Jean-Paul Sartre Las moscas



EL PEDAGOGO.— ¡Toma! Pero si aquí hay alguien. (Se acerca al IDIOTA.) ¡Señor mío!
EL IDIOTA.— ¡Eh!
EL PEDAGOGO (nuevo saludo).— ¡Señor mío!
EL IDIOTA.— ¡Eh!
EL PEDAGOGO.— ¿Os dignaréis indicarnos la casa de Egisto?
EL IDIOTA.— ¡Eh!
EL PEDAGOGO.— De Egisto, el rey de Argos.
EL IDIOTA.— ¡Eh! ¡Eh!
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 4
 
 
JÚPITER.— Ah, no juzguéis a los dioses, joven; guardan secretos dolorosos.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 12
 
 
JÚPITER.— A propósito, si las moscas os molestan, éste es el medio de libraros de ellas: mirad el enjambre que zumba a vuestro alrededor, hago un movimiento con la muñeca, un ademán con el brazo y digo: «Abraxas, galla, galla, tse, tse». Y ya veis: ruedan y se arrastran por el suelo como orugas.
ORESTES.— ¡Por Júpiter!
JÚPITER.— No es nada. Un jueguito de sociedad. Soy encantador de moscas en mis horas libres. Buenos días. Volveré a veros. Sale.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 12
 
 
ORESTES.— Deja tu filosofía. Me ha hecho demasiado daño.
EL PEDAGOGO.— ¡Daño! Entonces es perjudicar a la gente darle libertad de espíritu.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 13
 
 
ORESTES.— ¡Palacios! Es cierto. ¡Palacios, columnas, estatuas! ¿Por qué no soy más pesado, yo que tengo tantas piedras en la cabeza?
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 14
 
 
ORESTES.— No, hombre, no me quejo. No puedo quejarme: me has dejado la libertad de esos hilos que el viento arranca a las telas de araña y que flotan a diez pies del suelo; no peso más que un hilo y vivo en el aire. Sé que es una suerte y la aprecio como conviene. (Pausa.) Hay hombres que nacen comprometidos: no tienen la facultad de elegir; han sido arrojados a un camino; al final del camino los espera un acto, su acto; van, y sus pies desnudos oprimen fuertemente la tierra y se desuellan en los guijarros. ¿Te parece vulgar la alegría de ir a alguna parte? Hay otros, silenciosos, que sienten en el fondo del corazón el peso de imágenes confusas y terrenas; su vida ha cambiado porque un día de su infancia, a los cinco, a los siete años… Está bien: no son hombres superiores. Yo sabía ya, a los siete años, que estaba exilado; dejaba deslizar a lo largo de mi cuerpo, dejaba caer a mi alrededor los olores y los sonidos, el ruido de la lluvia en los techos, los temblores de la luz; sabía que pertenecían a los demás, y que nunca podría convertirlos en mis recuerdos. Porque los recuerdos son manjares suculentos para los que poseen las casas, los animales, los criados y los campos. Pero yo… Yo soy libre, gracias a Dios. ¡Ah, qué libre soy! ¡Y qué soberbia ausencia mi alma!
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 14
 
 
Un rey debe tener los mismos recuerdos que sus súbditos.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 16
 
 
CLITEMNESTRA.— ¿Temer? Si he ganado algo al perderme, es que ahora ya no puedo temer nada.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 24
 
 
Oh, verdugos de vosotros mismos, ¿habéis olvidado el humilde contento del campesino que camina por su tierra y dice: «Hace buen tiempo»? Andáis con los brazos colgando, la cabeza baja, respirando apenas. Vuestros muertos se os pegan y permanecéis inmóviles, con el temor de atropellarlos al menor movimiento. Sería horrible, ¿verdad?, que vuestras manos atravesaran de pronto un humito mojado, el alma de vuestro padre o de vuestro abuelo. Pero miradme: extiendo los brazos, me dilato y me estiro como un hombre al despertar, ocupo mi lugar al sol, todo mi lugar. ¿Acaso el cielo se me viene encima? Bailo, mirad, bailo, y sólo siento el soplo del viento en mis cabellos. ¿Dónde están los muertos? ¿Creéis que danzan conmigo, al compás?
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 38
 
