Historia, cultura, lengua, religión, mezcla de sangres.
Rasgos que nos convierten en únicos pues, mientras otros colonizaban
exterminando, los hispanos uníamos nuestras vidas con la población autóctona de
los territorios que, a partir de 1492, formaron parte de la misma unidad que
hermanaba la península ibérica con el otro lado del Atlántico o la costa del
Pacífico. Fundábamos ciudades y creábamos universidades desde el siglo XVI,
donde, como en la Madre Patria y contra lo que pretende la manipulada contrahistoria
que nos han vendido, todos podían estudiar por igual, si sus recursos
económicos se lo permitían. En nada se diferenciaba un mestizo del actual
México de un nacido en León de España. Para nosotros la única raza reside en el
alma común, no en el color de la piel. Y en eso igualmente siempre fuimos
distintos de otros imperios que forjaron su poder sobre el supremacismo. La
historia nos deja pruebas más que evidentes en el camino, aunque hayan querido
que la olvidemos o la hayan tergiversado.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
12
Iberoamérica engloba el conjunto de Estados americanos que
formaron parte de los reinos de España y Portugal, mientras que Latinoamérica
abarca aquellos con lenguas derivadas del latín (español, portugués y francés).
Por su parte, forman Hispanoamérica los países que hablan español y se
encuentran en el continente americano. En cuanto a Sudamérica, este término
excluye a Centroamérica, por lo que no se puede usar de manera global para
referirse a la parte del continente americano de habla hispana, como suele
atribuírsele en lenguaje coloquial. No obstante, también conviene señalar que
no hay acuerdo unánime al respecto, pues son muchos los que utilizan
indistintamente Latinoamérica e Hispanoamérica, o incluso los que entienden que
Hispanoamérica abarca toda la península Ibérica (España y Portugal), por
considerar que Hispania era toda la península.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
14
México no existía como nación; una multitud de tribus
separadas por ríos y montañas y por el más profundo abismo de sus trescientos
dialectos, habitaba las regiones que hoy forman parte del territorio patrio.
Los aztecas dominaban apenas una zona de la meseta, en constante rivalidad con
los tlaxcaltecas, y al Occidente los tarascos ejercitaban soberanía
independiente, lo mismo que por el sur los zapotecas [...] la más feroz
enemistad alimentaba la guerra perpetua, que solo la conquista española hizo
terminar».
Pedro Baños
Geohispanidad, página
21
El insigne historiador Francisco Morales Padrón advirtió del
peligro de simplificar y creer que los conquistadores fueron una «caterva de
bandidos, sedientos de oro, sangre y mujeres». No es cierto que América fuera
«el refugio y amparo de los desesperados de España», como decía Miguel de
Cervantes en su obra El celoso extremeño, porque, apuntaba Morales, a él no se
le permitió viajar al Nuevo Mundo. A la rapiña, crueldad, violencia, testarudez
e imprudencia que se les atribuye a los conquistadores españoles, hay que
añadir «el espíritu destructivo, el individualismo, la religiosidad, la
entereza, el espíritu legalista, el amor a la tierra que conquistaron, la
audacia, la lealtad, la prodigalidad y la codicia».
Pedro Baños
Geohispanidad, página
12
Un elemento fundamental para entender la conquista española
de América es saber ubicarla correctamente dentro de sus límites cronológicos.
De forma tan habitual como equivocada, se suele considerar que, a mediados del
siglo XVI, la presencia española en América estaba ya bien consolidada en todo
el territorio, tras las rápidas campañas de Hernán Cortés y Francisco Pizarro,
entre otros. En realidad, conquista y asentamiento fueron dos procesos que se
dieron simultáneamente a lo largo de los aproximadamente tres siglos que duró
la soberanía de los reyes de España en la América continental. La fundación de
ciudades y el control de la geografía, como base de la presencia española, se
dieron en paralelo con la expansión territorial.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
12
La conquista de América consistió en una serie de empresas
privadas en las que el papel de la Corona se solía limitar a otorgar
legitimidad legal, pero sobre las que se abstenía de intervenir hasta haber
consolidado el dominio de al menos una parte del territorio. A diferencia del
fenómeno de colonización llevado a cabo por varias potencias europeas en los
siglos XIX y XX, en los que el Estado ponía en marcha su poderosa maquinaria
para obtener tierras en África y Asia, la conquista española de América se sustentó
en una serie de acuerdos, usualmente llamados capitulaciones, alcanzados entre
la Corona y unos empresarios, los conquistadores, que generalmente actuaban por
su cuenta y riesgo, salvo en lo concerniente a los títulos de propiedad. Dichas
capitulaciones establecían los derechos y deberes de la Corona y de los
empresarios en lo concerniente a la conquista de los territorios, su gobierno
político y la gestión de sus recursos. A cambio de una parte de las ganancias
obtenidas, generalmente la quinta parte (el llamado quinto real) y ciertos
recursos en forma de hombres, armas y barcos, la Corona concedía el cargo de
adelantado y gobernador, en ocasiones de manera vitalicia e incluso
hereditaria, además de reconocer la conquista como legítima. Era una manera de
acrecentar el territorio de la Monarquía a cambio de una inversión de recursos
realmente moderada. Era mucho lo que podía ganar la Corona y poco lo que podía
perder en unas empresas en las que el peso de la búsqueda de recursos y de la
conquista por las armas recaía en el conquistador. La Corona de Castilla ya
había empleado este mecanismo en la conquista señorial del archipiélago
canario, durante la primera mitad del siglo XV, en Lanzarote, Fuerteventura, El
Hierro y La Gomera. Lo que había funcionado en las Canarias se acabaría
empleando en el Nuevo Mundo.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
50
Solía decir el gran historiador mexicano Miguel León
Portilla que los indios hicieron la conquista de América. Y no le faltaba
razón. La conquista del enorme territorio americano no fue obra exclusiva de
unos pocos centenares de castellanos enfrentados a decenas de miles de
guerreros mexicas, incas o araucanos. La conquista de América solo fue posible
gracias a la movilización de miles de indígenas aliados con los castellanos.
También de algunos africanos, llevados a América a la fuerza, que hallaron en
la conquista el mecanismo de liberación de su propia esclavitud.20 La división
de las sociedades indígenas fue clave para explicar este fenómeno. En primer lugar,
cabe aclarar que no existía el concepto de América ni, por tanto, el de
americano, nociones ajenas a las civilizaciones indígenas, tal y como defendió,
hace más de medio siglo, el historiador mexicano Edmundo O’Gorman.21 Las
tierras del Nuevo Mundo estaban pobladas por diferentes pueblos: mexicas,
mayas, incas, araucanos, etcétera. Cada uno con su identidad, cultura e
intereses, frecuentemente enfrentados y a menudo ignorándose entre sí, hasta el
punto de que, a la llegada de los españoles, los mundos mexica e inca, las dos
grandes civilizaciones americanas, desconocían la existencia del otro. Entender
esta división, y tomar posición ante ella, fue un elemento fundamental en el
éxito de los procesos de conquista desarrollados a partir del primer tercio del
siglo XVI.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
53
Un caso singular fue el de los esclavos africanos en la
conquista de América. Su presencia, relativamente habitual en ciudades como
Sevilla, Málaga o Valencia desde la Edad Media, se detecta en América por lo
menos desde 1502, cuando las autoridades los compraron para servir de tropa
auxiliar. Con el descenso de la población taína, figuras principales de la
colonización española, como Bartolomé de las Casas, propusieron su sustitución
por africanos.26 El tráfico de esclavos entre África y las Antillas se
formalizó en 1518, con la concesión de licencias de importación a particulares,
nacida de la necesidad de reemplazar a la mano de obra indígena, que apenas
podía resistir las pesadas tareas del campo y la extracción de metales.27 En
otros casos, en cambio, hubo africanos esclavizados* que arribaron a América
como sirvientes de los conquistadores, como soldados o siendo empleados como
porteadores y para el arrastre de las pesadas piezas de artillería. Esto hizo
que en esta primera fase de la esclavitud africana en América prácticamente
solo llegaran varones.
