Eduardo Galeano El libro de los abrazos




El mundo
 
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
El mundo es eso —reveló— un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 2
 
 
 
La función del arte /1
 
Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura. Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: —¡Ayúdame a mirar!
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 3
 
 
 
La pasión de decir /2
 
Ese hombre o mujer, está embarazado de mucha gente. La gente se le sale por los poros. Así lo muestran en figuras de barro, los indios de Nuevo México: el narrador, el que cuenta la memoria colectiva, está todo brotado de personitas.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 4
 
 


La casa de las palabras
 
A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.
En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul de mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 4
 
 
 
Tomada del libro de Liz Greene Los estudios de Jung en Astrología
 
 Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 2
 


 
La función del lector /2

Era el medio siglo de la muerte de César Vallejo, y hubo celebraciones. En España, Julio Vélez organizó conferencias, seminarios, ediciones y una exposición que ofrecía imágenes del poeta, su tierra, su tiempo y su gente.
Pero en esos días Julio Vélez conoció a José Manuel Castañón; y entonces todo homenaje le resultó enano.
José Manuel Castañón había sido capitán en la guerra española. Peleando por Franco había perdido una mano y había ganado algunas medallas.
Una noche, poco después de la guerra, el capitán descubrió por casualidad, un libro prohibido. Se asomó, leyó un verso, leyó dos versos y ya no pudo desprenderse. El capitán Castañón, héroe del ejército vencedor, pasó toda la noche en vela, atrapado, leyendo y releyendo a César Vallejo, poeta de los vencidos. Y al amanecer de esa noche, renunció al ejército y se negó a cobrar ni una peseta más del gobierno de Franco.
Después, lo metieron preso; y se fue al exilio.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 5



 
Celebración de la voz humana /1

Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 6
 


 
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 6
 


 
El lenguaje del arte

El Chinolope vendía diarios y lustraba zapatos en La Habana. Para salir de pobre, se marchó a Nueva York.
Allá, alguien le regaló una vieja cámara de fotos. El Chinolope nunca había tenido una cámara en las manos, pero le dijeron que era fácil:
Tú miras por aquí y aprietas allí.
Y se echó a las calles. Y a poco andar escuchó balazos y se metió en una barbería y alzó la cámara y miró por aquí y apretó allí.
En la barbería habían acribillado al gangster Joe Anastasia, que se estaba afeitando, y esa fue la primera foto de la vida profesional de Chinolope.
Se la pagaron una fortuna. Esa foto era una hazaña. El Chinolope había logrado fotografiar la muerte. La muerte estaba allí: no en el muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 7
 
 


Los nadies

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 27
 
 
El hambre /2

Un sistema de desvínculo: El buey solo bien se lame.
El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 31
 
 

Amares

Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita caliente que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía, hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada. Allí se quedaba, aquella bolita que éramos ella y yo; y desde el fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo. Nos asomábamos a duras penas a través del tupido follaje, de las lechugas, los ramajes de apio y el bosque del perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban navegando en lo más lejos de la noche.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 32
 
 



