la cadena simbólica
Narciso
mi palabra es una trampa que atesora otras tretas,
estrangula espirales
innúmeras celdas
horizontes paralelogramos,
teoremas
respirar ausente
áspid,
ceniza que ahoga encierros.
mi palabra –mis letras, mi espectro–
golpea secas y amontonadas pacas,
cómodas náuseas
y libretitas de crédito.
soy torsión de elefante atragantando estrellas.
en un latigazo sorprendería al silencio
con susto, con llanto
y con una suerte de burgués moderno
me insulto el lamento.
mi palabra
dueña del miedo
me arrulla
y me miente;
por la noche de la tierra me lleva
me bautiza
y me aterra
León Sierra Páez
la química del carbono
me gustan las palabras
que están
quién sabe dónde
(hubo mitos)
el juego progresivo del miedo
me ha puesto elegante.
uso el desdén
que mi humanidad mide
para medir
vuestros sueños
la opacidad es un albur
rabioso
León Sierra Páez
Orlando David Sierra
desaparecidos todos,
inhabitados y corruptos,
nuestros cuerpos se cansan.
aquellas masas sin nombre
se arremolinan en los fallos del big-bang
y el capital se arredra entre cariátides marmóreas.
confundidos y sin padre
nos hemos visto:
las manos caídas,
los brazos migrados de suciedad ajena,
de país loco,
de golosina antigua.
nos vemos borrachos,
nos vemos perdidos,
apuntando certeros a esa pregunta que pregunta inexacta.
empeñados,
ansiosos,
desprovistos de discurso,
nos prostituimos abiertos,
obscenos y abatidos
son vértigos de droga que nos pierden las pupilas;
es la imagen ácida del humo entre pulmones;
es colapso de deseo entrando por las venas,
enajenando el afecto,
desdibujándonos la vista.
la periferia del mundo
con espasmos
se destila
de tus dientes, hermano,
te lo he visto entre la risa
León Sierra Páez
raíces
en el sueño cortado de mi infancia
miradas cruzadas con olor ya muerto
cigarros paisajes que asen las palabras
ahora
cósmica de padre
ebria sintáctica
revuelta
¡estos recuerdos míos!
batazos idénticos
parecen huellas genéticas
voces que se copian en manos lejanas
apellidos inciertos de acentos extranjeros
borrones en verdades que guardo y avivo
irrefrenable aliento
(lejos)
-¡Sierra de las Altas Torres! ¡Coño!
(cerca)
-¿Qué es coño, Madre?
no eran flores
ni algodones
arbustos
ni espesura
fueron pasos de escaleras para perderme dormido
para descubrir mis mundos que soportaban descuidos
era ya los paisajes negados
era entonces miedo de la huida
revelación
a los doce años
me abandonaba
simplemente
y sin ideas –ni deberes–
al disfrute de pequeñas cosas
así
vez a vez
aprendí
y me volví un experto
León Sierra Páez
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