—Confía —exclamó el Maestro, acariciándome con aquella voz firme y profunda. Y tomando la pequeña madera, tras algunos segundos de atenta lectura, concluyó—: Aquí lo dice bien claro… Si tienes esperanza, si confías, lo tienes todo.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 6
— ¿Por qué os empeñáis en saborear lo amargo cuando podéis disfrutar de lo dulce?
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página
Era un Hombre-Dios con un hombre entre las manos. Quizá fue la misericordia lo que hizo rodar aquella lágrima. Nunca lo supimos. Sólo lo sospechamos. Quizá fue una infinita piedad lo que movió e hizo descender el alma de aquel ser tan especial hasta los niveles en los que bregábamos. No sé explicarlo, pero el instinto me dice que fue el amor el que abrió la puerta de la ternura, conmocionando hasta la última célula de Jesús de Nazaret. Él había aparecido en un mundo imperfecto y cruel, y ahora tenía a una de esas imperfectas criaturas entre las manos. Quizá esa mezcla de misericordia, piedad, amor y ternura hizo el prodigio. Quién sabe…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 33
— ¿Y hallaste al Padre en las nieves del Hermón? El Galileo agradeció la ayuda con una breve, casi forzada, sonrisa. —No, mi querida Ruth… El Padre no está ahí fuera… Entonces, señalando el ancho tórax, aclaró: —… Dios está aquí, en el interior.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 133
—Es el ojo del Destino. Sólo unos pocos aciertan a saber que está ahí… Pero, atención: el hombre que lo descubre necesita de todas sus fuerzas para seguir en la lucha.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 172
Yehohanan nació el 25 de nisán (marzo) del año 7 a. J. C. Tenía, por tanto, cinco meses y cuatro días más que su pariente lejano, Jesús (las respectivas madres —Isabel y la Señora— eran primas segundas). El nacimiento, en realidad, tuvo lugar en la madrugada del 25 al 26 (quizá en las proximidades de la última vigilia, la del alba: en esas fechas, hacia las 6 horas). El acontecimiento se produjo en una aldea situada al oeste de Jerusalén, a poco más de una hora de camino (alrededor de seis kilómetros). El lugar, en aquel tiempo, recibía el nombre de «Manantial de la Viña» (posiblemente «Ain Kárim» o «Ein Kárim»)[89]. Se trataba de un puñado de casas (treinta o cuarenta), habitado por pastores y campesinos. Fue un parto normal, según mis informantes. Antes, sin embargo, en los meses previos, ocurrieron algunos hechos poco habituales. Mejor dicho, nada habituales… La madre se llamaba Isabel (occidentalización del nombre hebreo «Elisheba» o «Mi Dios siete veces»). Era una mujer instruida, de buena familia, descendiente de las «hijas de Aarón», el hermano de Moisés[90]. Al nacer Yehohanan contaba unos cincuenta y tres años. Es decir, una mujer mayor (la expectativa de vida para los varones no superaba la media de treinta y cinco o cuarenta años. Las mujeres vivían algo más). El padre (Zacarías o «Zejaría» —«Recordado por Dios»—) era sacerdote. Pertenecía al clan de los Abiá [octava clase sacerdotal[91]], una de las familias más respetadas en las cuestiones del culto a Yavé. Nadie supo aclararme con exactitud la edad del padre de Yehohanan cuando se produjo el nacimiento del Anunciador. Quizá tuviera sesenta años. Puede que más. Estos datos, como espero referir en su momento, eran muy significativos… No me equivoqué. Zacarías repartía el tiempo entre el cuidado de una granja de ovejas, ubicada en el «Manantial de la Viña», y el Templo, en la cercana Ciudad Santa (Jerusalén). Allí desempeñaba su labor como simple sacerdote, uno más entre los dieciocho mil que, al parecer, formaban la nómina del llamado Segundo Templo. Recibía el salario correspondiente, trabajando a razón de una semana cada seis meses. La venta de ovejas era su principal sustento. Zacarías era también un excelente esquilador. No habían tenido hijos. Al nacer Yehohanan, Isabel y su esposo acababan de cumplir cuarenta años de matrimonio. Aquello me llamó la atención. Pregunté y siempre obtuve la misma respuesta: Isabel era estéril. Estaba «maldita» (!). La sociedad judía no planteaba siquiera que la esterilidad pudiera tener un origen