas que nos tratan o nos hablan mal supone un importante factor de riesgo para nuestra salud.
 
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Hablamos de una relación de calidad cuando las personas que la conforman pueden expresar sus deseos, necesidades y límites sin sentirse juzgadas y decidir libremente si quieren o no aceptar los deseos, necesidades y límites del otro; cuando la comunicación, el trato y las acciones se basan en el cuidado y el respeto; cuando no existe manipulación, consciente o inconsciente, por ninguna de las partes; cuando sus integrantes saben cómo tratarse los unos a los otros porque se da la libertad de preguntar y comunicar desde el respeto y el amor lo que precisan y lo que les molesta; cuando los conflictos que surgen no son destructivos, no invalidan y no comprometen el apoyo mutuo, y cuando el perdón, las gracias y el te quiero se expresan con palabras o acciones sinceras.
 
Estas condiciones son imprescindibles para que una relación sea de calidad, si bien sus miembros pueden considerar necesarias, además de estas, otras condiciones en función de sus valores. La manera de vivir las relaciones de cada persona es única y personal, por lo que cada uno debe ser quien, de acuerdo con las bases que sustentan las relaciones sanas, decida, según su propio criterio y las peculiaridades de sus vínculos, qué es imprescindible y qué no lo es en una relación.
 
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Cuando alguien inicia una terapia psicológica, puede hacerlo por muchas causas distintas: traumas de la infancia, baja autoestima, problemas de pareja, trastornos del estado de ánimo, enfermedades mentales, duelos, conflictos internos... Pero sea cual sea el motivo de consulta, la manera en que el sujeto se relaciona con sus personas más cercanas (pareja, familia, amistades, jefe/a o compañeros/as de trabajo) y con él mismo siempre está influida por dicha problemática. Por eso, uno de los aspectos más importantes que se tratan en todo proceso terapéutico son las relaciones que mantiene (y mantuvo en la infancia) con las personas de su alrededor: la calidad de las mismas y el estilo de comunicación que se da en ellas, enmarcadas en su modelo de mundo.
 
Cada persona tiene su propio modelo de mundo, único y diferente al de los demás, conformado por sus «filtros mentales» que le hacen ver e interpretar la realidad de una forma concreta. Estos filtros mentales los constituyen sus propias experiencias, creencias y valores, el contexto en que se desenvuelven, su educación y cultura, sus expectativas, y su personalidad y estado de ánimo. Ellos son los responsables de que cada uno veamos la realidad de una determinada manera y de que, ante un mismo hecho, existan tantas interpretaciones y puntos de vista como personas lo perciben.
 
Al comprender que cada individuo tiene su propio modelo de mundo delimitado por sus propios filtros, nos volvemos más tolerantes y somos capaces de construir vínculos más sanos y respetuosos con los demás.
 
Cuando en terapia se analizan las relaciones, siempre debe hacerse enmarcándolas dentro del modelo de mundo de la persona y examinarlas desde ahí para poder dotarlas de un sentido real y encontrar los aspectos que, en cada caso, pueden estar resultando desadaptativos. De este análisis se desprenden las dificultades para establecer límites: algunas personas no saben reconocer sus propios límites, o no se atreven a marcarlos; otras desconocen cómo comunicarlos; hay quien, bien por su falta de autoestima, bien por sus creencias, siempre considera más importantes los límites, las necesidades y los deseos ajenos que los propios, y aquellas otras que solo defienden los suyos y no son capaces de respetar los de los demás
 
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Si desde pequeños, igual que nos enseñaron lengua o matemáticas, aprendiéramos también a relacionarnos de forma sana con los demás y con nosotros mismos, a respetar nuestros derechos y los de los demás, a expresar lo que pensamos y sentimos de manera asertiva, a comunicarnos con eficacia, a establecer límites, a decir «no» sin culpabilidad y a no ofendernos cuando alguien nos lo dice a nosotros, nuestra vida sería totalmente distinta.
 
