De La Autoestima al Egoísmo



La autoestima consiste en saber que soy lo que verdaderamente soy. Y digo esto porque en la actualidad es común malinterpretar el concepto de autoestima sustituyéndolo por la hipocresía de decirle a un idiota que es un genio. Y no es así.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 15


El valor que tenemos por el solo hecho de ser quienes somos es el tipo de valor que debemos tener en cuenta. Es decir, lo importante es reconocer que uno es valioso por el hecho concreto de ser quien es. Sólo si me siento valioso por ser como soy, puedo aceptarme, puedo ser auténtico, puedo ser verdadero.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 29


No hay nada más cercano al amor que el respeto mutuo a los espacios privados.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 34


A mi juicio, una vez que se sale de la adolescencia y se llega a la adultez, la estructura de la personalidad no se cambia nunca más.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 38


Aunque cientos de miles de terapeutas opinan lo contrario, mi opinión, repito, es que una vez cristalizada la estructura de personalidad, aproximadamente entre los veintidós y veinticinco años en nuestra cultura, ésta queda establecida. Ahora bien, ¿qué quiere decir esto?, ¿que si yo soy un vago voy a seguir siéndolo por el resto de mi vida? No, porque ser vago no es parte de una estructura, es sólo una manera de actuar lo que uno es, y estas maneras sí se pueden cambiar infinitamente, todas ellas. Porque estas maneras de ser en el mundo son finalmente hábitos, y los hábitos son aprendidos y se pueden cambiar adquiriendo otros hábitos más sanos, más pertinentes o más adecuados a mi tipo de vida. Se pueden cambiar los hábitos, aunque sin duda es muy difícil.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 39


En consecuencia, egoísmo, desde el punto de vista etimológico, significa un amor por el yo que hace a esa persona preferirse por sobre las demás. Esto requiere un amor, quizá muy grande, por uno mismo. ¿Y por qué sería malo esto? ¿Por qué sería malo quererme muchísimo a mí mismo? CHÁVELA: Porque si uno se quiere mucho a sí mismo no tiene espacio para querer a los otros. J. B. (Alegremente.): ¡Ahí está! Eso es lo que iba a decir. Chávela siempre me ayuda. Si no hubiera estado hoy acá yo no sé cómo habría llegado a todas estas cosas. Pobre Chávela, siempre te toca que yo tome lo que dices para argumentar todo lo contrario... Pero bueno, ésa es una de las consecuencias de estar acá y de participar. Me parece muy bien, para eso uno dice “diecisiete”. Pues bien, si yo me quiero mucho a mí mismo —dice la gente por ahí, no lo dice sólo Chávela— no me queda espacio para querer a los demás. Si yo me veo a mí mismo, no dejo lugar para ver a los demás. De este modo, el problema parece no estar en que uno se quiera —en esto estamos de acuerdo— sino en la medida. SEÑORA QUE CUCHICHEA: El problema es el amor desmedido. J. B. (Entusiasmado.): ¡Eso! Me quiero tanto, tanto, tanto, que no me queda espacio para querer a los demás. Dicho así, uno entiende por qué el egoísmo es una cosa tan mala. Pues, sin duda, sabemos que no es bueno para nosotros ni para la humanidad quedarnos centrados con exclusividad sobre nosotros mismos; sabemos que el ser humano es un ser social y, por lo tanto, que este lugar no nos sirve... (Al público.) ¿Estamos de acuerdo? PÚBLICO EN GENERAL (Voces aisladas.): Sí, sí... J. B.: Ahora faltaría saber si es cierto que si uno se quiere mucho a sí mismo no puede querer a los de más. PÚBLICO EN GENERAL: (Silencio.) J. B.: En principio, les cuento que ésta es una idea graciosa. Porque supone que existe una capacidad de amar limitada, por ejemplo, 11.28 unidades internacionales de amor. Entonces, si uno pone las 11.28 unidades sobre uno mismo, ¿no le queda espacio para querer a los demás? ¿Qué es nuestra capacidad de amar? ¿Un barril? Cuando uno ya tiene un hijo y luego tiene otro, ¿tiene que dejar de querer al primero para empezar a querer al más chico? ¿De dónde se saca más capacidad de amar a un segundo hijo, a nuevos amigos o a la gente nueva de un grupo? ¿De dónde saco capacidad para amar a otros una vez que amo mucho a una persona? ¿Qué quiere decir, que si quiero mucho a mi esposa no puedo querer a ninguna otra persona en el universo porque la quiero mucho a ella? En verdad, no es así. Nuestra capacidad de amar, por suerte, no funciona de esta manera. No es cierto que alguien “no pueda querer a los demás” porque se quiera mucho a sí mismo. El motivo no pasa por ahí. Alguien puede no querer a los demás por ser un antisocial, un negado, un resentido, pero nunca por ser egoísta..No es por quererse mucho a sí mismo que alguien no quiere a los demás. En todo caso, el problema será averiguar por qué esa persona no puede tener esos sentimientos. Alguien mencionó antes el orgullo como un lugar peligroso. Yo les diría que lo realmente peligroso es hacerle creer a la gente —sobre todo a los niños— que la razón de que alguien no quiera a los demás es que se quiere a sí mismo. Ante todo porque es falso, y después, porque es justamente al revés. De hecho, sabemos hoy que realmente es posible llegar a querer a otros queriéndose antes. No hay ningún amor por el otro que no empiece en el amor que uno se tiene a sí mismo. Aquel que no se quiera, no puede querer a nadie. El amor por el otro proviene de la propia capacidad de amar, que comienza con la capacidad de amarse a sí mismo. Quien dice que quiere mucho a los demás y poco a sí mismo, miente. O es mentira que quiere mucho a los demás, o es mentira que no se quiere mucho a sí mismo. Por lo tanto, los invito a renegar de esa idea definitivamente. Renegar de la idea de que si uno se quiere mucho no le queda amor para querer a otro. En todo caso, el egoísmo se define por el hecho de quererse a uno mismo por sobre los demás. Y ésta es, entonces, la definición que yo propongo establecer hoy para egoísta: Es egoísmo aquel que se prefiere a sí mismo antes que a los demás.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 59




