A San Isidro
Los campos de Madrid, Isidro santo,
arados de esas plantas soberanas
tristes pasaban noches y mañanas,
que vuestra devoción lograba tanto.
Movió al cielo la causa y justo llanto,
y no quiso suplirlo con humanas,
ni que sus esperanzas fuesen vanas,
por modo que en los siglos causa espanto.
Por Ángeles se araron los barbechos,
que en vuestra ausencia lágrimas vertían,
rindiendo a los sembrados su tributo.
Y hasta ahora nos duran los provechos
de lo que por entonces producían,
sembrando aquí sus lágrimas, el fruto.
Jerónimo Núñez de León
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