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Nos dijeron que el amor verdadero siempre es incondicional Tanto si lo aprendimos gracias al modelo que tuvimos en casa como si se nos inculcó con las películas románticas, esta concepción idealista, irreal y tremendamente nociva del amor nos ha hecho mucho daño. Se trata de un arma de doble filo: por un lado nos hace creer que, si amamos a alguien, debemos entregarnos incondicionalmente (sea cual sea el costo de ello y por encima de nuestros valores o necesidades); y, por otro, que si esa persona no lo hace a su vez es porque no nos ama de verdad. Esta es una de las creencias generalizadas que más dolor nos causa a la hora de amar a nuestras parejas, a nuestra familia y a nuestras amistades. Es importantísimo que identifiquemos esta asunción para deconstruirla y entendamos que el amor no es eso. El amor sano no es incondicional. El amor necesita de límites y necesita de comprensión y empatía con uno mismo y con el otro para que sea real, seguro y duradero. En este modelo donde «lo mío es tuyo, lo tuyo es mío y todo es de todos, y, si no, no es amor» se comete el grave error de eliminar la individualidad de cada persona. Su espacio, su intimidad, su zona de crecimiento personal y sus necesidades básicas individuales desaparecen. Se da la difuminación de uno mismo, la no diferenciación entre el yo y los otros. A consecuencia de ello, la propia identidad se vuelve confusa porque dejamos de ser conscientes de dónde empieza y termina uno mismo y dónde empieza y termina el otro. Esto nos lleva a crear vínculos y relaciones totalmente dependientes en las que, cuando perdemos al otro, también nos perdemos a nosotros mismos. Si hemos vivido cualquiera de estas situaciones o nos han inculcado estas creencias, es muy probable que tendamos a sentirnos culpables y egoístas cuando únicamente tratamos de entregarnos amor propio y autocuidado.
 
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Una buena manera de cuestionarnos si en verdad estamos siendo egoístas es analizar cómo nos criaron.
 
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Para empezar a cuidarnos y a trabajar en nuestra realización personal sin sentirnos egoístas debemos recordarnos y repetirnos como un mantra que cuidarnos a nosotros mismos también es cuidar de los demás. De esta forma podremos darle un sentido distinto y más positivo al hecho de priorizar nuestras necesidades y lograr así no solo mejorar nuestra vida, sino también la de quienes nos rodean.
 
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La culpa y el miedo son dos grandes mecanismos de control y manipulación. Estas herramientas han sido utilizadas desde siempre por medios de comunicación, instituciones religiosas, sectas y gobiernos para manejar a los individuos a su antojo y en su propio beneficio. Lo que permite someter a un pueblo o a un grupo de personas mediante estos recursos es su nivel de ignorancia: un pueblo ignorante es más fácil de manipular a través del miedo que un pueblo culto e instruido. Unos ciudadanos ignorantes carecen de capacidad de pensamiento crítico, y sin pensamiento crítico no existe la libertad de pensamiento, y sin libertad de pensamiento no podemos hablar de libertad. Un pueblo ignorante es, por ende, un pueblo sometido.
 
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«El corazón tiene razones que la razón desconoce», dijo en una ocasión Blaise Pascal. Y es que a menudo ocurre que, a pesar de entender por qué nos sentimos como nos sentimos y saber que no «deberíamos» sentirnos así, nuestros sentimientos persisten. En el ejemplo de la culpa, podemos identificar cuáles son las creencias erróneas que mantienen este sentimiento y reconocer los motivos por los que no deberíamos sentirnos culpables y, aun así, no podemos desprendernos de la culpa. Conocer la teoría no implica la mejora en la práctica. He aquí la dificultad del trabajo psicológico: no se trata solo de razonar, sino también de sentir. La eterna lucha entre la razón y el corazón: sabemos que debemos querernos y valorarnos, pero eso no es suficiente para percibir que realmente nos queremos y nos valoramos. Sabemos que no debemos dejarnos influir por las opiniones de los demás, pero eso no es suficiente para que no nos sintamos mal cuando la gente nos critica. Sabemos que no debemos sentirnos culpables por poner límites, pero seguimos experimentando la culpa cuando lo hacemos. Esto es debido, de nuevo, a las estructuras cerebrales que se encargan de cada una de estas funciones. El circuito neuronal del razonamiento y la toma de decisiones (la corteza prefrontal) es casi casi independiente estructural y funcionalmente del circuito neuronal de las emociones (el sistema límbico). Cada circuito trabaja por su cuenta y riesgo, como si no tuvieran nada que ver el uno con el otro y como si eso no nos supusiera terribles contradicciones y quebraderos de cabeza. Por si esto fuera poco, esta pobre conexión que ambos sistemas tienen entre ellos no es equitativa: hay muchas más conexiones que van del sistema límbico a la corteza prefrontal, y en mucho menor número las que van del córtex prefrontal al sistema límbico. Es decir, que nuestras emociones influyen fuertemente en nuestro razonamiento a la hora de tomar decisiones, pero nuestro razonamiento poco peso tiene para influir en lo que sentimos. Este es el motivo por el que, en la terapia cognitivoconductual, donde tratamos de cambiar lo que sentimos a base de incidir en nuestros pensamientos, es necesario repetir una y otra vez las estrategias terapéuticas para fortalecer lo suficiente esas vías neuronales que discurren desde la corteza prefrontal al sistema límbico y llegar así a compensar las que lo hacen en sentido inverso.
 
