O. O. Burgess

Caso 1

No sé si fue locura o un regalo de clarividencia lo que yo vi durante las cinco horas previas al fallecimiento de mi esposa, [...] una duda que pienso que jamás podré llegar a satisfacer. Antes de contarles la historia, y para beneficio de cualquiera que pueda leer estas líneas, debo declarar que no soy adicto al alcohol, la cocaína o la morfina, siendo prácticamente abstemio; tampoco tengo tendencias nerviosas o imaginativas. Tengo un carácter más bien frío, calmado y reflexivo, y soy absolutamente escéptico en lo que a materializaciones espirituales se refiere, o a la existencia de cuerpos espirituales visibles a ojos mortales; y me declaro incluso hostil ante tales teorías. Como bien saben mis amigos, mi esposa murió a las 23:45 el pasado viernes 23 de mayo de 1902; aquel día, a partir de las 16:00, empecé a aceptar que su muerte era cuestión de horas. No me separaba de su lado. Junto a nosotros, se encontraban algunos de sus más íntimos amigos, el médico y dos enfermeras. Yo estaba junto al lecho sujetando la mano derecha de mi esposa. Nuestros amigos estaban repartidos en grupos por la habitación, algunos de ellos sentados, otros de pie, sin mediar palabra, atentos a la respiración dificultosa de mi esposa, aguardando su deceso, ese deceso que indicaría que su alma ya había abandonado su cuerpo. Las horas pasaron sin que hubiera ningún cambio. La sirvienta anunció la cena. Nadie se animó a participar en el refrigerio ofrecido. Pasadas las 18:00 urgí a nuestros amigos, el médico y las enfermeras a que cenaran algo, puesto que la vigilia podría alargarse demasiado como para pasarla sin comida. Todos, excepto dos, abandonaron la habitación obedeciendo a mi requerimiento. Quince minutos después, a las 18:45 más o menos (la razón por la que estoy tan seguro de la hora es porque tenía un reloj a la vista), miré hacia la puerta y vi tres nubes separadas entre sí flotando a través del umbral. [...] Mi primer pensamiento fue que algunos de nuestros amigos (y debo pedir su perdón por esto) estaban fumando fuera de la habitación, justo delante de la puerta, y que aquel humo provenía de sus cigarros, entrando en la habitación. Con esta idea en la cabeza, me levanté para reprenderles, cuando, ¡oh!, descubrí que no había nadie ni en el pasillo ni en las habitaciones contiguas. Vencido por la sorpresa, me fijé en las nubes; y lentamente, pero con firmeza, se fueron acercando a la cama de mi esposa hasta cubrirla por completo. Entonces, vislumbrando a través de esa niebla, contemplé la figura de una mujer junto a la cabeza de mi moribunda esposa [...]. Era transparente, pero con un lustre del oro más brillante; una figura tan gloriosa en su apariencia que no hay palabras para describirla. Iba vestida con ropajes griegos, con mangas largas, sueltas y fluidas, y llevaba una corona brillante ciñéndole la cabeza. En medio de todo su esplendor y belleza, la figura permaneció inmóvil, con las manos levantadas sobre mi esposa, pareciendo expresar una bienvenida con un semblante de alegría silenciosa, con una dignidad de calma y paz. Las dos figuras de blanco se arrodillaron a ambos lados de mi esposa, inclinadas ante ella; otras figuras se cernieron sobre la cama, más o menos definidas. Sobre ella flotaba en posición horizontal lo que yo diría que era como su cuerpo astral, desnudo, blanquecino, flotando, conectado por un cordón [...]. Esta visión, o como quiera que se llame, la estuve viendo de forma continua durante las cinco horas previas a la muerte de mi esposa. Ni las interrupciones, como las charlas con amigos, cerrar los ojos o sacudir la cabeza, lograron desvanecerla. [...] Durante todo ese tiempo, tuve una sensación de opresión, de peso sobre mi cabeza y mis miembros; mis ojos eran pesados, como si tuviera mucho sueño, y las sensaciones eran tan particulares y la visión tan vívida y continua que creí que me había vuelto loco, y, de vez en cuando, le decía al médico que estaba al cargo: “Doctor, creo que me estoy volviendo loco”. Llegó el momento final; con un jadeo, la figura astral pareció esforzarse; mi esposa dejó de respirar; estaba muerta, aparentemente; sin embargo, durante unos segundos, volvió a respirar, dos veces, y luego nada. Con su último suspiro y su último jadeo, conforme el alma dejó el cuerpo, el cordón se cortó de repente y la figura astral se desvaneció. Las nubes y las formas espirituales desaparecieron instantáneamente, y, aunque suene raro decirlo, toda la opresión que sentía se esfumó; volvía a ser yo, frío, calmado, reflexivo [...]. Dejo a juicio de los que lean esto determinar si fue objeto de una alucinación causada por la ansiedad, la pena y la fatiga, o si acaso fue un destello de un mundo espiritual de belleza, felicidad, calma y paz que mis ojos mortales tuvieron la fortuna de ver.

O. O. Burgess
Tomada del libro La prueba de Mado Martínez, página 80



Caso 2

El 1 de noviembre, mientras trabajaba de aprendiz de enfermera [...], me ocurrió algo interesante. La señora S., una paciente con cáncer, había sido admitida en el hospital hacía cinco meses, y en la mañana del 1 de noviembre parecía estar expirando sus últimos alientos vitales; estuvo inconsciente durante cinco horas [...]. Se le tomó el pulso [...] y me dejaron sola con ella, a la espera de instrucciones, con el fin de notificar cualquier cambio sobre su estado y evitar que las moscas la molestaran. Estaba sentada junto a su cama leyendo una revista, echándole un ojo de tanto en tanto. Sobre las doce y pico (no había reloj), levanté la mirada y vi que había una figura en el extremo opuesto de la cama; digo figura porque tenía la forma de una persona, aunque no tenía características distintivas y ofrecía el aspecto de una espesa niebla sin bordes afilados, sino más bien difusos. [...] Había una ventana al lado de la cama y un biombo con marco de madera [...] Me di cuenta de que los bordes del biombo eran visibles a través de la forma de niebla. No sentí miedo al ver la figura, aunque tampoco sentía inclinación alguna por dirigirme a ella. Dejé mi revista y la observé durante un rato, unos quince minutos más o menos, tras los cuales entró otra enfermera en la habitación y la figura se desvaneció. La paciente todavía tenía pulso, pero ya no respiraba, aunque cuando vi la figura todavía lo hacía. De pronto se hizo una luz, como si el día se cargase de brillo [...]. No se lo conté a nadie en el hospital.

O. O. Burgess
Tomada del libro La prueba de Mado Martínez, página 80











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