Haga Dios...
Haga Dios que de un hombre te enamores
y te deje buscando otras mujeres,
que te quiera tan mal como me quieres
que le seduzcan cuanto más le adores.
Que sólo para ti tenga rigores
y olvide desdeñoso tus quereres
y contemple impasible que te mueres
hecha trizas el alma de dolores.
Que tu clamor no llegue nunca al cielo,
que sea tu infortunio su alegría,
que tenga el alma para ti de hielo.
Que aborrezca tu amor más cada día,
que te niegue hasta el último consuelo
¡y que te escupa al verte en la agonía!
Alberto Valero Martín
Nunca mi labio...
Nunca mi labio romperá el secreto,
que por mí será siempre indescifrable,
del dolor me traspasa, inexorable,
toda mi entraña, todo mi esqueleto.
Mas si rompiendo esta cruel cadena
mi fin abrevio con mi propia mano,
y queréis penetrar en el arcano
del íntimo por qué de tanta pena,
preguntadle a la hembra olvidadiza
que mi vida amustió con los dos trazos
de una cruz de traición y de ceniza.
A la mala mujer que hizo pedazos
mi juventud, que es sólo ya una triza,
y el corazón también, entre tus brazos.
Alberto Valero Martín
Y muriendo por ti...
Voy a morir... Mi espíritu me advierte
que silenciosa, imperturbable y fiera
con pisar cauteloso de pantera,
me acosa persigiéndome la muerte.
¡Y muriendo por ti, muero sin verte!
¡Qué triste llegará mi hora postrera!
¡No cerrarás mis ojos cuando muera
ni llorarás sobre mi cuerpo inerte!
Yo era dichoso cuando eras mía.
Hoy me traicionas, y mi amor gigante
término pone a mi existencia fría...
¡Y sabe Dios si acaso en el instante
en que sufro mi bárbara agonía
deliras en los brazos de otro amante!
Alberto Valero Martín
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