masculino… Abner no supo aclarar la siguiente cuestión. ¿Por qué Zacarías no repudió a su mujer? Las severas leyes mosaicas contemplaban esta posibilidad. Entre las familias sacerdotales, el rigor, incluso, era más acusado[92]. El fin del matrimonio era la prole. Según Yavé, si la mujer no estaba capacitada para dar hijos, el varón podía divorciarse o buscar nuevas esposas. Lo contrario no existía… Quise creer que Zacarías amaba a Isabel. Por eso no la abandonó. Las leyes judías también tenían un límite… Aun así, debería preguntar al propio Yehohanan. Quizá él tuviera una respuesta. Pero ¿cómo plantear tan delicado interrogante? El Destino supo hacerlo…, ¡y de qué forma! Y, como decía, empezaron a registrarse algunos hechos insólitos en la vida de la pareja y de la sencilla y olvidada aldea. A lo largo del mes de tammuz (junio) del año 8 a. J. C., fueron muchos los vecinos del «Manantial de la Viña» que observaron, atónitos y aterrados, las evoluciones sobre casas y campos de unas pequeñas y veloces «esferas luminosas» que ponían en fuga el ganado y que llegaban a atravesar muros y terrados. Hacían acto de presencia al atardecer y desaparecían con el alba. Fue una señal. Hablaban de una catástrofe, anunciada por este raz o «misterio» (más que «misterio» podría traducirse como «designio misterioso»). Naturalmente, para aquella gente, el raz era obra de Yavé o de sus «siervos», los espíritus maléficos. Las noticias sobre los «fuegos inteligentes» corrieron veloces por el pequeño país. Y fueron numerosos los escribas que consultaron los textos sagrados, haciendo hitpa (profetizando) sobre tales sucesos. De todo esto tampoco hablan los evangelistas. Fue a finales de ese mes de junio cuando se produjo el segundo y extraordinario hecho en la aldea de Yehohanan. Isabel, que también fue testigo del raz mientras regresaba con el ganado desde las vecinas montañas, recibió una «visita» muy poco común. En lo escrito por Abner, dictado, a su vez, por el Anunciador, se hablaba de un «varón de considerable estatura, cabellos largos y amarillos y una vestimenta como la de los persas» (con pantalones). Emitía luz a todo su alrededor. Era fuerte, musculoso, con el rostro áspero, «como trabajado con martillo y cincel». En el pecho lucía un «dibujo» (?): una especie de bordado rojo que reproducía tres círculos concéntricos. ¿Círculos? La imagen me recordó algo… Isabel se hallaba sola. Esos días, su marido se encontraba en el Templo de Jerusalén, oficiando. Era el turno de la sección semanal a la que pertenecía. El «hombre de luz» —así lo definieron— no abrió los labios, pero Isabel oyó palabras en el interior de su cabeza. Al principio, la presencia del ser en el corral de la casa la aterrorizó. Quedó inmovilizada (quizá por el miedo). Quería gritar y solicitar ayuda. No pudo. Y escuchó lo siguiente: «Mientras tu marido, Zacarías, oficia ante el altar, mientras el pueblo reunido ruega por la venida de un salvador, yo, Gabriel, vengo a anunciarte que pronto tendrás un hijo que será el precursor del divino Maestro. Le pondrás por nombre Yehohanan (Juan). Crecerá consagrado al Señor, tu Dios, y cuando sea mayor, alegrará tu corazón, ya que traerá almas a Dios. Anunciará la venida del que cura el alma de tu pueblo y el libertador espiritual de toda la Humanidad. María será la madre de este niño, y también apareceré ante ella». Yo conocía el mensaje de Gabriel. La Señora y sus hijos me habían informado en su momento[93]. Los dos textos eran prácticamente iguales. Cinco meses después, a mediados del marješván (noviembre), la entonces casi niña María recibía una «visita» similar, protagonizada por el mismo «hombre luminoso», Gabriel[94]. El anuncio a la Señora tuvo lugar en el interior de la casa de Nazaret. Por lo que alcancé a deducir en posteriores encuentros con el Anunciador, la presencia del «hombre de luz» ante Isabel y, poco después, ante María, y, sobre todo, los mensajes marcarían profundamente la vida de Yehohanan. Su comportamiento estuvo íntimamente ligado a estos hechos sobrenaturales. La influencia, al margen de otros «problemas» a los que me referiré en su momento, fue total. ¡Era el precursor del mesías! ¡El anunciador! ¡El que abre