Teología /3

Fe de erratas: donde el antiguo testamento dice lo que dice, debe decir lo que quizá me ha confesado su principal protagonista:
Lástima que Adán fuera tan bruto. Lástima que Eva fuera tan sorda. Y lástima que yo no supe hacerme entender.
Adán y Eva eran los primeros seres humanos que de mi mano nacían, y reconozco que tenían ciertos defectos de estructura, armado y terminación. Ellos no estaban preparados para escuchar, ni para pensar. Y yo… bueno, quizá yo no estaba preparado para hablar. Antes de Adán y Eva, nunca había hablado con nadie. Yo había pronunciado bellas frases, como «Hágase la luz», pero siempre en soledad. Así que aquella tarde, cuando me encontré con Adán y Eva a la hora de la brisa, no fui muy elocuente. Me faltaba práctica.
Lo primero que sentí fue asombro. Ellos acababan de robar la fruta del árbol prohibido, en el centro del paraíso. Adán había puesto cara de general que viene de entregar la espada y Eva miraba al suelo, como contando hormigas. Pero los dos estaban increíblemente jóvenes y bellos y radiantes. Me sorprendieron. Yo los había hecho: pero no sabía que el barro podía ser luminoso.
Después, lo reconozco, sentí envidia. Como nadie puede darme órdenes, ignoro la dignidad de la desobediencia. Tampoco puedo conocer la osadía del amor, que exige dos. En homenaje al principio de autoridad, me aguanté las ganas de felicitarlos por haberse hecho súbitamente sabios en pasiones humanas.
Entonces, vinieron los equívocos. Ellos entendieron caída donde yo hablé de vuelo. Creyeron que un pecado merece castigo si es original. Dije que peca quien desama: entendieron que peca quien ama. Donde anuncié pradera de fiesta, ellos entendieron valle de lágrimas. Dije que el dolor era la sal que daba gustito a la aventura humana: entendieron que los estaba condenando al otorgarle la gloria de ser mortales y loquitos. Entendieron todo al revés. Y se lo creyeron.
Últimamente ando con problemas de insomnio. Desde hace algunos milenios, me cuesta dormir. Y dormir me gusta, me gusta mucho, porque cuando duermo, sueño. Entonces me hago amante o amanta, me quemo en el fuego fugaz de los amores de paso, soy cómico de la legua, pescador de alta mar o gitana adivinadora de la suerte: del árbol prohibido devoro hasta las hojas y bebo y bailo hasta rodar por los sueños…
Cuando despierto, estoy solo. No tengo con quien jugar, porque los ángeles me toman tan en serio, ni tengo a quien desear. Estoy condenado a desearme a mí mismo. De estrella en estrella ando vagando, aburriéndome en el universo vacío. Me siento muy cansado, me siento muy solo. Yo estoy solo, yo soy solo, solo por toda eternidad.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 34
 
 
La noche /2

Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 36
 
 


La noche /3

Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 36
 


 
Mapamundi /1
El sistema:
Con una mano roba lo que con la otra presta.
Sus víctimas:
Cuanto más pagan, más deben.
Cuanto más reciben, menos tienen.
Cuanto más venden, menos cobran.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 41
 
 
El socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 41
 
 


Mapamundi /2

Al sur, la represión. Al norte, la depresión.
No son pocos los intelectuales del norte que se casan con las revoluciones del sur por el puro placer de enviudar. Prestigiosamente lloran, lloran a cántaros, lloran a mares, la muerte de cada ilusión; y nunca demoran demasiado en descubrir que el socialismo es el camino más largo para llegar del capitalismo al capitalismo.
La moda del norte, moda universal, celebra el arte neutral y aplaude a la víbora que se muerde la cola y la encuentra sabrosa. La cultura y la política se han convertido en artículos de consumo. Los presidentes se eligen por televisión, como los jabones, y los poetas cumplen una función decorativa. No hay más magia que la magia del mercado, ni más héroes que los banqueros.
La democracia es un lujo del norte. Al sur se le permite el espectáculo, que eso no se le niega a nadie. Y a nadie molesta mucho, al fin y al cabo, que la política sea democrática, siempre y cuando la economía no lo sea. Cuando cae el telón, una vez depositados los votos en las urnas, la realidad impone la ley del dinero. Así lo quiere el orden natural de las cosas. En el sur del mundo, enseña el sistema, la violencia y el hambre no pertenecen a la historia, sino a la naturaleza, y la justicia y la libertad han sido condenadas a odiarse entre sí.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 41
 
 
La desmemoria /2

El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que no pueda ocultar la basura de la memoria.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 42
 

 
El miedo Una mañana, nos regalaron un conejo de indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 42
 


 
Celebración de las bodas de la razón y el corazón

¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón.
Sabios doctores de Ética y Moral han de ser los pescadores de la costa colombiana, que inventaron la palabra sentipensante para definir el lenguaje que dice la verdad.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 45
 



 
Celebración de las contradicciones /2

Desatar las voces, desensoñar los sueños: escribo queriendo revelar lo maravilloso, y descubro lo real maravilloso en el exacto centro de lo real horroroso de América.
En estas tierras, la cabeza del Dios Eleggúa lleva la muerte en la nuca y la vida en la cara. Cada promesa es una amenaza; cada pérdida un encuentro. De los miedos nacen los corajes; y de las dudas las certezas. Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón.
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La identidad no es una pieza de museo, quietecita en la vitrina, sino la siempre asombrosa síntesis de las contradicciones nuestras de cada día.
En esa fe, fugitiva, creo. Me resulta la única fe digna de confianza, por lo mucho que se parece al bicho humano, jodido pero sagrado, y a la loca aventura de vivir en el mundo.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 46
 