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A escribir se aprende escribiendo, a caminar, caminando y a poner límites, poniendo límites.
 
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«Limitismo» es el término que uso para expresar una postura radical a la hora de establecer límites. Es el concepto de límites mal entendido; la posición inflexible del todo o nada; la dosis que convierte el remedio en veneno.
 
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Después de hablar sobre qué son y qué no son los límites, las relaciones de calidad, nuestras creencias limitantes y cómo nuestros vínculos influyen en nuestra vida y en nuestra percepción de la felicidad, nos falta hablar de lo más importante: IDENTIFICAR CUÁLES SON NUESTROS LÍMITES Y CÓMO COMUNICARLOS. Muchas veces ocurre que nuestra manera de funcionar y la de la otra persona simplemente no encajan, pero que alguien no encaje con nosotros no significa que sea una mala persona. No siempre hay culpables, ni tóxicos, narcisistas o psicópatas. A veces, sencillamente, las personas no funcionamos juntas y debemos saber reconocerlo para tomar la mejor decisión para ambos. Además, cada persona tiene sus propias necesidades y reglas del juego; no hay buenas ni malas, correctas o incorrectas, son solo las de cada uno.
 
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Los límites no se juzgan (ni los ajenos ni los propios), se aceptan y se respetan sin más. Si son afines a los nuestros, podremos mantener una relación con esa persona; si, por el contrario, son incompatibles, tenemos el derecho de escoger no relacionarnos con ella. Esto, por supuesto, se aplica a uno y a otro, es decir, si al otro no le parecen bien nuestras reglas del juego, debemos aceptar y respetar su derecho a alejarse.
 
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Límites no negociables
 
Los límites NO NEGOCIABLES resultan imprescindibles para sentirnos seguros física y emocionalmente y necesarios para que la relación funcione. Están relacionados con nuestras necesidades, nuestros valores, nuestros principios y nuestra dignidad.
A pesar de que cada uno tiene los suyos propios, algunos límites no negociables deberían ser universales: la no violencia física o verbal, el respeto, la no coerción de la libertad o derechos y la sinceridad, por ejemplo. Estos son algunos de los límites en que nunca debemos ceder ni deberíamos sentarnos a negociar bajo ningún pretexto. Cuando se transgreden, las consecuencias deben ser contundentes e inmediatas.
Identificar los no negociables y mantenernos firmes es totalmente indispensable para establecer límites de forma eficaz. Saber qué es lo realmente importante para nosotros nos va a permitir ser más flexibles y tolerantes con aquello que no lo es tanto, alejándonos así del «limitismo».
 
Límites negociables
 
Los límites negociables son aquellos en los que sí podemos ser más flexibles porque, a pesar de estar basados en nuestras preferencias y deseos, no atentan contra nuestra integridad física o emocional, no comprometen nuestra dignidad y no se arraigan en nuestros valores o principios. Por tanto, nos dan margen para poder adaptarnos también a las necesidades y gustos de otras personas y mantener así un equilibro equitativo en nuestras relaciones.
Cuando los límites negociables de dos personas no se corresponden pueden negociarlos hasta llegar a un acuerdo consensuado entre ambos.
 
