Cesáreo Jarabo Jordán

"[Los] gobiernos de los estados producto de la hecatombe contrataron empréstitos... ¡con Inglaterra!, que se los concedió con lo que previamente les había robado, produciendo con ello un endeudamiento que, salvo una acción decidida, persistirá por los siglos de los siglos."

Cesáreo Jarabo Jordán
Tomada del libro Geohispanidad de Pedro Baños, página 323
































Julio Carlos González

"Hispanoamérica: un país, una raza, una cultura, un futuro dentro de la diversidad étnica."

Julio Carlos González
Tomada del libro Geohispanidad de Pedro Baños, página 367




"La civilización hispanoamericana quedó mutilada por la separación provocada por Gran Bretaña a inicios del siglo XIX."

Julio Carlos González
Tomada del libro Geohispanidad de Pedro Baños, página 321

Johanna van Gogh-Bonger

"20 de marzo de 1892.

Algunas de las pinturas de Vincent han sido expuestas en el Oldenzeel de Rotterdam: dos artículos firmados por De Meester se publicaron en el Rotterdamsche Courant, y otro entusiasta en otro periódico. El hecho de que se esté volviendo cada vez más conocido me da una satisfacción indescriptible"

Johanna van Gogh-Bonger




"Además del niño, (Theo) me dejó otra tarea: el trabajo de Vincent, hacer que se vea y se aprecie tanto como sea posible.

No me quedé sin propósito."

Johanna van Gogh-Bonger



“Cuando Vincent falleció en 1890, su arte apenas era conocido. Mi esposo Theo y yo siempre creímos en su talento. Al quedar viuda y con un hijo pequeño, heredé más de 200 de sus obras. Aunque muchos me aconsejaron deshacerme de ellas, decidí preservar y promover su legado. Organizaba exposiciones, publicaba sus cartas y escribía sobre su arte. Sabía que su obra merecía ser reconocida. Hoy, al ver cómo el mundo aprecia su genio, siento que mi dedicación valió la pena.”

Johanna van Gogh-Bonger



"Durante un año y medio fui la mujer más feliz de la Tierra. Fue un sueño largo, hermoso, maravilloso, el más hermoso que uno puede soñar. Y después vino todo ese sufrimiento indecible."

Johanna Bonger




"El viernes fue un día lleno de emociones.

A las dos de la tarde sonó el timbre de la puerta: era Van Gogh de París. Me alegré de que hubiera venido, hablamos de arte y literatura (...) y de repente comenzó a hacerme una declaración.

Sonaría improbable en una novela, pero realmente sucedió: después de estar en mi compañía durante tres días como máximo, quiere pasar toda su vida conmigo, quiere poner toda su felicidad en mis manos. ¿Cómo puede ser?.

... lo que me conjuró fue el ideal con el que siempre he soñado; una vida rica llena de variedad y alimento para la mente".

¡Oh, si tan sólo pudiera, porqué mi corazón no siente nada por él!"

Johanna van Gogh-Bonger



"Esta mañana fui a (la firma de marchantes) Wisselingh en Amsterdam (...) Tenía conmigo una pequeña cosa de Vincent, pero muy, muy buena, que mostré y ahora quieren un par de sus obras por encargo. ¡Qué triunfo!"

Johanna van Gogh-Bonger



"... lo perdí a él, mi querido y fiel esposo, que hizo que mi vida fuera tan rica, tan plena, que despertó todo lo bueno en mí..."

Johanna van Gogh-Bonger



“Me parecería terrible tener que decir al final de mi vida: 'En realidad, he vivido para nada, no he logrado nada grande o noble'.”

Johanna van Gogh-Bonger



“Tengo un objetivo en la vida. Pero me siento sola.”

Johanna van Gogh-Bonger



"¡Todo no es más que un sueño! Lo que hay detrás de mí, mi corta y dichosa felicidad conyugal, ¡eso también ha sido un sueño!"

Johanna van Gogh-Bonger o Jo van Gogh-Bonger















William Henry Harrison

"Creo que todas las medidas del Gobierno están encaminadas a hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres."

William Henry Harrison



"Puede observarse, sin embargo, como observación general, que las repúblicas no pueden cometer mayor error que el de adoptar o mantener en sus sistemas de gobierno cualquier característica que pueda estar calculada para crear o aumentar la afición al poder en el seno de aquellos a quienes la necesidad les obliga a confiar la gestión de sus asuntos; y seguramente nada es más probable que produzca tal estado de ánimo que la larga permanencia en un cargo de alta confianza."

William Henry Harrison


Martin Van Buren

"La gente bajo nuestro sistema, como el rey en una monarquía, nunca muere."

Martin Van Buren



































John Tyler

"La naturaleza no gobierna al hombre por ningún principio más fijo que el que lo lleva a perseguir su interés."

John Tyler



































James Monroe

"América para los americanos."

James Monroe



Conciudadanos del Senado y de la Cámara de Representantes:

Muchas materias importantes demandarán su atención durante la presente sesión, en la cual debo esforzarme por presentar, en apoyo a sus deliberaciones una justa idea de esta comunicación. Emprendo esta tarea con timidez, dada la vasta extensión de los intereses sobre los que tengo que tratarles y su gran importancia para toda parte de nuestra Unión. Empiezo con el fervor de mi entera convicción de que nunca ha habido un periodo, desde el establecimiento de nuestra Revolución, en el cual, considerando la condición del mundo civilizado y su acción sobre nosotros, con una necesidad más grande de la devoción de los servidores públicos por sus respectivas tareas o de virtud, patriotismo y unión entre nuestros representados.

Reunidos en un nuevo Congreso, juzgo apropiado presentar esta visión de los asuntos públicos en mayor detalle que de otra manera podría ser  necesario. Lo hago, sin embargo, con la satisfacción peculiar, a partir del conocimiento de que debo cumplir más completamente con los sólidos principios de nuestro Gobierno. Siendo el pueblo es exclusivamente el soberano, es indispensable que disponga de información completa en todas las materias importantes, para que sea capaz de ejercer su alto poder con un efecto completo: Si se le mantiene en la oscuridad será incompetente para hacerlo. Todos estamos expuesto al error y quienes estamos comprometidos con el manejo de los asuntos públicos estamos más sujetos al acaloramiento y a ser conducidos al extravío por los intereses particulares y las pasiones que el cuerpo grande de nuestros representados, quienes viviendo en el hogar sus ocupaciones ordinarias, están en calma pero son espectadores profundamente interesados en los hechos y en la conducta de aquellos que son para ellos partidos. Para el pueblo, cada departamento del Gobierno y cada individuo en cada uno de ellos, son responsables y entre más completa información se le proporcione, mejor podrá juzgar la sabiduría de la política a seguir, así como la conducta de cada uno para conseguirla. Mucha ayuda puede obtenerse de su desapasionado juicio y su aprobación formará el más grande incentivo y la más gratificante recompensa para las acciones virtuosas y el temor de su censura será la mejor garantía contra el abuso de su confianza. Sus intereses en todas las cuestiones vitales son los mismos, y el vínculo, por el sentimiento tanto como por el interés, será proporcionalmente fortalecido en tanto esté mejor informado del estado real de los asuntos públicos, especialmente en las coyunturas difíciles. Es por tal conocimiento que los prejuicios y celos locales se superan y que se forma una política nacional, que al extender su cuidado y protección a todos los grandes intereses de nuestra Unión, logra la adhesión constante

Un conocimiento preciso de nuestras relaciones con los poderes extranjeros, en lo que respecta a nuestras negociaciones y transacciones con cada uno de ellos, debe ser particularmente necesario. Igualmente necesario es tener una estimación justa de nuestros recursos, ingresos y progreso en cada clase de mejoramiento conectado con la prosperidad nacional y la defensa pública. Es concediendo justicia a otras naciones, que podemos esperar lo mismo de ellas.  Es por nuestra habilidad para ofendernos por los daños y corregir los errores que podemos evitarlos.

[...]

A propuesta del Gobierno Imperial Ruso, hecha a través del ministro del Emperador residente aquí, se han trasmitido plenos poderes e instrucciones al ministro de los Estados Unidos en San Petersburgo para negociar amistosamente los derechos e intereses respectivos de las dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una propuesta similar se ha hecho por Su Majestad Imperial al Gobierno de la Gran Bretaña, a la cual se ha accedido de manera similar. El Gobierno de los Estados Unidos ha estado deseoso por medio de este amistoso procedimiento de manifestar el gran valor que invariablemente otorga a la amistad del Emperador y la solicitud en cultivar el mejor entendimiento con su Gobierno. En las discusiones a que ha dado lugar este interés y en los acuerdos con que pueden terminar, se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar, como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e independientes que han adquirido y mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización futura por ninguna potencia europea.
 
[...]

Se afirmó al comienzo de la última sesión que se hacía entonces un gran esfuerzo en España y Portugal para mejorar la condición de los pueblos de esos países y que parecía que éste se conducía con extraordinaria moderación. Apenas necesita mencionarse que los resultados han sido muy diferentes de lo que se había anticipado entonces. De lo sucedido en esa parte del mundo, con la cual tenemos tanto intercambio y de la cual derivamos nuestro origen, hemos sido siempre ansiosos e interesados observadores. Los ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de la libertad y felicidad de los pueblos en ese lado del Atlántico. En las guerras de las potencias europeas por asuntos de su incumbencia nunca hemos tomado parte, ni comporta a nuestra política el hacerlo. Solo cuando se invadan nuestros derechos o sean amenazados seriamente, responderemos a las injurias o prepararemos nuestra defensa. Con las cuestiones en este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente conectados, y por causas que deben ser obvias para todo observador informado e imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente en este respecto al de América. Esta diferencia procede de la que existe entre sus respectivos Gobiernos; y a la defensa del nuestro, al que se ha llegado con la pérdida de tanta sangre y riqueza, que ha madurado por la sabiduría de sus más ilustrados ciudadanos, y bajo el cual hemos disfrutado de una felicidad no igualada, está consagrada la nación entera. Debemos por consiguiente, al candor y a las amistosas relaciones existentes entre los Estados Unidos y esas potencias, declarar que consideraremos cualquier intento por su parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad. Con las colonias o dependencias existentes de potencias europeas no hemos interferido y no interferiremos. Pero con los Gobiernos que han declarado su independencia y la mantienen, y cuya independencia hemos reconocido, con gran consideración y sobre justos principios, no podríamos ver cualquier interposición para el propósito de oprimirlos o de controlar en cualquier otra manera sus destinos, por cualquier potencia europea, en ninguna otra luz que como una manifestación de una disposición no amistosa hacia los Estados Unidos. En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad en el momento de reconocerlos, y a esto nos hemos adherido y continuaremos adhiriéndonos, siempre que no ocurra un cambio que en el juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, haga indispensable a su seguridad un cambio correspondiente por parte de los Estados Unidos.
 