Para algunos de estos hombres llevados a América contra su
voluntad, la conquista fue una vía de escape hacia la libertad mediante el
servicio de las armas. Se desconoce la cifra exacta, pero se sabe que un número
no bajo de esclavos africanos acompañó a los hombres de Hernán Cortés en la
conquista del Imperio de los mexicas. Algunos de ellos llegaron a alcanzar
cierta notoriedad, como Juan Garrido, comprado en África por los portugueses y
que, tras pasar por Lisboa, fue embarcado en Sevilla rumbo al Caribe, llegando
a participar en la conquista de Santo Domingo y Cuba. En la Nueva España logró
su libertad mediante el servicio de las armas, siendo uno de los primeros
vecinos de la refundada Ciudad de México, y llegando a considerársele el
introductor del trigo en América. Para la conquista del Imperio inca, Francisco
Pizarro se hizo traer de Panamá unos 400 esclavos africanos para servir como
porteadores y soldados auxiliares. A mediados de siglo XVI, eran ya unos 3.000
en todo el Perú, habiendo muchos de ellos alcanzado la libertad. Otros casos
son más complejos, como el de Juan García. Nacido en la Trujillo extremeña de
padres africanos, probablemente esclavos, García participó desde el principio
en la conquista del Perú, siendo uno de los primeros vecinos de Cuzco tras la
conquista. Desposado con una mujer indígena, falleció en España hacia 1545 tras
haber obtenido una posición relativamente desahogada.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
58
Al igual que en otros lugares de la Monarquía hispánica —por
ejemplo, en el sur de los actuales Chile o Argentina—, no existían en aquellas
latitudes una presencia directa o una población permanente españolas. Pero esto
no significaba que esos territorios no correspondiesen a la jurisdicción de
España, sino que, simplemente, no se controlaban de facto.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
62
En 1789, Esteban José Martínez y Gonzalo López de Haro se
dirigieron a Nutka y tomaron posesión del lugar en una ceremonia solemne con
presencia de buques extranjeros.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
64
El nombre de Canadá Se ha escrito mucho sobre el origen del
nombre de Canadá y varias teorías hacen referencia al posible origen hispánico
de este vocablo. La opinión más difundida actualmente sostiene que deriva de la
palabra iroquesa kanata, que significa «poblado». Sin embargo, algunas
investigaciones han sostenido que se trata de la derivación del vocablo español
cañada, aparecido en mapas hispanos de la región del siglo XVI, haciendo
alusión al accidente geográfico que representa el espacio entre dos alturas o
montañas poco distantes entre sí. En ese posible mapa, la vírgula de la eñe
habría desaparecido, quedando, así, como canada. Se trataría de un proceso
semejante al que hizo que, en Estados Unidos, el actual estado de Montana se
llame así, y no Montaña. Lo mismo ocurre con el cabo Canaveral (Cañaveral), en
Florida. Existe otra teoría que aventura el origen del nombre del país en la
expresión, también española o portuguesa, «Cá nada» (es decir, «acá nada»),
aparecida igualmente en algún mapa hispano de la época para significar la
inexistencia de poblaciones numerosas, debido a la extrema dureza del frío
territorio y, por consiguiente, al relativo interés para España de asentarse en
los espacios más septentrionales del continente americano, cuando esta potencia
ya estaba establecida de hecho en tierras templadas y tropicales, de más fácil
colonización. Esta teoría sería defendida en el siglo XIX por autores ingleses
como John Barrow (1764-1848) (Maura, 2016). Hay que decir que, de ser cierta,
este topónimo sería una paradoja, porque hoy Canadá es sinónimo de riqueza y
abundancia en muchos sentidos, no solo por sus recursos o su extensión, sino
también por su desarrollo científico-técnico. Más allá de la determinación
exacta de la etimología del nombre del país, lo relevante es que España, como
país pionero de los descubrimientos geográficos y protagonista de la primera
globalización, aparece desde muy pronto en el imaginario constitutivo de Canadá
y de toda América del Norte.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
66
La sociedad formada en la América española fue, ante todo,
plural y mestiza. Plural porque en sus tierras convivía una minoría de
españoles con una mayoría social formada por los indígenas, añadiéndose,
posteriormente, en algunas zonas la fuerte presencia de los africanos traídos
al Nuevo Mundo como esclavos. Mestiza porque la mezcla se dio desde los
primeros pasos del proceso de conquista y asentamiento. La escasez de mujeres
españolas en América incidió lógicamente en la mezcla del hombre español con la
mujer indígena, dando lugar al mestizo, que acabaría convirtiéndose en el grupo
más numeroso en la mayor parte de América, y con la mujer de origen africano,
que originaría una cuantiosa población mulata, especialmente en el Caribe y
otras zonas, como el Perú, siendo también muy habitual el cruce entre indígenas
y africanos. En definitiva, en el Nuevo Mundo dominado por los españoles se
mezclaron gentes procedentes de Europa, América y África. En este sentido, los
españoles jamás quisieron ni pudieron establecer en América colonias de
población que fueran sustituyendo a los habitantes nativos.31 El suyo fue un
modelo de asimilación, fruto de la mezcla entre colonos y aborígenes, heredero
del modelo imperial desarrollado por los romanos quince siglos antes.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
67
En los últimos años se ha venido resaltando cada vez más el
hecho de que en la relación entre España y América no se estableció un vínculo
de metrópolis y colonia como el que se dio entre buena parte de Asia y África y
algunas potencias europeas en los siglos XIX y XX. Es decir, el Imperio español
no se articuló en base a una metrópoli que explota sin más los recursos
materiales y humanos de la colonia y los exporta a la metrópoli o comercia con
ellos para enriquecer a sus propios ciudadanos, a su vez imbuidos en un aura de
superioridad moral, militar y económica que se convierte en habitual a partir
del siglo XVIII. Esto no significa la ausencia de beneficios o prejuicios —qué
sociedad no los tiene—, pero lo cierto es que la naturaleza de la Monarquía
española se asentaba sobre unas bases bien distintas. Lo que hubo fue una relación
imperial, que no colonialista tal y como se entendió desde el siglo XIX. Tras
un proceso de conquista en el que inevitablemente hubo vencedores y vencidos,
los nuevos territorios anexionados por los españoles pasaron a formar parte del
imperio en pie de igualdad jurídica con los reinos peninsulares. Con excepción
de los esclavos, todos los que vivían en esos territorios eran súbditos por
igual de la Corona española, la cual desarrolló infraestructuras, construyó
hospitales, iglesias, escuelas y universidades, a las que asistían por igual
criollos, mestizos e indios. Había castas diferentes, como había estamentos en
la vieja Europa, producto de la cultura política de la época y no
específicamente del caso español. Existía también una marcada diferencia de clases,
propia de la época, tanto en España como en las Indias, donde había blancos
ricos y pobres, indios ricos y pobres, y mestizos ricos y pobres.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
68
Lo que ocurre es que pasaron a formar parte de la sociedad
española, de un imperio de España que se amplía con sus gentes, estableciendo
la libre circulación de personas tras cumplir ciertos requisitos* (elemento muy
importante y diferenciador de la relación metrópoli-colonia) y los incorpora
como iguales, dado que la raza no va a ser el principal elemento distintivo. Se
erigirá sobre todos ellos la Corona, como máxima autoridad que rige a todos los
súbditos del Imperio, y tratarán de crear una unión de intereses entre las
diferentes tribus y pueblos que habitaban América a través de una
administración común, de una religión común y de una lengua común, que fue
ganando terreno como el mejor vehículo de comunicación entre pueblos que
hablaban diferentes idiomas. El estatuto jurídico del Nuevo Mundo es el de la
asimilación a la Corona de Castilla. Los territorios americanos no pertenecían
a Castilla, sino que estaban unidos a ella, como si de una extensión
territorial se tratase. Las leyes castellanas se aplicaban en América,
adaptadas a la sociedad local y a los desafíos planteados por la enorme
distancia geográfica, por el Consejo de Indias.** Queda claro así que los
indígenas eran tan súbditos de la Corona de España como los españoles de la
Península. Es más, la palabra colonia no aparece en ningún texto de la
Administración española hasta el siglo XVIII, y lo hace por influencia
francesa, ya que América nunca fue una colonia subordinada a la metrópoli
mediante desigualdad jurídica. Los franceses utilizaban ese término en el siglo
XVIII para referirse a sus territorios de Ultramar, implicando estatutos
jurídicos diferenciados y también una conciencia cultural y política diferente
entre la Francia europea y sus posesiones. Es una realidad ajena a España, que
llevaba doscientos años gobernando en las Américas sin utilizar un término
diferente para referirse a los territorios americanos. Precisamente el sustento
ideológico de la Monarquía era la igualdad entre las Españas, es decir, la
europea y la americana. Philip W. Powell, en su obra Árbol de odio, explica que
el Imperio español no era lo que hoy se consideraría colonial, «más bien puede
calificársele como el de varios reinos de ultramar oficialmente equiparados en
su categoría y dependencia de la Corona con los similares de la Madre Patria» y
añade que, en general, la «Corona no intentó imponer en América algo extraño o
inferior a lo que regía en la península».35 Entonces, ¿cómo se denominaba a los
territorios de América? Las expresiones utilizadas más frecuentemente para
referirse al continente americano eran «los reinos de Ultramar» o «reinos de
Indias». En definitiva, reinos integrantes de la Corona de Castilla.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
70
Otros pueblos llevaron a cabo un modelo diferente. Por
ejemplo, los ingleses implantaron en los territorios conquistados en América
del Norte una colonia de población, es decir, formada por familias enteras
traídas desde el Viejo Mundo con la intención de reemplazar, y no asimilar, a
las poblaciones indígenas. Esto daría lugar a la marginalidad de las etnias
amerindias, para las que no había lugar en la América inglesa. Con la
proclamación de los Estados Unidos, los indígenas fueron encerrados en
reservas, como animales salvajes, cuando no directamente exterminados, algo que
tristemente también ocurrió en algunas repúblicas del Cono Sur, especialmente
en Argentina y Uruguay.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
72
La emigración de españoles hacia América desde la conquista
hasta la independencia fue relativamente escasa. No se conocen los datos con
exactitud, dado que se presume que un número considerable de españoles cruzó el
Atlántico sin dejar rastro documental. De todos modos, algunas estimaciones,
entre ellas las de Carlos Martínez Shaw, consideran que unos 440.000 españoles
se instalaron en el Nuevo Mundo entre los años 1500 y 1650, atraídos por las
posibilidades de desarrollo de las zonas más ricas de América, como Nueva
España y el Perú. La inmensa mayoría de esta emigración procedía de la Corona
de Castilla, sobre todo de Andalucía y Extremadura, mientras que los habitantes
de la Corona de Aragón, a los que sí se permitía instalarse en América, apenas
probaron fortuna. Durante el siglo XVI, más de tres cuartas partes de los
españoles que llegaron a América eran hombres, si bien durante el siglo XVII las
autoridades intentaron equilibrar la balanza mediante el fomento de la
emigración femenina. La unión de un hombre y
una mujer del Viejo Mundo dio lugar al concepto de criollo, el nacido en
América de padres y ascendientes españoles, que llegaría a ser dominante en
algunas regiones del continente, especialmente en los entornos urbanos. A
mediados del siglo XVIII, se estima que los españoles, tanto europeos como
criollos, eran ya unos cuatro millones. El conquistador español no pensaba que el mejor indio es el
indio muerto, como sí lo creía habitualmente el colono anglosajón. Casi todos
los grandes conquistadores se unieron a mujeres indígenas, se fomentaban los
matrimonios mixtos, en la práctica pocas veces monógamos, y es cierto que
muchas veces se entregaba la mano de las mujeres para establecer alianzas
políticas, como signo de amistad o por considerarlo un honor para la familia. Y
no hablamos de meras uniones, que también las hubo, sino de matrimonios legales
y canónicos. En 1514, en la isla de La Española había 111 españoles casados con
mujeres de Castilla, y 64 con indígenas. Es el origen del mestizaje en
Hispanoamérica, que perdura hasta nuestros días.
