Ana García Bergua

"A Bermúdez le gustaba leer en los aviones. En cuanto ocupaba su lugar, esperaba con impaciencia a que el aparato despegara y, una vez en las nubes, tomaba el libro y se abstraía por completo. Era tan pura la experiencia de leer en los aviones, tan profunda su concentración, que apenas notaba el tintineo del carrito de las bebidas por
encima del ruido de los motores. Pedía una copa de vino o agua mineral y continuaba leyendo sin distracción hasta el aterrizaje. Su gusto era tan perfecto que cuando, ya en la habitación del hotel o en un restaurant, retomaba el libro que había dejado a medias, la lectura lo decepcionaba. Y entonces debía esperar al vuelo de regreso para recobrar aquella plenitud, y sólo rezaba por que durara lo bastante para terminar el cuento, o avanzar lo más posible en la novela. Desde luego, reservaba la poesía para los vuelos más breves.
Era agente de ventas; viajaba constantemente, a veces incluso a otros países. Trabajaba para una compañía textil y cargaba un maletín repleto de muestras que explicaba con suma paciencia a los clientes, que por lo general eran fabricantes de ropa, modistas y maquiladoras. De eso vivía, pero en realidad se consideraba a sí mismo un lector. Había comenzado desde muy joven leyendo a todos los premios Nobel para no errarle. Con el tiempo se fue haciendo de una cultura modesta y una sed que le hacía leer todo lo que podía, desde los clásicos hasta las novedades.
En la fábrica atesoraban su disponibilidad para viajar al fin del mundo, en cualquier momento y sin problemas pues no tenía familia ni mascotas, pero con el asunto de la lectura se empezó a volver un poco quisquilloso: exigía el avión para ir a una ciudad que estaba a un par de horas en automóvil (en media hora, pensaba, podría terminar una plaquette), e incluso escogía los itinerarios más largos, llenos de conexiones, para prolongar el vuelo si estaba embebido en una novela larga. Esto comenzó a parecer sospechoso a sus empleadores, quienes pensaron que quizá hacía negocios de otro tipo y por lo mismo decidieron vigilarlo, es decir, enviar con él a otro agente de ventas, con el pretexto de que lo apoyara en sus tareas. Él no encontró pretexto para rechazarlo, pero temió que quisiera conversar y le estropeara el placer de la lectura en las nubes."

Ana García Bergua
Leer en los aviones



















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