El Camino de las Lágrimas


Seguramente hay un rumbo posiblemente y de muchas maneras personal y único. Posiblemente haya un rumbo seguramente y de muchas maneras el mismo para todos. Hay un rumbo seguro y de alguna manera posible.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 1


Ojalá nos encontremos allí. Querrá decir que ustedes han llegado. Querrá decir que lo conseguí también yo…

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 3


Llamemos al destino final como cada uno quiera: felicidad, autorrealización, elevación, iluminación, darse cuenta, paz, éxito, cima o simplemente final… lo mismo da. Todos sabemos que arribar con bien allí es nuestro desafío. Habrá quienes se pierdan en el trayecto y se condenen a llegar un poco tarde, y habrá también quienes encuentren un atajo y se transformen en expertos guías para los demás. Algunos de estos guías me han enseñado que hay muchas formas de llegar, infinitos accesos, miles de maneras, decenas de rutas que nos llevan por el rumbo correcto. Caminos que transitaremos uno por uno. Sin embargo, hay algunos caminos que forman parte de todas las rutas trazadas. Caminos que no se pueden esquivar. Caminos que habrá que recorrer si uno pretende seguir. Caminos donde aprenderemos lo que es imprescindible saber para acceder al último tramo. Para mí, estos caminos inevitables son cuatro: El primero, el camino de la aceptación definitiva de la responsabilidad sobre la propia vida, que yo llamo El camino de la Autodependencia El segundo, el camino del descubrimiento del otro, del amor y del sexo, que llamo El camino del Encuentro El tercero, el camino de las pérdidas y de los duelos, que llamo El camino de las Lágrimas El cuarto y último, el camino de la completud y de la búsqueda del sentido, que llamo El camino de la Felicidad.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 1

Después de un tiempo me doy cuenta de que por mucho que lo espere nunca volverá. Por lo menos no a este lugar.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 5


Hay una historia que dicen que es verídica. Aparentemente sucedió en algún lugar de África. Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente un derrumbe los dejó aislados del afuera sellando la salida del túnel. En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el gran problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho tres horas y media. Mucha gente de afuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como este significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos, ¿podrían hacerlo antes de que se terminara el aire? Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran. Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron en silencio en el piso. Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo. Incidentalmente solo uno de ellos tenía reloj. Hacia él iban todas las preguntas: ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora? El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora, y la desesperación ante cada respuesta agravaba aún más la tensión. El jefe de mineros se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora. Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su máquina. Y cuando la primera media hora pasó, él dijo «ha pasado media hora». Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire. El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que les informó la media hora, habían pasado en realidad 45 minutos. No había manera de notar la diferencia así que nadie siquiera desconfió. Apoyado en el éxito del engaño la tercera información la dio casi una hora después. Dijo «pasó otra media hora»… Y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media y todos pensaron en cuán largo se les hacía el tiempo. Así siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba que había pasado media hora. … La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados, y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia… el que tenía el reloj.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 7


… las creencias autodestructivas indudablemente condicionan la manera en la cual enfrento las dificultades.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 7


—Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros —explicó el viejo—, las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas…


Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 20



Cita sacada de la versión de un cuento que le llegó al autor hace algunos años de manos de un paciente


Todos los terapeutas del mundo (que disentimos en casi todo) estamos de acuerdo en que la posibilidad de encontrar una forma de expresión de las vivencias internas ayudará a quienes están transitando por este camino a aliviar su dolor.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 23