Otra de las características de la evolución demográfica de
la América española fue la debacle de la población indígena. Resulta imposible
establecer con exactitud la población de la América española, dada la falta de
censos globales, situándola algunas estimaciones entre los nueve y los sesenta
millones de personas a principios del siglo XVI. No obstante, se calcula
que, en algunas regiones, la población amerindia se redujo entre un tercio y
tres cuartas partes desde la conquista. A pesar de esta innegable tragedia
humana, en América los españoles no cometieron genocidio. Los estudios del historiador Nicolás
Sánchez-Albornoz, que recoge la mayor parte de lo escrito en las últimas
décadas, exponen fehacientemente que jamás existió la voluntad de exterminar al
indio. El habitante originario de América
había sido esencial en el proceso de conquista, era súbdito de los reyes,
además pagaba tributo, podía ser empleado como mano de obra y, ante todo, era
un ser humano digno de respeto. Esto no es óbice para reconocer que se
cometieran abusos, especialmente durante las primeras fases de la conquista,
con el trabajo a destajo en la minería, que causó estragos en la población
indígena de las Antillas. Sin embargo, fueron las enfermedades traídas por los
europeos las principales causantes de la gran mortandad del siglo XVI: la
viruela, el sarampión, el tifus y la gripe. Por su parte, se calcula que algo menos de 400.000 africanos
fueron llevados a la América española como esclavos entre los
siglos XVI y XVII. Su trabajo
servía principalmente para nutrir la demanda de mano de obra agrícola en las
plantaciones de caña de azúcar existentes en la zona del Caribe y el Perú, para
el servicio doméstico e incluso ocasionalmente para servir como soldados
auxiliares. Si bien existía la posibilidad de abandonar la esclavitud mediante
la manumisión del amo o la compra de la propia libertad, la realidad es que la
inmensa mayoría de los africanos llevados por la fuerza a América se
mantuvieron al margen de la sociedad, sujetos como estaban al trabajo forzado
en las grandes plantaciones. Sin embargo, principalmente entre los que
trabajaban en el ámbito del hogar y habían aprendido algún oficio con el que
ahorrar para comprar su libertad, algunos de ellos sí se integraron en la
sociedad urbana, en ciudades como La Habana, Cartagena de Indias o Lima, e
incluso Buenos Aires y Montevideo. Hay que decir que, desde la perspectiva legal, españoles e
indios conformaron estamentos bien diferenciados. Los africanos, por su parte,
carecían de prácticamente ningún derecho debido a la sujeción a la esclavitud
de la mayoría de ellos. Durante siglos coexistieron la república de españoles y
la república de indios, que era el mecanismo jurídico que otorgaba a unos y
otros diferentes derechos y deberes, siendo ambos súbditos del rey. Era la
prolongación lógica en tierra americana de la sociedad estamental del Antiguo
Régimen, compuesta por la nobleza, el clero y el pueblo llano, pero adaptada a
la compleja realidad social del Nuevo Mundo. Sin embargo, como suele ocurrir en
procesos históricos tan complejos, la ley va por un lado y la sociedad por
otro. A pesar de que la diferencia legal entre españoles e indios se mantuvo
durante siglos, la documentación existente nos muestra una sociedad
crecientemente mestizada, en la que resulta complicado establecer exactamente
quién pertenecía a cada casta, especialmente en las ciudades. Mientras las
zonas rurales se mantuvieron como el gran feudo de la república de indios, las
ciudades, que teóricamente pertenecían a la república de españoles, se
convirtieron en fuertes polos de atracción para los indígenas debido a su
demanda de mano de obra y oferta de mayores posibilidades de desarrollo
económico. De este modo, si a mediados del siglo XVI se puede
considerar que Ciudad de México o Lima, por mencionar las dos principales, eran
urbes españolas rodeadas de un campo indio, con el tiempo se fueron
convirtiendo en poblaciones mestizadas como consecuencia de la atracción de
población indígena por factores principalmente económicos.
En definitiva, las realidades de la población de la América
española fueron muy diversas, tendiendo al mestizaje en la mayor parte del
territorio, con notables desigualdades de intensidad y velocidad. En las
Antillas, la población indígena disminuyó rápidamente, viéndose asimilada y
reemplazada, dependiendo del caso, por la incesante llegada de españoles y
esclavos africanos, mientras la zona andina conservó una población
mayoritariamente indígena. El mestizaje entre indios y españoles se produjo en
todas partes, con mayor o menor intensidad dependiendo de la zona.
Frente al mito de la desaparición de la población indígena o
de la destrucción total de la cultura prehispánica, ambos mundos coexistieron,
sin duda con procesos de aculturación, desde la conquista a la independencia,
si bien la tendencia a la mezcla avanzaba lenta pero inexorablemente. Vale la
pena mencionar el caso de Nueva España, el virreinato más poderoso de la
América española. En 1810, casi tres siglos después de las primeras conquistas
de Hernán Cortés, se estimaba que Nueva España contaba con unos 6,1 millones de
habitantes, de los cuales los españoles europeos representaban menos del 1%,
criollos y mestizos alrededor de un 39% y los indígenas, que generalmente no
sabían hablar español, el 60%. Hoy
en día, trascurridos dos siglos desde la independencia, menos del 20% de los
mexicanos se identifican como indígenas, y solo un 6% habla una lengua
indígena. Se podría decir, por tanto, que el
proceso de hispanización ha sido especialmente intenso desde la proclamación
del México independiente
Pedro Baños
Geohispanidad, página
72
Al contrario de lo que defienden algunos con escaso rigor
histórico, España no robó a América, pues del oro extraído en el continente
americano únicamente se llevó de manera sistemática el quinto real para las
arcas de la Monarquía, lo que supone un 20 % de la riqueza, que a su vez se
reinvertía parcialmente mediante el gasto de defensa. El 80% restante se dedicó
al comercio, quedando buena parte en los territorios para poder construir
hospitales, escuelas, ciudades, universidades, fortalezas y otros edificios que
hoy en día podemos seguir contemplando.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
84
Mucho antes de la Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano (1789) de la Asamblea Nacional francesa o de la Carta de los
Derechos Humanos de la ONU (1948), el primer concepto de los derechos humanos
surgió entre teólogos y juristas españoles, cuando se enfrentaron a los
problemas filosóficos generados por la conquista de América. Frente a la
secular guerra al infiel, librada entre cristianos y musulmanes en el
Mediterráneo, la conquista del Nuevo Mundo planteaba una serie de cuestiones
novedosas que había que resolver. Siendo que los indios no profesaban una
religión que atacara el dogma de la Iglesia católica, como sí ocurría con
musulmanes y judíos, ¿se les podía declarar la guerra justa? Al no ser enemigos
declarados de la fe católica, ¿se les podía esclavizar? ¿Tenían alma los
indios? Ante el encuentro con un mundo tan ajeno, los españoles se plantearon
hasta qué punto era legítima una conquista que hacían en nombre de Dios.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
98
Portugal, el primer país europeo en establecerse en Asia y
el último en abandonarlo, no creó jamás una universidad en sus posesiones de
India y Macao. En África, donde llevaban instalados desde finales del siglo
XV,*** los portugueses solo fundaron dos universidades, en Angola y Mozambique,
en 1962 y 1968 respectivamente, apenas unos años antes de la independencia. Por
su parte, Francia, que había conquistado Argelia en 1830 y la mantuvo como
colonia hasta 1968, solo fundó la Universidad de Argel en 1909. Mientras que
Bélgica no estableció ninguna en el Congo.78 Tampoco Alemania creó ninguna en
sus colonias africanas y oceánicas. En definitiva, más de treinta universidades
se construyeron y levantaron en América en época española, algunas de ellas
antes que otras europeas, como las de Ginebra (1559), Edimburgo (1583) o
Estrasburgo (1621). En Rusia, la Universidad de San Petersburgo inició su
trayectoria en 1724 y la de Moscú, en 1755. Si se comparan las universidades
españolas en los reinos de Indias con las que crearon otras potencias europeas
en los territorios que conquistaron, se entiende por qué las Indias no fueron
nunca una colonia al uso para España.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
109
El fin del viejo Imperio español puede situarse en el
Desastre de 1898, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Sin
embargo, era una muerte anunciada, viendo cómo perdía influencia desde hacía
algo más de dos siglos, siguiendo el desarrollo histórico de creación,
desarrollo y caída de todos los imperios. Además, el declive de la Monarquía
española se enmarca tanto en los procesos de independencia de las repúblicas
hispanoamericanas como en el cambio de paradigma geopolítico que tiene lugar en
el mundo occidental, que pasa de una potencia hispana católica a otra
anglosajona y protestante, primero con Inglaterra, a finales de los siglos
XVIII y XIX, y después con Estados Unidos, en el siglo XX.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
121
Hacia finales del siglo XVIII, el territorio del Imperio
español abarcaba veinte millones de kilómetros cuadrados, repartidos por todo
el globo terráqueo. En el continente americano, organizado en virreinatos,
incluía los siguientes territorios:
Virreinato de Nueva España (1535-1821): Comprendía lo que
hoy en día es México y parte de Estados Unidos (California, Nuevo México,
Arizona, Texas, Nevada, Florida, Utah, Luisiana, Alaska y parte de Colorado,
Wyoming, Kansas y Oklahoma). También parte del ahora canadiense territorio del
Yukón. Descendiendo en el continente americano, también comprendía las
Antillas, que hoy son Cuba, República Dominicana, Haití y Puerto Rico, y los
territorios actuales de Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Belice, Honduras y
Costa Rica.
Virreinato del Perú (1542-1824): Incluía los actuales
Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Panamá, Perú, Uruguay e islas
Galápagos, así como parte de Brasil y Venezuela. De este virreinato, a partir
del siglo XVIII, se desgajaron los dos siguientes.
Virreinato de Nueva Granada (1739-1819): Compuesto por los
territorios de Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, las Galápagos, el norte de
Brasil y el oeste de Guyana, incluidas Trinidad y Tobago.
Virreinato del Río de la Plata (1776-1811): Configurado por
Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay y parte de Brasil, además de las islas
Malvinas.
