CONTRA MI OFICIO
Afirmo que el amor son las palabras.
Que no existe el amor si no se dice.
Afirmo, de igual modo, que esta insana
costumbre de buscar en lo vulgar el infinito
engasta cada instante en un prodigio
de inédita sintaxis que no puedo
llamar con otro nombre distinto del de amor.
Y afirmo lo contrario.
Que nunca las palabras bastarán
para dejar constancia de las cosas
que puede un hombre amar y, de hecho, ama.
Que está la vida fuera de estas líneas.
Que, si jamás deseo alguno me brotase
de decir lo que aquí digo, seguiría
viviendo en lo que aquí no he pronunciado,
amando en lo que aquí no halla lenguaje
ni quiero que lo halle por si un día
quisierais encontrarme entre mis nombres.
La vida es tan hermosa porque nada
la puede hacer hablar si ella no quiere.
Vivir es siempre más que darse cuenta.
Amor es siempre amor porque no sabe
de amor quien no se pierde en el distinto
misterio de otra carne incomprensible.
Y necio yo sería si pensara
que porque un día mis palabras engendraron
amor,
amé yo más,
vivir,
tuve la vida.
Antonio Praena
GRAFITI
¿Quién sostiene este mundo?
No son los tipos como yo,
trajeados, erguidos y con clase.
Quizás esas mujeres con carritos de rafia
que son feas y gordas
y visten chaquetitas con pelusas.
Quizás las que consuelan los peores
25 minutos en la vida
de alguien que ignoramos:
“Dios es negra”
he visto en un grafiti sobre el muro
de un solar de desguace. Me he reído:
si vamos a ponernos trascendentes,
añadamos que es calva y que está en paro.
Ya lo dijo Aristóteles:
no siempre la verdad resulta bella.
Pero Aristóteles no existe.
Tan sólo es un consuelo de afligidos,
un invento de Grecia.
Antonio Praena
OCCIDENTE
Te sentiste segura de tu belleza y fornicaste
y te prostituiste con el primero que pasaba
Ez 16,15
Esto también es el final de la historia.
También yo soy testigo de mi tiempo,
un alma colectiva, tan solo que sin drama.
Todos vosotros estáis muertos
en medio de esta orgía inacabable,
porque nadie os espera
al final de la noche.
Al final de la noche
no hay lucero del alba;
somos sus asesinos y apuramos sus restos
mientras perdura la luz muerta
de esa estrella que antaño
trazó el camino de los hombres
en pos de la sabiduría
y la resurrección.
Mis vicios os espantan
para salvar en este espanto
vuestras falaces existencias.
Yo, al menos, he rociado mi simiente
sobre las ruinas de la historia.
No sois mejores que yo,
por más que habléis de cosas muy hermosas,
pues del amor todas las lenguas hablan,
pero el amor siente vergüenza.
No sois tampoco más humanos
por más que habléis del hombre,
porque el hombre no existe:
vosotros lo azotasteis: ecce homo.
Soy yo quien os acusa
con su sangre en mi boca,
pues yo lo he conocido
pero elegí ser arte.
Sólo él puede juzgarnos
a vosotros y a mí.
Yo, al menos, seré joven y atractivo
cuando reciba la sentencia
vistiendo mocasines italianos
y corbata de seda.
Tan sólo de sus labios el decreto
que yo, que he sido fiel a lo que he sido,
celebraré triunfante
contando los segundos que se extienden
entre el final y el final
en un Rolex de oro.
Tan sólo a él la gloria
de quien supo el alcance de su muerte
sobre todos los muertos.
Mil años de pecado
son a sus ojos un instante,
una ausencia sagrada.
Antonio Praena
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