EL IMPACIENTE
El impaciente crea la calma. El impaciente se fuga espacio adentro y tiempo adentro. Va y regresa desde la hondura hasta la superficie de sí mismo. Mueve nervioso las manos y los pies de nadador en seco. El impaciente que no fuma, camina. Es el buzo caminante de pasillo afuera de todas las salas. Está confinado en su sangre, en su respiración vertiginosa. Asciende ahora la gran cuesta de la espera. La montaña sin salientes, lisa como un cono de plomo. Es el alpinista que va por un café. La máscara de oxígeno comienza a fallarle, se ahoga en el aire de los otros. Los otros conversan como peces muertos, como aves muertas, de los que solo resucita la boca. El impaciente aguarda por la extirpación de las amígdalas hipertrofiadas de su hija. Una operación sencilla. Una recuperación molesta. Resulta mejor a esa edad. Resulta mejor la impaciencia a esa edad. Todo resulta mejor a esa edad. El impaciente crea la grieta, el páramo sembrado de muertos, el fondo marino, la torre volante. El impaciente crea la calma como tierra prometida: puede verla, pero no habitarla. En la calma los otros se sientan y leen. Leen calmadamente como cirujanos en su descanso. El impaciente se pregunta cómo logran leer.
Sergio García Zamora
EL PACIENTE
Qué ha sido mi vida,
sino la vida de un tonto en su cama de hierro.
Sería tan feliz como el mundo
si el mundo no fuese el gran hospital.
Lo épico son estas bandejas
repletas de frascos y jeringuillas.
Lo épico es el olor a cloroformo.
Converso conmigo como un paciente sin visita.
Detesto la buena salud de las sombras
porque será siempre la obra del sol.
No quiero una tos
de la que no pueda morirme.
Aspiro a la fiebre.
Qué ha sido mi vida,
sino la vida de un tonto, un tonto heroico
sobre la mesa de amputaciones.
Como mi brazo no era mi brazo, lo corté.
Como mi pierna no era mi pierna, la corté.
Ahora puedo tomar lo que yo quiera.
Ahora puedo viajar a donde yo quiera.
Ay del brazo y ay de la pierna
de los que solo saben apretar el torniquete.
Ay de los que prefieren la podredumbre
antes que la libertad del tajo.
Ay de los mutilados sin mutilación
que asisten a compadecernos.
Qué ha sido mi vida,
sino la vida de un tonto en su silla de ruedas.
Me han llevado a pasear por los jardines,
por los jardines de un manicomio.
Dime que ha llegado la hora de levantarme,
la hora de ponerme de pie
como el Auriga de Delfos,
como el joven vencedor de las cuadrigas.
Este es el nuevo carro de fuego.
Dime que tirarás de mí, Poesía,
que no volverán a empujarme,
que no volverán a conducirme
espíritus más débiles que el mío.
Sergio García Zamora
EL TRISTE Y EL ENTRISTECIDO
El triste nació triste y va a morirse feliz en su tristeza. Lo penoso es el entristecido. En qué dictadura o cumpleaños agarró esa mala gripe. Una gripe igual a la salud del triste. El triste es toda secreción. Lagrimea. Tiene un nudo gordiano en la garganta. Para desatarlo el triste se degüella. Entonces dicen que es un cobarde por degollarse, pero es solo un triste. O un triste cobarde. El entristecido, en cambio, tiene los ojos de la fiebre. Las lágrimas se le evaporan. Todo en él es desierto y frialdad de desierto. El entristecido no se degüella, sino que tiene familia. Trabaja, hace las compras, lee el diario triste de los entristecidos. Lee la tristísima noticia de un suicidio. El triste suele ser rico y el entristecido suele ser pobre. Se paran uno frente al otro y solo ven un espejo. El triste dice que él se parece al mundo. Pero todos saben que el mundo se parece al entristecido.
Sergio García Zamora
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