Me interesa subrayar la idea de que aquel que es egoísta no lo es porque se quiere tanto a sí mismo que no le queda espacio para querer a los demás. Repito: egoísta es aquel que siempre — no de vez en cuando, sino siempre— .se prefiere a sí mismo antes que a los demás.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 62


En la ansiedad se tiene el displacer de sentir que puede pasar lo que uno no quiere que pase; se piensa: “¿Y si llega a pasar? ¿Qué voy a hacer?”, “Tendría que hacer algo y no sé qué voy a hacer”, “¿Qué haría yo si sucediera...?”, etcétera. Cuando esta situación de indecisión y ansiedad se mantiene, se transforma en parálisis. Uno se queda paralizado frente a la situación, Es decir, no sólo no sabe qué hacer, sino que, aun sabiendo qué hacer, uno no sabe cómo hacerlo, siente que no lo puede hacer, le falta la fuerza necesaria. Cuando la emoción se transforma en parálisis, la ansiedad se transforma en angustia La angustia conlleva más ansiedad aún, más parálisis, más indecisión, etcétera. Es decir, aumentan las emociones que se venían teniendo y, además, se suma una sensación física concreta, que es la sensación de presión (de allí el nombre de angustia, que viene de angosto; cuando esta angustiado uno siente que se le oprime el pecho) Se trata de una situación donde uno se siente desbordado, porque no sólo no sabe qué hacer, sino que, aun si se le ocurriera, no podría hacerlo.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 106


