Tenía yo, si no recuerdo mal, dieciocho años. Mis
conocimientos no iban más allá de la geometría que mi padre me había enseñado.
Lo acompañaba yo cierto día para hacer una visita. El entró en la casa y yo me
quedé fuera esperando (estaba sentado sobre un banco de tablas, tan grabado
tengo ese día en la memoria). Al rato sale un ataúd de allí y la comitiva del
entierro. Ello fue que de un modo vehemente se me vino a la cabeza la idea de
la muerte y una especie de angustia: pese a ser yo un mozuelo, me representaba
la muerte como algo real o, al menos, inevitable para todos. Duro me parecía,
además, vivir como si no se hubiese vivido. No me es fácil decir si ello
ocurrió por alguna inspiración divina o por el ardor de mi mocedad; lo que sí
puedo asegurar es que desde los comienzos de mi existencia me consumían ansias
inextinguibles de fama inmortal»
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 12
“¿Qué queda ya por escribir?” —
dirás. Pero te equivocas, como suele decirse, de parte a parte. Te demostré
hace tiempo que nada se ha escrito sobre nada y que las propiedades y esencias
de las cosas son en sí mismas infinitas.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 14
Escribir bien sin una técnica es del
todo imposible; hacerlo con ella es muy trabajoso; lo más difícil de todo es
estar libre de culpa, pues nos dejamos arrastrar por nuestras particulares
simpatías, por el afán momentáneo de gloria, por las ansias de dinero, por las
ganas de polemizar; nos gustamos a nosotros mismos, nos gusta el incremento y
tamaño de nuestra producción, nos dejamos llevar por pluma y labia si es que
alguna tenemos.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 16
De tres cosas se ocupa la metoposcopia: de la forma de la
frente, de sus rayas y de los lunares y manchas de la cara toda […]. Es una
teoría muy racional, que exige cálculo y participación de la reglas de la
lógica.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 3
El estudio de la filosofía es en sí mismo hermoso y nos
lleva al conocimiento de lo más elemental de la vida (ad primae vitae
notitiam); de otra parte, su fruto es tanto la ciencia de la naturaleza, de la
que derivan las técnicas (artes) —el empuje (impulsas) mediante fuego y agua,
máquinas que se vacían y tiran de ellas mismas (machinarum se exonerantium
trahentiumque)— como el conocimiento de las propiedades de las cosas y sus
causas, de donde se saca que lo que a otros parece milagro a nosotros se nos manifiesta
con un por qué y un modo de comportarse»
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 34
Nos levantamos engreídos, andamos
descarriados, enseñamos lo que no hemos aprendido y, cuanto más presumimos de
saber, tanto más nos equivocamos, hundiendo a otros en nuestro desvarío. Tal es
la miserable ciencia de los mortales: sombra vana.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 35
Más de una vez he dicho que sólo vemos una sombra, no las
cosas mismas ni sus interioridades (intima). ¡Dichoso, en cambio, aquel que
examine las interioridades de una mosca, una chinche, un piojo o una pulga!
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 36
Pese a que he preguntado a muchos hombres juiciosos si
alguna vez han sentido algo extraño a la naturaleza (extra naturam), apenas
hallé uno o dos que me dijeran que sí. De otra parte, como a mí me ocurre
sentir cosas así bastantes veces, pues por una virtud natural (naturae vi) las
siento, está claro que Naturaleza me ha llevado hasta sus confines últimos como
explorador (speculator) de lo que hay más allá, a fin de que luego se lo
muestre a los mortales. Y si es verdad, como creo, que he sentido tales cosas,
a la vista está que no es ésta la meta de nuestra vida, que no es éste su
territorio sino sólo para quienes, de espaldas a la inmortalidad, se entregan
por entero a los halagos de este mundo.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 38
Y, como muchas veces pienso yo para mis adentros (si
semejante opinión no se opusiera a la religión (legi) cristiana), me atrevería
a decir que los espíritus de unos demonios malvados (malorum daemonum animos)
se han encarnado en los cuerpos de los hombres y están pagando aquí el castigo
de alguna culpa, de manera que no habría de esperarse castigo ninguno después
de la muerte. Tan gran de es el montón de nuestras desdichas, que una vida como
ésta no pudo imponérseles sino a malvados y por obra de un dios malvado.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 42
Cuando leemos nuestros propios
escritos nos vemos enteros a nosotros mismos como en un espejo.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 47
Y es que creo que al igual que en los seres naturales, así
también en los libros, juntamente con los argumentos relativos a cosas
excelentes, surgen por fuerza ciertas partes que desprenden una suerte de olor
excrementicio (quae faecem quamdam redoleant), y, si a otros no les parece
necesario, a mí al menos me sucede que de vez en cuando echo al fuego libros ya
completos, que me han costado no pocas fatigas, y de tamaño nada despreciable».
