"Esto es lo más importante que he aprendido jamás: el mayor logro de una vida es ser amado por otra persona. No me canso de repetirlo, especialmente a los jóvenes. Sin amistad, el ser humano está perdido. Un amigo es alguien que te recuerda las ganas de vivir. Auschwitz era un infierno, un lugar de horrores inimaginables. Pero yo sobreviví porque había contraído una deuda con mi amigo Kurt, vivir un día más con tal de volver a verlo. El hecho de tener aunque sólo sea un buen amigo significa que el mundo adquiere un nuevo significado. Un buen amigo puede ser todo tu mundo. Eso, más que los alimentos, la ropa de abrigo o las medicinas que compartíamos, era lo más importante. El mejor bálsamo para el alma es la amistad. Y con esa amistad éramos capaces de hacer lo imposible... Algo tan sencillo como el hecho de saber que quedaba alguien en el mundo que se preocupaba por mí, y por quien yo podía preocuparme, me bastaba para seguir adelante."
Eddie Jaku
Tomada del libro No hagas montañas de granos de arena (y todo son granos de arena) de Rafael Santandreu, página 75
"Nos resultaba incomprensible que nos hubiesen detenido y encarcelado. No éramos criminales. Éramos ciudadanos de bien, trabajadores, alemanes corrientes que teníamos trabajo y mascotas, que queríamos a nuestras familias y a nuestro país. Nos enorgullecíamos de nuestra ropa y posición en la sociedad, disfrutábamos de la música y la literatura, del buen vino y la cerveza y de tres comidas calientes al día. [...] [En el primer campo no había] un retrete propiamente dicho, sino una gigantesca letrina, una larga zanja, a la que nos obligaban a ir en grupos de hasta veinticinco hombres. ¿Te puedes imaginar la escena? Veinticinco hombres —médicos, abogados, académicos— manteniendo el equilibrio precariamente sobre dos tablas de madera para orinar en una fosa llena de heces. Amigo mío, ¿cómo explicarte lo irreal y espantoso que me parecía todo? Era incapaz de entender lo que había sucedido. La verdad es que sigo sin entenderlo y no creo que llegue a lograrlo jamás.
Los nazis no tardaron en reunir las mil quinientas almas requeridas para el viaje y comenzaron a cargarnos en vagones: hombres, mujeres, niños pequeños... Nos apretujamos como sardinas en lata, apiñados. Podíamos quedarnos de pie o ponernos de rodillas, pero no había sitio para tenderse ni para quitarse el abrigo... El viaje duró nueve días y ocho noches. No había comida y el agua escaseaba. El verdadero problema fue el agua. Una persona puede sobrevivir unas cuantas semanas sin alimento, pero no sin agua. Mi padre se hizo cargo de racionar el agua... [...] Cada persona del vagón dispondría de dos tazas de agua, una por la mañana y otra por la noche, lo suficiente para sobrevivir y para que el agua durara el máximo tiempo posible. El agua no tardó en acabarse en otros vagones. A través de las paredes del tren, por encima del ruido del traqueteo, yo alcanzaba a oír los gritos, la voz de una mujer chillando: «¡Mis hijos tienen sed! ¡Necesitan agua! ¡Mi anillo de oro por agua!». Para cuando llegamos a nuestro destino, el 40 % de las personas que viajaban en otros vagones habían muerto. En el nuestro sólo murieron dos. Gracias a mi padre, el resto de los pasajeros de nuestro vagón sobrevivió. Al menos hasta llegar a Auschwitz.
La única manera de sobrevivir en Auschwitz, día a día, era tener la mente centrada en mantener el cuerpo en funcionamiento. La gente que era incapaz de olvidarse de todo salvo de la voluntad de vivir, de hacer lo necesario para llegar hasta el día siguiente, no lo conseguía. Quienes se pasaban el tiempo dándole vueltas a lo que habían perdido —su vida anterior, su dinero, su familia— no lo conseguían. En Auschwitz no existía el pasado ni el futuro, solo la supervivencia. O nos adaptábamos a esa extraña rutina del infierno en vida, o no lo conseguíamos.
Una vez al mes, el médico hacía su ronda y nos ordenaba ponernos en fila para examinarnos las nalgas y comprobar si habíamos perdido la reserva de grasa acumulada en el trasero; si simplemente tenías dos colgajos de piel, el médico te desahuciaba y te enviaba a la cámara de gas. Cada mes, muchas personas eran sentenciadas a muerte por esta razón, y vivíamos atemorizados. Kurt y yo quedábamos después de la inspección para ver si el otro seguía con vida. Cada mes se producía un milagro. Incluso estando tan enfermos, nuestros rostros conservaban un cierto aspecto saludable."
Eddie Jaku
Tomada del libro No hagas montañas de granos de arena (y todo son granos de arena) de Rafael Santandreu, página 72
"Nuestra vida en Bruselas no era perfecta, ¡pero estábamos vivos! Has de intentar ser feliz con lo que tienes. La vida es maravillosa si eres feliz. No mires hacia el otro lado de la valla. Nunca serás feliz si te comparas con tu vecino y la envidia te corroe.
No nos sobraba el dinero, pero teníamos lo suficiente. Y, la verdad sea dicha, el mero hecho de tener un plato de comida sobre la mesa después de pasar años de hambre en la nieve era maravilloso.
La gente de nuestro entorno tenía más dinero. «Fulano conduce un Mercedes, mengano lleva un reloj de diamantes». ¿Y qué? Nosotros no necesitábamos un coche. Compramos un tándem y podíamos pasear juntos. Yo, cómo no, lo examiné para ver qué mejora era posible realizar, y le instalé dos pequeños motores para no tener que pedalear. Cuando íbamos por terreno llano, arrancaba un motor y, cuando subíamos una cuesta, los dos. ¡Qué milagro el estar vivo y estrechar entre mis brazos a mi precioso bebé, a mi preciosa esposa!
Si mientras me sometían a torturas y me mataban de hambre en los campos de concentración me hubieran dicho que pronto sería muy afortunado, bajo ningún concepto lo habría creído.
Esto es lo que he aprendido: la felicidad no cae del cielo; está en tus manos. La felicidad radica en tu interior y en las personas a las que amas. Y, si tienes salud y eres feliz, te ha tocado la lotería. ¿Qué me dices de ti, amigo mío? Espero que tu felicidad también se multiplique.
Cada año, mi esposa Flore y yo celebramos nuestro aniversario de bodas el 20 de abril, el día del cumpleaños de Hitler. Nosotros seguimos aquí; Hitler está ahí abajo.
A veces, cuando nos sentamos delante de la televisión por la noche con una taza de té y galletas, pienso «¡Qué afortunados somos!». En mi opinión, ésa es ciertamente la mejor venganza, y es la única venganza que me interesa: ser el hombre más feliz de la Tierra»."
Eddie Jaku
Tomada del libro No hagas montañas de granos de arena (y todo son granos de arena) de Rafael Santandreu, página 76
"Por favor, cada día, recuerda esto: sé feliz y haz feliz a los demás también. Hazte amigo del mundo. Hazlo por tu nuevo amigo, Eddie."
Eddie Jaku
Tomada del libro No hagas montañas de granos de arena (y todo son granos de arena) de Rafael Santandreu, página 77
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