TRES PASOS PARA RECONOCER NUESTROS LÍMITES
 
1. Tomarnos un tiempo para pensar nuestros límites negociables y no negociables.
Recordemos que ser inflexibles en algunos puntos es lo que nos permitirá ser flexibles en otros, adaptarnos así a los demás, consensuar con ellos los códigos que sustenten nuestras relaciones y mantenerlas a pesar de las diferencias que existan.
 
2. Detectar las relaciones donde no se respetan nuestros límites o nos cuesta más decir «no».
Para ello nos será útil analizar cada una de nuestras relaciones más cercanas para identificar en cuáles de ellas existen más dificultades para establecer o respetar los límites. Hay personas con las que se nos hace difícil defender nuestros derechos, bien porque son personas agresivas o manipuladoras, bien porque nos imponen tanto respeto que olvidamos el nuestro propio. Esto es común cuando algún patrón nos recuerda a alguien que fue muy impositivo con nosotros.
Por ejemplo, si de pequeños tuvimos un padre muy autoritario, es posible que las figuras que nos recuerden a él (hombre, mayor que nosotros, de carácter firme y seguros de sí mismo) nos hagan sentirnos pequeñitos y nos sea más difícil comunicar nuestros límites de forma asertiva o negarnos a sus peticiones.
Por otro lado, también ocurre a la inversa: respetamos con más facilidad los límites de unas personas que de otras. Detenernos a pensar sobre esto y cuestionar si nosotros respetamos los derechos de los demás, sin diferencias (independientemente de que estos nos lo reclamen o no, sino por propia voluntad y moral), es uno de los ejercicios de autoconocimiento más difíciles de hacer, pues requiere de una gran capacidad de autoobservación y, sobre todo, de humildad, honestidad e inteligencia emocional.
3. Identificar situaciones concretas donde nos cuesta más establecer límites o decir «no».
Del mismo modo que comunicar nuestros límites o negaros nos resulta más difícil con unas personas que con otras, esto también ocurre en determinados contextos. Por ejemplo, suele sernos más complicado negarnos a algo cuando estamos en grupo y el resto de las personas lo aceptan (por presión grupal) o dar una opinión negativa ante varias personas a diferencia de cuando solo hay un interlocutor. Saber identificar aquellas situaciones donde tenemos más dificultad para establecer nuestros límites nos será de utilidad para prestarles mayor atención y buscar soluciones concretas.
 
«Perdinancias»
 
Realmente, cuando establecemos límites para otras personas lo que hacemos es marcarnos un límite a nosotros mismos: nos decimos «esto es lo que voy a tolerar y esto, lo que no». Este primer límite tiene que ver únicamente con nosotros y debemos actuar en consecuencia para cuidarnos, protegernos y respetarnos. Esto significa que, a veces, tenemos que tomar decisiones que pueden ser dolorosas pero necesarias para nuestra salud mental y bienestar, como, por ejemplo, alejarnos de alguien o romper una relación.
 
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Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 55
 
 
Créeme, este tipo de clientes no te interesan: perderlos no es una pérdida, es una ganancia. A esto lo llamo «perdinancias», pérdidas que en realidad son ganancias.
 
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Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 58
 
 
En lugar de enseñarle a agradar, enséñale a ser sincera. Y amable. Y valiente. Anímala a decir lo que piensa, a decir lo que opina en realidad, a decir la verdad. [...] Dile que, si algo la incomoda, se queje.
 
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La estrategia del mapa mental
 
