LA REVOLUCIÓN DE LA ESPERANZA
Tener esperanza significa (...) estar presto en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida.
Pág. 21
La esperanza es un concomitante psíquico de la vida y el crecimiento. Si un árbol que no recibe los rayos del sol inclina su tronco hacia donde da el sol, no podemos afirmar que el árbol “espera” en el mismo sentido en que un hombre espera, puesto que la esperanza del hombre está relacionada con unos sentimientos y una conciencia que el árbol no puede tener. No obstante, no es una falsedad decir que el árbol espera la luz del sol y que expresa esta esperanza doblando su tronco hacia aquélla. ¿Sucede, acaso, de otra manera en el niño por nacer? Quizá no tenga conciencia, pero su actividad está expresando su esperanza de que nacerá y que respirará independientemente. ¿No espera el lactante el pecho de la madre? ¿Y el infante, acaso no espera mantenerse en pie y caminar? ¿No espera el enfermo ponerse bien, el prisionero quedar libre, el hambriento comer? ¿Es que no esperamos cuando nos acostamos que nos levantaremos al día siguiente? ¿Hacer el amor no implica que el varón tiene esperanza en su potencia, en su capacidad para satisfacer a su compañera, y que la mujer la tiene en responderle y en satisfacerlo a su vez?
Pág. 24
Una de las características de la vida es que se halla en constante cambio y que en ningún momento permanece igual. La vida que se estanca tiende a desaparecer. Y si el estancamiento es completo, se produce la muerte. De aquí se sigue que la vida con su propiedad de cambio y movimiento tiende a romper y a superar el statu quo. Crecemos o más fuertes o más débiles, más sabios o más tontos, más valerosos o más cobardes. Cada segundo es un momento de decisión para lo mejor o para lo peor. Alimentamos nuestra pereza, nuestra avaricia o nuestro odio, o bien los dejamos morir. Cuanto más los cultivamos, tanto más fuertes crecen: y en la medida en que los descuidamos, se vuelven tanto más débiles.
Lo que vale para el individuo vale también para la sociedad. Esta jamás es estática: si no crece, decae; si no trasciende el statu quo hacia lo mejor, se desvía hacia lo peor. A menudo tenemos, la gente que conforma una sociedad o como individuos, la ilusión de que podríamos estar quietos y no alterar la situación dad en uno u otro sentido. Esta es una de las ilusiones más peligrosas. En el momento en que nos detenemos, comienza la decadencia.
Pág. 27
El hombre y la sociedad resucitan a cada momento en el acto de esperanza y de fe del aquí y el ahora. Cada acto de amor, de conciencia y de compasión es resurrección; cada acto de pereza, de avidez y de egoísmo es muerte. La existencia nos enfrenta en cada momento con la alternativa entre resurrección y muerte, y en todo momento respondemos. La respuesta no consiste en aquello que decimos o pensamos, sino en lo que somos, en el modo en que obramos, en el lugar en que nos desenvolvemos.
Pág. 28
El lenguaje profético es siempre un lenguaje de alternativas, de elección y de libertad, y nunca el del determinismo, sea para bien o para mal.
Pág. 28
... Un factor de la mayor importancia para comprender la conducta humana del hombre en la sociedad actual: la necesidad humana de certidumbre. El hombre no se halla provisto de un conjunto de instintos que regulen de manera casi automática su conducta. Él tiene que elegir, lo cual significa enfrentarse, en todo asunto importante, a graves riesgos para su vida si elige equivocadamente. La duda que lo acosa cuando tiene que decidir –a menudo con rapidez- le causa una dolorosa tensión e incluso puede comprometer seriamente su capacidad para tomar decisiones rápidas. El hombre, en consecuencia, tiene una viva necesidad de certidumbre. Necesita creer que no existen dudas acerca de lo correcto del método que utiliza para tomar sus decisiones. En efecto, prefiere hacer una decisión “equivocada” y estar seguro de ella que tomar una decisión “correcta” y atormentarse con la duda respecto de su validez. Esta es una de las razones psicológicas de que el hombre crea en ídolos y en guías políticos. Ídolos y líderes eliminan la duda y el riesgo de sus decisiones, no porque, después de tomada la decisión, no haya riesgos para su vida, su libertad, etc., sino porque no hay riesgo alguno de que el método usado para hacer sus decisiones sea erróneo.
La certidumbre estuvo garantizada durante muchos siglos por el concepto de Dios. Omnisciente y omnipotente, Dios no sólo creó el mundo, sino que anunció también los principios de acción sobre los que no había ninguna duda. La Iglesia “interpretó” estos principios en detalle, y el individuo, al asegurar su sitio en la Iglesia mediante la observancia de sus reglas, tuvo la certidumbre de que, ocurriera lo que ocurriese, él estaba en el camino de la salvación y de la vida eterna en los cielos.