Los últimos acontecimientos en España y Portugal demuestran que Europa no se ha tranquilizado. De este hecho importante no hay prueba más concluyente que aducir que las potencias aliadas hayan juzgado apropiado, por algún principio satisfactorio para ellas mismas, el interponerse por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta qué punto pueden extenderse, por el mismo principio, estas interposiciones, es una cuestión en la que están interesados todas los países independientes, aun los más remotos, cuyas formas de gobierno difieren de las de estas potencias, y seguramente ninguno de ellos más que los Estados Unidos. Nuestra actitud con respecto a Europa, que se adoptó en una etapa temprana de las guerras que por tanto tiempo han agitado esa parte del globo, se mantiene sin embargo la misma, cual es la de no interferir en los asuntos internos de ninguna de esas potencias; considerar el gobierno de facto como el gobierno legítimo para nosotros; cultivar con él relaciones amistosas, y preservar esas relaciones con una política franca, firme y varonil, satisfaciendo siempre las justas demandas de cualquier potencia, pero no sometiéndose a injurias de ninguna. Pero con respecto a estos continentes, las circunstancias son eminente y conspicuamente diferentes.

Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a cualquier porción de alguno de estos continentes sin hacer peligrar nuestra paz y felicidad; y nadie puede creer que nuestros hermanos del Sur, dejados solos, lo adoptaran por voluntad propia. Es igualmente imposible, por consiguiente, que contemplemos una interposición así en cualquier forma con indiferencia. Si contemplamos la fuerza comparativa y los recursos de España y de esos nuevos Gobiernos, y la distancia entre ellos, debe ser obvio que ella nunca los podrá someter. Sigue siendo la verdadera política de los Estados Unidos dejar a las partes solas, esperando que otras potencias sigan el mismo curso.

James Monroe
Séptimo mensaje anual del Presidente (Fragmentos)




"Es conocido que todos los hombres tienen debilidades y que muchos tienen vicios, lo que hace necesario el gobierno."

James Monroe




"La mejor forma de gobierno es aquella que tiene mayores probabilidades de evitar la mayor cantidad de mal."

James Monroe












José de Santa Rita Durão

Caramuru 

(Fragmento deI canto VII) 

XXXV 

De las flores, en el aire brillante,
reina con más justicia es, pues, la rosa,
blanca emerge la Aurora rutilante,
al cenit time la color lustrosa;
pero creciendo en llama rutilante,
roja es de tarde la color hermosa;
pasmo que contra Clicie ya conspira,
pues muda de color cuando el Sol gira. 

XXXVI 

Otra agraciada flor que en ramos pende
(la llaman de San Juan) por bella pasa
más que cuantas el prado allí comprende,
bella es la color, tenue cual gasa:
en la coposa rama que se extiende
con vistosa apariencia allí se enlaza,
delante dando a ver y en las espaldas
ramos de oro con verdes esmeraldas.

XLI 

Otras flores hay dulces y admirables
bordando su colar campiñas bellas,
y en varia multitud por agradables,
la vista encantan, transportada al vellas:
bermejos jazmines que incansables
cubren paredes, techos y las huellas;
no siendo por menudos muy distintos
púrpuras entretejen laberintos.

XLII

Las azucenas son tal vez fragantes,
tal las nuestras en la hoja organizadas;
en el candor algunas son brillantes,
el tinte otras relucen nacaradas.
Enamorados bledos rutilantes,
las flores de Courana celebradas;
y otras sin cuento por el prado inmenso
que a quien las ve, lo dejan en suspenso.

Fray José de Santa Rita Durão
Traducción de Ricardo Silva-Santisteban




















Pedro Baños Geohispanidad



Historia, cultura, lengua, religión, mezcla de sangres. Rasgos que nos convierten en únicos pues, mientras otros colonizaban exterminando, los hispanos uníamos nuestras vidas con la población autóctona de los territorios que, a partir de 1492, formaron parte de la misma unidad que hermanaba la península ibérica con el otro lado del Atlántico o la costa del Pacífico. Fundábamos ciudades y creábamos universidades desde el siglo XVI, donde, como en la Madre Patria y contra lo que pretende la manipulada contrahistoria que nos han vendido, todos podían estudiar por igual, si sus recursos económicos se lo permitían. En nada se diferenciaba un mestizo del actual México de un nacido en León de España. Para nosotros la única raza reside en el alma común, no en el color de la piel. Y en eso igualmente siempre fuimos distintos de otros imperios que forjaron su poder sobre el supremacismo. La historia nos deja pruebas más que evidentes en el camino, aunque hayan querido que la olvidemos o la hayan tergiversado.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 12
 
 
Iberoamérica engloba el conjunto de Estados americanos que formaron parte de los reinos de España y Portugal, mientras que Latinoamérica abarca aquellos con lenguas derivadas del latín (español, portugués y francés). Por su parte, forman Hispanoamérica los países que hablan español y se encuentran en el continente americano. En cuanto a Sudamérica, este término excluye a Centroamérica, por lo que no se puede usar de manera global para referirse a la parte del continente americano de habla hispana, como suele atribuírsele en lenguaje coloquial. No obstante, también conviene señalar que no hay acuerdo unánime al respecto, pues son muchos los que utilizan indistintamente Latinoamérica e Hispanoamérica, o incluso los que entienden que Hispanoamérica abarca toda la península Ibérica (España y Portugal), por considerar que Hispania era toda la península.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 14
 
 
México no existía como nación; una multitud de tribus separadas por ríos y montañas y por el más profundo abismo de sus trescientos dialectos, habitaba las regiones que hoy forman parte del territorio patrio. Los aztecas dominaban apenas una zona de la meseta, en constante rivalidad con los tlaxcaltecas, y al Occidente los tarascos ejercitaban soberanía independiente, lo mismo que por el sur los zapotecas [...] la más feroz enemistad alimentaba la guerra perpetua, que solo la conquista española hizo terminar».
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 21
 
 
El insigne historiador Francisco Morales Padrón advirtió del peligro de simplificar y creer que los conquistadores fueron una «caterva de bandidos, sedientos de oro, sangre y mujeres». No es cierto que América fuera «el refugio y amparo de los desesperados de España», como decía Miguel de Cervantes en su obra El celoso extremeño, porque, apuntaba Morales, a él no se le permitió viajar al Nuevo Mundo. A la rapiña, crueldad, violencia, testarudez e imprudencia que se les atribuye a los conquistadores españoles, hay que añadir «el espíritu destructivo, el individualismo, la religiosidad, la entereza, el espíritu legalista, el amor a la tierra que conquistaron, la audacia, la lealtad, la prodigalidad y la codicia».
 
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 12
 
 
Un elemento fundamental para entender la conquista española de América es saber ubicarla correctamente dentro de sus límites cronológicos. De forma tan habitual como equivocada, se suele considerar que, a mediados del siglo XVI, la presencia española en América estaba ya bien consolidada en todo el territorio, tras las rápidas campañas de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, entre otros. En realidad, conquista y asentamiento fueron dos procesos que se dieron simultáneamente a lo largo de los aproximadamente tres siglos que duró la soberanía de los reyes de España en la América continental. La fundación de ciudades y el control de la geografía, como base de la presencia española, se dieron en paralelo con la expansión territorial.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 12
 
 
La conquista de América consistió en una serie de empresas privadas en las que el papel de la Corona se solía limitar a otorgar legitimidad legal, pero sobre las que se abstenía de intervenir hasta haber consolidado el dominio de al menos una parte del territorio. A diferencia del fenómeno de colonización llevado a cabo por varias potencias europeas en los siglos XIX y XX, en los que el Estado ponía en marcha su poderosa maquinaria para obtener tierras en África y Asia, la conquista española de América se sustentó en una serie de acuerdos, usualmente llamados capitulaciones, alcanzados entre la Corona y unos empresarios, los conquistadores, que generalmente actuaban por su cuenta y riesgo, salvo en lo concerniente a los títulos de propiedad. Dichas capitulaciones establecían los derechos y deberes de la Corona y de los empresarios en lo concerniente a la conquista de los territorios, su gobierno político y la gestión de sus recursos. A cambio de una parte de las ganancias obtenidas, generalmente la quinta parte (el llamado quinto real) y ciertos recursos en forma de hombres, armas y barcos, la Corona concedía el cargo de adelantado y gobernador, en ocasiones de manera vitalicia e incluso hereditaria, además de reconocer la conquista como legítima. Era una manera de acrecentar el territorio de la Monarquía a cambio de una inversión de recursos realmente moderada. Era mucho lo que podía ganar la Corona y poco lo que podía perder en unas empresas en las que el peso de la búsqueda de recursos y de la conquista por las armas recaía en el conquistador. La Corona de Castilla ya había empleado este mecanismo en la conquista señorial del archipiélago canario, durante la primera mitad del siglo XV, en Lanzarote, Fuerteventura, El Hierro y La Gomera. Lo que había funcionado en las Canarias se acabaría empleando en el Nuevo Mundo.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 50
 
 
Solía decir el gran historiador mexicano Miguel León Portilla que los indios hicieron la conquista de América. Y no le faltaba razón. La conquista del enorme territorio americano no fue obra exclusiva de unos pocos centenares de castellanos enfrentados a decenas de miles de guerreros mexicas, incas o araucanos. La conquista de América solo fue posible gracias a la movilización de miles de indígenas aliados con los castellanos. También de algunos africanos, llevados a América a la fuerza, que hallaron en la conquista el mecanismo de liberación de su propia esclavitud.20 La división de las sociedades indígenas fue clave para explicar este fenómeno. En primer lugar, cabe aclarar que no existía el concepto de América ni, por tanto, el de americano, nociones ajenas a las civilizaciones indígenas, tal y como defendió, hace más de medio siglo, el historiador mexicano Edmundo O’Gorman.21 Las tierras del Nuevo Mundo estaban pobladas por diferentes pueblos: mexicas, mayas, incas, araucanos, etcétera. Cada uno con su identidad, cultura e intereses, frecuentemente enfrentados y a menudo ignorándose entre sí, hasta el punto de que, a la llegada de los españoles, los mundos mexica e inca, las dos grandes civilizaciones americanas, desconocían la existencia del otro. Entender esta división, y tomar posición ante ella, fue un elemento fundamental en el éxito de los procesos de conquista desarrollados a partir del primer tercio del siglo XVI.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 53
 
 
Un caso singular fue el de los esclavos africanos en la conquista de América. Su presencia, relativamente habitual en ciudades como Sevilla, Málaga o Valencia desde la Edad Media, se detecta en América por lo menos desde 1502, cuando las autoridades los compraron para servir de tropa auxiliar. Con el descenso de la población taína, figuras principales de la colonización española, como Bartolomé de las Casas, propusieron su sustitución por africanos.26 El tráfico de esclavos entre África y las Antillas se formalizó en 1518, con la concesión de licencias de importación a particulares, nacida de la necesidad de reemplazar a la mano de obra indígena, que apenas podía resistir las pesadas tareas del campo y la extracción de metales.27 En otros casos, en cambio, hubo africanos esclavizados* que arribaron a América como sirvientes de los conquistadores, como soldados o siendo empleados como porteadores y para el arrastre de las pesadas piezas de artillería. Esto hizo que en esta primera fase de la esclavitud africana en América prácticamente solo llegaran varones.
 