En el mar Caribe, España controlaba las siguientes islas:
turcas y Caicos, Antigua y Barbuda, Montserrat, San Martín, Bahamas, Anguila,
Bonaire, San Cristóbal y Nieves, Curazao, Jamaica, Vírgenes, Martinica,
Granada, Guadalupe, Barbados, Aruba, Bermudas, San Bartolomé, Santa Lucía, el
archipiélago de San Andrés y Providencia, y las Caimán.
En Asia el Imperio español tenía la Capitanía General de las
Filipinas (1565-1898), que englobaba el archipiélago filipino más las islas
Marianas y Carolinas, además de, puntualmente, zonas de Brunéi y el norte de
Taiwán. Además, durante la etapa de unión dinástica entre España y Portugal
conocida como Unión Ibérica (1580-1640), los Habsburgo españoles controlaban
zonas de la actual Indonesia, así como Nagasaki, en Japón; Malaca, en Malasia;
Macao, en China; partes de la India; Timor Oriental y Ceilán; y en la región
del golfo Pérsico, territorios de lo que hoy es Omán e Irán. En el Atlántico,
se dominaban las islas Azores, Madeira y Tristán de Acuña. Hoy, las primeras
son portuguesas y las segundas, británicas
Pedro Baños
Geohispanidad, página
121
La desintegración de la Monarquía española en América fue la
mayor catástrofe geopolítica del siglo XIX. A consecuencia de la invasión
francesa de España en 1808, se produjo una profunda crisis de legitimidad que
hizo saltar por los aires la unidad del espacio político español.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
128
La independencia de la América española La desintegración de
la Monarquía española en América fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo
XIX. A consecuencia de la invasión francesa de España en 1808, se produjo una
profunda crisis de legitimidad que hizo saltar por los aires la unidad del
espacio político español. Con un rey ausente y un pueblo combatiente, entre
ambas orillas del Atlántico se libró un contencioso acerca del depositario de
la soberanía estando el trono vacante. La tradición política castellana, pero
también la ideología liberal que poco a poco fue ganando terreno, establecía
que, a falta de rey, la soberanía recaía en el pueblo a través de sus
instituciones representativas. Tanto en España como en América se crearon
juntas que se reclamaron guardianas de la soberanía de Fernando VII. La lucha
por la legitimidad entre unas y otras allanó el camino al conflicto armado. En
cuestión de quince años, aproximadamente entre 1810 y 1825, la que fuera una de
las mayores entidades políticas del mundo desapareció tras una serie de crueles
guerras civiles que desembocaron en la secesión de los territorios americanos.
Además, las independencias están en el origen de la dramática fragmentación del
mundo hispánico. La unidad que con tanto esfuerzo se había empezado a construir
a finales del siglo XV, desde la Tierra del Fuego a California, saltó por los
aires. Pueblos muy diversos, de origen americano, europeo y africano, que
habían convivido durante tres siglos unidos por el mismo rey y por la lengua,
las leyes y el Dios de Castilla, pasaron en unos pocos años a ser extranjeros
de sí mismos, ciudadanos de repúblicas a menudo enfrentadas entre sí para
beneficio de potencias extranjeras. En este complejo proceso de independencia,
si bien estuvo liderado por los criollos secesionistas, hubo criollos,
indígenas, africanos, blancos, mestizos y mulatos combatiendo tanto en el bando
español como en el insurgente. Las autoridades de los virreinatos de Nueva
España y Perú, los más antiguos, se mantuvieron fieles a la Corona y, de hecho,
fueron los últimos en independizarse. Muchos de los dirigentes de los
virreinatos más recientes, los de Nueva Granada y Río de la Plata, que se
habían formado desprendiéndose del de Perú, tomaron las riendas de la
independencia, y de ahí surgieron los líderes Simón Bolívar y José de San
Martín. Se puede decir que el germen de los procesos de independencia, con las
primeras revueltas contra las autoridades gobernantes, se sitúa alrededor de
mediados del siglo XVIII. Las iniciativas independentistas ya más exitosas
tienen lugar a partir de la invasión francesa de España en 1807, y se
desarrollaran hasta los años veinte del siglo XIX. En esta segunda etapa,
aunque los ejércitos realistas sofocan temporalmente las revueltas, los
movimientos independentistas —con la ayuda de Inglaterra y Estados Unidos—
logran sus objetivos.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
128
El primer movimiento efectivo para la consecución de la
independencia fue, podría decirse, la creación por Simón Bolívar de una Junta
Central Gubernativa, reconocida en toda la América española, en respuesta a la
escasa participación que asignaba la Junta Central española, en las Cortes de
Cádiz, a las juntas populares americanas. Entre 1810 y 1812, algunas de estas
juntas se manifiestan como autónomas de España y se declara la independencia en
los siguientes lugares: Venezuela, en 1811, presidido por el general Francisco
de Miranda (hijo de un comerciante canario), apoyado por Simón Bolívar;
Paraguay, también en 1811, donde se configuró un gobierno autocrático presidido
por José Gaspar Rodríguez hasta su muerte en 1840; Nueva Granada se divide, en
1811, en tres estados (Provincias Unidas de la Nueva Granada, Primera República
de Venezuela y Estado de Quito); en 1813, lo que hoy es Argentina trata de
crear las Provincias Unidas de Sudamérica, con la conquista de Uruguay,
Paraguay y el alto Perú; en México, la independencia la dirige el sacerdote
José María Morelos, que organiza en 1813 el Congreso Nacional de Chilpancingo,
apoyado por los campesinos en lugar de los criollos; Chile se declara
independiente (1810-1814) gracias a Bernardo O’Higgins.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
149
La oleada de proclamaciones separatistas se produjo en un
contexto de enorme apuro para España, que se veía impedida para enviar grandes
recursos al otro lado del Atlántico debido a la guerra encarnizada contra el
francés. Conviene recordar que la defensa de las Indias recaía principalmente
en las Milicias Disciplinadas —formadas fundamentalmente por criollos, pero
también por indios y «pardos y morenos»—, las cuales se dividieron,
manteniéndose algunas leales a la Corona mientras que otras se convirtieron en
el germen de los ejércitos insurgentes.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
149
El origen de la lamentable división hispana hay que situarlo
en el proceso de implosión de la Monarquía española ocurrido durante el primer
tercio del siglo XIX. La fragmentación del mundo hispano tras las
independencias no era inevitable, como muestran los casos de Brasil y Estados
Unidos. Respondió a dinámicas internas originadas, por una parte, en la
división territorial de la América española y el surgimiento de élites con
intereses locales, y por otra, en el fomento de estas divisiones por parte del
Imperio británico, en colaboración con buena parte de las clases dirigentes
hispanas, que debían su posición precisamente a la tutela de Londres.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
171
Daniel Immerwahr, [en Filipinas] el Ejército
[estadounidense] decidió aplicar una política llamada de «reconcentración» que
agrupó a las poblaciones rurales en ciudades fortificadas o en campamentos
donde se las podía vigilar más de cerca. [A los] que estaban fuera [...] se les
cortaba el suministro de comida, se les quemaban las casas o sencillamente se
los fusilaba. Curiosamente, la reconcentración era la misma táctica que España
había utilizado contra los cubanos, la que había provocado que Estados Unidos
decidiera «liberar» Cuba.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
212
En el caso que nos atañe, encontramos muchas referencias a
la «Leyenda Negra española» que defienden que España fue víctima de una campaña
de desprestigio a partir del siglo XVI, una campaña que ha llegado hasta
nuestros días grabándose en el imaginario de españoles y extranjeros, para
vergüenza de los primeros y desprecio de los segundos. Se pueden encontrar
calificativos unidos al concepto de Leyenda Negra como invento o campaña de
publicidad. Sin embargo, no hay que olvidar que una leyenda parte de hechos
reales, ¿quizá por eso todavía perdura en la actualidad? ¿Será por ello por lo
que hay españoles que creen a pies juntillas todo lo que envuelve a la Leyenda
Negra antiespañola? ¿Por qué la hemos asumido como propia o como irrefutable
realidad histórica?
Pedro Baños
Geohispanidad, página
214
Toca, una vez más, desmontar la Leyenda Negra, señalar a
quién la comenzó e indicar en qué se basó o qué utilizó como fuente histórica
para después falsearlo con fines políticos y geopolíticos que perjudicaran a
España, y tratar de exponer por qué una buena parte de españoles, en
particular, e hispanos, en general, la hemos asumido. ¿Cuándo dejaremos de
sentirnos culpables los españoles por haber sido uno de los imperios más
grandes del mundo? ¿Acaso se sintieron culpables los romanos, los griegos o los
persas? ¿Se avergüenzan de su colonialismo los holandeses, los ingleses, los
franceses o los estadounidenses? Es cierto que en los últimos años se han
generado debates muy intensos acerca de las culpas que arrastran varias
naciones europeas por su pasado imperial, pero no hay nada que se pueda
asimilar a la enmienda a la totalidad de la historia española que es la Leyenda
Negra.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
215
El historiador, traductor e intérprete Julián Juderías
(1877-1918) fue quien acuñó el término «Leyenda Negra» en el caso español y,
por tanto, la definió. Funcionario del Ministerio de Estado, presentó su
trabajo «La Leyenda Negra y la verdad histórica» al semanario La Ilustración
Española y Americana en 1913. Este semanario, que se había propuesto exaltar
las glorias de España desde su fundación en 1869, decidió premiar ese año la
obra de Juderías, que definía así el concepto negrolegendario: Por Leyenda
Negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de
nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las
descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles
como individuos y como colectividad; la negación o por lo menos la ignorancia
sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas
manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se
han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal
interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida
en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida,
comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye
desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso
político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas.