camino y el que prepara! Lamentablemente, ni Isabel, ni María, ni tampoco Yehohanan entendieron el verdadero sentido de las palabras de Gabriel… Y durante años, la madre del Anunciador se encargaría de avivar la llama del gran error: Yehohanan sería el segundo en el mando. Yehohanan ocuparía un lugar de honor en el reparto del reino. Yehohanan, como el mesías, como Jesús de Nazaret, sería un šallit, un hombre con fuerza (tanto física como mental). Yehohanan se consideraba un elegido, un ser especial, dotado del don de la profecía y de la sanación. Tenía razón, hasta cierto punto… Por eso —según Abner—, trazaba círculos de piedras allí donde iba. El guilgal era una manifestación física de su capacidad como šallit. Al verlo, todos sabían que se hallaban ante un hombre «santo», capaz de imponer su voluntad sobre el mal y sobre la naturaleza. Era una vieja creencia que se remontaba a los tiempos del profeta Elias (ochocientos años antes de Cristo)[95]. Yo fui uno de los pocos que no lo tuvieron en cuenta y casi lo pagué con la vida… Pero regresemos a Isabel y a la singular «visita» del «hombre luminoso». La mujer, asustada primero y desconcertada después, no dijo nada a nadie, ni siquiera a Zacarías. Con el paso de los días, como es natural, llegó a dudar, incluso, de sí misma. ¿Lo había soñado? ¿Era fruto de su mente, ya cansada y anciana? El embarazo, sin embargo, era real. Y al poco, a lo largo de ese verano del año 8 a. J. C., cuando los signos de la gestación empezaron a ser evidentes, Isabel cayó en una crisis más profunda. ¿Cómo era posible? Tenía cincuenta y tres años. Hacía tiempo que había experimentado la menopausia. No existía ovulación. ¿Cómo explicar aquel embarazo? Además, según la sociedad que la rodeaba, era estéril… ¿Era cierto? ¿Fue visitada por un ángel? ¿Era Dios quien había hecho el prodigio? Lentamente, Isabel se convenció. Era cierto… Y a los cinco meses, en noviembre, se decidió a comunicárselo al marido. Zacarías reaccionó como era de esperar. Primero lo tomó a broma. Después, ante la insistencia de Isabel, pasó al desconcierto y, finalmente, al escepticismo. ¿Embarazada? ¿A su edad? ¿Por obra del Justo? Y el desasosiego del anciano sacerdote se multiplicó cuando, efectivamente, nadie pudo dudar del estado de buena esperanza de su mujer. Diciembre y enero fueron espantosos. Zacarías pensó que se volvía loco. No es que dudase de la honestidad de Isabel, anciana y estéril. Lo que no entendía era el porqué de aquella elección. Conocía bien las profecías sobre el libertador (más de quinientas), pero a sus sesenta años se había vuelto poco crédulo. ¿Por qué aceptar que aquel hijo fuera el precursor del Mesías? ¿Quiénes eran ellos? Nadie. ¿Quién era María, la pariente de Isabel? Nadie… ¿Podían estar confabuladas las mujeres? Zacarías también rechazó la idea. ¿Por qué maquinar semejante enredo? « ¿Y si fuera una niña?». La confusión fue tal que Zacarías acudió al Templo y rogó que Dios le diera una señal. De momento, el atormentado sacerdote no dijo nada. La plegaria a Yavé fue guardada en su corazón. Sólo algún tiempo después se lo comunicaría a Isabel, cuando sucedió lo que sucedió… En febrero del año 7 a. J. C., María, la Señora, entonces una jovencita desposada con José, acudió al «Manantial de la Viña» con el propósito de visitar a Isabel. Faltaban dos meses para el nacimiento de Yehohanan. Fue el primer encuentro de las embarazadas. María estaba ya de diez semanas, aproximadamente. Según la versión del Anunciador, transmitida a su segundo, las mujeres se comunicaron sus mutuas experiencias —en especial, las respectivas presencias de Gabriel—, lo que reforzó creencias y provocó más desasosiego, si cabe, en el aturdido Zacarías. En aquella histórica reunión fueron trazados los primeros planes para Jesús de Nazaret y su lugarteniente, Yehohanan. Isabel y María, entusiasmadas, hicieron y deshicieron. El Maestro reuniría los ejércitos, expulsaría al invasor y tomaría posesión del trono de David. Ellas serían las madres del rey y del «heraldo» del rey. El mundo estaría a su servicio. Jesús —así lo había anunciado el «hombre de luz»— era el niño de la Promesa o del Destino. Yehohanan prepararía ese reino de