Un deprimido es alguien que no siente nada, ni siquiera tristeza…
En psiquiatría, el sufrimiento de la depresión se denomina “sensación de ruina interna”. El deprimido es alguien que siente que algo se le ha roto adentro. Y es muy doloroso. No es una tontería, pero no es tristeza…
No confundan depresión con tristeza. Son dos cosas diferentes. Cuando estoy deprimido no siento; no siento de sensación y no siento de sentimiento. Esta depresión, y no todas, la depresión “de defensa” me sirve. Porque cuando me deprimo dejo de tener registro del estímulo y dejo de tener vivencia de la emoción. Y si pierdo ambos registros, desaparece la necesidad de respuesta, y entonces este mecanismo funciona como protección para mi psiquis. La depresión aparece como un modo evitador para no soportar la situación terrible que estoy viviendo…
La depresión es un cambio a otra situación que la del miedo. En verdad, es tanto o más terrible que la anterior, es un canje en el que, en realidad, se sale perdiendo. Es como saltar de la sartén al fuego, un muy mal negocio. Todos hemos visto alguna vez cómo de un edificio en llamas la gente salta al vacío. Sabe que se va a hacer puré; sin embargo, para que las llamas no la quemen, salta. En el caso de la depresión el movimiento es el mismo: para salirse de una situación en la cual el estímulo y la emoción son terribles, se termina cayendo en una situación tanto o más terrible que la anterior. (Cambiando bruscamente de tono, con voz dura.) Un deprimido es alguien que no siente nada, ni siquiera tristeza.
Hay gente que tiene lo que se denomina una “depresión larvada”; esto es: el tipo sale, trabaja, se ríe, va, viene, se levanta temprano, etcétera. Aparentemente no está deprimido, pero si uno investiga encuentra que no está disfrutando de la vida, que lleva una vida vacía de contenido. En verdad, está deprimido, aunque no se dé cuenta. En ese caso, hace falta que alguien lo ayude a darse cuenta de que lo que tiene es una depresión. En el consultorio, casos así son vividos con mucha sorpresa; el paciente se entera de que está deprimido y encara esa depresión, si bien nunca se había dado cuenta de que la tenía. A diferencia de la tristeza, la depresión no es un diagnóstico fácil...
Un factor clave de la diferencia entre la tristeza y la depresión es justamente ése. Porque el individuo que está triste está hiperemotivo; en cambio, el que está deprimido está poco emotivo. La persona que está triste tiene aumentada su sensibilidad, aunque sea hacia el lado de la pena; por el contrario, la persona que está deprimida tiene disminuida su capacidad de emocionarse, aunque parezca mentira. No le pasa nada. Cuando alguien le dice a un deprimido: “Pero ¿no te da pena? Mira qué triste está tu familia”, el tipo contesta: “Bueno”. No se pone triste por lo que les pueda estar pasando a los otros, no porque sea malo sino porque está desconectada la vía emotiva…
La verdadera depresión se acerca mucho y peligrosamente a la indiferencia. Alguien deprimido puede dejarse morir y darle exactamente lo mismo. Sin embargo, hay que entender que no se trata de una situación sin salida. Recuerden el dicho sobre el callejón sin salida, que dice que hay que salir por donde uno entró. Es decir, hay que buscar cómo ese individuo transitó el mecanismo para pasar de la indecisión y la ansiedad —situación que, aparentemente, no tenía solución—, a la parálisis y la angustia, para luego pensar cómo ese estado le produjo tanto temor a actuar que lo llevó a la depresión. Hay que encontrar la manera de hacerlo regresar para que pueda retomar el camino y salir de ese lugar. Si uno pudiera conectar a estos pacientes deprimidos con revisar la historia que los ha llevado a la parálisis, quizá empezarían a encontrar una solución.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 111-113


Cuando la gente me pregunta si los ansiolíticos pueden producir depresión, yo digo: “No, no pueden producir depresión. Sin embargo, tomados indiscriminadamente durante mucho tiempo, pueden frenar el excitamiento de manera tal que todas las decisiones se queden sin fuerza para ser actuadas y esto termine causando depresión por inacción”.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 119


