La metamorfosis del Pedro de los Evangelios al de los Hechos
de los Apóstoles es sobrecogedora: el hombre irreflexivo, tornadizo y débil que
semanas antes se estremece de miedo ante la criada y jura que no conoce a Jesús
para no ser apresado como él, le reafirma ahora alto y claro con valentía ante
millares de personas el día de Pentecostés, aun a riesgo de su propia vida:
«Tenga, pues, por cierto, toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y
Mesías a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2, 36). El Pedro
timorato y espantadizo se transforma así, finalmente, en el adalid de los
intrépidos.
 
José María Zavala
Los Doce, página
22
 
 
Andrés es el primero de los Apóstoles que recibe la llamada
para seguir a Jesús, razón por la cual la liturgia de la Iglesia bizantina
sigue honrándole hoy con el apelativo de Protóklitos (El Protóclito), que
significa «el primer llamado».
 
José María Zavala
Los Doce, página 33
 
 
Los evangelistas mencionan de modo particular el nombre de
Andrés tan solo en tres ocasiones, además de la escena en el Jordán que
acabamos de contemplar, lo cual resulta paradójico si se tiene en cuenta, como
ya sabemos, que su nombre ocupa el segundo lugar en importancia en la relación
de los Doce, solo por detrás de su hermano. Tampoco se relata ningún hecho
suyo, ni se posee una sola carta escrita por él; al contrario que Pedro, de
quien se conservan dos epístolas integradas en el Nuevo Testamento.
 
José María Zavala
Los Doce, página 34
 
 
A Santiago, o más bien a España, le cabe el honor de tener
como patrón a este gran apóstol, a quien ya desde el siglo XII se le representa
casi siempre como peregrino, con su esclavina, su escarcela y su bordón. Es, de
hecho, el primer apóstol que peregrina a la Casa del Señor y el primero en
beber de su cáliz.
 
José María Zavala
Los Doce, página 65
 
 
Juan, hermano de Santiago el Mayor, hace honor a su nombre
hebreo, que significa «el Señor ha dado su gracia». Estamos ante la segunda
personalidad más relevante del Colegio Apostólico, a quien Agustín de Hipona
compara con un monte: «Montes son las almas grandes», escribe el santo. Pablo
también lo alaba refiriéndose a él como a una de «las columnas de la Iglesia».
En las Actas gnósticas de San Juan, que datan de la segunda mitad del siglo II,
aparece por primera vez una imagen del apóstol Juan que seduce espiritualmente
a Licomedes, gran devoto suyo. En la liturgia se le honra con estas palabras:
«Valde honorandus est beatus Johannes» («Muy digno de honor es san Juan»). En
el siglo IV se le otorga ya el título de El Teólogo, y la tradición le concede
como símbolo el águila intrépida capaz de volar muy alto, a diferencia de las
aves de corral. Un águila recia y valerosa que echa por tierra esa imagen un
tanto afeminada que la iconografía ramplona nos ha dejado de él y que nada
tiene que ver con la visión de Jesús, quien mejor le conoce, cuando decide
apodarle Hijo del Trueno, como a su hermano Santiago. Por algo será…
 
José María Zavala
Los Doce, página 67
 
 
Juan, como ya hemos mencionado antes, es también testigo
ocular y privilegiado de otro de los momentos cumbre en la vida de Jesús.
Permanece inmóvil allá arriba, en el Gólgota, al pie de la Cruz donde Jesús
exhala su último suspiro, no sin antes escuchar de labios de su Maestro un
último y trascendental encargo con un significado universal, el cual refiere él
mismo en su Evangelio con la modestia y el disimulo que le caracterizan al
autodenominarse como el «discípulo a quien amaba» Jesús: Estaban junto a la
Cruz de Jesús —narra Juan— su Madre y la hermana de su Madre, María la de
Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien
amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: «Mujer, he ahí a tu hijo». Luego dijo
al discípulo: «He ahí a tu Madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió
en su casa (Jn 19, 25-27). Desde aquel mismo instante, Jesús otorga a María
como madre a todos los hombres, simbolizando esa generosa entrega en su
«discípulo amado» Juan. Y al ofrecerla como madre de la humanidad entera, Él
mismo se convierte en hermano de todos. He aquí la grandeza de ese mensaje
universal que antes señalábamos.
 