Para algunos de estos hombres llevados a América contra su voluntad, la conquista fue una vía de escape hacia la libertad mediante el servicio de las armas. Se desconoce la cifra exacta, pero se sabe que un número no bajo de esclavos africanos acompañó a los hombres de Hernán Cortés en la conquista del Imperio de los mexicas. Algunos de ellos llegaron a alcanzar cierta notoriedad, como Juan Garrido, comprado en África por los portugueses y que, tras pasar por Lisboa, fue embarcado en Sevilla rumbo al Caribe, llegando a participar en la conquista de Santo Domingo y Cuba. En la Nueva España logró su libertad mediante el servicio de las armas, siendo uno de los primeros vecinos de la refundada Ciudad de México, y llegando a considerársele el introductor del trigo en América. Para la conquista del Imperio inca, Francisco Pizarro se hizo traer de Panamá unos 400 esclavos africanos para servir como porteadores y soldados auxiliares. A mediados de siglo XVI, eran ya unos 3.000 en todo el Perú, habiendo muchos de ellos alcanzado la libertad. Otros casos son más complejos, como el de Juan García. Nacido en la Trujillo extremeña de padres africanos, probablemente esclavos, García participó desde el principio en la conquista del Perú, siendo uno de los primeros vecinos de Cuzco tras la conquista. Desposado con una mujer indígena, falleció en España hacia 1545 tras haber obtenido una posición relativamente desahogada.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 58
 
 
Al igual que en otros lugares de la Monarquía hispánica —por ejemplo, en el sur de los actuales Chile o Argentina—, no existían en aquellas latitudes una presencia directa o una población permanente españolas. Pero esto no significaba que esos territorios no correspondiesen a la jurisdicción de España, sino que, simplemente, no se controlaban de facto.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 62
 
 
En 1789, Esteban José Martínez y Gonzalo López de Haro se dirigieron a Nutka y tomaron posesión del lugar en una ceremonia solemne con presencia de buques extranjeros.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 64
 
 
El nombre de Canadá Se ha escrito mucho sobre el origen del nombre de Canadá y varias teorías hacen referencia al posible origen hispánico de este vocablo. La opinión más difundida actualmente sostiene que deriva de la palabra iroquesa kanata, que significa «poblado». Sin embargo, algunas investigaciones han sostenido que se trata de la derivación del vocablo español cañada, aparecido en mapas hispanos de la región del siglo XVI, haciendo alusión al accidente geográfico que representa el espacio entre dos alturas o montañas poco distantes entre sí. En ese posible mapa, la vírgula de la eñe habría desaparecido, quedando, así, como canada. Se trataría de un proceso semejante al que hizo que, en Estados Unidos, el actual estado de Montana se llame así, y no Montaña. Lo mismo ocurre con el cabo Canaveral (Cañaveral), en Florida. Existe otra teoría que aventura el origen del nombre del país en la expresión, también española o portuguesa, «Cá nada» (es decir, «acá nada»), aparecida igualmente en algún mapa hispano de la época para significar la inexistencia de poblaciones numerosas, debido a la extrema dureza del frío territorio y, por consiguiente, al relativo interés para España de asentarse en los espacios más septentrionales del continente americano, cuando esta potencia ya estaba establecida de hecho en tierras templadas y tropicales, de más fácil colonización. Esta teoría sería defendida en el siglo XIX por autores ingleses como John Barrow (1764-1848) (Maura, 2016). Hay que decir que, de ser cierta, este topónimo sería una paradoja, porque hoy Canadá es sinónimo de riqueza y abundancia en muchos sentidos, no solo por sus recursos o su extensión, sino también por su desarrollo científico-técnico. Más allá de la determinación exacta de la etimología del nombre del país, lo relevante es que España, como país pionero de los descubrimientos geográficos y protagonista de la primera globalización, aparece desde muy pronto en el imaginario constitutivo de Canadá y de toda América del Norte.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 66
 
 
La sociedad formada en la América española fue, ante todo, plural y mestiza. Plural porque en sus tierras convivía una minoría de españoles con una mayoría social formada por los indígenas, añadiéndose, posteriormente, en algunas zonas la fuerte presencia de los africanos traídos al Nuevo Mundo como esclavos. Mestiza porque la mezcla se dio desde los primeros pasos del proceso de conquista y asentamiento. La escasez de mujeres españolas en América incidió lógicamente en la mezcla del hombre español con la mujer indígena, dando lugar al mestizo, que acabaría convirtiéndose en el grupo más numeroso en la mayor parte de América, y con la mujer de origen africano, que originaría una cuantiosa población mulata, especialmente en el Caribe y otras zonas, como el Perú, siendo también muy habitual el cruce entre indígenas y africanos. En definitiva, en el Nuevo Mundo dominado por los españoles se mezclaron gentes procedentes de Europa, América y África. En este sentido, los españoles jamás quisieron ni pudieron establecer en América colonias de población que fueran sustituyendo a los habitantes nativos.31 El suyo fue un modelo de asimilación, fruto de la mezcla entre colonos y aborígenes, heredero del modelo imperial desarrollado por los romanos quince siglos antes.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 67
 
 
En los últimos años se ha venido resaltando cada vez más el hecho de que en la relación entre España y América no se estableció un vínculo de metrópolis y colonia como el que se dio entre buena parte de Asia y África y algunas potencias europeas en los siglos XIX y XX. Es decir, el Imperio español no se articuló en base a una metrópoli que explota sin más los recursos materiales y humanos de la colonia y los exporta a la metrópoli o comercia con ellos para enriquecer a sus propios ciudadanos, a su vez imbuidos en un aura de superioridad moral, militar y económica que se convierte en habitual a partir del siglo XVIII. Esto no significa la ausencia de beneficios o prejuicios —qué sociedad no los tiene—, pero lo cierto es que la naturaleza de la Monarquía española se asentaba sobre unas bases bien distintas. Lo que hubo fue una relación imperial, que no colonialista tal y como se entendió desde el siglo XIX. Tras un proceso de conquista en el que inevitablemente hubo vencedores y vencidos, los nuevos territorios anexionados por los españoles pasaron a formar parte del imperio en pie de igualdad jurídica con los reinos peninsulares. Con excepción de los esclavos, todos los que vivían en esos territorios eran súbditos por igual de la Corona española, la cual desarrolló infraestructuras, construyó hospitales, iglesias, escuelas y universidades, a las que asistían por igual criollos, mestizos e indios. Había castas diferentes, como había estamentos en la vieja Europa, producto de la cultura política de la época y no específicamente del caso español. Existía también una marcada diferencia de clases, propia de la época, tanto en España como en las Indias, donde había blancos ricos y pobres, indios ricos y pobres, y mestizos ricos y pobres.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 68
 
 
Lo que ocurre es que pasaron a formar parte de la sociedad española, de un imperio de España que se amplía con sus gentes, estableciendo la libre circulación de personas tras cumplir ciertos requisitos* (elemento muy importante y diferenciador de la relación metrópoli-colonia) y los incorpora como iguales, dado que la raza no va a ser el principal elemento distintivo. Se erigirá sobre todos ellos la Corona, como máxima autoridad que rige a todos los súbditos del Imperio, y tratarán de crear una unión de intereses entre las diferentes tribus y pueblos que habitaban América a través de una administración común, de una religión común y de una lengua común, que fue ganando terreno como el mejor vehículo de comunicación entre pueblos que hablaban diferentes idiomas. El estatuto jurídico del Nuevo Mundo es el de la asimilación a la Corona de Castilla. Los territorios americanos no pertenecían a Castilla, sino que estaban unidos a ella, como si de una extensión territorial se tratase. Las leyes castellanas se aplicaban en América, adaptadas a la sociedad local y a los desafíos planteados por la enorme distancia geográfica, por el Consejo de Indias.** Queda claro así que los indígenas eran tan súbditos de la Corona de España como los españoles de la Península. Es más, la palabra colonia no aparece en ningún texto de la Administración española hasta el siglo XVIII, y lo hace por influencia francesa, ya que América nunca fue una colonia subordinada a la metrópoli mediante desigualdad jurídica. Los franceses utilizaban ese término en el siglo XVIII para referirse a sus territorios de Ultramar, implicando estatutos jurídicos diferenciados y también una conciencia cultural y política diferente entre la Francia europea y sus posesiones. Es una realidad ajena a España, que llevaba doscientos años gobernando en las Américas sin utilizar un término diferente para referirse a los territorios americanos. Precisamente el sustento ideológico de la Monarquía era la igualdad entre las Españas, es decir, la europea y la americana. Philip W. Powell, en su obra Árbol de odio, explica que el Imperio español no era lo que hoy se consideraría colonial, «más bien puede calificársele como el de varios reinos de ultramar oficialmente equiparados en su categoría y dependencia de la Corona con los similares de la Madre Patria» y añade que, en general, la «Corona no intentó imponer en América algo extraño o inferior a lo que regía en la península».35 Entonces, ¿cómo se denominaba a los territorios de América? Las expresiones utilizadas más frecuentemente para referirse al continente americano eran «los reinos de Ultramar» o «reinos de Indias». En definitiva, reinos integrantes de la Corona de Castilla.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 70
 