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 51
NACIMIENTO
Después de probar en vano diversos abortivos (según oí
contar), nací el año 1501, el día 24 de septiembre, cuando todavía no había
transcurrido íntegra la primera hora de la noche, sólo poco más de su mitad,
aunque sin llegar todavía a las dos terceras partes.
Las casas principales del horóscopo se hallaban tales cuales
las he descrito en la octava de las genituras que añadí a mi Comentario al
Quadripartito de Tolomeo. Tomé en consideración que las dos luminarias caían en
las esquinas y ninguna de ellas divisaba el ascendente, ya que estaban en la
casa VI y en la XII. Podían también estar en la VIII, con esta condición:
puesto que la Luna desciende y no hay ángulo, podría decirse que cae desde el
ángulo. Aunque no estaban los planetas perjudiciales en el ángulo, sin embargo,
Marte perjudicaba a las dos luminarias, a causa de su hostilidad hacia aquellas
casas y de su cuadratura con la Luna. Era posible, en consecuencia, que yo
naciera monstruoso. Ahora bien, como el punto de la conjunción precedente fue
el grado vigesimonoveno de Virgo, debí ser monstruoso.
Y, desde luego, era fácil que saliera descoyuntado del
vientre de mi madre, para lo que faltó poco. Porque, una vez que nací, o mejor
dicho, una vez que me arrancaron del seno materno como muerto y con los
cabellos negros y rizados, me reanimaron con un baño de vino caliente, cosa que
a otro pudo serle fatal. Mi madre estuvo de parto tres días seguidos, pero yo,
a la postre, salí adelante.
Pero, volviendo al horóscopo, el Sol, los dos planetas
perjudiciales y Venus y Mercurio estaban en signos humanos: de ahí que yo no
dejara de tener forma humana. No obstante, como Júpiter estaba en el ascendente
junto con Venus, que dominaba todo mi horóscopo, no pasé sin cierto daño en mis
genitales, de modo que desde los veintiún años a los treinta y uno no pude
realizar el coito y muy a menudo lamenté mi suerte, envidioso de la de
cualquier otro que no fuera yo. Y puesto que, como he dicho, Venus dominaba
todo el horóscopo y Júpiter estaba en el ascendente, salí con mala suerte y un
poquitín tartamudo, a lo que se añadió una propensión, como dice Tolomeo,
intermedia entre fría y ‘harpocrática’, esto es, una capacidad de adivinación
fugaz y repentina —se le llama con término más elegante ‘presentimiento’— en la
que alguna que otra vez he descollado y alcanzado renombre, al igual que en
otros géneros de adivinación. Como Venus y Mercurio estaban bajo los rayos del
Sol, al que daban toda su fuerza, hubiera podido yo así llegar a ser alguien,
aun con una genitura, como la llama Tolomeo, tan pobre y desventurada, si el
Sol no hubiese estado demasiado bajo, inclinándose hacia la casa VI desde su
altura. Así que me que me quedó solamente cierta astucia y un talante poco
generoso; todos mis proyectos son suspendidos o aplazados. Por decirlo en una
sola palabra: soy una persona carente de vigor corporal, de pocos amigos, de
bienes escasos, con muchos enemigos —a los que en su gran mayoría no conozco ni
de vista ni por referencias—, sin humana sabiduría y desprovisto de buena
memoria, aunque un tanto mejor dotado en materia de previsión. Sobre este
particular, no sé por qué una cualidad que de cara a mi familia y a mis
antepasados se tiene por infamante es para ellos prestigiosa y hasta objeto de
envidias.
