La carroña de la carroña
¿Te acordás de lo que vimos, hermoso cuaderno esa linda mañana de verano
cuando nos encontramos?
Una carroña nuestra
colorida y asquerosa en la filosa intersección de las esquinas.
Con su tapa levantada,
como un toldo caliente
transpiraba venenos y brazos revolvientes.
Contenía de manera descuidada y cínica
el vientre lleno de gases y el hambre.
El sol pegaba en la mugre
como para cocinarla
devolviendo cada moneda a la naturaleza del hombre
en todo lo que ella para él había trabajado.
El cielo miraba la magnífica antropofagia
como si fuera una flor plástica y carnívora.
El olor era tan fuerte que pensaste
que te ibas a desmayar ahí, en el asfalto.
Arriba del espectáculo podrido revoloteaban las moscas
y salían batallones diseñados
de larvas que se movían como un negocio sucio
en esos abundantes cachos de vida.
Todo se hundía y se hinchaba
como el brillo del orden de las góndolas
como un surtido anual movido por diez dedos,
cuya muerta vida creciera en sí misma.
Y ese mundo hacía un yingle extraño
como el agua empetrolada, el viento con alarmas
o la bala agitada en su lamento rítmico
al golpear de los fideos, el colador.
Se sumaban los bordes. Era como un meta-delirio-virtual.
Como el mamarracho arquitectónico sin fin
de un restorán abandonado por su cheff
antes de apagar la cocina.
Atrás de las bolsas había una rata y detrás una madre con su niña
que tienen en sus ojos la furia
y esperan volver a morder
la rica comida que tuvieron que largar.
¡Y pensar que vas a ser igual que esa basura, querido cuaderno,
que vas a estar igual de desechado y podrido,
vos, el blanco de mis ojos,
vos, el silencio de mi vida,
voz mi bestia, mi pasión!
Así tendrás que ser después del consumo
cuaderno de quejas de mis encantos.
Cuando en la vereda y sobre el asfalto
mueran hombres entre precios.
Sí, mi amor. Contale a los dedos
que van a tener con vos una fiesta de descuentos.
Que guardo el deseo y la oferta divina
de los amores descompuestos.
Martín Barea Mattos
Medio ambiente
Circo de pulgas.
Mercado de gaviotas.
Martín Barea Mattos
Susurro de la piel abismal del mar
El mar descansaba digiriendo ya su ingesta.
Animal echado
al vaivén del respirar.
Tendido en su pelaje,
flotan enfermos hombres
que han sobrevivido.
Están con piernas desaparecidas en agua,
aferrados a la trama del hálito:
al susurro de esa piel
abismal de mar:
Aquí no hay roca sino agua.
Agua y nada de agua.
Y la marea es el camino. La marea como una mancha desde allá,
desde satélites.
Que serán chatarra, marea y nada de agua.
Si hubiera agua en el agua no moriríamos de sed.
Y, sin embargo
moriremos de nada de agua en el agua.
Porque no hay vaso ni grifo en la marea.
Y no me puedo poner de pie,
a pensar por qué flotamos en la maraña.
Somos pesca plástica en vísceras de gaviota:
gaviota parca, gaviota calavera, gaviota muerta de hambre.
Nosotros,
fabricantes de alimento.
Veo los ojos del pingüino que arde como una madera negra
mientras salta torpe como un mensaje que nunca llega:
veo los ojos del pingüino rodeados por el fuego
que salta sobre la madera para rodear al vidrio del mensaje que nunca llegará.
La marea arrastra el teclado muerto en falanges de textos amputados.
Porque acá no se puede estar ni sentado ni parado:
siquiera hay silencio en la marea.
Sino una hamaca insolada, ultravioleta y cándida como la esperanza.
Todos pelean por gritar tierra a la vista.
Pelean, y algunos sobresalen entre perros y ratas.
Y se abrazan a un huevo.
Martín Barea Mattos
Trabalenguas
Consumismo
común ismo
con su mismo
comunismo.
Martín Barea Mattos
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