 
Otros pueblos llevaron a cabo un modelo diferente. Por ejemplo, los ingleses implantaron en los territorios conquistados en América del Norte una colonia de población, es decir, formada por familias enteras traídas desde el Viejo Mundo con la intención de reemplazar, y no asimilar, a las poblaciones indígenas. Esto daría lugar a la marginalidad de las etnias amerindias, para las que no había lugar en la América inglesa. Con la proclamación de los Estados Unidos, los indígenas fueron encerrados en reservas, como animales salvajes, cuando no directamente exterminados, algo que tristemente también ocurrió en algunas repúblicas del Cono Sur, especialmente en Argentina y Uruguay.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 72
 
 
La emigración de españoles hacia América desde la conquista hasta la independencia fue relativamente escasa. No se conocen los datos con exactitud, dado que se presume que un número considerable de españoles cruzó el Atlántico sin dejar rastro documental. De todos modos, algunas estimaciones, entre ellas las de Carlos Martínez Shaw, consideran que unos 440.000 españoles se instalaron en el Nuevo Mundo entre los años 1500 y 1650, atraídos por las posibilidades de desarrollo de las zonas más ricas de América, como Nueva España y el Perú. La inmensa mayoría de esta emigración procedía de la Corona de Castilla, sobre todo de Andalucía y Extremadura, mientras que los habitantes de la Corona de Aragón, a los que sí se permitía instalarse en América, apenas probaron fortuna. Durante el siglo XVI, más de tres cuartas partes de los españoles que llegaron a América eran hombres, si bien durante el siglo XVII las autoridades intentaron equilibrar la balanza mediante el fomento de la emigración femenina. La unión de un hombre y una mujer del Viejo Mundo dio lugar al concepto de criollo, el nacido en América de padres y ascendientes españoles, que llegaría a ser dominante en algunas regiones del continente, especialmente en los entornos urbanos. A mediados del siglo XVIII, se estima que los españoles, tanto europeos como criollos, eran ya unos cuatro millones.
El conquistador español no pensaba que el mejor indio es el indio muerto, como sí lo creía habitualmente el colono anglosajón. Casi todos los grandes conquistadores se unieron a mujeres indígenas, se fomentaban los matrimonios mixtos, en la práctica pocas veces monógamos, y es cierto que muchas veces se entregaba la mano de las mujeres para establecer alianzas políticas, como signo de amistad o por considerarlo un honor para la familia. Y no hablamos de meras uniones, que también las hubo, sino de matrimonios legales y canónicos. En 1514, en la isla de La Española había 111 españoles casados con mujeres de Castilla, y 64 con indígenas. Es el origen del mestizaje en Hispanoamérica, que perdura hasta nuestros días.
Otra de las características de la evolución demográfica de la América española fue la debacle de la población indígena. Resulta imposible establecer con exactitud la población de la América española, dada la falta de censos globales, situándola algunas estimaciones entre los nueve y los sesenta millones de personas a principios del siglo XVI. No obstante, se calcula que, en algunas regiones, la población amerindia se redujo entre un tercio y tres cuartas partes desde la conquista. A pesar de esta innegable tragedia humana, en América los españoles no cometieron genocidio. Los estudios del historiador Nicolás Sánchez-Albornoz, que recoge la mayor parte de lo escrito en las últimas décadas, exponen fehacientemente que jamás existió la voluntad de exterminar al indio. El habitante originario de América había sido esencial en el proceso de conquista, era súbdito de los reyes, además pagaba tributo, podía ser empleado como mano de obra y, ante todo, era un ser humano digno de respeto. Esto no es óbice para reconocer que se cometieran abusos, especialmente durante las primeras fases de la conquista, con el trabajo a destajo en la minería, que causó estragos en la población indígena de las Antillas. Sin embargo, fueron las enfermedades traídas por los europeos las principales causantes de la gran mortandad del siglo XVI: la viruela, el sarampión, el tifus y la gripe.
Por su parte, se calcula que algo menos de 400.000 africanos fueron llevados a la América española como esclavos entre los siglos XVI y XVII. Su trabajo servía principalmente para nutrir la demanda de mano de obra agrícola en las plantaciones de caña de azúcar existentes en la zona del Caribe y el Perú, para el servicio doméstico e incluso ocasionalmente para servir como soldados auxiliares. Si bien existía la posibilidad de abandonar la esclavitud mediante la manumisión del amo o la compra de la propia libertad, la realidad es que la inmensa mayoría de los africanos llevados por la fuerza a América se mantuvieron al margen de la sociedad, sujetos como estaban al trabajo forzado en las grandes plantaciones. Sin embargo, principalmente entre los que trabajaban en el ámbito del hogar y habían aprendido algún oficio con el que ahorrar para comprar su libertad, algunos de ellos sí se integraron en la sociedad urbana, en ciudades como La Habana, Cartagena de Indias o Lima, e incluso Buenos Aires y Montevideo.
Hay que decir que, desde la perspectiva legal, españoles e indios conformaron estamentos bien diferenciados. Los africanos, por su parte, carecían de prácticamente ningún derecho debido a la sujeción a la esclavitud de la mayoría de ellos. Durante siglos coexistieron la república de españoles y la república de indios, que era el mecanismo jurídico que otorgaba a unos y otros diferentes derechos y deberes, siendo ambos súbditos del rey. Era la prolongación lógica en tierra americana de la sociedad estamental del Antiguo Régimen, compuesta por la nobleza, el clero y el pueblo llano, pero adaptada a la compleja realidad social del Nuevo Mundo. Sin embargo, como suele ocurrir en procesos históricos tan complejos, la ley va por un lado y la sociedad por otro. A pesar de que la diferencia legal entre españoles e indios se mantuvo durante siglos, la documentación existente nos muestra una sociedad crecientemente mestizada, en la que resulta complicado establecer exactamente quién pertenecía a cada casta, especialmente en las ciudades. Mientras las zonas rurales se mantuvieron como el gran feudo de la república de indios, las ciudades, que teóricamente pertenecían a la república de españoles, se convirtieron en fuertes polos de atracción para los indígenas debido a su demanda de mano de obra y oferta de mayores posibilidades de desarrollo económico. De este modo, si a mediados del siglo XVI se puede considerar que Ciudad de México o Lima, por mencionar las dos principales, eran urbes españolas rodeadas de un campo indio, con el tiempo se fueron convirtiendo en poblaciones mestizadas como consecuencia de la atracción de población indígena por factores principalmente económicos.
En definitiva, las realidades de la población de la América española fueron muy diversas, tendiendo al mestizaje en la mayor parte del territorio, con notables desigualdades de intensidad y velocidad. En las Antillas, la población indígena disminuyó rápidamente, viéndose asimilada y reemplazada, dependiendo del caso, por la incesante llegada de españoles y esclavos africanos, mientras la zona andina conservó una población mayoritariamente indígena. El mestizaje entre indios y españoles se produjo en todas partes, con mayor o menor intensidad dependiendo de la zona.
Frente al mito de la desaparición de la población indígena o de la destrucción total de la cultura prehispánica, ambos mundos coexistieron, sin duda con procesos de aculturación, desde la conquista a la independencia, si bien la tendencia a la mezcla avanzaba lenta pero inexorablemente. Vale la pena mencionar el caso de Nueva España, el virreinato más poderoso de la América española. En 1810, casi tres siglos después de las primeras conquistas de Hernán Cortés, se estimaba que Nueva España contaba con unos 6,1 millones de habitantes, de los cuales los españoles europeos representaban menos del 1%, criollos y mestizos alrededor de un 39% y los indígenas, que generalmente no sabían hablar español, el 60%. Hoy en día, trascurridos dos siglos desde la independencia, menos del 20% de los mexicanos se identifican como indígenas, y solo un 6% habla una lengua indígena. Se podría decir, por tanto, que el proceso de hispanización ha sido especialmente intenso desde la proclamación del México independiente
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 72
 
 
Al contrario de lo que defienden algunos con escaso rigor histórico, España no robó a América, pues del oro extraído en el continente americano únicamente se llevó de manera sistemática el quinto real para las arcas de la Monarquía, lo que supone un 20 % de la riqueza, que a su vez se reinvertía parcialmente mediante el gasto de defensa. El 80% restante se dedicó al comercio, quedando buena parte en los territorios para poder construir hospitales, escuelas, ciudades, universidades, fortalezas y otros edificios que hoy en día podemos seguir contemplando.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 84
 
 
Mucho antes de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789) de la Asamblea Nacional francesa o de la Carta de los Derechos Humanos de la ONU (1948), el primer concepto de los derechos humanos surgió entre teólogos y juristas españoles, cuando se enfrentaron a los problemas filosóficos generados por la conquista de América. Frente a la secular guerra al infiel, librada entre cristianos y musulmanes en el Mediterráneo, la conquista del Nuevo Mundo planteaba una serie de cuestiones novedosas que había que resolver. Siendo que los indios no profesaban una religión que atacara el dogma de la Iglesia católica, como sí ocurría con musulmanes y judíos, ¿se les podía declarar la guerra justa? Al no ser enemigos declarados de la fe católica, ¿se les podía esclavizar? ¿Tenían alma los indios? Ante el encuentro con un mundo tan ajeno, los españoles se plantearon hasta qué punto era legítima una conquista que hacían en nombre de Dios.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 98
 
 
Portugal, el primer país europeo en establecerse en Asia y el último en abandonarlo, no creó jamás una universidad en sus posesiones de India y Macao. En África, donde llevaban instalados desde finales del siglo XV,*** los portugueses solo fundaron dos universidades, en Angola y Mozambique, en 1962 y 1968 respectivamente, apenas unos años antes de la independencia. Por su parte, Francia, que había conquistado Argelia en 1830 y la mantuvo como colonia hasta 1968, solo fundó la Universidad de Argel en 1909. Mientras que Bélgica no estableció ninguna en el Congo.78 Tampoco Alemania creó ninguna en sus colonias africanas y oceánicas. En definitiva, más de treinta universidades se construyeron y levantaron en América en época española, algunas de ellas antes que otras europeas, como las de Ginebra (1559), Edimburgo (1583) o Estrasburgo (1621). En Rusia, la Universidad de San Petersburgo inició su trayectoria en 1724 y la de Moscú, en 1755. Si se comparan las universidades españolas en los reinos de Indias con las que crearon otras potencias europeas en los territorios que conquistaron, se entiende por qué las Indias no fueron nunca una colonia al uso para España.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 109
 