José María Zavala
Los Doce, página 78
 
 
Pero, antes de proseguir, vale la pena hacer un inciso para
responder a esta delicada cuestión: ¿Muere en realidad la Virgen María, o
afirmar eso atenta contra el dogma de su Asunción a los Cielos proclamado por
el papa Pío XII en 1950? Con su característica finura y cautela, el romano
pontífice deja a los teólogos que diriman sobre esa controvertida cuestión. Él
solo dice que, «cumplido el curso de su vida terrena», se produce su Asunción.
Por tanto, asegurar que María de Nazaret muere es perfectamente compatible con
el dogma establecido por la Iglesia católica.
 
José María Zavala
Los Doce, página 80
 
 
La vidente Ana Catalina Emmerich afirma que la Virgen muere
en su casa de Éfeso, donde vive con Juan. La describe como una mujer mayor,
pero sin los síntomas físicos de la vejez. En sus visiones la contempla sin
arrugas en el rostro ni en la frente, aunque con el semblante algo desmejorado
y enflaquecido. Transcurridos ya tres años en el retiro de Éfeso, la ve partir
acompañada por Juan a Jerusalén, donde regresa al huerto de los Olivos, al
Calvario y al Santo Sepulcro.
 
José María Zavala
Los Doce, página 80
 
 
Sobre Juan se han propalado todo tipo de leyendas, una de
las cuales asegura que se llega a tender él solo en su sepulcro en cuanto
siente que llega el momento de su muerte. Un cuadro de Lucas Cranach el Viejo,
pintor y grabador alemán, representa con asombroso realismo la autosepultura
del apóstol.
 
José María Zavala
Los Doce, página 87
 
 
Juan muere siendo emperador Trajano (98-117), probablemente
en el año 104, cuando es ya un anciano centenario y han transcurrido alrededor
de setenta años desde la Resurrección del Señor. La longevidad, en su caso, es
un don de Dios. Hasta tal punto se interpreta así que su ancianidad da pie a la
suposición de su inmortalidad.
 
No en vano, entre sus fieles corre de boca en boca la frase
pronunciada por el mismo Jesús, cuando predice a Pedro su muerte violenta.
Movido por su gran afecto a Juan, El Príncipe de los Apóstoles le pregunta: «¿Y
qué le sucederá a este, Señor?». Jesús le contesta, rotundo: «Si yo quiero que
él siga viviendo hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa?».
 
Para evitar la confusión, Juan añade al final de su vida un
apéndice en su Evangelio: «No dijo Jesús: “No morirá”, sino: “Si yo quiero que
quede hasta que yo vuelva, ¿a ti qué te importa?”». Es decir, que la palabra de
Jesús, como siempre, se cumple y Juan sobrevive a todos los Apóstoles.
 
Sobre Juan se han propalado todo tipo de leyendas, una de
las cuales asegura que se llega a tender él solo en su sepulcro en cuanto
siente que llega el momento de su muerte. Un cuadro de Lucas Cranach el Viejo,
pintor y grabador alemán, representa con asombroso realismo la autosepultura
del apóstol. Tras ofrecer por última vez el Santo Sacrificio, se ve descender a
Juan hasta su propio sepulcro con paso vacilante y mirada nostálgica, rumiando
seguramente por dentro el mismo anhelo con que concluye su Apocalipsis: «¡Ven,
Señor Jesús!».
 
Su sepultura en Éfeso queda atestiguada por el obispo
Polícrates hacia el año 190. Al parecer, su tumba se abre en tiempos del
emperador Constantino con el propósito de edificar sobre ella una nueva
iglesia. Pero no hallan entonces más que un poco de polvo, de donde surge otra
infundada leyenda según la cual Juan es llevado también a los Cielos en cuerpo
mortal, a imagen y semejanza de la Virgen María.
 
La Iglesia latina celebra su festividad el 27 de diciembre,
a los dos días de la Navidad. El nombre de Juan, que significa «Dios está lleno
de gracia» o «Dios es misericordioso», empieza a extenderse como nombre de pila
en el siglo V y hoy es uno de los más comunes del mundo.
 
El pintor flamenco Rubens le retrata con un cáliz en la
mano. Otra leyenda asegura, en este sentido, que el gran sacerdote de la diosa
helena Artemisa (Diana, para los romanos) en Éfeso da a beber al apóstol un
cáliz envenenado para probar si es verdadera la religión que con tanto celo
predica. Juan lo toma y bendice, y en ese mismo instante sale de su interior
una serpiente. En el hermoso cuadro de Rubens se representa la copa sagrada sin
la serpiente. Se trata, a fin de cuentas, del cáliz que tantas veces bebe Juan
a lo largo de su vida repleta de trabajos y fatigas, pero, sobre todo, de amor
incondicional a Cristo.
 
