A don Agustín de Salazar y Torres
   Dichoso yo, que oí, Cisne Sagrado,		
el más alto primor de tu armonía,		
tu voz eternizarse en tu agonía,		
tu vida asegurarse en lo elevado.		
   Tan dulce providencia a tanto grado,
de todos, te excedió, que aun no podía,		
ser en ti tu espirar tu melodía		
pues ella te alentaba desmayado.		
   Moriste, en fin, moriste, y dos victorias		
en dos vidas lograste, la primera
allá en los Astros, y otra en la memoria.		
   No es menos victoriosa la tercera,		
puesto que al instrumento de tus glorias		
puntos floridos da la Prima-Vera.
Padre Jerónimo Pérez de la Morena
Dura ley del soneto
   «Dulce calma anunciaban los colores		
del iris bello al campo, que asustado		
estuvo en la tormenta de un nublado,		
temiendo el fin de plantas y de flores.		
   Alegres ya los tristes labradores,
volvían a tomar el corvo arado;		
otra vez s escuchaban en el prado		
los cantos de los tiernos ruiseñores.		
   Salpicada de perlas, parecía		
que el cielo con estrellas remedaba
la húmeda hierba que la luz hería.		
   Todo vida y solaz y amor brindaba...		
Mas ¿dónde vas, risueña fantasía?		
¿No ves que es un soneto, y que se acaba?»
Padre Jerónimo Pérez de la Morena
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