 
EGISTO.— ¡Déjame, ramera! ¿No tienes vergüenza, delante de sus ojos? CLITEMNESTRA.— ¿Delante de sus ojos? ¿Y quién nos ve?
EGISTO.— ¿Quién? El rey. Han soltado a los muertos esta mañana. CLITEMNESTRA.— Señor, os lo suplico… Los muertos están bajo tierra y no nos molestarán tan pronto. ¿Habéis olvidado que vos mismo inventasteis esas fábulas para el pueblo?
EGISTO.— Tienes razón, mujer. Bueno, ¿ves qué cansado estoy? Déjame, quiero recogerme.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 55
 
 
EGISTO.— ¿Es éste, Júpiter, el rey que necesitabas para Argos? Voy, vengo, sé gritar con voz fuerte, paseo por todas partes mi alta y terrible apariencia, y los que me ven se sienten culpables hasta la médula. Pero soy una cáscara vacía: un animal me ha comido el interior sin que yo me diera cuenta. Ahora miro en mí mismo y veo que estoy más muerto que Agamenón. ¿Dije que estaba triste? Mentí. El desierto, la nada innumerable de las arenas bajo la nada lúcida del cielo no es triste ni alegre: es siniestra. ¡Ah, daría mi reino por derramar una lágrima!
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 55
 
 
JÚPITER.— Me odias, pero somos parientes; te hice a mi imagen: un rey es un Dios sobre la tierra, noble y siniestro como un Dios.
EGISTO.— ¿Siniestro? ¿Vos?
JÚPITER.— Mírame. (Largo silencio.) Te he dicho que fuiste creado a mi imagen. Los dos hacemos reinar el orden, tú en Argos, yo en el mundo; y el mismo secreto pesa gravemente en nuestros corazones.
EGISTO.— No tengo secreto.
JÚPITER.— Sí. El mismo que yo. El secreto doloroso de los Dioses y de los reyes: que los hombres son libres. Son libres, Egisto. Tú lo sabes, y ellos no.
EGISTO.— Diablos, si lo supieran pegarían fuego a las cuatro esquinas de mi palacio. Hace quince años que represento una comedia para ocultarles su poder.
JÚPITER.— Ya ves que somos semejantes.
EGISTO.— ¿Semejantes? ¿Por qué ironía ha de decir un Dios que es mi semejante? Desde que reino, todos mis actos y palabras tienden a componer mi imagen; quiero que cada uno de mis súbditos la lleve en sí y sienta pesar, aun en la soledad, mi mirada severa en sus pensamientos más secretos. Pero soy yo mi primera víctima: ya no me veo como me ven, me inclino sobre el pozo abierto de sus almas, y mi imagen está allí, en el fondo; me repugna y me fascina. Dios todopoderoso, ¿quién soy yo sino el miedo que los demás tienen de mí?
JÚPITER.— ¿Y quién crees que soy? (Señalando la estatua.) También yo tengo mi imagen. ¿Crees que no me da vértigo? Hace cien mil años que danzo delante de los hombres. Una danza lenta y sombría. Es preciso que me miren: mientras tienen los ojos clavados en mí, olvidan mirar en sí mismos. Si me olvidara un solo instante, si los dejara apartar la mirada…
EGISTO.— ¿Qué?
JÚPITER.— Nada. Es cosa mía. Estás cansado, Egisto, ¿pero de qué te quejas? Morirás. Yo no. Mientras haya hombres en esta tierra, estaré condenado a danzar delante de ellos.
EGISTO.— ¡Ay! ¿Pero quién nos ha condenado?
JÚPITER.— Nadie más que nosotros mismos, pues tenemos la misma pasión. Tú amas el orden, Egisto.
EGISTO.— El orden. Es cierto. Por el orden seduje a Clitemnestra, por el orden maté a mi rey; quería que el orden reinara y que reinara por mi intermedio. He vivido sin deseo, sin amor, sin esperanza; implanté el orden. ¡Oh terrible y divina pasión!
JÚPITER.— No podríamos tener otra: yo soy Dios, y tú naciste para ser rey.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 60
 
 
EGISTO.— ¿Son tan peligrosos?
JÚPITER.— Orestes sabe que es libre.
EGISTO (vivamente).—Sabe que es libre. Entonces no basta cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿que esperas para fulminarlo?
JÚPITER (lentamente).—¿Para fulminarlo? (Una pausa. Con cansancio, agobiado.) Egisto, los dioses tienen otro secreto…
EGISTO.— ¿Qué vas a decirme?
JÚPITER.— Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses no pueden nada más contra ese hombre. Pues es un asunto de hombres, y a los otros hombres —sólo a ellos— les corresponde dejarlo correr o estrangularlo.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 62
 
 
 