Había una vez un hombre que estaba escalando una montaña. Estaba haciendo un escalamiento bastante complicado, una montaña en un lugar donde se había producido una intensa nevada. Él había estado en un refugio esa noche y a la mañana siguiente la nieve había cubierto toda la montaña, lo cual hacía muy difícil la escalada. Pero no había querido volverse atrás así que de todas maneras, con su propio esfuerzo y su coraje, siguió trepando y trepando, escalando por esta empinada montaña. Hasta que en un momento determinado, quizás por un mal cálculo, quizás porque la situación era verdaderamente difícil, puso el pico de la estaca para sostener su cuerda de seguridad y se soltó el enganche. El alpinista se desmoronó, empezó a caer a pico por la montaña golpeando salvajemente contra las piedras en medio de una cascada de nieve. Pasó toda su vida por su cabeza y cuando cerró los ojos esperando lo peor, sintió que una soga le pegaba en la cara. Sin llegar a pensar, de un manotazo instintivo se aferró a esa soga. Quizás la soga se había quedado colgada de alguna amarra… si así fuera, podría ser que aguantara el chicotazo y detuviera su caída. Miró hacia arriba pero todo era la ventisca y la nieve cayendo sobre él. Cada segundo parecía un siglo en ese descenso acelerado e interminable. De repente la cuerda pegó el tirón y resistió. El alpinista no podía ver nada pero sabía que por el momento se había salvado. La nieve caía intensamente y él estaba allí, como clavado a su soga, con muchísimo frío, pero colgado de este pedazo de lino que había impedido que muriera estrellado contra el fondo de la hondonada entre las montañas. Trató de mirar a su alrededor pero no había caso, no se veía nada. Gritó dos o tres veces, pero se dio cuenta de que nadie podía escucharlo. Su posibilidad de salvarse era infinitamente remota; aunque notaran su ausencia nadie podría subir a buscarlo antes de que parara la nevisca y, aun en ese momento, cómo sabrían que el alpinista estaba colgado de algún lugar del barranco. Pensó que si no hacía algo pronto, este sería el fin de su vida. Pero ¿qué hacer? Pensó en escalar la cuerda hacia arriba para tratar de llegar al refugio, pero inmediatamente se dio cuenta de que eso era imposible. De pronto escuchó la voz. Una voz que venía desde su interior que le decía «soltate». Quizás era la voz de Dios, quizás la voz de su sabiduría interna, quizás la de algún espíritu maligno, quizás una alucinación… y sintió que la voz insistía «soltate… soltate». Pensó que soltarse significaba morirse en ese momento. Era la forma de parar el martirio. Pensó en la tentación de elegir la muerte para dejar de sufrir. Y como respuesta a la voz se aferró más fuerte todavía. Y la voz insistía «soltate», «no sufras más», «es inútil este dolor, soltate». Y una vez más él se impuso aferrarse más fuerte aun, mientras conscientemente se decía que ninguna voz lo iba a convencer de soltar lo que sin lugar a dudas le había salvado la vida. La lucha siguió durante horas pero el alpinista se mantuvo aferrado a lo que pensaba que era su única oportunidad. Cuenta esta leyenda que a la mañana siguiente la patrulla de búsqueda y salvataje encontró al escalador casi muerto. Le quedaba apenas un hilito de vida. Algunos minutos más y el alpinista hubiera muerto congelado, paradójicamente aferrado a su soga… a menos de un metro del suelo. Y yo digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos a las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo «malo conocido» como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 30
Un cuento


… no hay pérdida que no implique una ganancia, un crecimiento personal.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 31

Aprender a soltar.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 33


Elaborar un duelo es aprender a soltar lo anterior.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 35


Toda la historia de mi relación con mi crecimiento y con el mundo es la historia de este ciclo de la experiencia del que ya hablamos. Entrar y salir. Llenarse y vaciarse. Tomar y dejar. Vivir estos duelos para mi propio crecimiento. Aunque no siempre el proceso sea fácil, aunque no siempre esté exento de daño.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 38


Cuesta trabajo poder soltar aquello que ya no tengo; poder desligarse y empezar a pensar en lo que sigue. De hecho esto es, para mí, el peor de los desafíos que implica ser un adulto sano, saber que puedo afrontar la pérdida de cualquier cosa.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 51


Cuando el alma te duele desde adentro no hay mejor estrategia que llorar.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 54


Hay diez factores que intervienen a la hora del duelo. El grado de presencia o ausencia de ellos puede hacer que el proceso de elaboración sea más fácil o más difícil.

1. Calidad de la relación con la persona (íntima o distante. Asuntos inconclusos)
2. Forma de la muerte (por enfermedad o accidente, súbita o previsible)
3. Personalidad de uno (temperamento, historia, conflictos personales)
4. Participación en el cuidado del ser querido antes de fallecer
5. Disponibilidad o no de apoyo social y familiar
6. Problemas concomitantes (dificultades económicas, enfermedades)
7. Pautas culturales del entorno (aceptación o no del proceso de duelo)
8. Edades extremas en el que pena (muy viejo o muy joven)
9. Pérdidas múltiples o acumuladas (perder varios seres queridos al mismo tiempo)
10. Posibilidad de pedir y obtener ayuda profesional o grupal.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 96


Se han definido diez tipos de soledad que podrían llegar a sentir los viudos en etapa de duelo.