El mismo día que yo nació en tiempos Augusto y comenzó la
nueva indicción; también ese día Fernando, rey nobilísimo de las Españas, y su
esposa Isabel hicieron zarpar la flota que los hizo dueños de toda la parte de
Occidente.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 74
Los médicos y astrólogos adoptan el siguiente método:
colocan los componentes del carácter natural entre las cualidades primarias y
los del adquirido los achacan a la educación, los estudios y el ambiente. Todos
estos factores se dan en todos los hombres, pero propiamente en cada edad van
realizándose alteraciones, aún en idénticas circunstancias.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 107
En cuanto a la astrología judiciaria, la he cultivado desde
luego y hasta le he prestado, bien que, a mi pesar, más crédito del que debía.
La astrología natural no me ha servido de nada, pues empecé a aprenderla hace
tan sólo tres años, esto es, cuando ya contaba setenta y un años de edad.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 186
Conque nada nuevo traigo aquí, sólo
estoy desnudando a la Verdad.
Gerolamo Cardano
Mi
vida, página 111
Las molestias de esta vida no pueden ser en modo alguno
equiparables a la felicidad que esperamos en la venidera. Ello no es óbice para
que cuando se te presenten sufrimientos por encima de tus fuerzas, te
impresionen de tal manera, que creas que no hay cosa mayor y ni dudarlo puedas.
Ahora bien, cuando pasan, te parecen como un sueño. ¡Ojalá y Dios quiera que
esta Caribdis sea arrasada en el camino hacia tan gran recompensa! Oirían los
hombres con más atención los avisos del Cielo, tendrían presente lo que oyen,
disfrutarían más ampliamente de lo que tienen, llevarían una vida más piadosa y
darían ejemplo a los demás.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 126
Siempre que pude no confié nada a mi memoria, sino al papel.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 129
Se deben hacer cosas cuyo recuerdo
en ninguna época de nuestra vida nos avergüence y cuya posibilidad nos abandone
antes que la voluntad de realizarlas. En el recuerdo de cosas así consiste la
tranquilidad, y todavía mejor si no comporta tristeza.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 255
Es imposible no errar, pero resulta
inevitable que yerren más de la cuenta quienes se hacen esclavos de los
placeres.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 268
Capítulo LIII
MI TRATO CON LOS HOMBRES
Entiendo que, por causas diversas y sobre todo ahora en mi
vejez, soy poco apto para el trato con los hombres. Ante todo, porque me gusta
la soledad y nunca estoy más cerca de quienes más quiero que cuando estoy solo.
Y son los que más quiero Dios y mi espíritu bueno, a los que en mi soledad
contemplo.
El uno es Dios, el inmenso bien, la sabiduría eterna, el
principio y autor de la luz pura, nuestro gozo verdadero, aquel de quien no
cabe pensar nos abandone, el fundamento de la verdad, el amor voluntario, el
hacedor de todo, el que es feliz en sí mismo, amparo y deseo de todos los
bienaventurados, justicia altísima y profundísima, protector de los muertos que
a los vivos nunca olvida.
El otro es el espíritu que por mandato divino me defiende:
compasivo, buen consejero, mi auxilio y mi consuelo en las adversidades. Porque
¿qué hombre puedes poner ante mis ojos, sea cual sea su condición, que no
transporte siempre consigo su fardo de la mierda y su botella de la orina que
por sus mismas venas corre? Los más, aunque se las den de lindos, tienen las
tripas atiborradas de lombrices; muchos de esos que a todos gustan (y muchas,
para equilibrar el otro plato de la balanza) están infectados de piojos; a unos
les hieden los sobacos, a otros los pies, a la mayoría la boca. Cuando reparo
en estas cosas, ¿a qué mortal (si atiendo a su cuerpo) puedo guardarle afecto?
¡Bah! Un cachorro de perro o un chivito resulta más limpio y aseado. Si atiendo
al alma, ¿cuál de los seres animados es más traidor, perverso y mentiroso que
el hombre? «Pero yo prescindo de las facultades sujetas a las pasiones y me
propongo amar el entendimiento». De acuerdo, pero ¿qué entendimiento hay más
puro que el divino o más elevado o más certero a la hora de enseñarte la
verdad? Están de libros llenas las bibliotecas, las almas desnudas de ciencia.
