"Creí que mi madre iría al infierno por ser lesbiana."
Asa Larsson
"Cuando Ragnhild Pekkari decidió morir, vivir se le hizo un poquito más fácil.
Tenía un plan. Salir a esquiar en la escarcha de la noche, una vuelta de dos horas, a menos que hubiera un cambio repentino de tiempo. Cuando llegara al sitio, un río sobre el cual siempre se formaba un puente de nieve, encendería un fuego y se tomaría su última taza de café. Luego derretiría algo de nieve y la echaría dentro de la mochila para que se empapara y pesara y no estuviera llena de aire. Después de eso se pondría los esquís y se metería por el puente de nieve. Por debajo, el agua corría libremente. Si todo iba como ella se había imaginado, el puente cedería. Y, si no lo hacía, ya se arrojaría ella misma por el borde.
Sería todo muy rápido. No tendría ninguna posibilidad de cambiar de idea, con los esquís puestos y la mochila a la espalda, tan pesada que le impediría flotar.
Y con ello se habría terminado todo, por fin.
Tenía una cita con la muerte. Y, de hecho, la conocería el mismo día que ella había designado en secreto, si bien no de la manera en que había previsto.
Una vez tomada la decisión, se sintió liberada de la mayor parte del peso. Su interior se irguió como los abedules del bosque. Recubiertos de escarcha, la nieve del invierno los había obligado a arquearse. Ahora, durante la tregua de comienzos de primavera, se enderezaban despojados de la carga, pasaban del gris al violeta, el color litúrgico de la penitencia.
Se había jubilado en junio del año anterior. El director médico había dado un discurso claramente improvisado y, además, se equivocó al decir el año en que la contrataron, aun siendo la cosa más fácil de comprobar del mundo. El muy desgraciado. Era uno de esos médicos que se sentían amenazados por la altura de Ragnhild. Su mano derecha, Elisabeth, de dirección, le había comprado un regalo, un abrebotellas con forma de delfín de plata. Después de tanto tiempo, eso. Elisabeth llevaba más de veinte años trabajando en administración y no tenía ni idea de lo que el resto de las enfermeras hacían sobre el terreno. Estaba del lado de la dirección y presionaba al personal con horarios difíciles y más tareas. Y, para colmo, el delfín de plata. Ragnhild logró responderle con un falso agradecimiento, lo que le hizo sentir la necesidad de llegar a casa cuanto antes para lavarse con jabón."
Asa Larsson
Los pecados de nuestros padres
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