En una palabra, entendemos por Leyenda Negra, la leyenda de la España
inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos
lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas,
enemiga del progreso y de las innovaciones, o, en otros términos, la leyenda
que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha
dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, más especialmente en
momentos críticos de nuestra vida nacional.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
215
Juderías, quien había estudiado en Francia y Alemania, y
leía en dieciséis lenguas, no dudaba en afirmar que la culpa principalísima de
la formación de la Leyenda Negra la tenemos nosotros mismos. La tenemos por dos
razones: la primera, porque no hemos estudiado lo nuestro con el interés, con
la atención y con el cariño que los extranjeros lo suyo y, careciendo de esta
base esencialísima, hemos tenido que aprenderlo en libros escritos por extraños
e inspirados, por regla general, en el desdén a España; y, la segunda, porque
hemos sido siempre pródigos en informaciones desfavorables y en críticas
acerbas.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
217
Todos los autores que entonces, y también ahora, hablan del
origen de la Leyenda Negra y de cómo se ha perpetuado hasta nuestros días
enumeran diferentes factores que pueden resumirse en uno único: interés
político y geopolítico. Así, no se trata de que los españoles fueran la peor de
las naciones en la conquista de América, ni de que sus soldados fuesen los más
bárbaros, ni de que la Inquisición española fuera la vergüenza de Europa o la
más asesina. Se trata de interés político y geopolítico, oportunismo histórico y
envidia. Sí, envidia hacia lo que entonces era una potencia mundial, un imperio
en el que no se ponía el sol.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
217
Julián Juderías señala el punto de partida de la Leyenda
Negra como una reacción contra la Casa de Austria, cuya rama principal estaba
en España. Se trataría, por tanto, de una corriente opuesta a la dominación
política/geopolítica de los Habsburgo en Europa, representada en la figura de
Carlos I, con un trasfondo también ideológico y religioso, pues se habla de una
hostilidad de las naciones europeas del norte, anglosajonas y protestantes,
hacia las naciones del sur, a las que consideraban inferiores, católicas y
latinas, siendo la española la más representativa de ellas. El historiador e
hispanista Joseph Pérez, en su libro La Leyenda Negra, señala que empieza a
atacarse a España a finales de la Edad Media, cuando la Corona de Aragón
comienza a expandirse por el Mediterráneo y a ocupar posiciones en el sur de
Italia. En ese momento, tal y como afirmaba Arnoldsson,5 el enemigo era el
español identificado con el castellano; antes de él, desde principios del siglo
XII, lo había sido el catalán, hasta que el condado de Barcelona se unió a la
Corona de Aragón, en 1137, dando lugar al Reino de Aragón.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
222
Las leyendas negras son un «fenómeno de propaganda
encaminado a generar opinión pública que una oligarquía local pone en marcha
con la ayuda de sus intelectuales orgánicos cuando un imperio en expansión la
pone en peligro».16 En el caso de España, se pretendía «construir una unidad
europea sobre la base de la común religión compartida» por lo que este asunto,
el de la unidad religiosa, será lo que las oligarquías locales intenten romper
primero.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
232
El antiespañolismo en Italia bebe principalmente de un
racismo fruto de ese sentimiento de inferioridad provocado por un contexto en
el que a los españoles les iba mejor. Ese racismo es propio del
antiimperialismo, y en el caso de los españoles encuentra su excusa, como
señala Roca Barea, en la mezcla con sangre semita (judía y mora). Este
argumento persigue al español, que será acusado de mal cristiano por haberse
mezclado con semitas —el peccadiglio de España, que decían los italianos— y,
por tanto, se les critica la excesiva tolerancia, para, más adelante,
criticarlos por su falta de ella. En Italia se llamaba marranos y godos a los
españoles, en referencia a su sangre contaminada, en primer lugar, y a su
atraso cultural, en el segundo. En cuanto a esto último, Roca Barea realiza una
reflexión muy interesante. El calificativo godo lo utilizan las clases altas y
cultas de Italia para referirse a los españoles, ya que aquellas se consideran
las líderes del Humanismo, calificando lo medieval como un insulto, una época
bárbara y salvaje, en la que sitúan a España. Como si una revolución en las
costumbres, en la cultura o en la manera de ver el mundo pudiera producirse, no
ya en contra del grupo dirigente —los españoles en ese momento—, sino al margen
de este. El segundo eje sobre el que versa gran parte de la Leyenda Negra
procedente de Italia es el ya mencionado Saqueo (o Saco) de Roma. Cabe destacar
que, de los 34.000 soldados que conformaban el ejército que saqueó Roma, solo
6.000 españoles estaban a las órdenes del duque francés Carlos III de Borbón.
El resto eran alemanes, e incluso italianos. Sin embargo, ha sido este episodio
el que más ha contribuido a la Leyenda Negra italiana sobre los españoles. Un
ejemplo es el relato que hace Jovio de las guerras en Italia entre Carlos I de
España y Francisco I de Francia en las décadas de 1520-1540, en un libro que
pretende ser histórico a base de medias verdades y que se tradujo a varios
idiomas, también al español. Decía Jovio que el emperador festejaba el nacimiento
de su hijo mientras en Roma «los altares chorreaban sangre». No cuenta que el
emperador, al enterarse de lo sucedido —efectivamente durante la celebración
del bautismo de su hijo, muy deseado y heredero al trono—, suspendió todos los
festejos y declaró luto obligatorio en la corte. Prosigue Jovio diciendo que
otros príncipes cristianos —el rey francés y Enrique VIII de Inglaterra—
enviaron ejércitos para liberar al papa, pero omite el hecho de que este ya
había sido liberado, y así lo había comunicado Carlos I al resto de los
príncipes. Tampoco menciona que dichos ejércitos de Francia e Inglaterra se
dedicaron a causar daños a las poblaciones de Nápoles, Milán, Alejandría y
Pavía, ni que fueron los españoles los encargados de defenderlas. Criticaban
los italianos la presencia de los soldados españoles en las ciudades italianas,
como Milán o Venecia, pero olvidaron que ningún milanés ni veneciano quería
dedicarse a la defensa de sus ciudades. Todas estas aclaraciones o apuntes, que
completan la historia que pretendía dar Jovio, las publicó en 1567 Gonzalo
Jiménez de Quesada en su libro El Antijovio,19 ante el temor de que sus propios
compatriotas puedan creerse esas medias verdades, como así ha sido.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
235
La xenofobia contra los españoles está influenciada por los
mismos prejuicios sobre la mezcla de sangres en los que se basaban los
humanistas italianos. Lutero, que era profundamente antisemita, utilizó este
argumento para cargar contra los españoles, a los que también acusaron de estar
aliados con los turcos, hasta el punto de que estos últimos parecían mejores.
En todos los territorios donde se esparció el protestantismo, la religión
estuvo ligada a la nación, de manera que los verdaderos alemanes eran protestantes,
mientras que aquellos que permanecieron fieles a Roma fueron invisibilizados,
pues la idea generalizada era que ser católico equivalía a traicionar a la
patria.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
239
... en el caso inglés lo antiespañol deriva de una necesidad
personal del monarca de romper con la Iglesia católica, y con el inicio de una
nueva religión al servicio de sus intereses particulares. Se vincula así
política y religión, y más tarde nación y religión, rechazando y persiguiendo
todo lo que no fuera anglicano. Otra característica particular de Inglaterra es
que, mientras Alemania y Países Bajos se rebelaban contra su rey y contra el
imperio católico al que pertenecían, era independiente de España y tenía otros
motivos para enfrentarse a esta. Lo mismo ocurre con Francia, si bien ambos
países estuvieron ligados por lazos dinásticos en algún momento al Imperio
español, de manera casi anecdótica.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
256
Por poner un ejemplo de cómo se buscaba encender pasiones a
través de la propaganda, el término matanza aparece por primera vez en este
contexto en un escrito de 1554 para calificar las atrocidades sufridas por los
protestantes (flamencos/Países Bajos) a manos de los católicos
(españoles/Imperio). También los católicos acusaron a los calvinistas de las
mismas atrocidades. Y en todos los bandos enfrentados se emplearon
ilustraciones dramáticas para representar y denunciar estos actos. El término
barbarie, que antes se utilizaba para referirse al «otro», al «bárbaro», pasó
en el siglo XVI a interiorizarse en Europa para las guerras entre pueblos
hermanos. Así, un término que antes se atribuía al no cristiano, con las
guerras de religión se empleó también para describir las crueldades en el seno
de la Cristiandad. Durante veinte años, los nobles flamencos se opusieron a la
rebelión. Sin embargo, por cuestiones políticas y familiares, la mayoría de las
casas nobles estaban ligadas entre sí por lazos de parentesco, que no
religiosas. Guillermo de Orange se convirtió en líder visible de la resistencia
flamenca, y Felipe II puso precio a su cabeza. El mismo Orange que había
entrado en la catedral de Bruselas del brazo del padre de Felipe II el día de
su abdicación se convierte, ahora, en rebelde y se autoproclama hacedor de la
voluntad de Dios, como se refleja en el himno neerlandés. ¿Cómo justificar que
antes lo defendiera y lo considerara su señor natural? Justificar la
legitimidad de su rebelión y de su traición a Felipe II es el objetivo
principal de la Apologie y, para ello, España y Felipe II tienen que dejar de
estar en la luz, en la gracia de Dios, y pasar a las tinieblas. Este documento,
considerado el acta de nacimiento de la Leyenda Negra, fue presentado en los
Estados Generales de los Países Bajos el 13 de diciembre de 1580. Impreso en
Leiden un año más tarde y difundido por toda Europa, se tradujo a varios
idiomas y fue acogido por todos los enemigos políticos de España. En él se
retrata a Felipe II como un monstruo frío e incivilizado y, por tanto, indigno
de ser rey, con lo que se legitimaba cualquier rebelión contra él. En la
Apologie se recogen acusaciones que ya se vertían contra los españoles por los