Copian, no escriben. No son ingenios lo que nos falta sino otra cosa. ¿Qué me
cabe esperar, pues, de mi trato con los hombres? ¡Charlatanes, avaros,
mentirosos, intrigantes! Señaladme con el dedo a uno solo que, en una época tan
rica en recursos como la nuestra y teniendo a mano un instrumento tan útil como
la imprenta, haya escrito ni la centésima parte de las invenciones de Teofrasto
y cambiaré de opinión. Todo, al contrario, con sus pamplinas —que si aquí dice
oὐ o dice ὄν— empañan los valiosos y estupendos hallazgos del griego. Esas
cuestiones no tienen nada que ver con la realidad: los descubrimientos se deben
a la calma y al sosiego y a la reflexión continuada, unida a la experiencia,
cosas todas que acompañan a la soledad, no al trato con los hombres, tal como
leemos en Arquímedes. Por lo que a mí concierne, de mis cerca de sesenta
inventos, ni veinte debo a relaciones o alianzas con otros. No querría que me cogieran
en una mentira si a lo mejor son algunos menos: confieso que en matemáticas
algunas novedades, aunque muy poquitas, llegaron a mis oídos a través de fray
Niccolò. Ahora bien, ¿cuántas hay que restarme por ello? La enorme multitud de
mis invenciones se debe a otras causas, como a la virtud hasta ahora oculta de
la iluminación o a otra más poderosa. ¿Qué, pues, tengo yo que ver con los
hombres? Otro razonamiento: los ricos no se rebajan a mi trato y el trato con
los pobres bien poca falta me hace: si los halago, no voy a remediar sus males;
si los provoco, lo tomarán a mal. Y luego está que los viejos somos pesados,
amargos, quejumbrosos, resentidos: ¿para qué voy a arrimarme a ellos? Además,
me queda ya poco tiempo: «Los días de nuestra vida son setenta años y ochenta
en los más robustos». Conque poco me queda para frivolidades. Entonces ¿qué
porción de mi tiempo les cederé a los otros? ¿La que dedico a la
contemplación?: sería injusto e impío por mi parte. ¿La que dedico a escribir?:
sería estúpido, ya que supondría tener que volver a tareas de las que por
suerte he podido zafarme. ¿La de mis ocios?: sería suicida con sólo que les
concediera el tiempo de mis ejercicios, el de mi sueño o el de la
administración de la casa. Después vendría la cuestión: ¿A quiénes? ¿A los
amigos?: para nada, porque ellos querrán mi ayuda, no mi charla. ¿A los
enemigos?: ¿para qué? ¿A los sabios?: pero estos quizá piensen que saben más
que yo y, si de verdad son sabios, se producirá una pugna en torno al rango; si
me propusiera aprender de ellos, ¿de qué me serviría?; si quisiera enseñarles,
sería un descaro y el difundir los conocimientos propios para no ganar sino
odios sería un derroche. Y además, ¿habré de repartir mi tiempo con uno solo o
con muchos a la vez? Si con muchos, ¿cuál es el límite? Si con uno, ¿acaso te
crees que ése es Dios?; provocarás la envidia de los otros y, de nuevo, te
verás forzado a engolfarte en un mar tempestuoso: muchos a la vez estarán
hablando y riéndose de ti a tus espaldas. Te expones a numerosos percances sin
ninguna compensación, pues las dos cosas que aquí más valen, la donosura en el
hablar y la simpatía en el trato, están del todo reñidas con la condición
natural de los ancianos. De todo esto que vengo diciendo no pongo a otro por
testigo que al mismo Aristóteles.
Así pues, siempre he sido de trato difícil y esa fue una de
las causas de que no tuviera por costumbre asistir a banquetes. Y no es que
rechace o desprecie a la gente de bien y honrada, no digo ya a los afligidos, a
los que me han hecho favores o a los sabios. Se me objetará: «El hombre es un
animal sociable, ¿qué será de ti cuando por tu proceder te sientas como quien
abjura del Reino del Mundo y de la amistad? ¿Qué harás? Tú presumes de tener
amigos poderosos: ¿es eso jactancia vana o realmente te sirve de algo? Tienen
ellos quienes les deleiten en sus banquetes con chistes y juegos: ¿qué tendría
que pasar para que dejen a sus bufones y te acojan a ti? ¿De qué te valdrán tus
estudios si no gozan de cierto renombre entre la gente?