 


Paradojas

Si la contradicción es el pulmón de la historia, la paradoja ha de ser, se me ocurre, el espejo que la historia usa para tomarnos el pelo.
Ni el propio hijo de Dios se salvó de la paradoja. Él eligió para nacer, un desierto subtropical donde jamás ha nevado, pero la nieve se convirtió en un símbolo universal de la navidad desde que Europa decidió europear a Jesús. Y para más inri, el nacimiento de Jesús es, hoy por hoy, el negocio que más dinero da a los mercaderes que Jesús había expulsado del templo.
Napoleón Bonaparte, el más francés de los franceses, no era francés. No era ruso José Stalin, el más rusos de los rusos; y el más alemán de los alemanes, Adolfo Hitler había nacido en Austria. Margherita Sarfatti, la mujer más amada por el antisemita Mussolini, era judía. José Carlos Mariátegui, el más marxista de los marxistas latinoamericanos, creía fervorosamente en Dios. El Che Guevara había sido declarado completamente inepto para la vida militar por el ejército argentino.
De manos de un escultor llamado Aleijadinho, que era el más feo de los brasileños, nacieron las más altas hermosuras del Brasil. Los negros norteamericanos, los más oprimidos, crearon el jazz, que es la más libre de las músicas. En el encierro de la cárcel fue concebido Don Quijote, el más andante de los caballeros. Y para colmo de paradojas, Don Quijote nunca dijo su frase más célebre. Nunca dijo: ladran sancho, señal que cabalgamos.
«Te noto nerviosa», dice el histérico. «Te odio», dice la enamorada. «No habrá devaluación» dice, en vísperas de devaluación, el ministro de Economía. «Los militares respetan la Constitución», dice en vísperas del golpe de estado el ministro de Defensa.
En su guerra contra la revolución sandinista, el gobierno de los Estados Unidos coincidía, paradógicamente con el Partido Comunista de Nicaragua. Y paradójicas habían sido, al fin y al cabo, las barricadas sandinistas durante la dictadura de Somoza: las barricadas que cerraban la calle, abrían el camino.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 47
 
 


El sistema /1

Los funcionarios no funcionan.
Los políticos hablan pero no dicen.
Los votantes votan pero no eligen.
Los medios de información desinforman.
Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.
Los jueces condenan a las victimas.
Los militares están en guerra contra sus compatriotas.
Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente está al servicio de las cosas.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 48
 


 
La cultura del terror /2

La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad, la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo.
Los derechos humanos tendrían que empezar por casa —me comenta, en Chile, Andrés Domínguez.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 54
 
 


La cultura del terror /6

Pedro Algorta, abogado, me mostró el gordo expediente del asesinato de dos mujeres. El doble crimen había sido a cuchillo, a fines de 1982, en un suburbio de Montevideo.
La acusada, Alma Di Agosto, había confesado. Llevaba presa más de un año; y parecía condenada a pudrirse de por vida en la cárcel.
Según es costumbre, los policías la habían violado y la habían torturado. Al cabo de un mes de continuas palizas, le habían arrancado varias confesiones. Las confesiones de Alma Di Agosto no se parecían mucho entre sí, como si ella hubiera cometido el mismo asesinato de muy diversas maneras. En cada confesión había personajes diferentes, pintorescos fantasmas sin nombre ni domicilio, porque la picana eléctrica convierte a cualquiera en un fecundo novelista; y en todos los casos la autora demostraba tener la agilidad de una atleta olímpica, los músculos de una fuerzuda de feria y la destreza de una matadora profesional. Pero lo que más sorprendía era el lujo de detalles: en cada confesión, la acusada describía con precisión milimétrica ropas, gestos, escenarios, situaciones, objetos…
Alma Di Agosto era ciega.
Sus vecinos, que la conocían y la querían, estaban convencidos de que ella era culpable:
¿Por qué? —preguntó el abogado.
Porque lo dicen los diarios.
Pero los diarios mienten —dijo el abogado.
Es que también lo dice la radio —explicaron los vecinos—. ¡Y la tele!
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 56
 
 