 
El fin del viejo Imperio español puede situarse en el Desastre de 1898, con la pérdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Sin embargo, era una muerte anunciada, viendo cómo perdía influencia desde hacía algo más de dos siglos, siguiendo el desarrollo histórico de creación, desarrollo y caída de todos los imperios. Además, el declive de la Monarquía española se enmarca tanto en los procesos de independencia de las repúblicas hispanoamericanas como en el cambio de paradigma geopolítico que tiene lugar en el mundo occidental, que pasa de una potencia hispana católica a otra anglosajona y protestante, primero con Inglaterra, a finales de los siglos XVIII y XIX, y después con Estados Unidos, en el siglo XX.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 121
 
 
Hacia finales del siglo XVIII, el territorio del Imperio español abarcaba veinte millones de kilómetros cuadrados, repartidos por todo el globo terráqueo. En el continente americano, organizado en virreinatos, incluía los siguientes territorios:
 
Virreinato de Nueva España (1535-1821): Comprendía lo que hoy en día es México y parte de Estados Unidos (California, Nuevo México, Arizona, Texas, Nevada, Florida, Utah, Luisiana, Alaska y parte de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma). También parte del ahora canadiense territorio del Yukón. Descendiendo en el continente americano, también comprendía las Antillas, que hoy son Cuba, República Dominicana, Haití y Puerto Rico, y los territorios actuales de Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Belice, Honduras y Costa Rica.
Virreinato del Perú (1542-1824): Incluía los actuales Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Panamá, Perú, Uruguay e islas Galápagos, así como parte de Brasil y Venezuela. De este virreinato, a partir del siglo XVIII, se desgajaron los dos siguientes.
Virreinato de Nueva Granada (1739-1819): Compuesto por los territorios de Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela, las Galápagos, el norte de Brasil y el oeste de Guyana, incluidas Trinidad y Tobago.
Virreinato del Río de la Plata (1776-1811): Configurado por Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay y parte de Brasil, además de las islas Malvinas.
En el mar Caribe, España controlaba las siguientes islas: turcas y Caicos, Antigua y Barbuda, Montserrat, San Martín, Bahamas, Anguila, Bonaire, San Cristóbal y Nieves, Curazao, Jamaica, Vírgenes, Martinica, Granada, Guadalupe, Barbados, Aruba, Bermudas, San Bartolomé, Santa Lucía, el archipiélago de San Andrés y Providencia, y las Caimán.
 
En Asia el Imperio español tenía la Capitanía General de las Filipinas (1565-1898), que englobaba el archipiélago filipino más las islas Marianas y Carolinas, además de, puntualmente, zonas de Brunéi y el norte de Taiwán. Además, durante la etapa de unión dinástica entre España y Portugal conocida como Unión Ibérica (1580-1640), los Habsburgo españoles controlaban zonas de la actual Indonesia, así como Nagasaki, en Japón; Malaca, en Malasia; Macao, en China; partes de la India; Timor Oriental y Ceilán; y en la región del golfo Pérsico, territorios de lo que hoy es Omán e Irán. En el Atlántico, se dominaban las islas Azores, Madeira y Tristán de Acuña. Hoy, las primeras son portuguesas y las segundas, británicas
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 121
 
 
La desintegración de la Monarquía española en América fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XIX. A consecuencia de la invasión francesa de España en 1808, se produjo una profunda crisis de legitimidad que hizo saltar por los aires la unidad del espacio político español.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 128
 
 
La independencia de la América española La desintegración de la Monarquía española en América fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo XIX. A consecuencia de la invasión francesa de España en 1808, se produjo una profunda crisis de legitimidad que hizo saltar por los aires la unidad del espacio político español. Con un rey ausente y un pueblo combatiente, entre ambas orillas del Atlántico se libró un contencioso acerca del depositario de la soberanía estando el trono vacante. La tradición política castellana, pero también la ideología liberal que poco a poco fue ganando terreno, establecía que, a falta de rey, la soberanía recaía en el pueblo a través de sus instituciones representativas. Tanto en España como en América se crearon juntas que se reclamaron guardianas de la soberanía de Fernando VII. La lucha por la legitimidad entre unas y otras allanó el camino al conflicto armado. En cuestión de quince años, aproximadamente entre 1810 y 1825, la que fuera una de las mayores entidades políticas del mundo desapareció tras una serie de crueles guerras civiles que desembocaron en la secesión de los territorios americanos. Además, las independencias están en el origen de la dramática fragmentación del mundo hispánico. La unidad que con tanto esfuerzo se había empezado a construir a finales del siglo XV, desde la Tierra del Fuego a California, saltó por los aires. Pueblos muy diversos, de origen americano, europeo y africano, que habían convivido durante tres siglos unidos por el mismo rey y por la lengua, las leyes y el Dios de Castilla, pasaron en unos pocos años a ser extranjeros de sí mismos, ciudadanos de repúblicas a menudo enfrentadas entre sí para beneficio de potencias extranjeras. En este complejo proceso de independencia, si bien estuvo liderado por los criollos secesionistas, hubo criollos, indígenas, africanos, blancos, mestizos y mulatos combatiendo tanto en el bando español como en el insurgente. Las autoridades de los virreinatos de Nueva España y Perú, los más antiguos, se mantuvieron fieles a la Corona y, de hecho, fueron los últimos en independizarse. Muchos de los dirigentes de los virreinatos más recientes, los de Nueva Granada y Río de la Plata, que se habían formado desprendiéndose del de Perú, tomaron las riendas de la independencia, y de ahí surgieron los líderes Simón Bolívar y José de San Martín. Se puede decir que el germen de los procesos de independencia, con las primeras revueltas contra las autoridades gobernantes, se sitúa alrededor de mediados del siglo XVIII. Las iniciativas independentistas ya más exitosas tienen lugar a partir de la invasión francesa de España en 1807, y se desarrollaran hasta los años veinte del siglo XIX. En esta segunda etapa, aunque los ejércitos realistas sofocan temporalmente las revueltas, los movimientos independentistas —con la ayuda de Inglaterra y Estados Unidos— logran sus objetivos.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 128
 
 
El primer movimiento efectivo para la consecución de la independencia fue, podría decirse, la creación por Simón Bolívar de una Junta Central Gubernativa, reconocida en toda la América española, en respuesta a la escasa participación que asignaba la Junta Central española, en las Cortes de Cádiz, a las juntas populares americanas. Entre 1810 y 1812, algunas de estas juntas se manifiestan como autónomas de España y se declara la independencia en los siguientes lugares: Venezuela, en 1811, presidido por el general Francisco de Miranda (hijo de un comerciante canario), apoyado por Simón Bolívar; Paraguay, también en 1811, donde se configuró un gobierno autocrático presidido por José Gaspar Rodríguez hasta su muerte en 1840; Nueva Granada se divide, en 1811, en tres estados (Provincias Unidas de la Nueva Granada, Primera República de Venezuela y Estado de Quito); en 1813, lo que hoy es Argentina trata de crear las Provincias Unidas de Sudamérica, con la conquista de Uruguay, Paraguay y el alto Perú; en México, la independencia la dirige el sacerdote José María Morelos, que organiza en 1813 el Congreso Nacional de Chilpancingo, apoyado por los campesinos en lugar de los criollos; Chile se declara independiente (1810-1814) gracias a Bernardo O’Higgins.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 149
 
 
La oleada de proclamaciones separatistas se produjo en un contexto de enorme apuro para España, que se veía impedida para enviar grandes recursos al otro lado del Atlántico debido a la guerra encarnizada contra el francés. Conviene recordar que la defensa de las Indias recaía principalmente en las Milicias Disciplinadas —formadas fundamentalmente por criollos, pero también por indios y «pardos y morenos»—, las cuales se dividieron, manteniéndose algunas leales a la Corona mientras que otras se convirtieron en el germen de los ejércitos insurgentes.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 149
 
 
El origen de la lamentable división hispana hay que situarlo en el proceso de implosión de la Monarquía española ocurrido durante el primer tercio del siglo XIX. La fragmentación del mundo hispano tras las independencias no era inevitable, como muestran los casos de Brasil y Estados Unidos. Respondió a dinámicas internas originadas, por una parte, en la división territorial de la América española y el surgimiento de élites con intereses locales, y por otra, en el fomento de estas divisiones por parte del Imperio británico, en colaboración con buena parte de las clases dirigentes hispanas, que debían su posición precisamente a la tutela de Londres.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 171
 
 
Daniel Immerwahr, [en Filipinas] el Ejército [estadounidense] decidió aplicar una política llamada de «reconcentración» que agrupó a las poblaciones rurales en ciudades fortificadas o en campamentos donde se las podía vigilar más de cerca. [A los] que estaban fuera [...] se les cortaba el suministro de comida, se les quemaban las casas o sencillamente se los fusilaba. Curiosamente, la reconcentración era la misma táctica que España había utilizado contra los cubanos, la que había provocado que Estados Unidos decidiera «liberar» Cuba.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 212
 
 
En el caso que nos atañe, encontramos muchas referencias a la «Leyenda Negra española» que defienden que España fue víctima de una campaña de desprestigio a partir del siglo XVI, una campaña que ha llegado hasta nuestros días grabándose en el imaginario de españoles y extranjeros, para vergüenza de los primeros y desprecio de los segundos. Se pueden encontrar calificativos unidos al concepto de Leyenda Negra como invento o campaña de publicidad. Sin embargo, no hay que olvidar que una leyenda parte de hechos reales, ¿quizá por eso todavía perdura en la actualidad? ¿Será por ello por lo que hay españoles que creen a pies juntillas todo lo que envuelve a la Leyenda Negra antiespañola? ¿Por qué la hemos asumido como propia o como irrefutable realidad histórica?
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 214
 
