La tempestad
El cielo se encapota de negros nubarrones,
la Luna que brillaba total se oscureció,
de pronto se levantan los fieros aquilones
produciendo en las aguas estrepitoso son.
Las olas se embravecen al compás de los vientos,
se oculta en las estrellas todo su resplandor,
angustias muy amargas, pesares muy cruentos,
el cambio repentino anuncia al corazón.
El blanco de las aguas, el fiero son del trueno,
la lluvia espesa y fría que ya cayendo va,
hacen que el mar bravío diga desde su seno:
«Marino estar alerta que va la tempestad.
Buque, velero, tente, detente en tu camino;
soldados de las naves, oíd al capitán.
José Sanchís y Sivera
Soneto
Huyó la dicha y sucediole el llanto
cual ráfaga de luz en un instante
a España la guerrera y la triunfante,
matóle de balsares y de encanto.
Huyó a la eternidad del trono santo
el valeroso rey de paz amante
que cual águila en el espacio errante
todo lo cobijó bajo su manto.
Cual será, oh rey, el mísero destino
que por los tiempos correrá tu suelo
sólo lo sabe Dios, y en su camino
de llantos y desgracias desde el cielo,
junto con aquel ser que no se engaña
ruega sin tregua por el bien de España.
José Sanchís y Sivera
Soneto
Te quise bella mía: Aprisionaste
mi tierno corazón con tu mirada,
y mísero e infeliz como la nada,
inocente tal vez me lo tornaste.
Tú ignorando mi mal nunca pensaste
que la desdicha por amor labrada
es eterna, inocente y confiada
en tu sentir falaz, jamás me amaste.
Mas que delito mi alma cometiera
para matar el dulce sentimiento
¿es qué no suspiré cuando hechicera
en mí fijabas malos pensamiento?
¡Ay! no lo sé, mas creó una quimera.
Fue mi existencia triste aquel momento.
José Sanchís y Sivera
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