Edgardo Dobry

En el encierro

Venido temprano a otros asuntos y ya
el balance es neutro de entradas
a casa, salidas desde que empezó.

Palabras cuya parte sumergida está en el cielo,
eso sea dado y lo que no puede callarse
hay que decir (conviene hablar).

Espectro recorrido por las habitaciones:

los gatos silvestres miran con rencor
desde el otro lado del cristal, bajo lluvia,
confundidos por el pienso y sueño
y un prolongado crujir de cervicales.

Anoche
entraba a la cocina y vi a mi madre:
“¿por qué llorás?”/“¿No ves que estoy
pelando remolachas?”/“Pero es la cebolla
lo que hace llorar, mami”/“Ah, cuando
estás muerta también te hace
llorar la remolacha”.

O también: anoche estaba…
y entra mi madre a la cocina:
“qué fuerte sos, ahora ya no llorás”;
“mami, son remolachas, no cebollas”,
“ah, me había olvidado de que,
estando vivo, solo la cebolla hace llorar”.

Edgardo Dobry




Hacia una lógica del festejo

El día en que Argentina le ganó a Nigeria,
J. y su hijo J. se unieron al repentino
festejo en el Monumento a la Bandera.

Al final de la semana se jugaba
la eliminatoria contra Francia. J. y su hijo J.
se pintaron guiones celeste y blanco,
mandaron iconos de euforia y optimismo.

Argentina perdió y, en un rincón del living,
J. escondía la cabeza entre los brazos.
J. (hijo) preguntó por qué no iban al Monumento:

le resultaba incomprensible que,
con lo lindo que es festejar,
solo esté bien visto si se gana.

Edgardo Dobry





Llega la tormenta

El viento hace de casa una ocarina:
toca a la vez la entera escala; ¿afina?

Que vaya al fin del cielo el astronauta,
yo: vivo encerrado en una flauta.

Edgardo Dobry




Para una teoría del consuelo

Debes saberlo, libro: aquí abajo
no habrá para ti premio hoy en día;
cuando el hombre suspira todavía
nadie aprecia virtud en su trabajo.

En el 3000, del verso embelesado,
irá uno a ver el Paraná corriente
y ante esa orilla pensará que miente
quien diga: “¡Acá, el Poeta fue alumbrado!”.

Ten coraje, mi libro: aunque preciosa
la voz del bardo en bata suena odiosa;
cuando él no esté lo juzgarán divino.

¿A quién no ha mancillado la perfidia
que embarra los baches del camino?
Solo el laurel postrero es sin envidia.

Edgardo Dobry










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