José María Zavala
Los Doce, página 87
 
 
Felipe hace honor al significado de su nombre griego: «Amigo
de los Caballos». En un antiguo documento titulado «Sobre la fe» atribuido a
Hipólito, considerado como el primer antipapa elegido obispo de Roma en el año
217, pero fallecido en 235 como mártir reconciliado con la Iglesia y honrado
como santo, se les otorga a todos los Apóstoles el sobrenombre de Caballos de
Dios: «Porque estos caballos —se explica— han hecho resonar como un trueno los
secretos de la salvación, llevando sobre sí al Caballero de la Palabra y
corriendo la carrera de la Verdad».
 
José María Zavala
Los Doce, página 97
 
 
 
José María Zavala
Los Doce, página
22
 
 
El nombre de Tomás deriva de la raíz hebrea ta’am, que
significa «mellizo». De hecho, Juan lo denomina en su Evangelio con el
sobrenombre de «Dídimo», que en griego quiere decir «mellizo». Sobre la
procedencia de este apelativo, Benedicto XVI asegura con rotundidad: «No se
conoce el motivo».
 
Otto Hophan pone, en su caso, el dedo en la llaga al hablar
de Tomás: «Es un apóstol con quien se comete de ordinario una injusticia: casi
siempre que se le nombra se le señala con el epíteto de El Incrédulo»,
denuncia. Y no le falta razón, pues todo el mundo lo identifica por su pecado
de incredulidad, que en el fondo esconde una traición, como con Judas
Iscariote. Pero a Pedro, pese a sus tres negaciones vergonzosas, tanto o más
que la duda de Tomás, nadie le caracteriza por ellas.
 
Para colmo de injusticias, a Tomás se le señala como patrono
de todos los incrédulos y hasta de los criticones, pero casi nadie sabe o
recuerda que muere siendo mártir y que en el Canon de la Misa y en la Letanía
de todos los santos, así como en los Hechos de los Apóstoles, se le coloca como
testigo importante de la Resurrección, por delante incluso de sus compañeros
Felipe, Bartolomé y Mateo, que le preceden en cambio en los Evangelios.
 
José María Zavala
Los Doce, página 145
 
 
Si por algo sobresale Judas Tadeo en el Colegio Apostólico
es por su singular audacia, que, en ocasiones, roza la temeridad. Como buen
galileo, no se arredra ante las dificultades y saca siempre a relucir su fuerte
carácter, que, tras los tres años de predicación junto a Jesús, logra
dulcificar al final. La única carta que nos ha legado en el Nuevo Testamento, y
que enseguida abordaremos, constituye un digno ejemplo de la persona que dice
las cosas sin complejos, con arrojo y sin importarle lo que otros piensen o
digan de él, pero sin faltar jamás a la caridad con el prójimo. Un antiguo
proverbio dice que a los judíos los mueve más el oro que el honor y que a los
galileos como Judas Tadeo, en cambio, más el honor que el oro. De ahí que, una
vez más, las comparaciones resulten odiosas, pero no menos ciertas: mientras
que Judas el traidor, oriundo de Judea, no puede librarse de esta influencia
patria y pone el dinero por encima del ideal, Judas, El Audaz, sitúa la
fidelidad y el honor antes que los denarios. Con razón, sus paisanos le motejan
El Audaz y con este sobrenombre figura en las listas de los Apóstoles.
 
José María Zavala
Los Doce, página 184
 
 
El hecho de que los restos de Simón el Cananeo pasen
prácticamente inadvertidos para los millones de personas que visitan cada año
la Basílica de San Pedro constituye otra prueba inequívoca de por qué este
discípulo se ha ganado a pulso el sobrenombre de El Desconocido. Ningún detalle
conocemos tampoco sobre su vocación. Sabemos, eso sí, que se encuentra con la
muchedumbre de los discípulos en el monte cuando el Señor escoge a los Doce.
 
José María Zavala
Los Doce, página 198
 
 
Cada vez que se habla de los Apóstoles, salen a relucir
enseguida los nombres de Pedro, Juan, Mateo o Santiago el Mayor. ¿Pero qué
sucede con Simón el Cananeo? Simón es el undécimo discípulo en las listas de
Mateo y Marcos, es decir, el penúltimo, solo por delante del traidor Judas
Iscariote. Menudo título. ¿Significa acaso ese puesto que él sea menor que los
demás? De ningún modo. Pero no es menos cierto que tampoco se sabe nada
absolutamente de su vida apostólica, ni por los Evangelios, ni por los Hechos de
los Apóstoles, ni tan siquiera por la breve carta que nos ha legado su hermano
Judas Tadeo. Un silencio sepulcral e incomprensible se extiende sobre este
discípulo olvidado.
 