italianos en la Edad Media, y también las que circulaban en ese momento contra
el duque de Alba. Sin embargo, su originalidad y el reconocimiento de que sea
el texto que da origen a la Leyenda Negra se debe a que incluye tres nuevos
argumentos:38 ataques personales contra Felipe II; el fanatismo, la
intolerancia y el oscurantismo de los españoles con la Inquisición; y la
matanza de indios en América. Estos argumentos que aparecen en el texto del que
antes fuera leal a la Corona española configuran tres de los cinco pilares
sobre los que se apoya la Leyenda Negra.39 Y sobra decir que se recogen casi un
siglo después de que Colón llegara a América, ante lo que cabe intuir un uso
malintencionado que le resta credibilidad. El primer pilar sería el odio y los
intereses contrapuestos de los que, después del siglo XIV, se enfrentaron a los
españoles durante casi cuatrocientos años. Así, los que chocaron con el poder
político, militar, religioso o económico de los españoles en Europa fueron
principalmente italianos, ingleses, neerlandeses, alemanes, franceses y
portugueses. El segundo pilar lo formarían aquellos que se enfrentaban a España
en su dominio por el Nuevo Mundo, es decir, Inglaterra y Francia,
principalmente, y después Portugal y Holanda. El tercer pilar sería la
difamación intencionada de determinados personajes españoles de gran
relevancia, como Felipe II, el duque de Alba o el inquisidor Tomás de
Torquemada, y de ciertas instituciones como la Inquisición, e incluso de
actuaciones como la conquista y colonización del Nuevo Mundo o el saqueo de
Roma. Estos tres pilares se fusionan en un cuarto, que configura la campaña de
descrédito más intelectualizada, presentando a España como ejemplo de
anti-Ilustración. El quinto y último pilar es la aceptación popular e
intelectual de todas las acusaciones fijadas en el imaginario colectivo que
configuraría el pensamiento occidental cuando España perdió su hegemonía en
Europa.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
259
El primer pilar sería el odio y los intereses contrapuestos
de los que, después del siglo XIV, se enfrentaron a los españoles durante casi
cuatrocientos años.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
261
Según el citado estudio de la Universidad de Santiago, el
10,4% de la población mundial desciende de matrimonios consanguíneos…
Pedro Baños
Geohispanidad, página
265
Philip W. Powell, experto en el periodo colonial español,
consideraba que (Bartolomé de ) Las Casas acertó al señalar los actos
reprobables que los españoles cometieron a lo largo de la conquista [...] [pero
incurrió en el error de excluir] otras acciones que pudiera dar lugar a una
imagen más justa de la totalidad de la empresa hispana [...] fue sincero y que
sin duda luchó por una causa digna; [...] al estigmatizar a sus compatriotas
como gente de singular crueldad y codicia, no solo dio muestras de pobreza de
espíritu, sino también de un desprecio por las perspectivas históricas y falta
de comprensión humana.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
279
En conjunto, lo que resulta es la creencia de que las
acusaciones de Las Casas son la crónica verídica y el resumen completo de la
actuación de los españoles en el Nuevo Mundo. Lo cierto es que la Brevísima
relación debe leerse entendiendo la intencionalidad de Las Casas, y la de
tantos otros dominicos y misioneros, de hacer prevalecer los derechos de los
indios como iguales al español, frente a los que anteponían el derecho del rey
a gobernar en América, aun cuando supusiera guerra o esclavitud. También se
dirimía si los indios eran seres humanos dotados de raciocino, postura que
mantenían Las Casas y Fray Antonio de Montesinos —otro dominico, menos conocido
pero mucho más interesante—, o, por el contrario, al considerarlos
culturalmente inferiores, estaba permitido emplear sobre ellos medios más
enérgicos para convertirlos al cristianismo, postura que defendía Juan Ginés de
Sepúlveda. Este debate se produjo en la España de mediados del siglo XVI, lo
que sin duda es propio de una sociedad civilizada y avanzada que se cuestiona a
sí misma. El debate estuvo reñido, pero, mientras que Sepúlveda no obtuvo
permiso real para publicar sus ideas, Las Casas lo recibió. Como resultado, la
esclavitud indígena fue proscrita y se promulgaron leyes para la protección y
bienestar de los indios, las cuales fueron todo lo defendidas y aplicadas que
permitía la implantación del poder de la Corona en América. Por supuesto, los
acontecimientos y abultadas cifras que manejaba Las Casas fueron replicadas y
desmentidas, especialmente desde el propio continente americano, aunque sin
mucho éxito.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
280
Dijo el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar,
en 1976, que todas las conquistas han tenido sus horrores, pero nunca unos
hombres como Montesinos, Las Casas y demás compañeros. A lo que Roca Barea
agrega, con gran acierto, «y una nación que los escuchara».
Pedro Baños
Geohispanidad, página
287
¿Por qué la hemos aceptado? Parece… entonces, si la Leyenda
Negra no es más que eso, una invención, ¿por qué la hemos aceptado? Parece
lógico que lo hagan nuestros enemigos, pero ¿por qué también lo hemos hecho los
españoles? ¿Qué consecuencias tiene que nos avergoncemos de casi cinco siglos
de historia, precisamente esos siglos en los que España, con los Reyes
Católicos, primero, y con la Casa de Austria, después, era el centro del mundo
europeo?
Pedro Baños
Geohispanidad, página
288
Los ilustrados achacaron la decadencia de España en el
continente a su fidelidad a la Iglesia católica, cuando lo cierto es que se
debió fundamentalmente a causas económicas y políticas.75 Se asienta en el
imaginario colectivo, especialmente en el protestante, la similitud entre
español e inferior y atrasado, por el mero hecho de ser español y católico.76
En la Europa protestante cuaja la idea de que el protestantismo es superior al
catolicismo, y desde Inglaterra y los Países Bajos se difundió la idea de que
protestantismo y liberalismo iban de la mano. A su entender, la libertad de
conciencia, la libertad religiosa, de pensamiento y de libre examen, que acabó
con el absolutismo, se debía al protestantismo. Los ilustrados franceses,
siendo católicos ellos mismos, sin llegar a abrazar el protestantismo sí
consideraban el apego a la tradición católica como una causa de atraso. De esta
manera, a finales del siglo XVII se extiende la idea de que el protestantismo
es la religión del progreso, siendo la prueba de ello el ascenso de los países
del norte de Europa, frente a la decadencia de las naciones del sur.* Esta idea
se replica tras la independencia de América, donde los países protestantes del
norte, hoy Estados Unidos y Canadá, consiguieron un desarrollo económico
considerable tras su independencia, frente a los países católicos que surgieron
de los Imperios español y portugués. En este sentido, hay un dato que no se
debe pasar por alto: el gran desarrollo económico del territorio del norte se
produce tras la independencia de Inglaterra, mientras que la decadencia de
Hispanoamérica tiene lugar con posterioridad a la independencia de España de
principios del siglo XIX, tras más de trescientos años de paz y prosperidad.
Quizá algo tendrá que ver lo que pasó después de 1800. Otro aspecto importante
es que el origen del capitalismo moderno no nace con el protestantismo a
mediados del siglo XVI, sino que se sitúa en las prácticas comerciales y
financieras de las católicas repúblicas italianas de Génova, Florencia y Venecia
desde la Baja Edad Media. Además, son precisamente hombres vinculados con las
prácticas capitalistas los que se exiliaron al Nuevo Mundo, seguramente por la
intolerancia religiosa tras la Reforma. De modo que no parece que el
capitalismo sea consecuencia del protestantismo, sino que quizá otros aspectos
también tuvieron algo que ver, como las relaciones entre la diáspora de
exiliados y los que se quedaban en Europa, unidos por lazos familiares y de
confianza, y vinculados a los grandes centros económicos de entonces, como
Ámsterdam o Ginebra. En cualquier caso, las ideas que seguían desarrollándose
desde el lado protestante sostenían que mientras ellos —anglosajones y
protestantes— progresaban, los latinos y católicos fracasaban, con lo cual raza
y religión empiezan a relacionarse con el desarrollo económico. Una idea que
gana fuerza en el siglo XIX, cuando en los países vencedores política y
económicamente —Inglaterra y Estados Unidos— «numerosos hombres políticos e
intelectuales estaban convencidos de que su país tenía una misión que cumplir
en el mundo y ese mesianismo inspiraba tendencias imperialistas no exentas de
racismo». Eso afirma Pérez, quien, además, pone como ejemplos demostrativos al
filósofo y economista John Stuart Mill y al primer ministro de la reina
Victoria, Benjamin Disraeli, quien lo expresó así: «Hay algo mejor que los
derechos humanos y son los derechos de los ingleses». En Estados Unidos ocurría
lo mismo con autores como John Fiske, defensor de la superioridad de la raza
anglosajona (El destino del hombre, 1884). Estas ideas sirvieron como
justificación de la expansión imperialista a mediados del siglo XIX por
América, Asia y África, tanto por parte de Estados Unidos como de Gran Bretaña,
e incluso de Alemania, considerada la cuna de la gran familia germánica. Caso
aparte es el de Francia, que se consideraba superior al resto de las naciones
latinas en buena medida por su fuerte influencia germánica.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
289
… según Juderías, la razón por la cual [los españoles]
aceptamos sumisos el juicio de los extranjeros y hasta lo ampliamos y
desarrollamos de la manera más desfavorable posible no es otra que el desdén o
la indiferencia que desde hace siglos mostramos por nuestras cosas [...] La
historia de España no la hemos escrito nosotros [los españoles], sino los
extranjeros, los cuales han procurado, como es natural, favorecer todo lo que
han podido a costa nuestra […]. La leyenda negra ha ejercido una funesta
influencia sobre la mayor parte de nuestros historiadores.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
293
La Leyenda Negra es una mancha en la historia. Tendríamos
que replantearla y estudiarla desde la seriedad de los acontecimientos, sin el
velo de la ignorancia que nos han inculcado los vencedores en la historia de
Europa. Bien valdría estudiar cómo se mantuvo durante más de tres siglos un
imperio procedente de Europa y que abarcaba territorios muy lejanos entre sí.