La televisión /2

La televisión, ¿muestra lo que ocurre?
En nuestros países, la televisión muestra lo que ella quiere que ocurra; y nada ocurre si la televisión no lo muestra.
La televisión, esa última luz que te salva de la soledad y de la noche, es la realidad. Porque la vida es un espectáculo: a los que se portan bien, el sistema les promete un cómodo asiento.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 57
 


 
Debajo de la aparente estupidez, hay verdadera estupidez.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 59
 
 


Celebración de la desconfianza

El primer día de clase, el profesor trajo un frasco enorme:
Esto está lleno de perfume —dijo a Miguel Brun y a los demás alumnos—. Quiero medir la percepción de cada uno de ustedes. A medida que vayan sintiendo el olor, levanten la mano.
Y destapó el frasco. Al ratito nomás, ya había dos manos levantadas. Y luego cinco, diez, treinta, todas las manos levantadas.
¿Me permite abrir la ventana, profesor? —suplicó una alumna, mareada de tanto olor a perfume, y varias voces le hicieron eco. El fuerte aroma que pesaba en el aire, ya se había hecho insoportable para todos.
Entonces el profesor mostró el frasco a los alumnos, uno por uno. El frasco estaba lleno de agua.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 59
 
 


La cultura del terror /7

El colonialismo visible te mutila sin disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser. El colonialismo invisible, en cambio, te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 60
 
 


La alineación /2

Creen los que mandan que mejor es quien mejor copia. La cultura oficial exalta las virtudes del mono y del papagayo. La alineación en América latina: un espectáculo de circo. Importación, impostación: nuestras ciudades están llenas de arcos de triunfos, obeliscos y partenones. Bolivia no tiene mar, pero tiene almirantes disfrazados de lord Nelson. Lima no tiene lluvia, pero tiene techos a dos aguas y canaletas. En Managua, una de las ciudades más calientes del mundo, condenada al hervor perpetuo, hay mansiones que ostentan soberbias estufas de leña, y en las fiestas de Somoza las damas de sociedad lucían estolas de zorro plateado.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 61
 
 

Nombres /2

Arturo Alape me cuenta que Manuel Marulanda Vélez, el famoso guerrillero colombiano no se llamaba así. Hace cuarenta años, cuando se alzó, él se llamaba Pedro Antonio Marín. Por entonces, Marulanda era otro: negro de piel, grandote de tamaño, albañil de oficio y zurdo de ideas. Cuando los policías golpearon a Marulanda hasta matarlo, sus compañeros se reunieron en asamblea y decidieron que Marulanda no se podía acabar. Por unanimidad le dieron el nombre a Marín, que desde entonces lo lleva.
También el mexicano Pancho Villa llevaba el nombre de un amigo que le mató la policía.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 62
 
 


El pintor japonés Hokusai cambió de nombre sesenta veces por celebrar sus sesenta nacimientos.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 64
 


 
La máquina de retroceder

A principios del siglo veinte, el Uruguay era un país del siglo veintiuno. A fines del siglo veinte, el Uruguay es un país del siglo diecinueve.
En el reino del aburrimiento, las buenas costumbres prohíben todo lo que la rutina no impone. Los hombres sueñan con jubilarse y las mujeres sueñan con casarse.
Los jóvenes, culpables del delito de ser jóvenes, sufren pena de soledad o destierro, a menos que puedan probar que son viejos.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 64
 


 
La pálida

Mis certezas desayunan dudas. Y hay días en que me siento extranjero en Montevideo y en cualquier otra parte. En esos días, días sin sol, noches sin luna, ningún lugar es mi lugar y no consigo reconocerme en nada, ni en nadie. Las palabras no se parecen a lo que nombran y ni siquiera se parecen a su propio sonido. Entonces no estoy donde estoy. Dejo mi cuerpo y me voy, lejos, a ninguna parte, y no quiero estar con nadie, ni siquiera conmigo, y no tengo, ni quiero tener, nombre ninguno entonces pierdo las ganas de llamarme o ser llamado.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 64
 
 


El sistema /2

Tiempo de los camaleones: nadie ha enseñado tanto a la humanidad como estos humildes animalitos.
Se considera culto a quien bien oculta, se rinde culto a la cultura del disfraz. Se habla el doble lenguaje de los artistas del disimulo. Doble lenguaje, doble contabilidad, doble moral: una moral para decir, otra moral para hacer. La moral para hacer se llama realismo.
La ley de la realidad es la ley del poder. Para que la realidad no sea irreal, nos dicen los que mandan, la moral ha de ser inmoral.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 67
 