Scire tuum
nihil est, nisi te scire hoc sciat alter (Persio, I, 27)
En fin, si alguna vez te falta lo necesario para tu
sustento, sufrirás muchas incomodidades». Sé que se me puede hacer objeciones
así, pero no se me oculta que muchas cosas que parecen duras y absurdas, una
vez examinadas, no lo son; y, al contrario, cosas aparentemente agradables y
provechosas resultan a la larga absurdas y duras. Y por este camino tengo a mi
disposición la mayoría de las veces cuanto, a mis necesidades basta, merced a
aquellos que he dicho que admito a trato y que me bastan y me son de más
provecho que la masa del vulgo y me inspiran confianza.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 273
Por lo raro es tan apreciado el unicornio
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 256
Hay quienes nos deshonran con su presencia, hay quienes nos
honran más con su marcha»
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 256
Para alejar a un mozalbete de las malas compañías le dije
que le podría enseñar una manzana que echó a perder el montón sano, pero que él
no me podría enseñar un montón que sanara a una sola manzana podrida.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 256
La sabiduría, como mineral precioso, hay que arrancarla de
las entrañas de la tierra.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 256
Es mejor callar cien cosas que hay que decir, que decir una
sola que hay que callar.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 258
La rapidez en charlar es muy dañina, la rapidez en actuar es
de vez en cuando necesaria, la rapidez en deliberar no debe ser ni mucha ni
poca.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 259
Haz que tu libro tenga una
aplicación práctica y que esta aplicación lo haga redondo. Este y no otro es el
libro perfecto.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 259
ENDECHA POR LA MUERTE DE MI HIJO
¿Quién te arrancó de mis brazos, a ti, mi hijo más tierno?
¿Quién fue capaz de poner tanto llanto en mis últimos años?
¿Quién albergó corazón tan duro en su pecho? ¡Destino,
ay, riguroso, que quiso segar en flor mi cosecha!
5 No te salvó Calíope, Apolo no pudo salvarte:
callen por siempre los can tos, la cítara y flauta sonoras,
que de nuevo me sacan suspiros por mi hijo querido,
al recordarme cómo cantaba sus dulces canciones.
Tu doctorado, tus muchos saberes en medicina,
10tus elegantes latines, dime, ¿de qué te sirvieron,
si de repente tus largos esfuerzos ya no son nada?
¿Qué lograste al salvar a soldados de España y a nobles
conciudadanos, si un jefe español y un notable paisano
mandan que ruedes herido por hoja de alfanje sañudo?
15 ¡Ay, ya no sé que me haga, que el alma en el pecho se
muere
mientras recuerda, hijo mío, tu sino fatal en silencio!
¡Ay, que no me dejan poner mi dolor por escrito
ni me dejan llorar por el hijo que a mí me arrebatan!
Las alabanzas eternas que yo a tus cenizas cantara
20 callo, pues fueron causa de muerte no merecida.
Hijo, bajo el poder de un príncipe bueno sufriste
recia condena que al modo antiguo el Senado te impuso
por tomarte venganza en mujer adúltera y falsa.
Llévese la honra tranquilo el galán de nuestras mujeres,
25 si se impone castigo a la diestra de los vengadores.
Hijo valiente, ¡ay!, retrato fiel de tu padre,
digno eras tú de vivir una larga vida gloriosa;
ya no es posible, pues todo lo bueno y lucido
del tenebroso suelo a lo alto se llevan las Parcas.
30 ¡Mozo valiente a más de noble, yo aquí te saludo:
digno rival de tu padre, digno rival de tu abuelo!
Lejos estaba el rey, esperanza segura de perdones;
Febo su luz de las tierras aparta, escóndese Febe;
ya en el límpido cielo no brillan las altas estrellas
35 para no ver palacios manchados de horrenda matanza.
¿Dónde llevar mis pasos? ¿Qué suelo encierra tu cuerpo,
miembros partidos, cadáver sajado? ¿Son estas las nuevas,
hijo, que traes a tu padre viajero por tierras y mares
para buscarte? ¡Clavad en mí, sayones, los dardos,
40 si corazón tenéis, matadme con vuestras espadas!
¡Tú, poderoso rey de los dioses, apiádate y lanza
y a tu centella, sumérgeme ya en los infiernos,
que otro modo no tengo de hacer que mis penas acaben!
No son estas, no, las promesas que hiciste a tu padre
45 de con cautela lanzarte a la busca de crudos amores
que han acabado contigo! ¡Oh esposa intachable,
cuánta suerte has tenido al morir sin ver tu desgracia!
Hijo del alma, tu nombre a sabiendas he deshonrado
cuando a destierro salí dejando la casa paterna
50 para pagar la condena debida al rencor de los míos.
