Rosella Postorino

"El Führer, por su parte, también luchaba contra los efectos de la digestión. Para Krümel se había convertido en una auténtica pesadilla: el régimen alimenticio que había establecido para Hitler era sanísimo y, sin embargo, el jefe vivía a base de Mutaflor. Se lo había recetado el doctor Morell, pero en los últimos tiempos ni siquiera este, su médico personal, sabía ya qué hacer. Eludía el problema prescribiéndole píldoras contra la flatulencia: el paciente se tomaba hasta dieciséis al día. Hitler había planeado un complejo sistema para que el enemigo no lo envenenara, y mientras tanto se intoxicaba él solo.
[...]
Nunca fuimos nazis, me diría. Yo me llevaría la mano a la mejilla, consternada, y lloriqueando le diría que no era cuestión de ser nazi o no, que la política no tiene nada que ver, que nunca me ha interesado, y, además, en 1933 solo tenía dieciséis años, yo no le voté. Eres responsable del régimen que toleras, me gritaría mi padre. La existencia de cualquiera está permitida por el ordenamiento del Estado en que vive, incluso la de un eremita. ¿Lo entiendes, o no? No estás libre de ninguna culpa política, Rosa."
 
Rosella Postorino
La catadora

Garth Greenwell

"Mi asiento seguía libre, lejos de la entrada de la sala y frente al triste acuario. Llevaba un libro conmigo e intenté leer, pero me distraía la incomodidad -encorvarme me aliviaba el estómago, pero me irritaba la espalda, que nada podía aliviar, ni de pie, ni sentado, ni caminando hacia el pequeño rincón con las máquinas expendedoras- y también el ruido y el arrastrar de la gente a mi alrededor, el dramatismo del lugar. Poco después de sentarme de nuevo, hubo un poco de conmoción: un guardia de seguridad apareció frente a las puertas que conducían al hospital principal, no lejos de donde yo estaba, y rechazó a cualquiera que intentara pasar por ambos lados, pacientes o personal, diciendo que tenían que salir a otra entrada, que Urgencias estaba cerrada. Un hombre entró poco después, esposado de pies y manos y con una cadena alrededor de la cintura, una elaborada restricción, y sujeto aún más por dos guardias, uno a cada lado. Una especie de escalofrío recorrió la habitación, el ruido se calmó mientras la gente miraba y rápidamente apartaba la mirada, luego volvía a mirar, como lo hice yo. Los guardias no eran empleados del hospital, tenían armas atadas a la cintura, vestían uniformes de la prisión estatal. El hombre entre ellos era un convicto salido de un casting central, enorme con grasa y músculos, tal vez 1.95 m con la cabeza rapada y tatuajes en ambos brazos. Todos lo observamos mientras se arrastraba hacia el mostrador de registro y luego a un asiento; los guardias quitaron la cinta y los letreros de distanciamiento social para sentarse a cada lado de él. Mantuvo la vista en el suelo, sin mirar a nadie. No esperó mucho, debieron haberle dado prioridad, casi inmediatamente se puso de pie nuevamente para la enfermera de traje y no reapareció. Había algo terrible en observar a la gente a mi alrededor, terrible e irresistible, quería ver sus vidas, pero no tenía derecho a hacerlo; Fue una intrusión, como mirar las ventanas iluminadas de las casas por la noche, algo a lo que no puedo resistirme. Cuando L y yo paseamos por el barrio al anochecer, mis ojos se fijan en cada cristal iluminado. La mayoría de las personas en la sala de espera eran como ventanas oscuras, vacías o retraídas, mirando sus teléfonos o con la mirada perdida."
 
