Diosa Phebea, que tu rayo puro		
rompe la fuerza del nocturno velo		
con cuya luz a los del bajo suelo		
indicio das del resplandor futuro,		
   si la memoria del Amor perjuro
no ha muerto el tiempo con su presto vuelo,		
también probaste el miserable duelo		
que a mí me causa con su golpe duro.		
   Y, si por ver a Endimión dormido,		
cuando Apolo del mar se descubría
culpabas su venida presurosa,		
   cubre ahora tu rostro esclarecido,		
que para desterrar la niebla fría		
los ojos bastan de mi ninfa hermosa.
Gonzalo Sánchez
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