EL PEDAGOGO.— ¡Toma! Pero si aquí hay alguien. (Se acerca al IDIOTA.) ¡Señor mío!
EL IDIOTA.— ¡Eh!
EL PEDAGOGO (nuevo saludo).— ¡Señor mío!
EL IDIOTA.— ¡Eh!
EL PEDAGOGO.— ¿Os dignaréis indicarnos la casa de Egisto?
EL IDIOTA.— ¡Eh!
EL PEDAGOGO.— De Egisto, el rey de Argos.
EL IDIOTA.— ¡Eh! ¡Eh!
Las moscas, página 4
Las moscas, página 12
ORESTES.— ¡Por Júpiter!
JÚPITER.— No es nada. Un jueguito de sociedad. Soy encantador de moscas en mis horas libres. Buenos días. Volveré a veros. Sale.
Las moscas, página 12
EL PEDAGOGO.— ¡Daño! Entonces es perjudicar a la gente darle libertad de espíritu.
Las moscas, página 13
Las moscas, página 14
Las moscas, página 14
Las moscas, página 16
Las moscas, página 24
Las moscas, página 38
EGISTO.— ¿Quién? El rey. Han soltado a los muertos esta mañana. CLITEMNESTRA.— Señor, os lo suplico… Los muertos están bajo tierra y no nos molestarán tan pronto. ¿Habéis olvidado que vos mismo inventasteis esas fábulas para el pueblo?
EGISTO.— Tienes razón, mujer. Bueno, ¿ves qué cansado estoy? Déjame, quiero recogerme.
Las moscas, página 55
Las moscas, página 55
EGISTO.— ¿Siniestro? ¿Vos?
JÚPITER.— Mírame. (Largo silencio.) Te he dicho que fuiste creado a mi imagen. Los dos hacemos reinar el orden, tú en Argos, yo en el mundo; y el mismo secreto pesa gravemente en nuestros corazones.
EGISTO.— No tengo secreto.
JÚPITER.— Sí. El mismo que yo. El secreto doloroso de los Dioses y de los reyes: que los hombres son libres. Son libres, Egisto. Tú lo sabes, y ellos no.
EGISTO.— Diablos, si lo supieran pegarían fuego a las cuatro esquinas de mi palacio. Hace quince años que represento una comedia para ocultarles su poder.
JÚPITER.— Ya ves que somos semejantes.
EGISTO.— ¿Semejantes? ¿Por qué ironía ha de decir un Dios que es mi semejante? Desde que reino, todos mis actos y palabras tienden a componer mi imagen; quiero que cada uno de mis súbditos la lleve en sí y sienta pesar, aun en la soledad, mi mirada severa en sus pensamientos más secretos. Pero soy yo mi primera víctima: ya no me veo como me ven, me inclino sobre el pozo abierto de sus almas, y mi imagen está allí, en el fondo; me repugna y me fascina. Dios todopoderoso, ¿quién soy yo sino el miedo que los demás tienen de mí?
JÚPITER.— ¿Y quién crees que soy? (Señalando la estatua.) También yo tengo mi imagen. ¿Crees que no me da vértigo? Hace cien mil años que danzo delante de los hombres. Una danza lenta y sombría. Es preciso que me miren: mientras tienen los ojos clavados en mí, olvidan mirar en sí mismos. Si me olvidara un solo instante, si los dejara apartar la mirada…
EGISTO.— ¿Qué?
JÚPITER.— Nada. Es cosa mía. Estás cansado, Egisto, ¿pero de qué te quejas? Morirás. Yo no. Mientras haya hombres en esta tierra, estaré condenado a danzar delante de ellos.
EGISTO.— ¡Ay! ¿Pero quién nos ha condenado?
JÚPITER.— Nadie más que nosotros mismos, pues tenemos la misma pasión. Tú amas el orden, Egisto.
EGISTO.— El orden. Es cierto. Por el orden seduje a Clitemnestra, por el orden maté a mi rey; quería que el orden reinara y que reinara por mi intermedio. He vivido sin deseo, sin amor, sin esperanza; implanté el orden. ¡Oh terrible y divina pasión!
JÚPITER.— No podríamos tener otra: yo soy Dios, y tú naciste para ser rey.
Las moscas, página 60
JÚPITER.— Orestes sabe que es libre.
EGISTO (vivamente).—Sabe que es libre. Entonces no basta cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿que esperas para fulminarlo?
JÚPITER (lentamente).—¿Para fulminarlo? (Una pausa. Con cansancio, agobiado.) Egisto, los dioses tienen otro secreto…
EGISTO.— ¿Qué vas a decirme?
JÚPITER.— Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses no pueden nada más contra ese hombre. Pues es un asunto de hombres, y a los otros hombres —sólo a ellos— les corresponde dejarlo correr o estrangularlo.
Las moscas, página 62
Las moscas, página 63
ELECTRA.—Son las Erinias, Orestes, las diosas del remordimiento.
Las moscas, página 67
Bzz, bzz, bzz, bzz.
Seremos los ojos fijos de las casas,
el gruñido del mastín que mostrará los dientes a tu paso,
el zumbido que volará por el cielo sobre tu cabeza,
los rumores de la selva,
los silbos, los crujidos, los bisbiseos, el ulular,
seremos la noche,
la espesa noche de tu alma.
Bzz, bzz, bzz, bzz.
¡Eia! ¡Eia! ¡Eiaaa!
Bzz, bzz, bzz, bzz.
Somos las sorbedoras de pus, las moscas,
lo compartiremos todo contigo,
iremos a buscar el alimento a tu boca y el rayo de luz al fondo de tus ojos,
te escoltaremos hasta la tumba
y sólo cederemos el lugar a los gusanos.
Bzz, bzz, bzz, bzz.
Las moscas, página 69
Las moscas, página 79
ORESTES.— El más cobarde de los asesinos es el que tiene remordimientos.
Las moscas, página 79
JÚPITER.— No mientes: cuando se parecen a ti los odio.
ORESTES.— Ten cuidado; acabas de confesar tu debilidad. Yo no te odio. ¿Qué hay de ti a mí? Nos deslizaremos uno junto al otro sin tocarnos, como dos navíos. Tú eres un Dios y yo soy libre; estamos igualmente solos y nuestra angustia es semejante. ¿Quién te dice que no he buscado el remordimiento en el curso de esta larga noche? El remordimiento, el sueño. Pero ya no puedo tener remordimientos. Ni dormir. Silencio.
JÚPITER.— ¿Qué piensas hacer?
ORESTES.— Los hombres de Argos son mis hombres. Tengo que abrirles los ojos.
JÚPITER.— ¡Pobres gentes! Vas a hacerles el regalo de la soledad y la vergüenza, vas a arrancarles las telas con que yo los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia, su obscena e insulsa existencia, que han recibido para nada.
ORESTES.— ¿Por qué había de rehusarles la desesperación que hay en mí si es su destino?
JÚPITER.— ¿Que harán de ella?
ORESTES.— Lo que quieran; son libres y la vida humana empieza del otro lado de la desesperación.
Las moscas, página 82
ELECTRA.— ¿A dónde?
ORESTES.— No sé; hacia nosotros mismos. Del otro lado de los ríos y de las montañas hay un Orestes y una Electra que nos aguardan. Habrá que buscarlos pacientemente.
Las moscas, página 84
Las moscas, página 88
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