 


En el río de la Plata, llamamos bobo al corazón. Y no porque se enamora; lo llamamos bobo por lo mucho que trabaja.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 68
 
 


Yo acababa de llegar a Buenos Aires. No había avisado a los amigos. Quería que los encuentros ocurrieran sin hacerlos.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 72
 


 
Y así anduve un tiempo, doliendo olvidos, buscando lugares y personas que no encontré, o no supe encontrar; y finalmente crucé el río, el río-mar, y entré en el Uruguay. Los generales uruguayos tenían todo el poder, ya casi yéndose, ya casi en los adioses de los tiempos del terror: yo entré cruzando los dedos. Y tuve suerte. Y caminando las calles de la ciudad donde nací, la fui reconociendo, y sentí que volvía sin haberme ido; Montevideo, que duerme su eterna siesta sobre las suaves colinas de la costa, indiferente al viento que la golpea y la llama: Montevideo, aburrida y entrañable, que en el verano huele a pan y en invierno a humo. Y supe que yo andaba queriendo querencia, y que había llegado la hora del fin del exilio. Después de mucha mar, nada el salmón en busca de su río, y lo encuentra y lo remonta, guiado por el olor de las aguas, hasta el arroyo de su origen.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 73
 


 
Y nada tenía de malo, y nada tenía de raro, que se me hubiera roto el corazón de tanto usarlo.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 75
 
 


El exorcismo

Rosario, la hechicera andaluza, llevaba muchos años peleando contra los demonios. El peor de los satanases había sido su suegro. Este malvado había muerto acostado en la cama, la noche que exclamó: ¡Me cago en dios! y el crucifijo de bronce se desprendió de la pared y le partió el cráneo.
Rosario se ofreció a desdiablarnos. Nos tiró a la basura nuestra bella máscara mexicana de Lucifer y desparramó una humareda de ruda, mejorana y laurel bendito. Después clavó en la puerta una herradura con las puntas hacia afuera, colgó algunos ajos y derramó, aquí y allá puñaditos de sal y montones de fe.
Al mal tiempo, buena cara y a las hambres, guitarrazos —dijo.
Y dijo que ahora nos tocaba a nosotros, porque la suerte no ayuda si uno no la ayuda a ayudar.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 76
 
 


Dicen las paredes /4

En pleno centro de Medellín:
La letra con sangre entra.
Y abajo, firmado:
Sicario alfabetizador.
En la ciudad uruguaya de Melo:
Ayude a la policía: Tortúrese.
En un muro de Masatepe, en Nicaragua, poco después de la caída de la Dictadura de Somoza:
Se morirán de nostalgia, pero no volverán.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 79
 


 
Le propuse que formuláramos juntos el marxismo mágico: mitad razón, mitad pasión y una tercera mitad de misterio.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 85
 


 
Celebración de la amistad /1
En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave; pana por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por…
Llave por llave —me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 93
 


 
Celebración de la amistad /1

En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.
En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave; pana por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por…
Llave por llave —me dice Mario Benedetti.
Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 94
 
 


Habíamos comido miedo al desayuno, miedo al almuerzo y a la cena, miedo; pero no habían logrado convertirnos en ellos.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 100
 


 
A veces, la Abuela viene a verme en sueños. Yo camino al borde de un río y ella es un pez que me acompaña deslizándose, suave, suave, por las aguas.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 105
 


 
La fiesta

Estaba suave el sol, el aire limpio y el cielo sin nubes.
Hundida en la arena, humeaba la olla de barro. En el camino de la mar a la boca, los camarones pasaban por las manos de Zé Fernando, maestro de ceremonias, que los bañaba en agua bendita y sal y cebollas y ajo.
Había buen vino. Sentados en rueda, los amigos compartíamos el vino y los camarones y la mar que se abría, libre y luminosa, a nuestros pies.
Mientras ocurría, esa alegría estaba siendo ya recordada por la memoria y soñada por el sueño. Ella no iba a terminarse nunca, y nosotros tampoco, porque somos todos mortales hasta el primer beso y el segundo vaso, y eso lo sabe cualquiera, por poco que sepa.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 105
 
 


La ventolera

Silba el viento dentro de mí.
Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.
 
Eduardo Galeano
El libro de los abrazos, página 107
 













 
 

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