"No hay águilas en el cielo. Si las hubiese tampoco podría verlas, así de espesa es aquí la capa que forman las hayas esbeltas, altísimas, brillantes de hojas nuevas que a duras penas permiten un hilo de espacio gris que recorre más o menos la senda, pero Tiberio sabe que no hay águilas en el cielo de Germania. No alza la vista. No le hace falta y no quiere hacerlo. Mantiene expresamente, muy a conciencia, la mirada al frente, los hombros rectos, la actitud de estatua sobre el caballo que ahora relincha de frío. El aliento del animal se suma a una niebla pegajosa que se aparta a su paso, resbaladiza como el agua gris de un pantano que cubriese el camino y toda su orilla. Hasta donde alcanzan sus ojos habituados a la penumbra, observa esta monótona repetición del mundo: los árboles, la niebla, los árboles, la niebla, los árboles, la niebla. Aún debe de tener algo de fiebre. Si se dejase llevar, el vaivén tranquilo del caballo, las pisadas de miles de pies, el tintineo metálico de los hombres marchando como un fondo rítmico para los sentidos, se dormiría. Y sería capaz de mantenerse derecho y de no caerse y de llegar así a la llanura que los espera un puñado de millas más adelante, cuando por fin él levantará la mano y se propagarán las órdenes y sonarán los cuernos y las tubas para que esta tierra que tanto cuesta someter se sienta de nuevo amedrentada al oír el aviso de las legiones que se desplegarán en espectáculo.
Esta vez, Tiberio no ha empleado esfuerzo alguno en la sorpresa. Al contrario. Si en algún momento alguien, algún jefe con los ojos feroces de cicatrices bajo la barba o algún guerrero con el torso desnudo y el pelo anudado por encima de la oreja, o alguno de sus hijos que corren jugando al escondite entre las casas de tejados bajos, ha llegado a pensar remotamente que han hecho tambalearse la determinación de Roma, hoy comprobará hasta qué punto la esperanza es vana cuando tan solo se sustenta en el deseo."
Esta vez, Tiberio no ha empleado esfuerzo alguno en la sorpresa. Al contrario. Si en algún momento alguien, algún jefe con los ojos feroces de cicatrices bajo la barba o algún guerrero con el torso desnudo y el pelo anudado por encima de la oreja, o alguno de sus hijos que corren jugando al escondite entre las casas de tejados bajos, ha llegado a pensar remotamente que han hecho tambalearse la determinación de Roma, hoy comprobará hasta qué punto la esperanza es vana cuando tan solo se sustenta en el deseo."
Núria Cadenes
Tiberio César
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