Soneto
   La Madre Augusta, el Príncipe nacido,		
felicidad fatal de que adolece;		
toda la eternidad que en él se acrece,		
ya pensó el hado que la había vivido.		
   Recobrose con gozo más crecido,
y en la Real vida el susto convalece,		
desengañado de que no fenece		
lo eterno, aunque en un punto conseguido.		
   O cuánto la Agustísima Mariana,		
vivó de gloria en el instante sólo,
que dio una Majestad a España tierna.		
   Mas si armó contra sí la Parca vana,		
viva, viva feliz la edad de Apolo		
que no la ha de acabar, quien la hace eterna.
Pedro Anguita y Monguia
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