EGISTO.— Ten cuidado con las moscas, Orestes, ten cuidado con las moscas. No ha terminado todo.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 63
 
 
ORESTES.— ¿Qué nos importan las moscas?
ELECTRA.—Son las Erinias, Orestes, las diosas del remordimiento.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 67
 
 
CORO DE LAS ERINIAS.— Bzz, bzz, bzz, bzz. Nos posaremos sobre tu corazón podrido como las moscas en un dulce corazón podrido, corazón ensangrentado, corazón deleitable. Saquearemos como abejas el pus y la sangre de tu corazón. Haremos con ellos miel, ya verás, hermosa miel verde. ¿Qué amor nos colmaría tanto como el odio?
Bzz, bzz, bzz, bzz.
Seremos los ojos fijos de las casas,
el gruñido del mastín que mostrará los dientes a tu paso,
el zumbido que volará por el cielo sobre tu cabeza,
los rumores de la selva,
los silbos, los crujidos, los bisbiseos, el ulular,
seremos la noche,
la espesa noche de tu alma.
Bzz, bzz, bzz, bzz.
¡Eia! ¡Eia! ¡Eiaaa!
Bzz, bzz, bzz, bzz.
Somos las sorbedoras de pus, las moscas,
lo compartiremos todo contigo,
iremos a buscar el alimento a tu boca y el rayo de luz al fondo de tus ojos,
te escoltaremos hasta la tumba
y sólo cederemos el lugar a los gusanos.
Bzz, bzz, bzz, bzz.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 69
 
 
ORESTES.— El más cobarde de los asesinos es el que tiene remordimientos.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 79
 
 
JÚPITER.— Anda, no te llenes de orgullo. A la soledad del desprecio y del horror te han arrojado, a ti, el más cobarde de los asesinos.
ORESTES.— El más cobarde de los asesinos es el que tiene remordimientos.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 79
 
 
ORESTES.— Extraño a mí mismo, lo sé. Fuera de la naturaleza, contra la naturaleza, sin excusa, sin otro recurso que en mí. Pero no volveré bajo tu ley; estoy condenado a no tener otra ley que la mía. No volveré a tu naturaleza; en ella hay mil caminos que conducen a ti, pero sólo puedo seguir mi camino. Porque soy un hombre, Júpiter, y cada hombre debe inventar su camino. La naturaleza tiene horror al hombre, y tú, tú, soberano de los dioses, también tienes horror a los hombres.
JÚPITER.— No mientes: cuando se parecen a ti los odio.
ORESTES.— Ten cuidado; acabas de confesar tu debilidad. Yo no te odio. ¿Qué hay de ti a mí? Nos deslizaremos uno junto al otro sin tocarnos, como dos navíos. Tú eres un Dios y yo soy libre; estamos igualmente solos y nuestra angustia es semejante. ¿Quién te dice que no he buscado el remordimiento en el curso de esta larga noche? El remordimiento, el sueño. Pero ya no puedo tener remordimientos. Ni dormir. Silencio.
JÚPITER.— ¿Qué piensas hacer?
ORESTES.— Los hombres de Argos son mis hombres. Tengo que abrirles los ojos.
JÚPITER.— ¡Pobres gentes! Vas a hacerles el regalo de la soledad y la vergüenza, vas a arrancarles las telas con que yo los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia, su obscena e insulsa existencia, que han recibido para nada.
ORESTES.— ¿Por qué había de rehusarles la desesperación que hay en mí si es su destino?
JÚPITER.— ¿Que harán de ella?
ORESTES.— Lo que quieran; son libres y la vida humana empieza del otro lado de la desesperación.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 82
 
 
ORESTES.— Amor mío, es cierto, te lo he quitado todo y no tengo nada que darte fuera de mi crimen. Pero es un presente inmenso. ¿Crees que no pesa como plomo sobre mi alma? Éramos demasiado ligeros, Electra: ahora nuestros pies se hunden en la tierra como las ruedas de un carro en un surco. Ven, partiremos y caminaremos con paso pesado, encorvados bajo nuestro precioso fardo. Me darás la mano e iremos…
ELECTRA.— ¿A dónde?
ORESTES.— No sé; hacia nosotros mismos. Del otro lado de los ríos y de las montañas hay un Orestes y una Electra que nos aguardan. Habrá que buscarlos pacientemente.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 84
 
 
Adiós, mis hombres, intentad vivir; todo es nuevo aquí, todo está por empezar.
 
Jean-Paul Sartre
Las moscas, página 88

















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