 
Toca, una vez más, desmontar la Leyenda Negra, señalar a quién la comenzó e indicar en qué se basó o qué utilizó como fuente histórica para después falsearlo con fines políticos y geopolíticos que perjudicaran a España, y tratar de exponer por qué una buena parte de españoles, en particular, e hispanos, en general, la hemos asumido. ¿Cuándo dejaremos de sentirnos culpables los españoles por haber sido uno de los imperios más grandes del mundo? ¿Acaso se sintieron culpables los romanos, los griegos o los persas? ¿Se avergüenzan de su colonialismo los holandeses, los ingleses, los franceses o los estadounidenses? Es cierto que en los últimos años se han generado debates muy intensos acerca de las culpas que arrastran varias naciones europeas por su pasado imperial, pero no hay nada que se pueda asimilar a la enmienda a la totalidad de la historia española que es la Leyenda Negra.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 215
 
 
El historiador, traductor e intérprete Julián Juderías (1877-1918) fue quien acuñó el término «Leyenda Negra» en el caso español y, por tanto, la definió. Funcionario del Ministerio de Estado, presentó su trabajo «La Leyenda Negra y la verdad histórica» al semanario La Ilustración Española y Americana en 1913. Este semanario, que se había propuesto exaltar las glorias de España desde su fundación en 1869, decidió premiar ese año la obra de Juderías, que definía así el concepto negrolegendario: Por Leyenda Negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad; la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas. En una palabra, entendemos por Leyenda Negra, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas, enemiga del progreso y de las innovaciones, o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, más especialmente en momentos críticos de nuestra vida nacional.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 215
 
 
Juderías, quien había estudiado en Francia y Alemania, y leía en dieciséis lenguas, no dudaba en afirmar que la culpa principalísima de la formación de la Leyenda Negra la tenemos nosotros mismos. La tenemos por dos razones: la primera, porque no hemos estudiado lo nuestro con el interés, con la atención y con el cariño que los extranjeros lo suyo y, careciendo de esta base esencialísima, hemos tenido que aprenderlo en libros escritos por extraños e inspirados, por regla general, en el desdén a España; y, la segunda, porque hemos sido siempre pródigos en informaciones desfavorables y en críticas acerbas.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 217
 
 
Todos los autores que entonces, y también ahora, hablan del origen de la Leyenda Negra y de cómo se ha perpetuado hasta nuestros días enumeran diferentes factores que pueden resumirse en uno único: interés político y geopolítico. Así, no se trata de que los españoles fueran la peor de las naciones en la conquista de América, ni de que sus soldados fuesen los más bárbaros, ni de que la Inquisición española fuera la vergüenza de Europa o la más asesina. Se trata de interés político y geopolítico, oportunismo histórico y envidia. Sí, envidia hacia lo que entonces era una potencia mundial, un imperio en el que no se ponía el sol.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 217
 
 
Julián Juderías señala el punto de partida de la Leyenda Negra como una reacción contra la Casa de Austria, cuya rama principal estaba en España. Se trataría, por tanto, de una corriente opuesta a la dominación política/geopolítica de los Habsburgo en Europa, representada en la figura de Carlos I, con un trasfondo también ideológico y religioso, pues se habla de una hostilidad de las naciones europeas del norte, anglosajonas y protestantes, hacia las naciones del sur, a las que consideraban inferiores, católicas y latinas, siendo la española la más representativa de ellas. El historiador e hispanista Joseph Pérez, en su libro La Leyenda Negra, señala que empieza a atacarse a España a finales de la Edad Media, cuando la Corona de Aragón comienza a expandirse por el Mediterráneo y a ocupar posiciones en el sur de Italia. En ese momento, tal y como afirmaba Arnoldsson,5 el enemigo era el español identificado con el castellano; antes de él, desde principios del siglo XII, lo había sido el catalán, hasta que el condado de Barcelona se unió a la Corona de Aragón, en 1137, dando lugar al Reino de Aragón.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 222
 
 
Las leyendas negras son un «fenómeno de propaganda encaminado a generar opinión pública que una oligarquía local pone en marcha con la ayuda de sus intelectuales orgánicos cuando un imperio en expansión la pone en peligro».16 En el caso de España, se pretendía «construir una unidad europea sobre la base de la común religión compartida» por lo que este asunto, el de la unidad religiosa, será lo que las oligarquías locales intenten romper primero.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 232
 
 
El antiespañolismo en Italia bebe principalmente de un racismo fruto de ese sentimiento de inferioridad provocado por un contexto en el que a los españoles les iba mejor. Ese racismo es propio del antiimperialismo, y en el caso de los españoles encuentra su excusa, como señala Roca Barea, en la mezcla con sangre semita (judía y mora). Este argumento persigue al español, que será acusado de mal cristiano por haberse mezclado con semitas —el peccadiglio de España, que decían los italianos— y, por tanto, se les critica la excesiva tolerancia, para, más adelante, criticarlos por su falta de ella. En Italia se llamaba marranos y godos a los españoles, en referencia a su sangre contaminada, en primer lugar, y a su atraso cultural, en el segundo. En cuanto a esto último, Roca Barea realiza una reflexión muy interesante. El calificativo godo lo utilizan las clases altas y cultas de Italia para referirse a los españoles, ya que aquellas se consideran las líderes del Humanismo, calificando lo medieval como un insulto, una época bárbara y salvaje, en la que sitúan a España. Como si una revolución en las costumbres, en la cultura o en la manera de ver el mundo pudiera producirse, no ya en contra del grupo dirigente —los españoles en ese momento—, sino al margen de este. El segundo eje sobre el que versa gran parte de la Leyenda Negra procedente de Italia es el ya mencionado Saqueo (o Saco) de Roma. Cabe destacar que, de los 34.000 soldados que conformaban el ejército que saqueó Roma, solo 6.000 españoles estaban a las órdenes del duque francés Carlos III de Borbón. El resto eran alemanes, e incluso italianos. Sin embargo, ha sido este episodio el que más ha contribuido a la Leyenda Negra italiana sobre los españoles. Un ejemplo es el relato que hace Jovio de las guerras en Italia entre Carlos I de España y Francisco I de Francia en las décadas de 1520-1540, en un libro que pretende ser histórico a base de medias verdades y que se tradujo a varios idiomas, también al español. Decía Jovio que el emperador festejaba el nacimiento de su hijo mientras en Roma «los altares chorreaban sangre». No cuenta que el emperador, al enterarse de lo sucedido —efectivamente durante la celebración del bautismo de su hijo, muy deseado y heredero al trono—, suspendió todos los festejos y declaró luto obligatorio en la corte. Prosigue Jovio diciendo que otros príncipes cristianos —el rey francés y Enrique VIII de Inglaterra— enviaron ejércitos para liberar al papa, pero omite el hecho de que este ya había sido liberado, y así lo había comunicado Carlos I al resto de los príncipes. Tampoco menciona que dichos ejércitos de Francia e Inglaterra se dedicaron a causar daños a las poblaciones de Nápoles, Milán, Alejandría y Pavía, ni que fueron los españoles los encargados de defenderlas. Criticaban los italianos la presencia de los soldados españoles en las ciudades italianas, como Milán o Venecia, pero olvidaron que ningún milanés ni veneciano quería dedicarse a la defensa de sus ciudades. Todas estas aclaraciones o apuntes, que completan la historia que pretendía dar Jovio, las publicó en 1567 Gonzalo Jiménez de Quesada en su libro El Antijovio,19 ante el temor de que sus propios compatriotas puedan creerse esas medias verdades, como así ha sido.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 235
 
 
La xenofobia contra los españoles está influenciada por los mismos prejuicios sobre la mezcla de sangres en los que se basaban los humanistas italianos. Lutero, que era profundamente antisemita, utilizó este argumento para cargar contra los españoles, a los que también acusaron de estar aliados con los turcos, hasta el punto de que estos últimos parecían mejores. En todos los territorios donde se esparció el protestantismo, la religión estuvo ligada a la nación, de manera que los verdaderos alemanes eran protestantes, mientras que aquellos que permanecieron fieles a Roma fueron invisibilizados, pues la idea generalizada era que ser católico equivalía a traicionar a la patria.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 239
 
 
... en el caso inglés lo antiespañol deriva de una necesidad personal del monarca de romper con la Iglesia católica, y con el inicio de una nueva religión al servicio de sus intereses particulares. Se vincula así política y religión, y más tarde nación y religión, rechazando y persiguiendo todo lo que no fuera anglicano. Otra característica particular de Inglaterra es que, mientras Alemania y Países Bajos se rebelaban contra su rey y contra el imperio católico al que pertenecían, era independiente de España y tenía otros motivos para enfrentarse a esta. Lo mismo ocurre con Francia, si bien ambos países estuvieron ligados por lazos dinásticos en algún momento al Imperio español, de manera casi anecdótica.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 256
 