Una nación atrasada y sumida en el oscurantismo no es capaz de dominar medio
mundo y forjar una civilización como hizo España.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
295
Quizá la respuesta a por qué acabó el Imperio español no sea
la Leyenda Negra, que ya hemos visto que se sustenta en mentiras y, por tanto,
no sirve para explicar el motivo real del declive, sino que cayó por la
«debilidad aparejada al desgaste de los años y no por razones exógenas»,89 como
ha ocurrido con todos los grandes imperios a lo largo de la historia.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
296
La participación militar británica en España, por tanto,
respondía meramente a una coyuntura concreta: la existencia de un enemigo
común. En la primavera de 1814, habiendo derrotado al ejército francés en su
propio territorio, la nación española salía victoriosa de la guerra contra
Napoleón.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
314
La primera logia masónica en la Monarquía española se
estableció en Madrid en 1728, de la mano de un grupo de ingleses, logrando
reclutar, con el tiempo y mucha discreción, a personajes destacados de la Corte
como el mismo conde de Aranda, que fue nada menos que presidente del Consejo de
Castilla y embajador en Francia con Carlos III, y secretario de Estado con
Carlos IV.16 La barrera que suponía el profundo arraigo del catolicismo en la
sociedad española frenó la expansión en el ámbito popular de la masonería,17 lo
que no fue óbice para que siguiera operando discretamente con el fin de atraer
a personajes de influencia.18 La primera presencia de la masonería en la
América española data de 1762, cuando, sin apenas tiempo de haber afianzado su
dominio sobre La Habana, tomada en agosto de dicho año, los británicos crearon
allí una logia, que fue desmantelada con la devolución de la plaza a Carlos III
un año más tarde.* A pesar de que este primer paso no cuajó de inicio, la
masonería británica fue capaz de atraer la atención de numerosos personajes
decisivos en el proceso de independencia hispanoamericano.19 Aunque no se ha
podido probar documentalmente, parece probable la pertenencia de Francisco de
Miranda a la masonería londinense.20 Conviene recordar que, apoyado por la
firma comercial Turnbull, Forbes & Co., dirigida por un reconocido masón
como John Turnbull, comerciante con importantes conexiones con Gibraltar y
España, Miranda presentó al Gobierno británico no menos de cinco proyectos
entre 1790 y 1808 para independizar la América española y situarla bajo tutela
de Londres.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
316
Puerto Rico es una de las últimas colonias del mundo, y la
única nación hispana enteramente sujeta a la dominación directa de una potencia
anglosajona. Si bien fue retirada de la lista de territorios no autónomos de
las Naciones Unidas en 1952, sigue dependiendo de facto de una potencia
administradora: Estados Unidos. Con motivo de la derrota de España en 1898,
Puerto Rico se convirtió en botín de guerra de Estados Unidos, que desde entonces
ha ideado múltiples regímenes de poder para mantener su dominio colonial sobre
la isla. La actitud política de las últimas décadas indica que una amplia
mayoría de la población boricua oscila entre la aceptación, más o menos
resignada, del estado de dependencia actual y la voluntad de integrarse
plenamente como un estado más de Estados Unidos, si bien el apoyo a la
continuidad de la relación actual muestra claros signos de desgaste. Las
posiciones abiertamente independentistas han sido, hasta el momento,
francamente minoritarias. A falta de un amplio consenso, el asunto del estatus
político sigue abierto.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
328
El camino de unidad y hermanamiento que queremos recorrer
debe estar siempre basado en el exquisito respeto a todas y cada una de las
diversas comunidades que conforman la Hispanidad.
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Geohispanidad, página
367
A pesar de la población indígena presente en el continente
americano y, en concreto, en los países con un pasado hispano común, los
estudios comparados sobre minorías étnicas coinciden en señalar el bajo nivel
de conflicto étnico en Hispanoamérica. No solo no aparecen iniciativas
secesionistas hasta mitad del siglo XX, cuando sí se producen en otros lugares
del mundo impulsadas por movimientos indígenas, sino que, además, presentan los
índices de rebelión y movilización más bajos. Esto ha cambiado a partir de la
década de 1990 en lugares como Ecuador, Guatemala y México, y de los años 2000
en Bolivia, Venezuela y otros países. En cualquier caso, este fenómeno surge
mucho después de la descolonización y de los procesos de independencia.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
368
Hasta 1880 el término raza en Europa solo se refería al
linaje, al conjunto de personas descendientes de un mismo ancestro común que
otorgaba cualidades comunes. La apariencia física no era lo importante como
factor determinante de la raza, sino ese antepasado común.1 Así era entre los
antiguos egipcios o los griegos, quienes solo diferenciaban por el origen. En
la Edad Media y a principios del siglo XVI se hablaba de linaje. El primero en
emplear el término raza atendiendo a los rasgos corporales y el rostro fue el
viajero y médico francés François Bernier en su obra Nouvelle division de la
terre par les différentes espèces ou races qui l’habitent (1684). Los estudios
posteriores se centran en la raza y la adaptación al medio. El naturalista,
médico y zoólogo sueco Carlos Linneo (1707-1778) habla de variedades cuando, en
1758, define al Homo sapiens. Cada variedad es clasificada por el color de su
piel, de sus ojos o de su pelo, además de otras características físicas, dando
así origen a la diferenciación entre americanos, europeos, africanos,
asiáticos, etcétera. El científico social británico Michael Banton afirma que
en la Europa de entre los siglos XVI y XVIII apenas se utilizaba el concepto de
raza y que la idea de que las personas no europeas, como podían ser los
africanos, eran inferiores no estaba muy extendida, especialmente entre los
grandes pensadores de la época. Lo que Banton quiere probar es que se mira al
pasado con los ojos de hoy y que, al hacerlo, se dejan de lado las complejas
interrelaciones económicas, políticas y sociales del momento.
Sin embargo, no es la acepción más común, ya que otros
autores enfatizan esa superioridad del hombre blanco, alineados con las ideas
que llevaron a los anglosajones a considerarse un pueblo superior, apoyándose
en los siguientes factores: la separación religiosa del catolicismo y la
aparición de un protestantismo al se ha relacionado con el surgimiento del
capitalismo; un individualismo en el que prima la acumulación de riquezas,
basado en la propiedad; la jerarquía definida en términos económicos... Todos
estos elementos influyeron en el choque brutal que tuvieron los anglosajones
con los africanos y los pueblos indígenas del Nuevo Mundo, en lo que hoy es
Estados Unidos y Canadá. Pero también, y como se ha visto, antes de la ruptura
religiosa en Europa la lucha se hacía contra el infiel, es decir, el no
cristiano, por lo que todos aquellos que no fueran europeos o cristianos
podrían ser considerados inferiores.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
368
La raza es, sin duda, un invento de la modernidad y más aún
su asociación intrínseca con cualidades morales.3 Si antes la moralidad se
relacionaba con la virtud y con evitar el pecado, ahora pasa a asociarse a la
etnia, de manera que se podía justificar que algunas personas, por el mero
hecho de pertenecer a ella, tenían unas cualidades morales inferiores y, por
ello, podían ser utilizadas como esclavos.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
370
A partir del siglo XIX, la raza se entiende como algo
permanente, con unas cualidades innatas y que pasan de una generación a otra,
debido a ese antepasado común. Ese siglo es el del racismo científico, el cual
aparece, según el antropólogo social Peter Wade, en un contexto de
abolicionismo, en el que se crean estas teorías sobre la supremacía del hombre
blanco y que, junto con el imperialismo propio de ese siglo XIX y apoyado en
los principios de utilitarismo, sirven para justificar que el ser humano más
racional (el hombre blanco colono) decida sobre lo que sería mejor para todos
(sobre el hombre negro colonizado).4 Se habla aquí del Imperio británico y de
otras potencias europeas, como la francesa, la holandesa o la belga en África y
Asia, ya que España se encontraba en otra situación con los restos de su
imperio de Ultramar, perdido finalmente ante Estados Unidos en 1898. Es en este
contexto, a finales de siglo XIX y principios del XX, cuando la raza se aplica
en términos de exclusión, segregación y discriminación.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
370
La idea de raza es un concepto que ha evolucionado con el
tiempo y, por tanto, es una construcción social. Una construcción social que
existe hoy en día y que afecta a un imaginario social colectivo que identifica
unos determinados rasgos típicos con una categoría racial. Después de la
Segunda Guerra Mundial, aparece el término grupo étnico para referirse a grupos
minoritarios dentro de un Estado nación, como polacos o judíos en Brasil, o
argelinos en Francia. Se utilizaba como sinónimo de raza, en un momento en el
que este concepto ya empezaba a verse como negativo por las connotaciones que
implicaba. El antropólogo Markus Banks definió la etnicidad como «una colección
de afirmaciones bastante simplistas y obvias sobre los límites, la alteridad,
las metas y los logros, el ser y la identidad, descendencia y clasificación,
que ha sido construida tanto por el antropólogo como por el sujeto».5 Para
diferenciar lo étnico de lo racial, se recurre a la cultura. En Rodesia del
Norte (la actual Zambia), los antropólogos británicos hablaban de elementos
diferenciadores relacionados con la vestimenta, el lenguaje, las costumbres o
la apariencia. La pertenencia a un grupo étnico se establecía según la manera
de comportarse, hablar o vestir. Wade explica que no solo se puede hacer esa
diferenciación entre grupos en términos culturales, pues también influye el
lugar de procedencia. El auge de los nacionalismos a partir de finales del
siglo XVIII en Europa, Estados Unidos e Iberoamérica, así como las últimas
fases del imperialismo en África y las migraciones de las colonias a las
metrópolis en los siglos XIX y XX, contribuyeron a redefinir los límites de las
colectividades sociales.
Efectivamente, en los primeros años de la época colonial los
términos indígena e indigenista hacían referencia, de forma neutral, a todo lo
que tuviera que ver con los pueblos originarios americanos. También se
utilizaba para oponer el modelo precolombino al español, por ejemplo, en el
debate que abrieron los Reyes Católicos y siguió hasta mediados del siglo XVI,
cuando plantearon cómo proceder en sus nuevos territorios y con sus habitantes.