Garth Greenwell
Lluvia pequeña

Anni Kytömäki

"Los árboles casi se caen. Esquivo las ramas que se extienden hacia el techo y me quito las telarañas de la cara. Los abetos permanecen inmóviles, con sus cintas de ramas de abeto y pícea como adornos navideños. Desde las profundidades del bosque, brillan heridas blancas cubiertas de líquenes, los únicos árboles cuyas hojas captan la melodía del viento incluso en una tarde casi tranquila. Me detengo. El sendero rodea una colina baja donde crecen grandes pinos.
[...]
Intento transmitir a través de las cartas al bosque en el que me estoy convirtiendo. Vivo según sus costumbres, despertándome muy temprano, si es que duermo, y atravesando el día a toda velocidad como una criatura alada.
[...]
Es temprano por la mañana, pero el agua ya gotea de los aleros. La última nieve en los campos se disipa en una neblina. Durante el día, las alondras revolotean sobre el suelo fangoso, de la tierra al cielo; el agua se agita en las zanjas, se extiende por los campos y atrae a aves extrañas que nunca se ven aquí en otras épocas."
 
Anni Kytömäki
El cofre dorado

José Martínez Ros

 La gran belleza

No es la continuidad
del deseo y la sangre
bajo las grandes máquinas celestes

No es la lluvia que arrastra
sin cesar patrias, nombres, cosas muertas
hacia los muladares del olvido.

No es la luna sobre el mar
de un otoño perdido y reencontrado
(largamente perdido, apenas reencontrado
en ciertos lapsus, éxtasis y ausencias)

No es la noche del sur
posada en nuestros cuerpos insensibles,
guiándonos a través del laberinto
de espejos y mentiras que una vez
se extendió hasta los límites del mundo.

No es la erosión del sueño, la aspereza
de los párpados, el sabor a ruina
y a humillación en todas esas bocas,
ni el temblor presentido tras las voces
llenas de oro, veneno y sordidez.

Ni siquiera es tu imagen en la distancia
-remota, inalcanzable, demolida-
la que hace que me vaya de la fiesta, hacia la oscuridad.

No, no es la noche espesa de ficciones
la que me hace escapar de mis recuerdos
sin avisar a nadie ni anhelar despedidas
cargadas de nostalgias espectrales
según fórmulas huecas que parecen
dictadas por el miedo a la soledad próxima
y el filo tan violento de los años
ciegos, indiferentes, que no hemos compartido.

No, no es por nada de eso:
se trata del amor
y de la corrupción.
Se trata de la magia
y del oscuro hedor de la memoria:
así puedo explicar el sentimiento
de abrazar una sombra, la belleza absoluta
que dejamos atrás, el humo del pasado
cada vez más distante en la noche del sur.
 
José Martínez Ros
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Juan Evaristo Valls Boix

 "La condición horizontal establece relaciones de cuidado. Allí donde el ser vertical domina, el ser horizontal escucha y abraza: conversa. Allí donde el ser vertical es la forma de ser humano, amo y señor de las cosas, la condición horizontal no entiende de jerarquías y no busca domeñar lo extraño: quiere escucharlo, tumbarse a su lado, admirar su vastedad incognoscible. El modo en que el ser vertical se relaciona con la alteridad se denomina trabajo. Esta forma de ser, que Butler llama ontología liberal del individuo, es el fruto más granado de la Modernidad europea, algo que aprendimos con Descartes, con Locke, con Kant: un sujeto que es libre cuando es autónomo, una ficción absolutamente separada de todo lo demás, que solo sigue las leyes que él mismo se procura racionalmente, y domina con su raciocinio y su técnica cualquier otro ser, cualquier otra instancia que perturbe su señorío. El burgués, el fascista, el empresario o el capitalista son versiones históricas de este dispositivo.
El sujeto moderno es el sujeto de la erección. El progreso y el crecimiento son el modo particular con que establece su geometría vertical de dominio de las cosas. Autores como Hegel o Marx llamaron «trabajo» a esta relación jerárquica de dominio y asimilación. En su poema, Sylvia piensa en otra cosa. No quiere pisar las plantas ni talar el árbol, sino volverse adverbial, yuxtaponerse. No quiere medir la distancia que la separa de los astros ni lanzar un satélite a la termosfera, sino tan solo mirar, dibujar constelaciones, orientarse con su saludo. Y para lograrlo, ha de tumbarse. No hay otra forma. Ha de reconocer que, en el fondo, vive tumbada, solazada, apoyada en criaturas y plantas."
 