 
Por poner un ejemplo de cómo se buscaba encender pasiones a través de la propaganda, el término matanza aparece por primera vez en este contexto en un escrito de 1554 para calificar las atrocidades sufridas por los protestantes (flamencos/Países Bajos) a manos de los católicos (españoles/Imperio). También los católicos acusaron a los calvinistas de las mismas atrocidades. Y en todos los bandos enfrentados se emplearon ilustraciones dramáticas para representar y denunciar estos actos. El término barbarie, que antes se utilizaba para referirse al «otro», al «bárbaro», pasó en el siglo XVI a interiorizarse en Europa para las guerras entre pueblos hermanos. Así, un término que antes se atribuía al no cristiano, con las guerras de religión se empleó también para describir las crueldades en el seno de la Cristiandad. Durante veinte años, los nobles flamencos se opusieron a la rebelión. Sin embargo, por cuestiones políticas y familiares, la mayoría de las casas nobles estaban ligadas entre sí por lazos de parentesco, que no religiosas. Guillermo de Orange se convirtió en líder visible de la resistencia flamenca, y Felipe II puso precio a su cabeza. El mismo Orange que había entrado en la catedral de Bruselas del brazo del padre de Felipe II el día de su abdicación se convierte, ahora, en rebelde y se autoproclama hacedor de la voluntad de Dios, como se refleja en el himno neerlandés. ¿Cómo justificar que antes lo defendiera y lo considerara su señor natural? Justificar la legitimidad de su rebelión y de su traición a Felipe II es el objetivo principal de la Apologie y, para ello, España y Felipe II tienen que dejar de estar en la luz, en la gracia de Dios, y pasar a las tinieblas. Este documento, considerado el acta de nacimiento de la Leyenda Negra, fue presentado en los Estados Generales de los Países Bajos el 13 de diciembre de 1580. Impreso en Leiden un año más tarde y difundido por toda Europa, se tradujo a varios idiomas y fue acogido por todos los enemigos políticos de España. En él se retrata a Felipe II como un monstruo frío e incivilizado y, por tanto, indigno de ser rey, con lo que se legitimaba cualquier rebelión contra él. En la Apologie se recogen acusaciones que ya se vertían contra los españoles por los italianos en la Edad Media, y también las que circulaban en ese momento contra el duque de Alba. Sin embargo, su originalidad y el reconocimiento de que sea el texto que da origen a la Leyenda Negra se debe a que incluye tres nuevos argumentos:38 ataques personales contra Felipe II; el fanatismo, la intolerancia y el oscurantismo de los españoles con la Inquisición; y la matanza de indios en América. Estos argumentos que aparecen en el texto del que antes fuera leal a la Corona española configuran tres de los cinco pilares sobre los que se apoya la Leyenda Negra.39 Y sobra decir que se recogen casi un siglo después de que Colón llegara a América, ante lo que cabe intuir un uso malintencionado que le resta credibilidad. El primer pilar sería el odio y los intereses contrapuestos de los que, después del siglo XIV, se enfrentaron a los españoles durante casi cuatrocientos años. Así, los que chocaron con el poder político, militar, religioso o económico de los españoles en Europa fueron principalmente italianos, ingleses, neerlandeses, alemanes, franceses y portugueses. El segundo pilar lo formarían aquellos que se enfrentaban a España en su dominio por el Nuevo Mundo, es decir, Inglaterra y Francia, principalmente, y después Portugal y Holanda. El tercer pilar sería la difamación intencionada de determinados personajes españoles de gran relevancia, como Felipe II, el duque de Alba o el inquisidor Tomás de Torquemada, y de ciertas instituciones como la Inquisición, e incluso de actuaciones como la conquista y colonización del Nuevo Mundo o el saqueo de Roma. Estos tres pilares se fusionan en un cuarto, que configura la campaña de descrédito más intelectualizada, presentando a España como ejemplo de anti-Ilustración. El quinto y último pilar es la aceptación popular e intelectual de todas las acusaciones fijadas en el imaginario colectivo que configuraría el pensamiento occidental cuando España perdió su hegemonía en Europa.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 259
 
 
El primer pilar sería el odio y los intereses contrapuestos de los que, después del siglo XIV, se enfrentaron a los españoles durante casi cuatrocientos años.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 261
 
 
Según el citado estudio de la Universidad de Santiago, el 10,4% de la población mundial desciende de matrimonios consanguíneos…
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 265
 
 
Philip W. Powell, experto en el periodo colonial español, consideraba que (Bartolomé de ) Las Casas acertó al señalar los actos reprobables que los españoles cometieron a lo largo de la conquista [...] [pero incurrió en el error de excluir] otras acciones que pudiera dar lugar a una imagen más justa de la totalidad de la empresa hispana [...] fue sincero y que sin duda luchó por una causa digna; [...] al estigmatizar a sus compatriotas como gente de singular crueldad y codicia, no solo dio muestras de pobreza de espíritu, sino también de un desprecio por las perspectivas históricas y falta de comprensión humana.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 279
 
 
En conjunto, lo que resulta es la creencia de que las acusaciones de Las Casas son la crónica verídica y el resumen completo de la actuación de los españoles en el Nuevo Mundo. Lo cierto es que la Brevísima relación debe leerse entendiendo la intencionalidad de Las Casas, y la de tantos otros dominicos y misioneros, de hacer prevalecer los derechos de los indios como iguales al español, frente a los que anteponían el derecho del rey a gobernar en América, aun cuando supusiera guerra o esclavitud. También se dirimía si los indios eran seres humanos dotados de raciocino, postura que mantenían Las Casas y Fray Antonio de Montesinos —otro dominico, menos conocido pero mucho más interesante—, o, por el contrario, al considerarlos culturalmente inferiores, estaba permitido emplear sobre ellos medios más enérgicos para convertirlos al cristianismo, postura que defendía Juan Ginés de Sepúlveda. Este debate se produjo en la España de mediados del siglo XVI, lo que sin duda es propio de una sociedad civilizada y avanzada que se cuestiona a sí misma. El debate estuvo reñido, pero, mientras que Sepúlveda no obtuvo permiso real para publicar sus ideas, Las Casas lo recibió. Como resultado, la esclavitud indígena fue proscrita y se promulgaron leyes para la protección y bienestar de los indios, las cuales fueron todo lo defendidas y aplicadas que permitía la implantación del poder de la Corona en América. Por supuesto, los acontecimientos y abultadas cifras que manejaba Las Casas fueron replicadas y desmentidas, especialmente desde el propio continente americano, aunque sin mucho éxito.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 280
 
 
Dijo el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar, en 1976, que todas las conquistas han tenido sus horrores, pero nunca unos hombres como Montesinos, Las Casas y demás compañeros. A lo que Roca Barea agrega, con gran acierto, «y una nación que los escuchara».
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 287
 
 
¿Por qué la hemos aceptado? Parece… entonces, si la Leyenda Negra no es más que eso, una invención, ¿por qué la hemos aceptado? Parece lógico que lo hagan nuestros enemigos, pero ¿por qué también lo hemos hecho los españoles? ¿Qué consecuencias tiene que nos avergoncemos de casi cinco siglos de historia, precisamente esos siglos en los que España, con los Reyes Católicos, primero, y con la Casa de Austria, después, era el centro del mundo europeo?
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 288
 
 
Los ilustrados achacaron la decadencia de España en el continente a su fidelidad a la Iglesia católica, cuando lo cierto es que se debió fundamentalmente a causas económicas y políticas.75 Se asienta en el imaginario colectivo, especialmente en el protestante, la similitud entre español e inferior y atrasado, por el mero hecho de ser español y católico.76 En la Europa protestante cuaja la idea de que el protestantismo es superior al catolicismo, y desde Inglaterra y los Países Bajos se difundió la idea de que protestantismo y liberalismo iban de la mano. A su entender, la libertad de conciencia, la libertad religiosa, de pensamiento y de libre examen, que acabó con el absolutismo, se debía al protestantismo. Los ilustrados franceses, siendo católicos ellos mismos, sin llegar a abrazar el protestantismo sí consideraban el apego a la tradición católica como una causa de atraso. De esta manera, a finales del siglo XVII se extiende la idea de que el protestantismo es la religión del progreso, siendo la prueba de ello el ascenso de los países del norte de Europa, frente a la decadencia de las naciones del sur.* Esta idea se replica tras la independencia de América, donde los países protestantes del norte, hoy Estados Unidos y Canadá, consiguieron un desarrollo económico considerable tras su independencia, frente a los países católicos que surgieron de los Imperios español y portugués. En este sentido, hay un dato que no se debe pasar por alto: el gran desarrollo económico del territorio del norte se produce tras la independencia de Inglaterra, mientras que la decadencia de Hispanoamérica tiene lugar con posterioridad a la independencia de España de principios del siglo XIX, tras más de trescientos años de paz y prosperidad. Quizá algo tendrá que ver lo que pasó después de 1800. Otro aspecto importante es que el origen del capitalismo moderno no nace con el protestantismo a mediados del siglo XVI, sino que se sitúa en las prácticas comerciales y financieras de las católicas repúblicas italianas de Génova, Florencia y Venecia desde la Baja Edad Media. Además, son precisamente hombres vinculados con las prácticas capitalistas los que se exiliaron al Nuevo Mundo, seguramente por la intolerancia religiosa tras la Reforma. De modo que no parece que el capitalismo sea consecuencia del protestantismo, sino que quizá otros aspectos también tuvieron algo que ver, como las relaciones entre la diáspora de exiliados y los que se quedaban en Europa, unidos por lazos familiares y de confianza, y vinculados a los grandes centros económicos de entonces, como Ámsterdam o Ginebra. En cualquier caso, las ideas que seguían desarrollándose desde el lado protestante sostenían que mientras ellos —anglosajones y protestantes— progresaban, los latinos y católicos fracasaban, con lo cual raza y religión empiezan a relacionarse con el desarrollo económico. Una idea que gana fuerza en el siglo XIX, cuando en los países vencedores política y económicamente —Inglaterra y Estados Unidos— «numerosos hombres políticos e intelectuales estaban convencidos de que su país tenía una misión que cumplir en el mundo y ese mesianismo inspiraba tendencias imperialistas no exentas de racismo». Eso afirma Pérez, quien, además, pone como ejemplos demostrativos al filósofo y economista John Stuart Mill y al primer ministro de la reina Victoria, Benjamin Disraeli, quien lo expresó así: «Hay algo mejor que los derechos humanos y son los derechos de los ingleses». En Estados Unidos ocurría lo mismo con autores como John Fiske, defensor de la superioridad de la raza anglosajona (El destino del hombre, 1884). Estas ideas sirvieron como justificación de la expansión imperialista a mediados del siglo XIX por América, Asia y África, tanto por parte de Estados Unidos como de Gran Bretaña, e incluso de Alemania, considerada la cuna de la gran familia germánica. Caso aparte es el de Francia, que se consideraba superior al resto de las naciones latinas en buena medida por su fuerte influencia germánica.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 289
 
 
… según Juderías, la razón por la cual [los españoles] aceptamos sumisos el juicio de los extranjeros y hasta lo ampliamos y desarrollamos de la manera más desfavorable posible no es otra que el desdén o la indiferencia que desde hace siglos mostramos por nuestras cosas [...] La historia de España no la hemos escrito nosotros [los españoles], sino los extranjeros, los cuales han procurado, como es natural, favorecer todo lo que han podido a costa nuestra […]. La leyenda negra ha ejercido una funesta influencia sobre la mayor parte de nuestros historiadores.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 293
 
 
La Leyenda Negra es una mancha en la historia. Tendríamos que replantearla y estudiarla desde la seriedad de los acontecimientos, sin el velo de la ignorancia que nos han inculcado los vencedores en la historia de Europa. Bien valdría estudiar cómo se mantuvo durante más de tres siglos un imperio procedente de Europa y que abarcaba territorios muy lejanos entre sí. Una nación atrasada y sumida en el oscurantismo no es capaz de dominar medio mundo y forjar una civilización como hizo España.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 295
 
