Vicky Noratuk

Yo nunca he podido ver nada. Jamás. Ni luz, ni sombras, ni colores. Pero a los veintidós años tuve un gran accidente de coche que me provocó una fractura de cráneo y lesiones por todo el cuerpo. Sobreviví de milagro.

Por aquel entonces yo era música y había estado cantando en un restaurante. De vuelta a casa por la noche, íbamos en coche y nos golpeó otro vehículo. Salí despedida y aterricé de cabeza en la carretera. Allí, en el suelo, salí de mi cuerpo y me vi.

Flotando en el espacio, tenía otra clase de cuerpo: era de luz, aunque con brazos, piernas y todo. Era yo misma con mi conciencia y mis recuerdos. Y salía y entraba repetidamente de mi cuerpo físico. Al principio, estaba asustada porque no entendía qué estaba pasando. Me veía entrar y salir del cuerpo y quedarme de pie en la carretera. Después hubo un período de silencio y lo siguiente que sé es que estaba en el hospital.

Allí ya estaba totalmente fuera del cuerpo, en el techo de la sala de urgencias. Y un médico dijo lo siguiente: «Le sale sangre por el oído izquierdo. Como también se quede sorda, vaya faena». La doctora que lo acompañaba replicó: «Si sobrevive ya será un milagro. Y si lo hace, lo más seguro es que quede vegetativa».

Me enfadó que estuviesen hablando de mí tan a la ligera.

Otra cosa que me llamó la atención fue ver mi propio anillo de casada. Sabía cómo era por el tacto: tenía dos brillantes, uno más grande que el otro. Lo reconocí al instante. Y, en realidad, así supe que ése era mi cuerpo, con esas formas, con ese cabello negro y rizado que tengo.

Los médicos estaban nerviosos. «¡No la recupero! ¡No la recupero!», exclamaban.

Extrañamente, también podía percibir lo que sentían. Estaban muy preocupados. Quise hablarle a la médica, pero, como es obvio, no me oía. Quería decirle: «No pasa nada. Si no vuelvo a la vida, está todo bien».

Allí fuera, en el techo, no sentía ningún dolor. Estaba tan tranquila. De repente, salí de la sala de urgencias atravesando el techo y me encontré en el exterior. ¡Fue maravilloso! Podía moverme a placer sin el riesgo de caerme a cada paso.

Luego entré en una especie de túnel y llegué a una dimensión donde me esperaban varias personas: creo que uno de ellos era Jesús; otra era mi abuela, que había muerto hacía dos años; y también había dos amigos de la infancia fallecidos. Era un lugar precioso, con flores, hierba y demás».

Vicky Noratuk
Tomada del libro No hagas montañas de granos de arena (y todo son granos de arena) de Rafael Santandreu, página 241

























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