"Debía de ser a comienzos de verano cuando, un día que me encaminaba hacia la Panadería del Pi de la calle Ferran, me crucé con aquel hombre inválido sentado en una silla de ruedas al que durante años había estado fotografiando desde mi ventana. Había pasado por su lado miles de veces sin que nuestras miradas llegaran a cruzarse ni siquiera por casualidad. Resultaba curioso pensar que, al aproximarme a alguien a quien había estado observando durante tanto tiempo desde la lejanía de mi ventana, una especie de muro de cristal se interpusiera entre nosotros, haciéndonos invisibles el uno para el otro. Podía mirarlo como se mira una palmera o una farola. Pero aquel día, al parecer, el muro se resquebrajó, y quedé extrañado al comprobar que la redondeada y bonachona barba canosa con la que lo había estado viendo hasta entonces había desaparecido. El sátiro malicioso rebuscador de basura, con la barba y el sobado sombrero marrón del que emergían unas grasientas greñas grisáceas, había desaparecido y dado paso ahora, bien afeitado y con el pelo corto, a un inofensivo tipo enfermizo. Aunque, eso sí, sin perder la sonrisa y los ojillos vivaces de sátiro malicioso.
Desde hacía muchos años lo veía circular por la plaza y, prácticamente, vivir en ella. Primero moviéndose por su propio pie, hasta que de pronto, un día, el hombre y la mujer que a menudo lo acompañaba habían aparecido desplazándose en sillas de ruedas. Ahora eran tres, unidos por los tetrabriks de vino blanco que se iban pasando de mano en mano, porque ya otro del grupo hacía tiempo que utilizaba una. Pero, mientras que los otros dos, de buenas a primeras, se presentaron en sendas sillas de ruedas, este fue sufriendo una evolución, comenzando con un vendaje en un pie que lo obligó a usar un bastón, hasta, tras un tiempo con el pie vendado, acabar un día sentado en la silla con una pierna menos. Yo jamás me había atrevido a cruzar una palabra, ni una sonrisa, ni siquiera una mirada, con ninguno de ellos, temeroso de que, al encontrármelos todos los días, se pudiera crear el más mínimo vínculo por el que me viera obligado a hacerlo cada vez que pasara junto a ellos. Hasta ahora, el interés que había despertado en mí la presencia de estos «vecinos», en grupo o aislados, a pesar de conocer sus más íntimos movimientos, observados y fotografiados desde las alturas, no difería en absoluto de la atracción que sentía por las actuaciones de los grupos de jóvenes marroquís saltimbanquis, de los músicos búlgaros o rumanos o de otros alcohólicos que pasaban temporadas en la plaza durmiendo, pidiendo cigarrillos o bañándose en la fuente. Toda mi curiosidad al examinar sus menores desplazamientos y aventuras desaparecía al encontrármelos cara a cara. Pero, inexplicablemente, aquel día me atreví a dirigirles la palabra, y le pregunté al tipo del sombrero por algo tan banal como por qué después de tantos años llevando esa redondeada barba canosa de pronto se la había afeitado."
Nazario Luque Vera conocido por Nazario
Crónicas del gran tirano
"El problema es que el caso dependía de la justicia norteamericana y los trámites costaban mucho dinero. Finalmente el editor y yo decidimos dejarlo correr. Cuando el disco se editó en España, la empresa discográfica se abstuvo de reproducir mi dibujo. No fue una cuestión de censura, porque ya se había publicado en 1976 sin problemas. Quizás no se atrevieron porque algunas revistas de música de aquí y del extranjero habían comentado que el dibujo era mío."
Nazario Luque Vera conocido por Nazario
“En los tiempos del destape en vez de menospreciar mi obra la valoraban.”
Nazario Luque Vera conocido por Nazario
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