Mosab Abu Toha

La pared y el reloj

"Ese reloj siempre está en la pared.
Cada vez que entro a mi habitación, siento
curiosidad, quiero bajarlo, ver
qué guarda detrás de su cara.
Quiero ver cómo le pasan los años.
Mi padre lo trajo cuando yo era niño.
Quiero contar su dentadura
para saber qué edad tiene.

Pero el reloj no envejece.
Los números nunca cambian.
El único que cambia soy yo.

Y luego está la mecedora,
y estoy sentado allí, solo
en la habitación, meciéndome,
sin hacer nada empero
imaginando la pared gritando al reloj:
«¡Basta ya del tictac! ¡Me duelen los oídos!».

Miro las grietas de la pintura en el muro.
Son más que el sonido del reloj.
Los huecos de las balas me miran
cuando entro en la habitación.

(El reloj no cayó herido en aquel ataque).

Me apresuro a sacarle las baterías.
Le susurro:
Te llevaré al médico,
aunque no eres el único que está enfermo.

La pintura no se descascará más.

Llevo el reloj al relojero;
le pido que lo enmudezca.
Le quita las cuerdas vocales,
lo enmienda hasta cerrarle la boca.
No vi los dientes,
ni pregunté al médico.

En casa, le vuelvo a poner las baterías.
El reloj funciona en silencio.
Se suma a la quietud de la alcoba.

Me siento en el sillón, leo algunos poemas en voz alta
para tirar de los hilos de silencio que cuelgan
del techo.

La brisa del frío nocturno entra por los huecos de la pared.
Rompo unas páginas que acabo de leer
metiéndolas en ventanas sin cerrar, deformes y pequeñas.

El próximo día llego dos horas tarde al trabajo.
El reloj quedó mal ajustado después del “tratamiento”.
Estoy seguro de que me habría advertido
si fuera capaz de hablar.

Se cae el número 4 de la cara del reloj
cuando intento ajustar la hora.

Como si se le hubiera caído un diente delantero.

A los cuatro días,
mi hermano Hudayfah
fallece.

Mosab Abu Toha























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