gloria y esplendor judíos, esperado durante siglos. Estaba muy claro… Como ya he referido en otras ocasiones, ni la Señora ni su prima segunda entendieron el significado de las expresiones «reino de los cielos» o «libertador espiritual». Y allí, en la casa de Zacarías, nació un malentendido que oscureció la vida del Galileo… Y se produjo el tercer suceso de carácter extraordinario. Ocurrió el 11 de febrero, cuando María llevaba poco más de una semana en el «Manantial de la Viña». Esta vez, el protagonista fue el derrotado Zacarías… Así constaba en las «memorias» de Abner: «Fue un sueño, un hélem [más que un sueño, una visión]. Zacarías soñó que estaba en el Templo de Jerusalén. Era uno de los turnos en el que oficiaba. Le tocó en suerte el incienso [ofrecer incienso y otros perfumes en el Santo. Cuando entró en el lugar con sus compañeros, se dirigió al citado altar de los perfumes. De pronto vio a un «hombre» junto a dicho altar. No era sacerdote. Vestía pantalones, como los babilónicos. Zacarías y sus compañeros quisieron avisar a los vigilantes. ¿Cómo había entrado en el recinto sagrado? Pero Zacarías y los otros no pudieron moverse. Estaban amarrados al pavimento, como cosidos a las piedras. Entonces, el «hombre» habló, pero no movía los labios. Zacarías, aterrorizado, se orinó. Y oyó: «No temas, Zacarías… No te haré daño… Tu petición ha sido escuchada… Yo soy la señal que has solicitado al Todopoderoso… Tendrás un hijo que abrirá camino al que es más santo y fuerte, al libertador espiritual de los hombres…». »Y Zacarías respondió en el sueño: "Soy viejo. ¿Podré verlo?" »El "hombre" ordenó a uno de los sacerdotes que saliera del Santo y mirase si había llegado la hora de la inmolación del cordero. El sacerdote pudo moverse y huyó del lugar. Pero no regresó. »Y el "hombre" formuló la misma pregunta al segundo compañero de Zacarías. Pero tampoco retornó. »Entonces preguntó a Zacarías: "¿Luce la luz?" «Zacarías recuperó el movimiento y se asomó al exterior. Vio que no había llegado la aurora, regresó y respondió: "Ni siquiera se ve Hebrón." El "hombre" volvió a preguntarle: "¿Luce la luz?" Zacarías repitió la operación y también la contestación. El "hombre" preguntó hasta un total de dieciocho veces: "¿Luce la luz?" Zacarías salió otras dieciocho veces y regresó con las mismas palabras: "Ni siquiera se ve Hebrón." »El "hombre", entonces, condujo a Zacarías hasta la sala de los corderos. Allí tomó uno de los animales y le hizo beber en un recipiente de oro. Volvió a hablar a Zacarías y dijo: "Tu hijo precederá al cordero y tú precederás a tu hijo, Yehohanan." »Así concluyó el "sueño"». Según mi informante, al despertar, Zacarías, impresionado, aceptó la versión de su mujer. Nunca volvió a dudar: Yehohanan sería el nombre de su hijo, el que inauguraría el reino. Y durante mucho tiempo, el «secreto» permaneció en la familia.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 293
En junio del año 1 a. J. C., cuando acababa de cumplir seis años, Isabel viajó a Nazaret. Fue el primer encuentro de Jesús con Yehohanan. El Galileo tenía cinco años. Y las madres volvieron a estudiar el «espléndido futuro» de sus hijos. Fue otra «cumbre» histórica, en la que Isabel y María se reconfortaron mutuamente, prometiéndose días de gran felicidad. Las conversaciones fueron en secreto. Por lo que pude averiguar con la Señora, José permaneció distante. Aquella planificación de las vidas de los todavía niños no era de su agrado. El padre terrenal del Maestro, como ya mencioné en su momento, no tenía claro el supuesto destino de su primogénito como «libertador político y religioso» de su país. Fue el único que acertó, aunque no vivió para verlo…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 310
Dos meses después de la muerte de Zacarías, la viuda y su hijo decidieron viajar al norte. Hacía mucho que no veían a María y al supuesto mesías. Cuando Yehohanan y Jesús se vieron por primera vez —trece años atrás— sólo eran unos niños. La reunión fue un fracaso. «Mi primo —comunicó Yehohanan a Abner— tenía dudas. Escuchó pero, a la hora de decidir, se echó atrás, planteando que nuestras respectivas familias eran lo prioritario en esos momentos».