Hay dos conceptos que nos van a resultar tremendamente útiles para establecer límites de forma asertiva y, sobre todo, eficaz: mapa mental y empatía.
Recordemos el concepto de mapa mental. Cada persona tiene un mapa mental sobre el mundo, sobre sí mismo y sobre los demás, que es único, personal y subjetivo. El mapa mental se elabora a partir de la educación, la genética, la cultura, las experiencias, las creencias, los valores, las ambiciones, las expectativas, los rasgos de personalidad y las emociones de la persona en cuestión. Entender esto implica aceptar que cada individuo interpreta la realidad a su manera y, conforme a ella, construye su verdad, que no es la única, pero sí «su» verdad.
Así pues, a pesar de estar en desacuerdo con alguien que defiende una verdad que no coincide con la nuestra, recordar esta premisa y tratar de actuar de acuerdo con los derechos asertivos puede ayudarnos mucho (sobre todo cuando se trata de personas a las que apreciamos). De igual modo, debemos exigirle al otro que muestre el mismo respeto por nosotros y nuestra verdad.
Cuando asumimos que cada uno de nosotros tiene un mapa mental único y subjetivo, podemos evitar el error que casi todos cometemos: tratar al otro como nos gustaría que nos trataran a nosotros, en vez de tratarlo como le gustaría que lo trataran a él. Entramos aquí en el concepto de empatía. La empatía suele definirse como la capacidad para ponerse en el lugar del otro y actuar con él como desearíamos que actuaran con nosotros. Este concepto de empatía es errado ya que implica ponernos en el lugar del otro, pero manteniendo nuestro propio mapa mental, y no desde el mapa mental de la otra persona. Esto resulta muy poco útil. Ponerse en el lugar del otro conlleva necesariamente ver el mundo desde su mapa mental, lo que nos permitirá desarrollar verdadera empatía. Comprender esto nos supondrá una enorme ventaja a la hora de relacionarnos con cualquier persona. Conocer el mapa de con quien interactuamos nos facilita la comunicación, entender su razonamiento y sus conductas desde el no juicio, nos predispone a tener una actitud de escucha para entender y no para atacar, y nos permite llegar a consensos con ella más fácilmente.
Del mismo modo, cuando queremos establecer límites a alguien, tener esto en cuenta nos resultará tremendamente útil porque podremos hacerle entender la necesidad de los mismos utilizando términos de su propio mapa mental. Esta estrategia es de las más eficaces que existen en comunicación efectiva ya que las personas, en realidad, solo cambian si sienten en su interior la urgencia de hacerlo, es decir, si hay una motivación interna; de lo contrario, ese cambio no será real ni se sostendrá durante largo tiempo. Mediante esta estrategia fomentaremos su motivación a realizar un verdadero cambio en su conducta y a sostenerlo en el tiempo.
Ahora bien, no recomiendo hacer este esfuerzo titánico de empatía con todas las personas a las que queremos marcar un límite, pues, en general, su deber es respetarlo, sin mayor explicación o necesidad de entenderlo, y, en caso de no querer hacerlo, debería alejarse sin más (o tomar nosotros la decisión de alejarnos). Pero cuando se trata de relaciones con personas con las que no resultaría tan fácil distanciarnos (padres, madres, hijos, familia política, compañeros de trabajo, etc.), explicar el porqué de nuestros límites en términos de su mapa mental (en especial, cuando se trata de niños y adolescentes) resulta una estrategia sumamente astuta y eficiente
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 77
 
 
Para exigir respeto, necesitamos saber transmitir respetabilidad. Si queremos despertar confianza, necesitamos saber transmitir confianza y si queremos que nos den crédito, necesitamos saber transmitir autoridad.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 85
 
 
El error más común que cometemos las personas al expresar nuestro enfado con otro es culpabilizarlo a él de nuestro enojo, y esto tiene una consecuencia inmediata: que el otro se ponga a la defensiva. Cuando esto ocurre, el fracaso de la comunicación está garantizado, pues en vez de remar ambos hacia la misma dirección para encontrar soluciones, cada uno remará hacia su lado para tener la razón.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 89
 
 
El tiempo es algo que solo se gasta, no se recupera, no vuelve jamás y es finito. A todos se nos acaba algún día, y todos deberíamos adquirir el compromiso con nosotros mismos de hacer lo posible para que, al llegar al último aliento, podamos sentir que ha valido la pena. De modo que es determinante a qué le decimos que sí y a qué le decimos que no.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 96
 
 
Los victimistas, narcisistas, provocadores, buscadores de atención, desprestigiadores, oportunistas, moralistas, culpabilizadores, mentirosos, demagogos, hipócritas, maltratadores e instigadores de toda calaña son individuos dispuestos a manejarnos a cualquier precio en pro de su beneficio personal. Lo mejor que podemos hacer cuando detectamos a una persona con conductas manipuladoras es evitar cualquier tipo de relación con ella. Esta es la mejor manera.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 114
 