En principio, el miedo a la muerte es el mejor ejemplo de cómo tememos a un producto de la imaginación. Uno no se asusta de la muerte, le tiene miedo. El miedo a la muerte tiene que ver con algo que uno no conoce, porque nadie se ha muerto antes de morirse. Lo que hace temer la muerte no es la muerte misma sino lo que uno se imagina de la muerte. La pregunta sería: ¿cómo se transforma esto en una acción que conjure el miedo?
(…)
Si lo que yo digo es cierto —que los miedos se vencen con acción— en este caso, el del miedo por excelencia, pese a ser el miedo más extremo de todos también debería cumplirse la regla: la acción es lo opuesto del miedo. Y se cumple. Veamos. El único antídoto que hay para no tenerle miedo a la muerte es conectarse con la acción de estar vivo. El que tiene miedo a la muerte, en algún lugar se desconectó tanto de la acción como para engancharse en ese miedo. Fíjense qué claro es esto. ¿Qué es lo que da miedo de la muerte? Seguramente algo relacionado con la idea de lo que se deja pendiente, de lo que se va a perder de disfrutar, de todo lo que no se hizo todavía, de todo lo que debería haberse hecho y no se hizo. Desde este punto de vista es fácil entender entonces mi propuesta: la manera de resolver el miedo A la muerte es dejar la masturbación y el lamento permanente con esto y aquello y, en lugar de quedarse cavilando en todo lo que no se hizo (enérgico), conectarse de una vez y para siempre con la acción y empezar a hacer…
Cada vez que perciban su miedo a la muerte, sería bueno que se preguntaran qué es lo que todavía no hicieron, qué tienen miedo de dejar sin hacer...
En el miedo a la muerte de un ser querido, ¿qué es lo que me da miedo? Me da miedo, seguramente, no tenerlo, no estar con él, etcétera. Pero ¿por qué? Quizá por todo lo que no hice con él, por todo lo que no le di, por todo lo que postergué Qué bueno sería que yo me ocupara en verdad de ver qué cosas tengo pendientes con cada ser querido, qué cosas no estoy haciendo y quisiera hacer, y entonces deshacerme de esos miedos. Por supuesto, nos asusta la idea de que no podríamos tolerar la vida en ausencia de ese ser querido, el hecho de no poder dimensionar como posible la idea de que el otro muera. Sin duda, la tristeza que produce la muerte de un ser querido es el sentimiento más terrible en el que se puede pensar. No hay nada que uno pudiera diseñar como más triste. Y pensamos en nuestra propia muerte como vía de escape a tamaño dolor. Estamos tan acostumbrados a tenerle miedo a la tristeza, estamos tan educados para asustarnos del dolor que, a veces, preferimos pensar en la muerte antes que en el sufrimiento de la tristeza. Lamentablemente, o quizá no tan lamentablemente, la vida de ninguno de nosotros es eterna y, por lo tanto, antes o después todos vamos a abandonar a alguien o alguien nos va a abandonar a nosotros. Nos guste o no nos guste —afortunadamente, digo yo— somos finitos, tenemos un tiempo limitado.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 119-120

… cualquier tipo de respuesta que alguien tenga frente a un estímulo es una conducta, ya sea una acción, un pensamiento, una emoción, una modificación del medio ambiente, de su interior, etcétera. Y son esas diferentes respuestas las que constituyen el objeto de estudio de la psicología; no sólo con el fin de predecirlas, sino también con el de explicarlas, desarrollarlas y, de una manera más o menos ficticia, ser capaz de reproducirlas para ver qué hay detrás de cada una de ellas.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 138



Había una vez, hace cientos de años, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella. En determinado momento, se encuentra con un amigo. El amigo lo mira y de pronto lo reconoce. Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces le dice: ¿Qué haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves... Entonces, el ciego le responde: Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 131


Un monje zen camina con un discípulo por la orilla de un pequeño río. En un momento el maestro señala: Mira los peces en el agua. Fíjate cómo disfrutan relajados de la libertad y de la frescura del agua. Hacía mucho que el discípulo estaba al lado del maestro, y por primera vez se animó a señalarle un error. Maestro —le dijo—, tú no eres pez, ¿cómo puedes saber si disfrutan o si están relajados? El maestro lo mira y le dice: Tú no eres yo, ¿cómo puedes saber si yo sé o no sé si los peces disfrutan?

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 144


Dejemos sentado que hay quienes no sienten culpa, como Nato, pero que hay otros que sí la sienten. (A Nato.) Yo puedo aceptar que no sientas culpa, te aplaudo y te envidio; pero esto no quiere decir que la culpa no exista. Porque parece, perdón por esta interpretación, que tu empeño fuera demostrarnos que la culpa no existe, convencernos; como si una verdad tuviera que ser la verdad de todos. Si alguien me pregunta a mí si Dios existe, más allá de mi creencia religiosa, yo debo contestar que, mientras haya alguien que crea en Dios, no hay ninguna duda de que Dios existe. Si hay un solo tipo sobre la tierra que cree que Dios existe, Dios existe; de hecho, Dios es como mínimo su creencia, y esto hace que exista. Puede ser que no exista para mí, puede ser que yo no cuente con él; pero que yo no crea en Dios no cuestiona para nada la existencia de la idea de un Dios. Bajo el mismo razonamiento, si alguien no siente culpa, sería bastante autoritario creer por eso que la culpa no existe. Porque estaríamos descalificando lo que cada uno de los que estamos acá sufrimos cuando nos sentimos culpables.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 160


