Elisa Shua Dusapin

"Salgo del tren, me precipito a las entrañas de la estación de Shinagawa. Paredes descascarilladas, pantallas digitales que anuncian un dentífrico con la imagen de una mujer de colmillos resplandecientes. Flujos de gente con prisa. Fuera, unos obreros retiran los restos de una obra. Una plataforma sobresale de un parque de cerezos, parcelado por vallas donde fuman los salarymen, con gesto brusco. Aplastan las colillas en piedras que me recuerdan a la sal que se da a los caballos.
Sigo las instrucciones de la señora Ogawa. Coger la pasarela que lleva al complejo residencial, edificio 4488, avisar de mi llegada en el interfono, el ascensor me subirá hasta la última planta.
La puerta se abre al interior del apartamento. A pesar del calor, la señora Ogawa lleva una chaqueta de traje, un pantalón de felpa y zapatos. Es mayor de lo que pensaba. Tal vez me parece más vieja por lo delgada que es. Ha mandado a su hija, Mieko, a hacer unas compras a la tienda veinticuatro horas. Quiere enseñarme el lugar mientras la esperamos.
Un largo pasillo conecta una serie de habitaciones en perfecta simetría. Empezamos por el cuarto de baño. Plástico de color carne, minúsculo. Apenas quepo de pie. Enfrente, el dormitorio, también muy estrecho, con armario empotrado, moqueta de color castaño. Hay dos colchas sobre la cama, una bien planchada, la otra arrugada; faldas y camisetas desperdigadas. El aire huele a tabaco rancio.
—Antes era un hotel, la planta de fumadores—se disculpa la señora Ogawa. Cuando quebró, pudimos instalarnos aquí. Mi marido es ingeniero de trenes de alta velocidad. Trabajó en la ampliación de la estación de Shinagawa para la llegada del Shinkansen. El barrio se está desarrollando. Este edificio va a convertirse otra vez en hotel, las obras están previstas de aquí a fin de mes, pero por ahora, somos los únicos que viven aquí.
Me observa desde el umbral de la puerta, con la mano sobre el pomo. Doy una vueltecita sobre mí misma, avergonzada por esta intimidad a la que permiten que me asome bajo la luz de una bombilla sin pantalla. No hay ventanas. Al final del pasillo, un salón-cocina, abierto, estilo americano. La cocina de gas ocupa casi todo el espacio, junto con la biblioteca. Tras el ventanal acristalado, una capa de contaminación difumina la megalópolis a nuestros pies."

Elisa Shua Dusapin
El salón de Pachinko















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