 
El error que cometemos es que, en la gran mayoría de las situaciones problemáticas, los humanos tendemos a buscar culpables. Parece que necesitemos cargar a alguien con la responsabilidad de que las cosas no hayan salido como esperábamos para quedarnos tranquilos, en vez de aceptar que, en muchas ocasiones, no hay ni culpables, ni inocentes, ni buenos, ni malos, ni héroes, ni villanos.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 128
 
 
Cuando una relación no funciona, nos atascamos en la idea de que para romperla tiene que haber un «malo», alguien que nos trate mal, que no nos cuide, que sea tóxico, un narcisista o un egoísta... Pero ¿y si no lo hay? ¿Y si estamos con una bellísima y buena persona, pero aun así sufrimos? ¿Y si sus límites y los nuestros son incompatibles? ¿Y si lo que necesita no se corresponde con lo que nosotros podemos ofrecerle y viceversa? ¿Y si discutimos continuamente porque no hablamos el mismo idioma y tenemos visiones de la vida muy distintas? Todo esto nos hace sufrir. Y es que podemos querer mucho a una persona y, a la vez, no ser compatible con ella, ya que, lamentablemente, solo el amor no es suficiente para mantener una relación sana. Cuando somos capaces de comprender que podemos querer mucho a alguien, pero ser incompatible con esa persona, empezamos a aceptar que distanciarse es la mejor forma de quererla y de querernos. Tomar la decisión de alejarse, «no porque no te quiera, sino porque, a pesar de quererte, esto duele», es un paso muy difícil, pero mantenernos en ese vínculo probablemente nos lleve a una espiral de sufrimiento indefinido, donde agotaremos toda nuestra energía y salud emocional en los esfuerzos por hacer que funcione. Y eso será más difícil aún. En estos casos, lejos de enviar a la mierda a esa persona, necesitamos hablarle desde el amor y con mucha calma (nunca en un estado de enfado o discusión) para exponer los motivos que sostienen la decisión de romper la relación y definir de mutuo acuerdo (sobre todo en los casos de relaciones de pareja) cómo va a ser la separación para que duela lo menos posible para ambos. Llevar esto a cabo requiere, por un lado, tener una sana autoestima que nos permita priorizar nuestro bienestar, por mucho que queramos a la otra persona, y, por otro lado, mucha madurez, fortaleza emocional y responsabilidad afectiva. Nada sencillo. Esto es lo que llamamos una ruptura amistosa, sana, respetuosa y cuidadosa con el otro (y con nosotros mismos).
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 128
 
 
Si nosotros no somos capaces de ponernos en nuestro sitio, nunca vamos a poder poner en el suyo a los demás. Para eso, hace falta tener muy claro que no podemos permitir que nadie vulnere nuestros derechos, nos falte el respeto, intente coartar nuestra libertad o trate de manipularnos. Es decir, que ponernos en nuestro lugar significa comprometerse con uno mismo a hacer lo necesario para protegerse a nivel emocional, aunque eso conlleve la desaprobación de otras personas o alejarse de ellas.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 130
 
 
Darnos amor significa cuidarnos, respetarnos y protegernos de todo mal, y eso implica muchas veces enviar a la mierda. A la mierda las apariencias, a la mierda el «qué dirán», a la mierda la diplomacia, a la mierda la vergüenza, a la mierda la cobardía, a la mierda los chantajes, a la mierda las expectativas de los demás, a la mierda la discreción, a la mierda los buenos modales, a la mierda las imposiciones, a la mierda la manipulación, a la mierda la sutileza y a la mierda con la gente de mierda.
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 131
 
 
OTRAS MANERAS DE ENVIAR A LA MIERDA SARCÁSTICAS, INGENIOSAS Y CON HUMOR
• Te devuelvo tu nariz. Se había metido en mis asuntos.
• Me parece que tienes el sistema digestivo invertido.
• Disculpa si no cumplo tus expectativas, mi prioridad es cumplir las mías.
• Cuando uno es sencillo corre el incómodo riesgo de ser tomado por tonto.
• Espero que el resto de tu día sea tan agradable como tú.
• Disculpa, me dejas sin una respuesta adecuada para alguien con tu madurez.
• Todos podemos decir alguna vez en la vida cosas estúpidas, pero hay quien abusa de ese privilegio.
• Se te ha quedado un trocito de mierda entre los dientes.
• Hablar con la boca llena es feo, pero con la cabeza vacía es peor.
• Parece que te cortaron verde.
• ¿Por qué no vas a ver si llueve en la esquina?
• (Una forma artística) Dibujar un círculo enorme y decir: «Esto es lo que me interesa la tasa de natalidad de la hormiga asiática (o lo más absurdo que se nos ocurra) y esto (dibujar un punto), lo que me importa tu opinión sobre mí
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 137
 