¡Ah si yo hubiese, muriendo, rendido un alma culpable:
pero no, que, viviendo, a mí sino derroto y supero!
Ha de vivir, sin embargo, por todos los siglos tu nombre,
hijo querido, de ti la India sabrá y la Bactriana.
Para nosotros has muerto: el orbe entero te guarda.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 262
Tres cosas ante todas nos hacen mudar de costumbres: la
edad, la fortuna y el matrimonio. Por tanto, ándate con cuidado, y lo mismo
respecto al trato con los hombres, que es como hierro candente: si lo coges con
la mano, no hay nada peor; machacado con el martillo, reporta ganancias al
herrero y a todos utilidad.
Gerolamo Cardano
Mi vida
CUATRO DONES DE NATURALEZA
Se cuenta de cierto cura llamado Restituto que, siempre que
quería, se quedaba tendido como muerto y sin resuello y no sentía ni pellizcos
ni pinchazos y si se le arrimaba fuego se quemaba sin dolor. Esto podría
parecerles a muchos asombroso e increíble, por desconocer que es cosa de lo más
corriente entre los orientales, y menos se lo parecería si les dijera que a mí
me pasa algo parecido. Y es que Naturaleza me ha otorgado cuatro dones que
nunca he querido revelar y todos cuatro a mi juicio son dignos de admiración.
El primero es que, cuantas veces quiero, me quedo traspuesto, como en éxtasis.
Querría explicar cómo lo hago y qué siento, ya que no me pasa lo mismo que al
cura que antes dije. Este se muestra insensible a dolores fuertes y, según se
ha dicho, pierde el resuello. Sin embargo, oye las palabras como de lejos. A mí
no me ocurre así, sino que oigo las palabras como en un susurro y sin
entenderlas. No sé con certeza si sentiría un golpe o un pellizco apretado o
los dolores agudísimos de la gota. Pero me pasa que no puedo permanecer mucho
rato en semejante estado. Me doy cuenta cuando me estoy entrenando en él y a
decir verdad provoco en el corazón una suerte de separación, como si el alma se
retirara. Este estado se va expandiendo por todo el cuerpo, como si se hubiese
abierto cierta puertecita. Comienza en la cabeza, concretamente en el cerebelo,
y se va difundiendo por toda la espina dorsal al tiempo que se afianza. Lo
único que percibo es que estoy fuera de mí y que sólo me retiene un tanto cierta
fuerza poderosa. El segundo consiste en ver lo que se me antoje y cuando se me
antoje, con los ojos, no con la imaginación, como las figuras aquellas que dije
que veía cuando era niño. Pero ahora, creo que, a causa de mis tareas, ni las
veo mucho rato, ni enteras, ni siempre que quiero, y a veces ni aun
esforzándome. Por otra parte, estas figuraciones que se me aparecen se mueven
sin cesar. Veo luces, animales, esferas y cualquier cosa que se me antoje. Creo
que la causa de esto son el exceso de mi capacidad imaginativa y la sutileza de
mi visión. El tercero es que veo en sueños la representación de todo lo que me
va a pasar. Y me atrevo a decir sin mentira que no recuerdo que nunca me haya
ocurrido nada bueno, malo o regular sin que antes —pocas veces mucho antes— no
tuviera noticia de ello gracias a un sueño. El cuarto es que todo lo que me va
a pasar, por insignificante que sea, imprime una huella en mis uñas. La mancha
que barrunta cosas malas es negra y amoratada y aparece en la uña del dedo
medio, la de los eventos felices es blanca y si tiene que ver con ascensos
aparece en la uña del pulgar, con las riquezas en la uña del índice, con mis
estudios y otros asuntos de mayor importancia en la uña del anular, con
descubrimientos triviales en la uña del meñique. Si la mancha es compacta
anuncia seguridad; si estrellada, inseguridad —particularmente en los negocios
públicos y en los que dependen de la palabra. Si se miran estas cosas como
naturales, ni es extravío ni se ofende a Dios, al contrario, se muestra uno
agradecido con El, según verán todos excepto los supersticiosos y los
ignorantes; si las consideramos ocasionadas por demonios, se incurre
abiertamente en idolatría y se es loco y necio. Paso por alto otros cuatro
dones que no son menos míos que estos que he dicho, si bien no dependen de mi
naturaleza sino, por así decirlo, del azar y, además, son demasiado corporales.
Gerolamo Cardano
Mi vida, página 295
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