1. Extrañar a la persona en concreto
2. Extrañar el hecho de sentirse queridos
3. Extrañar la posibilidad de querer a alguien
4. Extrañar una relación profunda
5. Extrañar tener a alguien en casa
6. Extrañar compartir las tareas
7. Extrañar la forma de vida de la gente casada
8. Extrañar la satisfacción de ir acompañados
9. Extrañar la vida sexual
10. Extrañar las amistades en común

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 101


Casi todos preferimos tratar de ver cómo hacemos para manipular la conducta del otro para que haga lo que nosotros queremos, antes que pasar por el camino de las lágrimas y dar lugar, después de llorar, a que aparezca una persona que sea más afín con mis gustos y principios.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 107


En un divorcio el duelo significa aprender que la pérdida de este vínculo puede conducir a un encuentro mayor después. Con mi mejor amigo, mi hermano, mi hijo, mi pareja, lo mejor que me podría pasar es que cada uno de nosotros haga lo que en realidad tiene ganas de hacer y encontrarnos después, posiblemente, para compartir aquello que más te gustó y aquello que más me gustó a mí. Pero para esto hay que soltar. Hay que dejar de temerle a la pérdida.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 107


Cuando me doy cuenta de que algo ha muerto, de que algo está terminado, ese es un buen momento para soltar.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 108


Cuentan que había una caravana en el desierto. Al caer la noche la caravana se detiene. El muchachito encargado de los camellos se acerca al guía de la caravana, y le dice: —Tenemos un problema, tenemos 20 camellos y 19 cuerdas, así que ¿cómo hacemos? Él les dice: —Bueno, los camellos son bastante bobos, en realidad, no son muy lúcidos, así que andá al lado del camello que falta y hacé como que lo atás. Él se va a creer que lo estás atando y se va a quedar quieto. Un poco desconfiado el chico va y hace como que lo ata y el camello en efecto se queda ahí, paradito, como si estuviera atado. A la mañana siguiente, cuando se levantan, el cuidador cuenta los camellos, y están los veinte. Los mercaderes cargan todo y la caravana retoma el camino. Todos los camellos avanzan en fila hacia la ciudad, todos menos uno que queda ahí. —Jefe, hay un camello que no sigue a la caravana. —¿Es el que no ataste ayer porque no tenías soga? —Sí. ¿Cómo lo sabe? —No importa. Andá y hacé como que lo desatás, porque si no va a seguir creyendo que está atado y si lo sigue creyendo, no empezará a caminar.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 111





Cuentan que había una vez un señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había muerto. Desde la muerte y durante años no podía dormir. Lloraba y lloraba hasta que amanecía. Un día, cuenta el cuento, aparece un ángel en su sueño. Le dice: —Basta ya. —Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice: — ¿Lo querés ver? Entonces lo agarra de la mano y lo sube al cielo. —Ahora lo vas a ver, quedate acá. Por una acera enorme empieza a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice: — ¿Quiénes son? Y el ángel le responde: —Estos son todos los chicos que han muerto en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros… — ¿Mi hijo está entre ellos? —Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos y cientos de niños. —Ahí viene —avisa el ángel. Y el hombre lo ve. Radiante, como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico que tiene la vela apagada, y él siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él. Él lo abraza con fuerza y le dice: —Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no encienden tu vela como a los demás? —Sí, claro papá, cada mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero ¿sabés lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 118


Si tenés más de cuarenta años y te cuesta adaptarte al hecho de envejecer (perdón, quise decir madurar), te propongo seis medidas negativas para hacer más positiva tu experiencia: No juzgues tus nuevas limitaciones como un síntoma de debilidad. No dudes en relacionarte con gente, estar acompañado, expresarte libremente. No reprimas los sentimientos de tristeza que pueden invadirte. No trates de ser lo que no sos. No le pongas frenos a tu vida y dejala fluir. No tengas prejuicios ni acumules rencores.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 121



Según José Fernando, «se ha descubierto que la sexualidad muere un día después de que lo entierren a uno».