Lo único que hace que uno se sienta culpable, en verdad, es identificarse con una exigencia del otro.
(…)
… esa sensación displacentera se siente frente a una exigencia del otro que yo considero justa. Porque si yo considero que la exigencia es injusta, no me siento culpable.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 162-163


La culpa es una respuesta interna displacentera producto de la identificación con una demanda de un otro. Y aclaramos que ese otro puede existir o no, que esa acción mía puede haber sido realmente dañina o no y, finalmente, que esa recriminación del otro puede existir o no. Todo lo que no exista se puede completar con el imaginario a la hora de sentirnos culpables.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 165


SEÑORA DE PRIMERA FILA (Desesperada.): ¡Entonces, más allá del ejemplo, hay algo que yo no entiendo, Jorge! ¿Cuáles son los límites entre el pedido y la exigencia? J. B. (Entusiasmado.): ¡Muy bien! Por fin aparece esa pregunta. No siempre es fácil reconocer ese límite. Si tú vienes y me dices: “¿Me das un vaso de agua?”, yo sé —y tú también— que está en mí acceder a tu pedido o no. Pero si tú vienes y me gritas: “¡Dame agua!”, queda claro para mí que tú no crees que yo pueda elegir complacerte o no. Puede ser que te la sirva, o no; pero seguramente me va a dar rabia. En este caso la diferencia entre ambas es evidente, pero no siempre es tan clara. Como norma y para tomar el mejor referente: frente a la exigencia de otro yo siento que no puedo elegir, que no tengo el derecho a decir no, siento como si el otro ya hubiera decidido por mí. Esta carga, la de la expectativa del otro, me da la vivencia del ser exigido. Esto es, no hace falta que el otro me grite enojado para que sea una exigencia. Puede ser que alguien me diga en voz muy suave: “Jorgito, tú que eres tan bueno, ¿podrías venir a mi casa esta noche a darme de cenar? Porque yo no tengo a nadie, ¿ves?”. Claro, yo escucho y pienso en todo lo que debo terminar hasta mañana, pero el otro sigue: “...porque mi hermano y otro amigo se ofrecieron, pero yo les dije: ‘No. Para cenar prefiero estar con Jorgito’...”. Y empiezo a sentir el peso de su demanda sobre mis hombros y también siento la odiosa ambivalencia entre las ganas de huir y la pena. Y empiezo a sentirme exigido, muy sutilmente, muy espaciosamente... ¿Cómo le digo que NO? Está sembrada la semilla de la culpa. Más o menos evidente, la exigencia no da ganas de cumplimentar nada, no da ganas de hacer nada, no da ganas de arreglar nada. La exigencia se conecta con la resistencia. En este sentido, se puede comparar con la acción y reacción de la física: si la exigencia es una acción, la reacción es “no quiero”; es decir, si me exigen, no quiero. Ahora bien, cómo puede ser que esta expectativa, esta demanda, esta exigencia —la que genera la culpa— no genere la reacción “no quiero”. La razón es —recuerden lo que ya dijimos antes— que uno se está identificando con esa exigencia. Porque sólo se puede sentir culpa si uno cree que en esa situación pondría la misma expectativa que el otro está poniendo en uno. Por lo tanto, ningún culposo es culposo si no es un exigente.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 178


Fritz Perls llamaba “la oración gestáltica” y que de alguna manera es para mí la base de todas las relaciones interpersonales. Jorge anota la oración en el rotafolios. “YO SOY YO Y TU ERES TÚ, YO NO ESTOY EN ESTE MUNDO PARA LLENAR TUS EXPECTATIVAS. Y TÚ NO ESTÁS EN ESTE MUNDO PARA LLENAR TODAS LAS MÍAS, PORQUE TÚ ERES TÚ Y YO SOY YO.”

