"Yo, con aquel aspecto, no era una persona apropiada para aquel lugar, eso ya lo sabía desde el principio.
–Perdóneme, señor Leone –le dije–, ahora mismo desengancho la caña de la cortina.
Sin embargo, el hombre parecía estar muy enfadado y creo que se molestó todavía más por este segundo error que cometí de volverlo a llamar Leone. Y hasta llegó a empujarme hacia la puerta, llamándome pedazo de animal, para herir mi dignidad.
Le dije que no me parecía competente como hotelero, porque al empujarme hacia la puerta de aquella forma estaba estropeando su propia cortina. Y pensé que quizá no tenía la culpa de emplear aquel método conmigo, porque se lo habían enseñado en la escuela de hostelería.
Era muy posible que le hubieran enseñado a echar a una persona que lleva una caña y que esto formara parte de la vida de hotel.
Pero luego me la quitó de las manos, porque se dio cuenta de que en la cortina se había hecho un desgarrón, y me lanzó una tanda de frases cortas que expresaban toda la rabia de la dirección del hotel a través de su boca; frases como: «¡Suelta, canalla!», añadiendo de su cosecha personal nombres de animales poco estimados y viles, que iban dirigidos expresamente a mi persona; también mencionó admirados personajes de la iglesia, que sin embargo en ese momento acudían a su mente como enemigos suyos y del hotel.
El incidente acabó de esta forma: por desgracia la caña se rompió, porque era endeble; así que me quedé sin ella; y con aquel sistema de empujarme y arrastrarme hacia la puerta, aquel sujeto consiguió finalmente hacerme salir.
A todo esto, había ya oscurecido y hacía fresco; así que volví a vagabundear por ahí todavía con mucha humedad encima. Y al llegar hasta una muralla que parecía ser una antigua ruina y no pertenecer a nadie, como vi una especie de arquito bajo, bien resguardado y, que, al olfato, parecía limpio, decidí que allí podría pasar la noche. Y que al día siguiente ya pensaría en buscarme algo mejor.
Y así fue. No es que durmiera mucho, porque no conseguí acomodarme bien. Pero desde allí veía un trozo de cielo negro, sin el menor rastro de luna, de estrellas ni de constelaciones; y me quedé muy pensativo, lleno de confusión."
Ermanno Cavazzoni
El poema de los lunáticos
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