El pueblo judío
Sionistas quieren tener a todos los judíos,
comunistas quieren tener a todos los judíos,
socialistas quieren tener a todos los judíos,
anarquistas quieren tener a todos los judíos.
Todos quieren tener a todos los judíos.
Dice el pueblo:
—Despacito.
—Tal como es el mundo, así soy yo—
dice el pueblo.
¿Cómo es el mundo? Así:
Un poquito de tierra, un poquito de agua,
un poquito de aire, un poquito de fuego;
el resto, arena.
—Así soy yo —dice el pueblo—
igual que el mundo:
Un brote de sionismo,
una chispa de comunismo,
una gota de socialismo,
un soplo de anarquismo;
el resto, arena.
—De todo un poquito —dice el pueblo—
Igual que el mundo, así soy yo.
¡Ay de un mundo
todo fuego, todo agua,
todo polvo, todo aire!
Un poquito de ídish, un poquito de hebreo,
un poquito de religión, un poquito de librepensamiento;
el resto, arena.
El pueblo judío es viejo como el mundo
y sabio como el mundo.
Yo soy un cantor;
un cantor a la vida,
un repiqueteo de alegría.
Yo canto respecto de vivir,
de flotar,
de confiar.
¡¿Qué tiene que ver la muerte conmigo?!
Estoy atareado investigando
una motita de polvo,
un honguito,
un hombre.
¡Para mí, la congoja es maldita;
carga un anatema, es impura!
¡Yo soy pura bendición!
Aunque en el otro mundo
me tocara el paraíso,
sin dolor, sin pena,
no quiero saber nada con él
mientras viva.
Porque mientras el mundo sea mundo
quiero vivir,
y después, recién voy a querer más todavía.
¡Cómo voy a querer morir
si en realidad quiero vivir!
¡Las fuerzas no me dan para morir!
¡Si apenas me alcanzan para vivir!
Un instante de dicha
es más hermoso y grato
que el velorio más fantástico.
¡Dios, no me hace falta un velorio!
Con la vida me alcanza y me conformo.
A. Lutzky
Génesis de pronto
Creación es sorpresa,
descubrimiento.
Cada creación es temor.
Hasta la sorpresa más dichosa, da miedo.
Cada ser nace con miedo.
Con aquel miedo
que conmovió al génesis.
El peligro atemoriza y conmueve
hasta al ser más pequeño.
Una liebre,
una hierba,
una mota de polvo,
se sobresaltan ante un soplido.
Aletea con las alitas
y zumba por la bocinita:
—Aquí vuela un avión.
Volar no es caminar;
una milla es para mí un paso,
mundo hay de sobra.
No me importa ir
hasta acá o hacia allá;
soy un gran señor:
yo misma el avión;
yo misma el capitán:
un navío volador.
A. Lutzky
No quiero morir
Eres testigo, Dios:
no quiero morir.
A muerte odio a la muerte,
y a la vida la quiero
como a la vida misma.
El otro mundo es un lugar
demasiado tranquilo para mí.
Mi espíritu no está hecho para allí.
Me gustan los líos,
el ruido, el coraje;
los deseos por fardos
y los bolsillos repletos de juego
y fantasía.
Yo soy de aquí
y aquí quiero quedarme
horas y horas
siempre ocupado.
Preocupado por la vida
quiero vivir mi vida
con alma y vida.
Si ni siquiera se me ocurre
ambicionar otro mundo.
¿Quién es ese otro mundo?
No lo conozco
ni quiero conocerlo.
Quizás quieran morir los quejumbrosos,
dolorosos, los llorosos.
Yo no soy quejumbroso.
No soy doloroso ni lloroso.
A. Lutzky o Arn Lutzki seudónimo de Arn Tzuker
Un diminuto insecto estudia el mundo
Un diminuto insecto se pasea por un pan
y se llena los ojos de cosas extraordinarias
como si estuviera recorriendo el universo.
De pronto se detiene.
Asustado se dice a sí mismo:
—No seguir adelante;
suficiente.
Un muro. Llegamos al fin del mundo.
Un gigante de aquí al cielo.
El insecto trepa arriba, arriba,
y se sienta a descansar en la cima de la montaña enorme
un comino.
El microscópico insecto piensa conmovido:
—¡Que un planeta sea tan magistral!
¡Sobre mí hay un mundo sin fin!
¡Aquí el aire es más fuerte que abajo!
¡El planeta Marte está ahora a mi lado!
Da miedo dar un paso.
Tengo ya para pensar, añorar y recordar
toda mi vida.
A. Lutzky
Una gorra
Una gorra sentada sobre una cabeza
piensa:
—Para todo se necesita suerte,
hasta para una cabeza.
Entre gente, a una cabeza
se le ocurre a veces una idea delicada,
un pensamiento luminoso.
Entonces ya por sí mismo resplandece el rostro,
resplandece la gorra.
Mi cabeza, problemas;
siempre preocupada.
Apenas me reconozco ya en el espejo.
Ya tengo casi el rostro de mi dueño.
A veces, en sueños, creo que soy él.
Hasta en mí realmente lo constato:
¡Yo —una gorra— me sorprendo
preocupándome, de pronto, por zapatos!
A. Lutzky
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