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 185



No es ya la situación de omnipotencia, sino simplemente el decir que no lo que me conecta con la emoción dolorosa de la culpa. ¿Cómo es esto? Uno podría pensar que cuando dice que NO el propio placer no está involucrado, y entonces, este remordimiento no puede explicarse por la regla de oro de “No hay placer sin culpa”. Pero atención, parece que escapa a la norma, y sin embargo, no es así. Después de estudiar algunas de esas situaciones empezamos a descubrir que dicha culpa, la que sentimos al decirle que no al otro, siempre está relacionada con una pequeña cuota de placer. Aunque más no sea por la satisfacción de no hacer lo que uno no desea. Ahora bien, ¿por qué debería yo sentirme culpable al hacer lo que yo quiero en vez de lo que el otro quiere? Es un misterio extraño que forma parte de nuestra educación judeocristiana. La idea que te fue inculcada es que deberías pensar en el otro antes que en ti, porque si no eres un egoísta. Y entonces, cuando pienso en mí, en mis deseos y en mis prioridades, me siento culpable, porque en ese solo hecho estoy contrariando pautas de generaciones y generaciones de ancestros que formaron esta cultura. Ésta es nuestra educación. Y yo no estoy diciendo que esté de acuerdo; estoy diciendo que esto es lo que sucede. Aun cuando admitiéramos, como parte del proceso educativo en los niños, la necesidad de señalamientos que promuevan la actitud solidaria y la renuncia al placer inmediato, sigo sosteniendo que como adultos podríamos desembarazarnos de esa pesada mochila, y empezar a elegir libremente nuestras acciones sin sentirnos culpables sólo porque elegimos en función de nuestro propio placer.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 187


