En la velada
Para ahuyentar mis lágrimas sombrías,
que el alma intenta reprimir en vano,
risueña avanzas al brillante piano
y evocas los recuerdos de otros días.
Traduces las sublimes melodías,
obra inmortal del genio soberano,
y a los conjuros de tu blanca mano
se llenan los espacios de armonías.
Escuchando sus ecos singulares
que vagan por los ámbitos perdidos,
se disipan mis tétricos pesares,
y quedan mis potencias y sentidos
pendientes de tus lánguidos cantares,
en cascadas de perlas convertidos.
Plácido Langle
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