 
Como ayuda, se muestran a continuación algunas originales palabras recogidas en el diccionario español para que, jugando con ellas, podamos formar originales expresiones. Dejen volar su imaginación...
 
1. Adoquín: Persona de poco ingenio, habilidad o conocimiento.
 
2. Archipámpano: Persona que se comporta como si tuviera mucha autoridad o importancia sin realmente tenerla.
 
3. Artabán: Hombre agresivo, machista y misógino que menosprecia a las mujeres.
 
4. Baboso: de conductas lascivas y molestas.
 
5. Basilisco: Persona muy furiosa e hiriente.
 
6. Batracio: Persona de mala actitud e irrespetuosa.
 
7. Bellaco: Malo, pícaro, ruin.
 
8. Botarate: Persona con poco juicio.
 
9. Canalla: Persona ruin y despreciable por su comportamiento.
 
10. Cansino: Pesado, insistente.
 
11. Cenutrio: Torpe, bruto.
 
12. Cernícalo: Persona ignorante y grosera.
 
13. Charrán: Que habla mucho, pero sin decir nada.
 
14. Chisgarabís: Persona entrometida y de poco juicio.
 
15. Chupasangre: Que se aprovecha de otras personas.
 
16. Deslenguado: Que habla de manera insultante, desvergonzado.
 
17. Energúmeno: Persona furiosa que actúa violentamente.
 
18. Facineroso: Persona que actúa con maldad, delincuente habitual.
 
19. Granuja: Persona deshonesta que intenta aprovecharse de otras con trampas o estafas.
 
20. Idiota: Persona poco inteligente o engreída.
 
21. Machirulo o machín: Hombre machista, especialmente el que se considera que presume de ello.
 
22. Majadero: Persona descortés, grosera y maleducada.
 
23. Maldiciente: Que maldice o denigra por costumbre.
 
24. Malmirado: Persona descortés, desconsiderada, maleducada.
 
25. Meapilas: Que muestra una devoción religiosa exagerada o hipócrita.
 
26. Melón: Persona torpe o necia.
 
27. Mequetrefe: Persona entremetida, inútil.
 
28. Ñoño: Persona muy quejica.
 
29. Palurdo: Que tiene poca educación y modales para comportarse en público.
 
30. Patán: Persona tosca y torpe.
 
31. Pelmazo: Persona insistente, molesta, pesada.
 
32. Petimetre: Persona que se preocupa mucho de su compostura y de seguir las modas.
 
33. Pijotero: Que produce fastidio o cansancio.
 
34. Plasta: Persona aburrida y molesta.
 
35. Pusilánime: Falta de ánimo y valor para enfrentarse a dificultades, defender las propias ideas o tomar decisiones.
 
36. Rastrero: Que actúa de forma mezquina para conseguir sus propósitos, muchas veces a costa de la humillación.
 
37. Ruin: Persona miserable, de malas costumbres.
 
38. Sabandija: Persona despreciable.
 
39. Sabiondo: Persona que presume de saberlo todo sin saber realmente.
 
40. Sanguijuela: Persona que se aprovecha de otra, explotándola laboralmente o sacándole su dinero o pertenencias.
 
41. Sinvergüenza: Persona pícara y que comete actos inmorales sin reparo.
 
42. Traidor: Que falta a su palabra o a la confianza de otras personas.
 
43. Taimado: Ingenioso y hábil para el engaño.
 
44. Tunante: Pícaro y audaz para estafar o mentir.
 
45. Zascandil: Persona informal, que engaña
 
Alba Cardalda
Cómo mandar a la mierda de forma educada, páina 139
 
 
 

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