ABUELA CON NIETO AL LADO: Jorge, tú hace un rato dijiste que yo me siento culpable cuando soy responsable del supuesto daño, y ahora dices que también puedo sentir lo mismo cuando disfruto mientras el otro sufre, ¿no? J. B.: Sí, eso dije. ABUELA CON NIETO AL LADO: Sin embargo, hay una situación en que no pasan ninguna de esas dos cosas: cuando vemos gente que pasa miseria o discapacitada sufriendo, ¿por qué voy a sentirme culpable, si yo no tengo nada que ver? SEÑORA DE PRIMERA FILA; Si es un ser humano igual que yo. J. B. (Imitando el tono de las señoras.): Claro, si es un ser humano igual que yo, ¿por qué me voy a sentir culpable frente a otro que, por ejemplo, le falta una pierna? Señora peinada como mi mamá: Claro, si Dios quiso que yo tuviera las dos piernas y a ése le dio una, ¿de qué sirve que yo me sienta culpable si no puedo hacer nada? J. B.: Ahí está. ABUELA CON NIETO AL LADO: Pero nos sentimos mal de todas maneras. J. B.: ¿Sabes por qué? Vamos a usar lo aprendido para explicar esta “excepción”. Primero, tal como dijimos, un restito de idea omnipotente puede hacernos transitar la fantasía de que tú o yo podríamos eliminar la miseria del mundo, o sanar a todos los discapacitados. Segundo, si nos ponemos a pensar, no podremos dejar de sentir el placer que nos da tener, por ejemplo, las dos piernas. Y el último argumento, yo diría el terrible último argumento que aparece como un pensamiento que está por debajo, es... (comienzan a oírse murmullos de inquietud). J. B.: Es... PÚBLICO EN GENERAL: (VOCES superpuestas.) SEÑORA DEL FONDO (No se oye bien. ),...erte... J. B. (Señalando hacia el fondo del salón.): ¿Quién lo dijo? SEÑORA DEL FONDO (Se oye un poco más. },erte que es él... J. B.: ¡Eso es! Repítelo, por favor. SEÑORA DEL FONDO: ¡Qué suerte que es él y no yo! J. B.: Exactamente, ése es el pensamiento que tenemos. ABUELA CON NIETO AL LADO: No se lo dices. J. B.: No, claro que no se lo dices. Nadie se animaría a decirlo. Yo tampoco. Nos sentiríamos monstruos si dijéramos esto. Pero esto es lo que genera esa culpa. ABUELA CON NIETO AL LADO: Pero tú nos cambias todo. Ahora resulta que ¡el que ayuda es un monstruo...! J. B.: No. Para nada. El verdadero solidario, el que de verdad ayuda a otros, es alguien que es capaz de ayudar no porque se sienta culpable, sino porque siente placer al ayudar. Lamentablemente, éstos que han descubierto el placer de ayudar son tan poco frecuentes, que todas las asociaciones de beneficencia del universo se apoyan en la culpa para poder conseguir que la gente aporte; y lo hacen porque no consiguen nada de otra manera, no porque sea maravilloso. Pero, cuidado, que no haya otra manera no quiere decir que sea una buena manera. SEÑOR GORDO EN MEDIO DEL SALÓN: Sentirse confortado por no estar viviendo la situación del otro es un pensamiento horrible. Pero ahora que te escucho decirlo me doy cuenta de que es verdad, ése es el pensamiento: que es una suerte no estar en el lugar del otro. SEÑORA DE PRIMERA FILA: Una suerte para ti. J. B.: Sí, para él... y para ti... y para mí. Por eso me siento culpable, sobre todo por el placer que me da que sea él y no yo, ¿entienden? Me siento culpable frente a esta espantosa situación de ponerme contento porque él está sufriendo. Y entonces aparece la compensación: la defensa frente a mis verdaderas y profundas emociones, la necesidad de solucionar mi miserable opinión de mí, la decisión de ayudar, la caridad. Por eso, muchas veces, cuando la caridad tranquiliza no es una buena acción. Es un acto de lo más mezquino. Es como estar diciendo: “Yo no tengo nada que ver, yo ayudé”. La ayuda no enaltece cuando se hace desde la culpa. Hay que tener muy claro esto para poder decir que no y no sentirse culpable. Cuando estamos en un restaurante, más o menos caro, tranquilos, pasándola bien, y viene un niño y nos dice: “No me daría algo para comer...”, es muy fuerte, no podemos decir que no porque nos llenamos de culpa, de verdad. No importa si es cierto que tiene hambre o no; él ha aprendido, o alguien le ha enseñado —da lo mismo— qué tiene que decir y en qué momento si quiere un resultado. Y me parece bien que haya aprendido eso. ¿Se entiende esto que digo? PÚBLICO EN GENERAL: SÍ. J. B.: Ojalá cada uno de nosotros pudiera dar lo que quiere dar, pero no para solucionar la culpa. Ojalá cada uno pudiera soportar ser lo solidario que es o ser, perdón por la palabra, lo hijo de puta que es, pero ser cada uno lo que verdaderamente es. En definitiva, éste es el desafío de ser un adulto. ABUELA CON NIETO AL LADO: (Levanta la mano.) J. B. (A la Abuela...): Perdón, si me deja, termino la idea. Aunque nos duela saberlo, a veces sucede que cuando en una casa hay un viejito, la familia, tiene un extraño sentimiento de culpa. Hoy podemos darnos cuenta de que quizá esa sensación se deba a una incapacidad para aceptar ese envejecimiento, a tanta rabia hacia esa discapacidad, a tanta ira hacia ese que de alguna manera arruinó el paraíso. Porque, en muchos casos, es el resentimiento hacia el anciano que el familiar no puede actuar lo que se transforma en culpa. Y llegados aquí, el familiar transforma esa culpa en un montón de sentimientos más nobles y generosos que son una porquería, porque son todos de plástico. A la cabeza de estas sensaciones está la peor, la más denigrante de las maneras de disimular la culpa: la lástima. Si la culpa es la transformación de los sentimientos auténticos en un falso sentimiento, la lástima es peor, porque ni siquiera es un sentimiento, es sólo un Remamiento basura.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 188


El hecho de que yo sea tan entusiasta en mis posiciones no me hace más sabio. El hecho de que yo hable como si dijera: “Sólo un tarado puede pensar de otra manera” es una deformación profesional, un vicio de orador... Me disculpo por eso. Pero además les digo: usen esto que escuchan para repensar sus propias cosas y NO para pensar como yo. Para pensar como yo... ¡ya estoy yo!