José María Zavala
Los Doce, página 199
 
 
¿Y por qué «doce» exactamente, ni uno más ni uno menos? Se
trata de un número con una tradición hebrea que Pedro se apresura a completar
cuando Judas traiciona al Maestro y elige a Matías para sustituirle, como ya
sabemos. Agustín de Hipona añade con ingenio que ese número muestra la
universalidad de la misión, ya que doce es el producto de multiplicar tres por
cuatro, es decir, que los Apóstoles son enviados a los cuatro puntos cardinales
de la tierra para predicar sobre las tres personas de la Santísima Trinidad:
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
 
José María Zavala
Los Doce, página 200
 
 
Respecto al nombre, Benedicto XVI reconoce que el
significado del apelativo «Iscariote» es controvertido. La explicación más
extendida y plausible, a su juicio, respaldada también por otros eruditos como
él, es que tal designación significa en realidad «hombre de Queriot», aludiendo
de este modo a su pueblo natal situado cerca de Hebrón y mencionado dos veces
en las Sagradas Escrituras (en el Libro de Josué 15, 25 y en el del profeta
Amós 2, 2). Queriot es, por tanto, un nombre geográfico que significa «ciudades»
y, en concreto, la ciudad fortificada de Moab mencionada por los profetas
Jeremías y Amós. Cabe la posibilidad de que Moab se identifique con Ar, la
antigua capital de Moab, de acuerdo con el tratamiento que le otorga Amós. En
cualquier caso, y al decir de numerosos expertos bíblicos, la designación
«Iscariote» deriva del hebreo que significa «hombre de Queriot». Hay también
quienes creen que el nombre de Iscariote es, de hecho, una variación del
término «sicario», en alusión a un guerrillero armado de puñal o sica, en
latín. Y, finalmente, existen otros que aprecian en ese apodo la transcripción
de una raíz hebreo-aramea, que significa «el que iba a entregarlo». San Juan se
refiere a esta al consignar lo siguiente: «Hablaba de Judas Iscariote, porque
este, uno de los Doce, había de entregarle» (Jn 6, 71); y más adelante, cuando
insiste: «Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que había de entregarle»
(Jn 12, 4).
 
José María Zavala
Los Doce, página 211
 
 
Hophan asegura que Judas es hijo de un tal Simón de Karioth
(Queriot), de quien no se conocen más detalles. Al menos en diez ocasiones se
le menciona en los Evangelios.
 
José María Zavala
Los Doce, página 212
 
 
El destino quiere que el único apóstol judío (Judas
Iscariote) sea el que traicione al Maestro, a modo de fatal herencia para el
pueblo perseguido.
 
José María Zavala
Los Doce, página 212
 
 
Retomando el argumento de la traición por razones
mesiánicas, quienes defienden este móvil en la actuación de Judas alegan que
este lo hace con buena intención, para forzar a Cristo a tomar el poder real o
para acelerar la redención de la humanidad con su muerte. Pero nada más lejos
del criterio de las Sagradas Escrituras. La secta gnóstica de los cainitas
venera ya a Judas Iscariote por este motivo, igual que a un santo o incluso un
mártir, a mediados del siglo II. Aclaremos, antes de proseguir, que una de las
principales diferencias entre las creencias gnósticas y el cristianismo estriba
en los orígenes del mal en el universo. Los cristianos creen que un Dios bueno
creó un mundo bueno y que por el abuso del libre albedrío el pecado y la
corrupción entraron en el mundo y produjeron desorden y sufrimiento. Los
gnósticos, por el contrario, atribuyen a Dios el mal en el mundo y afirman que
crea este de modo desordenado, razón por la cual son partidarios de rehabilitar
figuras del Antiguo Testamento como Caín, que mata a su hermano Abel, y Esaú,
el hermano mayor de Jacob que vende sus derechos de primogenitura por un plato
de lentejas. Judas constituye la pieza que encaja como anillo al dedo en el
puzle gnóstico que trata de presentar a Dios como el único artífice e impulsor
del mal en el mundo. Los gnósticos se valen, en suma, de las Escrituras para
retorcerlas según su criterio. San Ireneo de Lyon recurre a un modo muy gráfico
de entenderlo: compara esa distorsión del gnosticismo con una persona que toma
la imagen hermosa de un rey realizada por un artista con joyas preciosas y la
reacomoda para obtener la imagen de un zorro o un perro.
 
José María Zavala
Los Doce, página 218
 
 
 
 
 
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