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 124


Un hombre había decidido que deseaba disfrutar de la vida. Él creía que para eso debía tener suficiente dinero. Había pensado que no existe el verdadero placer mientras este deba ser interrumpido por el indeseable hecho de tener que dedicarse a ganar dinero. Pensó, ya que era tan ordenado, que debía dividir su vida para no distraerse en ninguno de los dos procesos: primero ganaría el dinero y luego disfrutaría de los placeres que deseara. Evaluó que un millón de dólares sería suficiente para vivir toda la vida tranquilo. El hombre dedicó todo su esfuerzo a producir y acumular riquezas. Durante años, cada viernes abría su libro de cuentas y sumaba sus bienes. —Cuando llegue al millón —se dijo— no trabajaré más. Será el momento del goce y la diversión. No debo permitir que me pase lo de otros —se repetía—, que al llegar al primer millón empiezan a querer otro más. Y fiel a su duda hizo un enorme cartel que colgó en la pared: solamente UN millón Pasaron los años. El hombre sumaba y juntaba. Cada vez estaba más cerca. Se relamía anticipando el placer que le esperaba. Un viernes se sorprendió de sus propios números: La suma daba 999 999,75. ¡Faltaban 25 centavos para el millón! Casi con desesperación empezó a buscar en cada chaqueta, en cada pantalón, en cada cajón las monedas que faltaban… No quería tener que aguardar una semana más. En el último cajón de un armario encontró finalmente los veinticinco centavos deseados. Se sentó en su escritorio y escribió en números enormes: 1 000 000 Satisfecho, cerró sus libros, miró el cartel y se dijo: —Solamente uno. Ahora a disfrutar… En ese momento sonó la puerta. El hombre no esperaba a nadie. Sorprendido fue a abrir. Una mujer vestida de negro con una hoz en la mano le dijo: —Es tu hora. La muerte había llegado. —No… —balbuceó el hombre—. Todavía no… No estoy preparado. —Es tu hora —repitió La muerte. —Es que yo… El dinero… El placer… —Lo siento, es tu hora. —Por favor, dame aunque sea un año más, yo postergué todo esperando este momento, por favor… —Lo lamento —dijo La muerte. —Hagamos un trato —propuso desesperado—: yo he conseguido juntar un millón de dólares, llevate la mitad y dame un año más. ¿Sí? —No. —Por favor. Llevate 750 000 y dame un mes… —No hay trato. —900 000 por una semana. —No hay trato. —Hagamos una cosa. Llévatelo todo pero dame aunque sea un día. Tengo tantas cosas por hacer, tanta gente a la que ver, he postergado tantas palabras… por favor. —Es tu hora —repitió La muerte, implacable. El hombre bajó la cabeza resignado. — ¿Tengo unos minutos más? —preguntó. La muerte miró unos pocos granos de arena en su reloj y dijo: —Sí. El hombre tomó su pluma, un papel de su escritorio y escribió: Lector: Quienquiera que seas. Yo no pude comprar un día de vida con todo mi dinero. Cuidado con lo que hacés con tu tiempo. Es tu mayor fortuna…

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 127


Cada día que empieza es en realidad la historia de la pérdida de mi día anterior, porque no soy el que era ayer.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 129


Esta es quizás la premisa más importante para recorrer el camino de las lágrimas con un ser querido: NUNCA interrumpas la expresión del dolor.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 133


Las metas de orientación para la ayuda descritas por Worden son diez: ayudar a la persona en duelo a aceptar la pérdida, invitándola a hablar acerca de ella y de las circunstancias que la rodearon ayudar a identificar los sentimientos relacionados con la pérdida (rabia, culpa, ansiedad, tristeza), no criticando su presencia, más bien avalando su expresión ayudar a vivir sin el fallecido y a tomar sus propias decisiones ayudar a independizarse emocionalmente del fallecido y establecer relaciones nuevas ayudar a enfocar su duelo en situaciones especiales como cumpleaños y aniversarios «autorizar» la tristeza dejando saber que es lo apropiado e informando de las diferencias individuales de este proceso dar apoyo continuo, incondicional y sin límite de tiempo ayudar a la persona a entender su propio comportamiento y su estilo de duelo identificar problemas irresueltos y eventualmente sugerir ayuda profesional escuchar… comprender… escuchar… comprender… escuchar… y comprender.

Jorge Bucay
El Camino de las Lágrimas, página 136