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 188


… yo creo que la compasión y la lástima se parecen sólo en la superficie. Cuando yo me siento culpable de tener y que tú no tengas, entonces te tengo lástima. Cuando me alegra tener, para poder compartir contigo, soy capaz de apenarme por tu dolor sin sentir culpa. Eso es compasión. La lástima es el sentimiento de los soberbios, de los que se sienten por encima; es prima hermana del desprecio, y es casi lo peor que se puede sentir por alguien. Uno puede hacer cosas porque ama al otro, puede hacer cosas porque es solidario con el otro, puede hacer cosas porque tiene ganas de hacerlas o porque cree que tiene el deber y la obligación de hacerlas. Pero hacerlas porque el otro me da lástima, repito, eso es de lo peor.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 165


Creo que la culpa es un subproducto exclusivamente educativo, absolutamente antinatural y decididamente pernicioso. Creo que la culpa es el símbolo emblemático de la neurosis. Creo que la culpa no tiene nada elogiable y no ha beneficiado a la humanidad en nada. Más bien ha dañado mucho a muchos individuos y con ello producido enormes pérdidas desde el punto de vista social.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 193


LA CULPA ES UN BOZAL QUE LE CABE SÓLO A LOS QUE NO MUERDEN.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 195



esta historia de la vida real: La madre vio a la hija que se preparaba para salir es noche con su jefe, quien la había invitado por primera vez. Mientras la muchacha, que tenía dieciocho hermosos años muy bien puestos, se maquillaba, la madre empezó a llorar... ¿Qué pasa mamá? —preguntó “la nena”. Es que yo sé lo que va a pasar esta noche —dijo la madre. ¿Qué va a pasar esta noche, mami? Esta noche, hija, tu jefe te va a venir a buscar (un auto lujoso. Te va a llevar a cenar a uno de esos lugares caros con velas y músicos que tocan el violín entre las mesas. Después te va a llevar a bailar y a tomar una copa en algún lugar oscuro y mientras estén bailando te decir de lo linda que eres y todo eso... Bueno, mamá. ¿Y qué tiene eso? —pregunta Hija. • Que después te va a invitar a conocer su casa. Yo sé cómo va a pasar todo. • ¿Y? Y la casa va a ser uno de esos departamentos modernos que tienen un balcón desde donde se ve el río. Y entonces mientras miren por el balcón él va a poner música y va destapar una botella de champagne. Va brindar por ti y por el encuentro y te va a invitar a mostrarte la casa... Y ahí es donde podría pasar la tragedia. ¿Cuál tragedia, mamá? Cuando lleguen al dormitorio, él te va a mostrar la vista desde allí y te va dar un beso; eso no me asusta. Pero después, hijita, después él te va a mostrar la cama y se va a tirar encima tuyo. Y si tú le permites que se acueste encima de ti yo me voy a morir. Y si yo me muero tú vas a cargar con esa culpa por el resto de tu vida... ¿Entiendes por qué lloro, hija? Lloro por ti, por tu futuro. Bueno, mamá, quédate tranquila. No creo que pase eso que dices. Acuérdate hija, acuérdate... Yo me muero, acuérdate. A la hora señalada, un auto importado carísimo para enfrente de la puerta de la familia. Toca la bocina, la hija sale, sube y el auto parte... A las cinco de la mañana “la nena” vuelve a casa. La madre, por supuesto, está despierta sentada en el sillón. • ¿Y, hija? ¿Qué pasó? Cuéntale todo a tu madre. • Mami, ¡es increíble! Todo fue como me dijiste. El restaurante, el baile, el departamento, todo. • ¿Y.…? ¿Y.…? Pero cuando llegamos al dormitorio y él quiso subirse encima de mí, me acordé de ti, mami. Me acordé de la culpa que me iba a quedar si tú te morías. Muy bien, hijita. Y te fuiste... No. Me acosté YO encima de él. ¡Que se muera la madre de él!

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 195



De todo lo que se habló aquí hoy, quizá sea importante que nos quedemos con una sola idea. Hay que dejar salir las emociones. Hay que sacarlas hacia donde van dirigidas. No reprimir, no tragarse las cosas, no retroflexionar, ni las buenas ni las malas, ni las positivas ni las destructivas, ni las mejores ni las peores. No acariciarme a mí cuando en realidad quiero acariciar al otro, no pegarme a mí cuando quiero pegarle al otro. No vivir regalando compulsivamente cosas cuando en realidad necesito que alguien me regale algo a mí. No vivir enojándome conmigo para no enojarme con aquellos que me llenan de sus expectativas. Entonces seremos auténticamente responsables de nuestras actitudes. Si así lo hacemos, no habrá más necesidad ni motivo para sentirse culpable. Y sin culpas la vida será mucho, pero mucho más placentera.

Jorge Bucay
De La Autoestima al Egoísmo, página 196