Acordes para luciérnaga
Pequeña centinela
atrapada en el tropiezo
Rendida a los pies del bosque
renace la noche en amarillo
Vendrá el día
para buscarle
escondite al movimiento.
Pequeña centinela
atrapada en el tropiezo
Rendida a los pies del bosque
renace la noche en amarillo
Vendrá el día
para buscarle
escondite al movimiento.
Yirama Castaño Güiza
El país de las maravillas
El rey rojo sueña Alicias,
mientras los espejos cuentan noches.
¿Dé qué juego vuelves?
¿Hacia qué cielo vas a dirigirte
cuando te despiertes?
El rey no ha muerto.
Sólo son sus ojos,
que te miran al revés
El rey rojo sueña Alicias,
mientras los espejos cuentan noches.
¿Dé qué juego vuelves?
¿Hacia qué cielo vas a dirigirte
cuando te despiertes?
El rey no ha muerto.
Sólo son sus ojos,
que te miran al revés
Yirama Castaño Güiza
Mínima para un malabarista
Opuesto a lo que algunos
puedan pensar o escribir,
la poesía sirve para profanar.
Y este verbo es mucho más
que sacar la tierra de los muertos,
o llegar hasta el tú después de excavar en el yo,
o espiar por la rendija del paraíso.
Profanar es habitar el silencio
para darle forma de boca roja.
Yirama Castaño Güiza
Rumor del valle
Cuando comencé a viajar,
no pude resistir la tentación de parar
en la estación equivocada.
Pequeño pueblo de bombilla en la escalera,
habitar cualquiera de tus casas era bailar
en una ronda de gaitas y tambores.
No importaba la lengua arenosa,
ni el calor colándose en la pared de la cocina.
Bastaban eso sí los olores de la tierra,
la lentitud descalza en el centro de la plaza.
Nadie tenía nombre
y sin embargo todos se llamaban.
Las mujeres pintaban sus labios
en punto de las seis
y los hombres aplastaban fichas
en medio de los gritos y la fiesta.
Pero un día llegaron los falsos monjes
a pintar con aerosoles
agujeros negros en tu cielo.
Pequeño pueblo,
ahora que vuelvo con el camino despejado,
ahora que la brújula señala el norte sin equívoco
hay algo que no entiendo,
todos callan
y una fila de cantadoras
con velas en las manos
alumbran la marcha
que aleja a los niños
de la prometida tierra.
Cuando comencé a viajar,
no pude resistir la tentación de parar
en la estación equivocada.
Pequeño pueblo de bombilla en la escalera,
habitar cualquiera de tus casas era bailar
en una ronda de gaitas y tambores.
No importaba la lengua arenosa,
ni el calor colándose en la pared de la cocina.
Bastaban eso sí los olores de la tierra,
la lentitud descalza en el centro de la plaza.
Nadie tenía nombre
y sin embargo todos se llamaban.
Las mujeres pintaban sus labios
en punto de las seis
y los hombres aplastaban fichas
en medio de los gritos y la fiesta.
Pero un día llegaron los falsos monjes
a pintar con aerosoles
agujeros negros en tu cielo.
Pequeño pueblo,
ahora que vuelvo con el camino despejado,
ahora que la brújula señala el norte sin equívoco
hay algo que no entiendo,
todos callan
y una fila de cantadoras
con velas en las manos
alumbran la marcha
que aleja a los niños
de la prometida tierra.
Yirama Castaño Güiza
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