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 314
Jesús y el hombre de las pupilas rojas no volverían a verse en otros trece años. Cada uno siguió su Destino, tal y como estaba previsto.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 315
—… Aquel príncipe explicó a los hombres cómo era Dios y, para eso, dibujó tres círculos concéntricos. Acarició con los dedos los círculos trenzados en la estera sobre la que estábamos sentados y prosiguió, bajando la voz hasta el extremo que me obligó a pegarme literalmente a su rostro. —Cada círculo representa un atributo de Elyon. El centro es el «presente para siempre». El príncipe lo llamó «amor». El instinto volvió a golpear en mi corazón. —De ahí brota todo lo demás. Ese centro flota en la eternidad y en la infinitud de Elyon. Ese centro es la «iod», la letra que inaugura el sagrado Nombre y la creación toda… Guardó silencio. Sí, había comprendido. Del amor nace lo visible y lo invisible, lo infinito y lo eterno. —Los tres círculos, en suma, son la «bandera» de Dios, bendito sea su nombre… —Y de esas características divinas, ¿cuál es tu preferida? —No es un problema de elección, querido amigo. El centro, lo que proporciona sentido a todo lo demás, es el amor. Si no fuera así, no serían «tres» y no sería Dios. Por eso el príncipe lo llamó también «Ab-bā» («papá»).
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 477
—No te asustes, querido e impaciente amigo. La verdad existe, pero no aquí. Si llegaras a poseerla, te consumiría como el fuego. Una cosa es manifestar que la verdad está ahí, en el Altísimo, y otra muy distinta desnudarla delante de los hombres. Aquellas palabras sí me resultaron familiares… —Y para ti, ¿qué es la verdad? — ¿A cuál te refieres? Me derribó, una vez más. — ¿Es que hay varias? La sonrisa fue ensanchándose, y los ojos, finalmente, se iluminaron. — ¿Preguntas por la verdad de mi juventud? Huyó y me dejó esto… Retiró el talith y mostró la cabellera nevada. — ¿Preguntas por la verdad que descubrí al enamorarme? Creo que notó mi turbación. —… Aquélla fue una de las más cercanas. Creí tocar el cielo. También huyó, esta vez de puntillas… » ¿Preguntas por la verdad que se sienta a tu lado, junto al dolor? A ésa la espanta uno mismo, en cuanto puede… » ¿Preguntas por mis ilusiones y esperanzas? Cada una viaja con una verdad sobre los hombros, todas diferentes… » ¿Te refieres, quizá, a la verdad que habita en esta casa, amasando con Jaiá el presente? Todos los días, el Altísimo se ocupa de cambiar su rostro… » ¿A cuál de esas verdades te refieres?
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 482
—Los caminos de Ab-bā, el Altísimo, son circulares…
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 485
—El verdadero sabio, amigo mío, es el que dispone de conocimientos, sí, pero sobre sí mismo.
J. J. Benítez
Caballo de Troya 7, Nahum, página 487
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