Alaitz Leceaga

"El hombre tiraba de la chica hacia el precipicio. La sujetaba con fuerza por el brazo, mientras los dos avanzaban entre las hierbas altas que crecían en el acantilado de Santa Catalina. Ella se resistía y luchaba para soltarse, tenía los dedos de la mano libre entumecidos. Gruñó en el aire oscuro de la medianoche y clavó los talones descalzos en el suelo de tierra húmeda para ralentizar la marcha. Pero él era mucho más fuerte y la tenía bien sujeta, así que siguió tirando de ella hacia el mar.
—Estate quieta, monstruo —dijo él entre dientes.
Pero ella no obedeció y todavía forcejeó un poco más para intentar huir. Lo único que consiguió fue que la mano de hierro del hombre se cerrara con más fuerza alrededor de su muñeca, marcándole los dedos en su piel pálida.
La borrasca que soplaba desde el mar era afilada y arrastraba pequeñas gotas de agua salada, que se pegaban a la cara de la joven y le empapaban el pelo conforme se acercaban al borde del abismo. En ese mismo viento helado la joven sintió la tempestad sobre la costa; la tormenta crecía mar adentro y ella podía notar su sabor en la punta de la lengua, la electricidad que flotaba en el aire oscuro mordisqueándole la piel.
La joven apenas podía caminar por el peso de la larguísima cola del vestido de novia que llevaba puesto —confeccionado con metros de tul y seda blanca—, ahora manchado de barro y hecho jirones.
—Dicen que trae mala suerte devolver a la mar a las que son como tú: tormentas, niebla, desgracias, mala mar y poca pesca, eso es lo que provocáis. Pero ya te advertí de lo que pasaría —masculló él—. Pronto empezarán a sospechar de mí, tendría que haberme librado de ti hace mucho tiempo.
Las dos figuras pasaron junto al faro de Santa Catalina: alto y solitario en la atalaya al final del cabo del mismo nombre. Una potente ráfaga de luz pasó por encima de ellos y los iluminó durante dos segundos, después el mundo volvió a llenarse de sombras."

Alaitz Leceaga
Hasta donde termina el mar













No hay comentarios: