Charles Dickens Tiempos difíciles



—Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son necesarias las realidades.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 2
 
 
El señor M’Choakumchild había trabajado con exceso. Si hubiese aprendido algunas cosas menos, habría estado en situación de enseñar muchas cosas más de una manera infinitamente mejor.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 10
 
 
—¡Otra vez preguntándote cosas! —dijo Tom.
—Mis pensamientos son tan indómitos, que todo lo miran asombrados —contestóle, la hermana.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 64
 
 
El señor M’choakumchild me dijo a continuación que me lo presentaría de otra manera, y se expresó de este modo: «La sala de esta escuela es una ciudad inmensa en la que vive un millón de habitantes, y de —ese millón de habitantes, solamente se mueren de hambre en la calle, al año, veinticinco. ¿Qué os parece esta prosperidad?». Lo mejor que se me ocurrió contestarle fue que para los que se morían de hambre era lo mismo que la ciudad tuviese un millón que un millón de millones de habitantes. Y también en esto me equivoqué. —¡Naturalmente que si! —El señor M’choakumchild dijo que iba a probarme otra vez, y empezó: «Tengo aquí un cuaderno de asmatísticas…». —Estadísticas —corrigió Luisa. —Eso es, señorita Luisa…; siempre me hacen pensar en los pobres asmáticos… De estadísticas de accidentes marítimos. «Según ellas (dijo el señor M’choakumchild), cien mil personas se embarcaron en un año para travesías marítimas largas, y tan sólo quinientas se ahogaron o perecieron entre llamas. ¿Qué tanto por ciento resulta?». Y yo le contesté… que ninguno —y al decir esto, Cecí sollozó, como si aquel error, el mayor de los suyos, le inspirase viva contrición. —¿Cómo que ninguno, Cecí? —Ningún tanto por ciento representa para los parientes y amigos de los que perecieron.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 68
 
 
Los recursos de que echa mano el tiempo en algunas de las etapas de su elaboración del ser humano son muy rápidos. Como el joven Tomás y Cecilia habían llegado a una de esas etapas de fabricación, estos cambios de que hemos hablado se realizaron en el transcurso de uno o dos años; y mientras tanto, en ese mismo lapso, el propio señor Gradgrind parecía haberse quedado estacionado y sin sufrir alteración.
Y si la tuvo fue en un sentido completamente independiente de su marcha a través del proceso de la fábrica del tiempo. Éste lo empujó hacia un mecanismo lateral, pequeño, ruidoso y bastante sucio, haciéndolo miembro del Parlamento por Coketown: uno de sus respetables miembros que todo lo medían y pesaban, uno de los representantes de la tabla de multiplicar, uno de los ilustres caballeros sordos, de los ilustres caballeros mudos, de los ilustres caballeros ciegos, de los ilustres caballeros inválidos, de los ilustres caballeros muertos a toda otra consideración. ¿Para qué, si no, vivimos en un país cristiano, mil ochocientos y pico de años después de la venida de nuestro Maestro?
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 110
 
 
Pero la fábrica del tiempo se encuentra en un lugar secreto, su trabajo no se siente y sus brazos son mudos.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 114
 
 
Todos los regalos marcan una tendencia inevitable a empequeñecer al que los recibe.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 138
 
 
«Si necesitáis para un cargo cualquiera un hermoso perro capaz de pronunciar discursos magníficamente endemoniados, buscad a mi hermano Santi, que es el hombre que os está haciendo falta».
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 150
 
 
Con esta sencillez cayó Esteban Blackpool en la más solitaria de las vidas: la del que vive aislado entre una muchedumbre que le es familiar. El que es forastero en un país y busca entre diez mil caras una siquiera que conteste a su mirada y no la encuentra, vive en una alegre sociedad comparado con el que se cruza cada día con diez caras que antes eran amigas y que ahora miran a otro lado. A eso estaba condenado Esteban durante todos los momentos de su vida; en la fábrica, al ir y venir de la fábrica, en la puerta de su casa, al asomarse a su ventana, en todas partes. Por consenso general, evitaban caminar por el lado de la calle por el que habitualmente marchaba Esteban, y se lo cedían a él para que fuese el único trabajador que circulaba por allí.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 173
 
 
No siempre se piensa lo mismo que se dice. A veces se piensan y se dicen cosas muy distintas.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 176
 
 
—Aunque echaseis el guante a un centenar de Slackbridges…, a todos los que andan por ahí y a un número diez veces mayor…, y los metieseis a cada uno en un saco y los hundieseis en lo más profundo del océano, donde no será jamás de los jamases tierra seca, aunque hicieseis eso, habríais dejado el embrollo tal y como antes estaba. ¡Hablar de extranjeros perversos, cuando no hemos tenido entre nosotros, desde que podemos hacer memoria, ni uno solo! —Esteban acompañó estas palabras de una sonrisa apesadumbrada—. No son ellos los que crean las dificultades; no han empezado éstas con ellos. Yo no pretendo patrocinarlos…, ninguna razón tengo para favorecerlos…; pero es deplorable e inútil soñar con prohibirles ejercitar sus oficios, en lugar de ganarles la mano por mayor habilidad que ellos. Yo soy el mismo que era antes de venir a esta habitación y seré el mismo que ahora soy después que me haya marchado de aquí. Poned ese reloj a bordo de un barco y expedidlo para la isla del Norfolk, y seguirá marcando la hora de la misma manera. Eso es exactamente lo que ocurre con Slackbridge.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 180
 
 
«¡Que Dios nos proteja a todos en este mundo!»
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 183
 
 
Adelante, pero ¿hacia dónde? Paso a paso, hacia adelante, hacia abajo, hacia un destino, iba ella; pero tan poco a poco, que creía no moverse de donde estaba.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 200
 
 
Cuando el demonio se echa por el mundo en forma de león rugiente, esa forma suya sólo puede atraer a los salvajes y a los cazadores. Pero cuando se presenta ataviado, elegantizado y pimpante con todos los requisitos de la moda; cuando se presenta hastiado del vicio y hastiado de la virtud, cansado de oler a azufre y cansado de oler a gloria, entonces sí que es un verdadero demonio, lo mismo si se dedica a manejar el rojo balduque que a avivar el rojo fuego.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 216
 
 
—Tom, ¿crees verdaderamente que el hombre aquel a quien di el dinero está complicado en el crimen?
—Lo ignoro, pero no veo por qué razón no ha de poder estarlo.
—A mí me pareció un hombre honrado.
—Hay otros que tal vez te parezcan criminales y no lo son.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 230
 
 
—Perdonadme si os interrumpo —le replicó Bitzer—, pero estoy seguro de que vos sabéis perfectamente que todo el sistema social no es sino una cuestión de interés propio. La única manera de manejar a una persona es mover su interés propio. Los hombres somos así. Sabéis perfectamente, señor, que es este el catecismo que me enseñaron cuando yo era muchacho.
 
Charles Dickens
Tiempos difíciles, página 346
 













 

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