No es hasta el siglo XVIII cuando aparece ligado a la connotación que tendrá
posteriormente sobre la conciencia nacional americana. En plena época
ilustrada, los temas del colonialismo y del indigenismo eran los favoritos de
autores como Voltaire o Rousseau, con su aproximación al «salvaje» y, en concreto,
a América.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
371
En la actualidad, según el informe «El Mundo Indígena»
—presentado en abril de 2024 por el Grupo Internacional de Trabajo sobre
Asuntos Indígenas (IWGIA, por sus siglas en inglés)—, el 28% de la superficie
terrestre global corresponde a las tierras de los pueblos indígenas.23 En los
casos de Canadá y Estados Unidos, hay que destacar la figura de las reservas,
que no aparece en América Central y del Sur. Durante la colonización europea,
las comunidades originarias existentes en ambos países fueron expulsadas hacia
el oeste, huyendo de los colonos. Pero cuando la ocupación del territorio fue
completa, a partir de la independencia, las autoridades canadienses y
estadounidenses forzaron a los indígenas a reubicarse en reservas, diseñadas
por dichas metrópolis coloniales y siempre siguiendo los criterios de interés
nacional (explotación de los recursos naturales, control demográfico...), al
margen de las necesidades de las naciones originarias.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
386
Estamos viviendo un momento histórico, un verdadero punto de
inflexión en la Historia. El cambio de modelo geopolítico es cada vez más
evidente. Tras la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se
había enseñoreado del mundo, haciendo y deshaciendo a su antojo, sin
prácticamente oposición. Hasta el año 2000, no había ninguna otra gran potencia
que se pudiera considerar un verdadero rival para el poderío militar,
financiero, económico y tecnológico estadounidense. Pero, casi por sorpresa, o
al menos de forma más rápida de lo esperable, han surgido otras potencias que
hacen cada vez más sombra al todavía poderoso Estados Unidos. Sin pretender
desdeñar a grandes países como India, China destaca como nueva potencia. La
rivalidad en todos los frentes entre Washington y Pekín es cada vez mayor. Y
esa pugna también se deja sentir con fuerza en Hispanoamérica, que ya no es
solo el patio trasero de Estados Unidos, como se acostumbraba decir, sino
también un plato muy goloso para una China ansiosa por hacerse con los inmensos
recursos naturales de esa parte del mundo. Por ello, dentro de nuestro afán por
unir a toda la Hispanidad, debemos prestar la mayor atención a estas dos
grandes potencias, las cuales, sin la menor duda, hoy por hoy marcan el ritmo
de los acontecimientos mundiales. Ninguna de ellas va a estar interesada en que
los integrantes de la hispanoesfera nos unamos, pues saben bien que, juntos,
les podríamos hacer frente, o al menos impedir que nos depredaran, como hasta
ahora ha hecho la angloesfera. Aunque nos centraremos en la situación
geopolítica y geoeconómica de ambas superpotencias en relación con
Hispanoamérica, no olvidamos que hay otros países que también quieren su parte
del pastel hispano, como son Rusia y la mencionada India, e incluso otros
países de menor entidad, pero no por ello menos activos, como es el caso de
Irán.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
390
Cuando hablamos de identidad hispana, nos referimos a una
filiación cultural arraigada en la historia de Hispanoamérica. Es innegable que
existe una relación de parentesco entre España y América, que en su momento se
comparó con la de una madre y sus hijos. Esta es la procedencia de la conocida
expresión «la madre patria» para referirse a España. Por supuesto, existen
otras culturas e identidades americanas, las prehispánicas: maya, mexica o
azteca, totonaca, zapoteca, huasteca, tolteca y la que los antropólogos
denominan «la cultura madre», la olmeca. Todas ellas, junto a la española,
conforman la constelación cultural hispanoamericana, la cual ha de ser estudiada
en el contexto sociocultural que le corresponde a través de la antropología
lingüística, íntimamente relacionada con la antropología social y cultural. Por
su parte, la etnografía, basada en el trabajo de campo, y la etnología, que se
fundamenta en la transculturalidad, son disciplinas esenciales en el estudio de
la identidad de los pueblos. Cuando los colectivos adoptan formas culturales
provenientes de otros, se produce una gran riqueza etnográfica que, en el caso
de Hispanoamérica, se ha consolidado en una identidad irrenunciable que
impregna nuestra cultura hispana. Los sentimientos fraternales que existen
entre poblaciones nacidas de la multiculturalidad y de la interculturalidad son
más fuertes que las adversidades propias de las circunstancias surgidas a lo
largo de los siglos.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
406
La historia de Hispanoamérica debe ser analizada bajo un
prisma holístico, contemplando las interacciones sobre las que se ha creado la
cultura hispana en el continente americano. No se puede crear una identidad
hispanoamericana desde la fragmentación cultural, ha de hacerse desde la
integración y con una visión etnológica constructivista, en relación con la
lengua común: el español. Con este enfoque, basado en la construcción
permanente de nuevos conocimientos y en la remodelación de los previos, la
identidad cultural vinculada al hispanismo estará cada día más viva y fuerte.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
3407
La identidad cultural, tan poliédrica como los seres humanos
que le damos forma, tiene que analizarse y describirse desde diversos ángulos.
Para empezar, tomemos conciencia de que está íntimamente vinculada al
sentimiento de pertenencia de las personas con los ámbitos en los que
interactúan y en los que lo han hecho sus antepasados. Los símbolos, las
creencias y tradiciones, los valores de cada sociedad transmitidos durante
generaciones a través de vínculos familiares, todo ello constituye la base
sobre la que cimentar el sentimiento de pertenencia. Este sentimiento nos
identifica con una cultura, y esos rasgos etnográficos y antropológicos nos
acompañan a lo largo de nuestra vida. Se trata de nuestras raíces, aquello que
emocionalmente nos mantiene apegados, enraizados. Una vida sin raíces, sin
sentimiento de pertenencia a una familia, a un colectivo, a la aldea desde el
punto de vista tribal, independientemente de su tamaño demográfico o
geográfico, es una vida triste atravesada por un profundo sentimiento de
orfandad. La identidad cultural lo abarca todo, y satisface nuestra necesidad
de integración sin renunciar por ello a la más amplia libertad individual, pues
ambas situaciones son perfectamente compatibles, incluso deseables.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
407
Si fuéramos capaces de construir una verdadera hermandad de
países panamericanos e hispanos, al margen de la burocracia y compatibilizando
los intereses particulares de cada país, podríamos llegar a ser una poderosa
maquinaria de bienestar para nuestros pueblos, hermanándonos en la Hispanidad.
Para lograrlo, es necesario reforzar los lazos identitarios que nos unen,
deshacer las controversias que nos separan y emprender juntos el camino de la
prosperidad.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
408
La hispanofilia forma parte de una realidad marcada por la
inquietud, unas veces racional y otras irracional, de quienes nos sentimos
vinculados a la Hispanidad en cualquier lugar del mundo. En cuanto a su
contraria, la hispanofobia, crece o mengua en función de intereses que, como
hemos visto, a menudo nada tienen que ver con las sociedades que los acogen o
los rechazan, sino con los beneficios que determinadas personas y culturas
obtienen al promoverla.3 Las fobias siempre tienen una motivación y suelen ser
rentables para quien las promueve, ya sea desde el ámbito económico,
geopolítico o estratégico. Sirvan como ejemplo la francofobia y la anglofobia,
generadas principalmente desde Gran Bretaña y Francia, respectivamente, a raíz
de su larga trayectoria de enfrentamientos. Como en este caso, también cabe la
rusofobia, la usafobia (o antiestadounidensismo) y la germanofobia, aversiones
estratégicas de carácter geopolítico diseñadas e instrumentalizadas en función
de intereses puntuales, llegando a calar y permanecer en las sociedades durante
siglos. Cabe destacar el caso singular de España, en el que existe tanta o más
hispanofobia que hispanofilia en el ámbito interno, una situación promovida, en
gran medida, por los movimientos independentistas que atentan contra la unidad
y la integridad nacional.4 Una lamentable situación promovida y consentida por
ciertos políticos en función de sus intereses económicos y de gobierno, hecho
lamentable del que se aprovechan otros países. Por supuesto, a todo ello se
suma la Leyenda Negra, de la que ya tanto hemos hablado, forjada para
desprestigiar a España por parte de otras potencias, con Inglaterra a la
cabeza.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
408
La hispanofilia es un sentimiento profundamente arraigado en
el corazón hispanoamericano, afortunadamente, y cada día late con más fuerza.
En la forma y en el fondo, lo hispano trasciende a la península ibérica,
gracias a los quinientos millones de hispanohablantes que, de manera natural,
ejercen como embajadores de nuestra cultura por todo el mundo.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
410
La Historia nos recuerda de dónde venimos, quiénes somos y
por qué pensamos y actuamos de determinadas maneras. La cultura histórica marca
nuestra forma de ser y proceder. No debemos renunciar a la ancestralidad que
impregna nuestros pueblos y, en cierto modo, determina nuestro destino. Al
contrario, asumamos que estamos marcados por sellos de identidad diferenciales
abocados a encontrarse, enriquecerse y entenderse en la cosmogénesis de nuestra
comunidad hispana. La Hispanidad es multicontinental, ya que se extiende por
Europa, gran parte del continente americano, Asia (Filipinas) y África, al ser
España un país geográficamente bicontinental con territorios en Europa y
África, sin olvidarnos de Guinea Ecuatorial. Esta es una realidad geopolítica
esencial en el nuevo orden mundial que se está dando en la primera mitad del
siglo XXI. Así, el español engarza cuatro continentes —América, Europa, África
y Asia— construyendo un espacio transcontinental multicultural en el imaginario
colectivo de los hispanohablantes. La mente global idiomática es una realidad
no percibida que debemos hacer aflorar. Para lograrlo, primero debemos ser
conscientes del inmenso patrimonio cultural, material e inmaterial que poseemos
los hispanos como herederos del que ha sido el quinto mayor imperio de la
Tierra en extensión, después del británico, el mongol, el ruso y el chino de la
dinastía Qing. Conocer nuestra historia ayuda a descubrir los lazos culturales,
racionales y emocionales que nos unen en la Hispanidad. Seamos deudos de nuestros
antepasados, no sus deudores, lo que implica un compromiso con ellos, en cuanto
a la conservación de su legado histórico. Pero no tenemos por qué ser reos de
sus actos. El pasado no debe lastrar la fusión de culturas en el entorno
geográfico y cultural de la Hispanidad. Todo lo contrario, debe ser acicate de
nuevas ilusiones, de proyectos que sirvan para unirnos y hacer crecer la
comunidad hispanoamericana. En esta misión, la comunicación es un factor
esencial, por lo que debemos prestarle mucha atención, tanto en la forma como
en el fondo, más aún en un ámbito intercultural como el hispano.
Pedro Baños
Geohispanidad, página
470