Con el advenimiento del enfoque científico y la corrosión de la certidumbre religiosa, el hombre se vio impelido a buscar una nueva certidumbre. La ciencia pareció, en un principio, ser capaz de brindar la nueva base; y así fue para el hombre racional de los últimos siglos. Pero con la creciente complejidad de la vida, que ha perdido toda proporción humana, con el sentimiento cada vez mayor de impotencia y aislamiento individual, el hombre orientado por la ciencia dejó de ser racional e independiente. Perdió el valor para pensar por sí mismo y tomar decisiones basadas en su pleno compromiso intelectual y emocional con la vida. Quiso cambiar la “certidumbre incierta” que proporciona el pensamiento racional por una “certidumbre absoluta”: la certidumbre pretendidamente “científica” que se funda en la predictibilidad.
Pág. 56
Nuestra época ha dado con un sustituto de Dios: el cálculo impersonal. Este nuevo dios se ha convertido en un ídolo a quien pueden ser sacrificados todos los hombres. Está naciendo un nuevo concepto de lo sagrado y lo indiscutible: el de calculabilidad, de probabilidad, de factualidad.
Pág. 60
¿Qué es, entonces, la identidad en un sentido humano? Entre los múltiples accesos a esta cuestión, quiero sólo recalcar la noción de que la identidad es la experiencia que le permite a un individuo decir legítimamente “yo”: “yo” como un centro activo organizador de la estructura de todas mis actividades actuales o potenciales. Esta experiencia de “yo” existe únicamente bajo una situación de actividad espontánea, pero no bajo una actitud pasiva y de semivigilia, una situación en la que la gente está suficientemente despierta para atender sus ocupaciones pero no lo bastante como para sentir un “yo” como en centro activo que está dentro de cada uno. Este concepto de “yo” es diferente del concepto del yo. (No empleo este término en el sentido freudiano sino en el popular en que se dice, por ejemplo, de una persona que tiene un “yo enorme”.) La experiencia de mi yo es la experiencia de mí mismo como una cosa, del cuerpo que tengo o la memoria que tengo, del dinero, la casa, la posición social, el poder, los hijos, los problemas, etc. Que tengo. Me miro a mí mismo como una cosa y mi papel social es otro atributo reificador. Muchos individuos confunden fácilmente la identidad del yo con la identidad de “yo” o de sí mismo. La diferencia es fundamental e inequívoca. La experiencia del yo y de la identidad del yo se basan en el concepto de tener. Yo me tengo a “mí” como tengo todas las demás cosas de que este “mí” es dueño. La identidad de “yo” o de sí mismo se refiere, en cambio, a la categoría de ser y no a la de tener. Yo soy “yo” solamente en la medida en que estoy vivo, interesado, relacionado, activo, y en que he logrado una integración entre mi apariencia –para los demás o para mí mismo, o para ambos a la vez- y el núcleo de mi personalidad. La crisis de identidad de nuestro tiempo se basa esencialmente en la enajenación y la reificación cada vez mayores, y únicamente se resolverá en la medida en que el hombre regrese a la vida, vuelva nuevamente a ser activo. No existe ningún expediente psicológico que pueda apresurar la solución de la crisis de identidad, excepto la transformación fundamental del hombre enajenado en un hombre vivo.
Pág. 89-90
La mayoría de la gente, como muestra la experiencia, oscila entre varios sistemas de valores y, en consecuencia, nunca se desarrollan como individuos plenamente en unas dirección u otra. No tienen ni grandes virtudes ni grandes vicios. Son, como Ibsen lo ha expresado tan bellamente en su Peer Gynt, semejantes a monedas cuyo sello se ha borrado: el individuo no tiene yo ni identidad, pero sí miedo de descubrirlo.
Pág. 97
El conocimiento del hombre, de su naturaleza y de las posibilidades reales de sus manifestaciones debe llegar a ser uno de los datos básicos para toda planificación social.
Pág. 101
La suposición de que los problemas, los conflictos y las tragedias entre el hombre y su semejante desaparecerán cuando no existan necesidades materiales insatisfechas, es un sueño infantil.
Pág. 109
La mayoría de los apremios de placer, incluyendo el sexo, si son compulsivos, no son causados por el deseo de placer, sino por el deseo de evitar la angustia.
Pág. 121
Fondo de Cultura Económica de España, S. L. Quinta reimpresión, 2003
No hay comentarios:
Publicar un comentario