Juan Evaristo Valls Boix
El derecho a las cosas bellas

Georges Coedes

"Angkor Vat, con su foso y sus muros, el santuario central, las entradas, los templos piramidales y los puentes con balaustradas llenas de nagas, además de otros complejos monumentos cercanos como el Neak Pean o el Bayon, es en realidad una representación en piedra de los grandes mitos de la cosmología hindú. El propósito de este sistema era reproducir en el suelo un modelo terrestre del mundo celeste, ya fuera de forma completa o parcial, asegurando así esa íntima armonía entre los dos mundos que resulta imprescindible para la prosperidad de los seres humanos."
 
Georges Coedes
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 158
 
 
 
 "La «esencia de la realeza», o «la esencia del propio rey», como se la conoce en otros textos, residía supuestamente en un linga, el símbolo [fálico] del poder creador de Siva, instalado cómodamente sobre una pirámide en el centro de la ciudad real, que, a su vez, estaba situada sobre el eje del mundo. Se creía que este linga milagroso, una especie de paladio del reinado, había sido obtenido de Siva gracias a la intervención de un brahmán, quien se encargaba de presentarlo al rey originario de la dinastía. La comunión entre el rey y el dios tuvo lugar en una montaña sagrada, natural o artificial… [De acuerdo con ello] Jayavarman II tenía que recibir el linga milagroso, sobre el que residiría el poder imperial de los reyes jemeres a partir de ese momento, en la cima de la montaña, de manos de un brahmán. Para ello, el rey se trasladó a Phnom Kulen…"

 
Georges Coedes
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 196
 
 
 
"La forma arquitectónica adoptada por este sacrosanto monumento (el templo central) era… la de una montaña en forma de pirámide… A veces, la pirámide estaba coronada por un quincunce de torres, que imitaba los cinco picos del monte Meru."
 
Georges Coedes
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 158
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


W. J. Wilkins

"Al principio de la creación, el gran Visnú, deseoso de crear el mundo, se triplicó a sí mismo en: el Creador, el Conservador y el Destructor. Con el fin de crear este mundo, el Supremo Espíritu se reprodujo a partir del lado derecho de su cuerpo y creó a Brahma; más tarde, con el fin de conservar el mundo, hizo lo mismo con su lado izquierdo y de ahí salió Visnú; por último, con el fin de destruir el mundo, creó a la eterna Siva a partir de la parte central de su cuerpo. Unos adoran a Brahma, otros a Visnú, y otros a Siva; pero Visnú, una vez triplicado, crea, conserva y destruye: por lo tanto, sus fieles no hacen ninguna diferencia entre los tres."
 
W. J. Wilkins
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 152

David Frawley

"Los Veda… parecen ser el mejor registro que poseemos de las antiguas enseñanzas espirituales de la humanidad. Contienen una sabiduría eterna, un código mántrico que transmitía la sabiduría de la raza de una época a otra, desde hace tantos milenios que resulta imposible saberlo con certeza. La gente de Veda ya estaba en la India antes del 6000 a.C. El propio Rig Veda se remonta a épocas pretéritas y refleja el conocimiento que poseían entonces acerca de los largos ciclos cósmicos del tiempo.".
 
David Frawley
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 442
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


Dawn Rooney

"La obsesión de los jemeres por las naga queda reflejada en sus repetidas apariciones en los templos de Angkor. Da la impresión de que están en todas partes."
 
Dawn Rooney
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 441
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


Binod Chandra Sinha

"Angkor Vat estaba dedicado por completo al culto a la serpiente."
 
Binod Chandra Sinha
Tomada del libro El espejo del paraíso de Graham Hancock, página 147