 
Quizá la respuesta a por qué acabó el Imperio español no sea la Leyenda Negra, que ya hemos visto que se sustenta en mentiras y, por tanto, no sirve para explicar el motivo real del declive, sino que cayó por la «debilidad aparejada al desgaste de los años y no por razones exógenas»,89 como ha ocurrido con todos los grandes imperios a lo largo de la historia.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 296
 
 
La participación militar británica en España, por tanto, respondía meramente a una coyuntura concreta: la existencia de un enemigo común. En la primavera de 1814, habiendo derrotado al ejército francés en su propio territorio, la nación española salía victoriosa de la guerra contra Napoleón.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 314
 
 
La primera logia masónica en la Monarquía española se estableció en Madrid en 1728, de la mano de un grupo de ingleses, logrando reclutar, con el tiempo y mucha discreción, a personajes destacados de la Corte como el mismo conde de Aranda, que fue nada menos que presidente del Consejo de Castilla y embajador en Francia con Carlos III, y secretario de Estado con Carlos IV.16 La barrera que suponía el profundo arraigo del catolicismo en la sociedad española frenó la expansión en el ámbito popular de la masonería,17 lo que no fue óbice para que siguiera operando discretamente con el fin de atraer a personajes de influencia.18 La primera presencia de la masonería en la América española data de 1762, cuando, sin apenas tiempo de haber afianzado su dominio sobre La Habana, tomada en agosto de dicho año, los británicos crearon allí una logia, que fue desmantelada con la devolución de la plaza a Carlos III un año más tarde.* A pesar de que este primer paso no cuajó de inicio, la masonería británica fue capaz de atraer la atención de numerosos personajes decisivos en el proceso de independencia hispanoamericano.19 Aunque no se ha podido probar documentalmente, parece probable la pertenencia de Francisco de Miranda a la masonería londinense.20 Conviene recordar que, apoyado por la firma comercial Turnbull, Forbes & Co., dirigida por un reconocido masón como John Turnbull, comerciante con importantes conexiones con Gibraltar y España, Miranda presentó al Gobierno británico no menos de cinco proyectos entre 1790 y 1808 para independizar la América española y situarla bajo tutela de Londres.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 316
 
 
Puerto Rico es una de las últimas colonias del mundo, y la única nación hispana enteramente sujeta a la dominación directa de una potencia anglosajona. Si bien fue retirada de la lista de territorios no autónomos de las Naciones Unidas en 1952, sigue dependiendo de facto de una potencia administradora: Estados Unidos. Con motivo de la derrota de España en 1898, Puerto Rico se convirtió en botín de guerra de Estados Unidos, que desde entonces ha ideado múltiples regímenes de poder para mantener su dominio colonial sobre la isla. La actitud política de las últimas décadas indica que una amplia mayoría de la población boricua oscila entre la aceptación, más o menos resignada, del estado de dependencia actual y la voluntad de integrarse plenamente como un estado más de Estados Unidos, si bien el apoyo a la continuidad de la relación actual muestra claros signos de desgaste. Las posiciones abiertamente independentistas han sido, hasta el momento, francamente minoritarias. A falta de un amplio consenso, el asunto del estatus político sigue abierto.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 328
 
 
El camino de unidad y hermanamiento que queremos recorrer debe estar siempre basado en el exquisito respeto a todas y cada una de las diversas comunidades que conforman la Hispanidad.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 367
 
 
A pesar de la población indígena presente en el continente americano y, en concreto, en los países con un pasado hispano común, los estudios comparados sobre minorías étnicas coinciden en señalar el bajo nivel de conflicto étnico en Hispanoamérica. No solo no aparecen iniciativas secesionistas hasta mitad del siglo XX, cuando sí se producen en otros lugares del mundo impulsadas por movimientos indígenas, sino que, además, presentan los índices de rebelión y movilización más bajos. Esto ha cambiado a partir de la década de 1990 en lugares como Ecuador, Guatemala y México, y de los años 2000 en Bolivia, Venezuela y otros países. En cualquier caso, este fenómeno surge mucho después de la descolonización y de los procesos de independencia.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 368
 
 
Hasta 1880 el término raza en Europa solo se refería al linaje, al conjunto de personas descendientes de un mismo ancestro común que otorgaba cualidades comunes. La apariencia física no era lo importante como factor determinante de la raza, sino ese antepasado común.1 Así era entre los antiguos egipcios o los griegos, quienes solo diferenciaban por el origen. En la Edad Media y a principios del siglo XVI se hablaba de linaje. El primero en emplear el término raza atendiendo a los rasgos corporales y el rostro fue el viajero y médico francés François Bernier en su obra Nouvelle division de la terre par les différentes espèces ou races qui l’habitent (1684). Los estudios posteriores se centran en la raza y la adaptación al medio. El naturalista, médico y zoólogo sueco Carlos Linneo (1707-1778) habla de variedades cuando, en 1758, define al Homo sapiens. Cada variedad es clasificada por el color de su piel, de sus ojos o de su pelo, además de otras características físicas, dando así origen a la diferenciación entre americanos, europeos, africanos, asiáticos, etcétera. El científico social británico Michael Banton afirma que en la Europa de entre los siglos XVI y XVIII apenas se utilizaba el concepto de raza y que la idea de que las personas no europeas, como podían ser los africanos, eran inferiores no estaba muy extendida, especialmente entre los grandes pensadores de la época. Lo que Banton quiere probar es que se mira al pasado con los ojos de hoy y que, al hacerlo, se dejan de lado las complejas interrelaciones económicas, políticas y sociales del momento.
 
Sin embargo, no es la acepción más común, ya que otros autores enfatizan esa superioridad del hombre blanco, alineados con las ideas que llevaron a los anglosajones a considerarse un pueblo superior, apoyándose en los siguientes factores: la separación religiosa del catolicismo y la aparición de un protestantismo al se ha relacionado con el surgimiento del capitalismo; un individualismo en el que prima la acumulación de riquezas, basado en la propiedad; la jerarquía definida en términos económicos... Todos estos elementos influyeron en el choque brutal que tuvieron los anglosajones con los africanos y los pueblos indígenas del Nuevo Mundo, en lo que hoy es Estados Unidos y Canadá. Pero también, y como se ha visto, antes de la ruptura religiosa en Europa la lucha se hacía contra el infiel, es decir, el no cristiano, por lo que todos aquellos que no fueran europeos o cristianos podrían ser considerados inferiores.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 368
 
 
La raza es, sin duda, un invento de la modernidad y más aún su asociación intrínseca con cualidades morales.3 Si antes la moralidad se relacionaba con la virtud y con evitar el pecado, ahora pasa a asociarse a la etnia, de manera que se podía justificar que algunas personas, por el mero hecho de pertenecer a ella, tenían unas cualidades morales inferiores y, por ello, podían ser utilizadas como esclavos.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 370
 
 
A partir del siglo XIX, la raza se entiende como algo permanente, con unas cualidades innatas y que pasan de una generación a otra, debido a ese antepasado común. Ese siglo es el del racismo científico, el cual aparece, según el antropólogo social Peter Wade, en un contexto de abolicionismo, en el que se crean estas teorías sobre la supremacía del hombre blanco y que, junto con el imperialismo propio de ese siglo XIX y apoyado en los principios de utilitarismo, sirven para justificar que el ser humano más racional (el hombre blanco colono) decida sobre lo que sería mejor para todos (sobre el hombre negro colonizado).4 Se habla aquí del Imperio británico y de otras potencias europeas, como la francesa, la holandesa o la belga en África y Asia, ya que España se encontraba en otra situación con los restos de su imperio de Ultramar, perdido finalmente ante Estados Unidos en 1898. Es en este contexto, a finales de siglo XIX y principios del XX, cuando la raza se aplica en términos de exclusión, segregación y discriminación.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 370
 
 
La idea de raza es un concepto que ha evolucionado con el tiempo y, por tanto, es una construcción social. Una construcción social que existe hoy en día y que afecta a un imaginario social colectivo que identifica unos determinados rasgos típicos con una categoría racial. Después de la Segunda Guerra Mundial, aparece el término grupo étnico para referirse a grupos minoritarios dentro de un Estado nación, como polacos o judíos en Brasil, o argelinos en Francia. Se utilizaba como sinónimo de raza, en un momento en el que este concepto ya empezaba a verse como negativo por las connotaciones que implicaba. El antropólogo Markus Banks definió la etnicidad como «una colección de afirmaciones bastante simplistas y obvias sobre los límites, la alteridad, las metas y los logros, el ser y la identidad, descendencia y clasificación, que ha sido construida tanto por el antropólogo como por el sujeto».5 Para diferenciar lo étnico de lo racial, se recurre a la cultura. En Rodesia del Norte (la actual Zambia), los antropólogos británicos hablaban de elementos diferenciadores relacionados con la vestimenta, el lenguaje, las costumbres o la apariencia. La pertenencia a un grupo étnico se establecía según la manera de comportarse, hablar o vestir. Wade explica que no solo se puede hacer esa diferenciación entre grupos en términos culturales, pues también influye el lugar de procedencia. El auge de los nacionalismos a partir de finales del siglo XVIII en Europa, Estados Unidos e Iberoamérica, así como las últimas fases del imperialismo en África y las migraciones de las colonias a las metrópolis en los siglos XIX y XX, contribuyeron a redefinir los límites de las colectividades sociales.
 
Efectivamente, en los primeros años de la época colonial los términos indígena e indigenista hacían referencia, de forma neutral, a todo lo que tuviera que ver con los pueblos originarios americanos. También se utilizaba para oponer el modelo precolombino al español, por ejemplo, en el debate que abrieron los Reyes Católicos y siguió hasta mediados del siglo XVI, cuando plantearon cómo proceder en sus nuevos territorios y con sus habitantes. No es hasta el siglo XVIII cuando aparece ligado a la connotación que tendrá posteriormente sobre la conciencia nacional americana. En plena época ilustrada, los temas del colonialismo y del indigenismo eran los favoritos de autores como Voltaire o Rousseau, con su aproximación al «salvaje» y, en concreto, a América.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 371
 
 
En la actualidad, según el informe «El Mundo Indígena» —presentado en abril de 2024 por el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA, por sus siglas en inglés)—, el 28% de la superficie terrestre global corresponde a las tierras de los pueblos indígenas.23 En los casos de Canadá y Estados Unidos, hay que destacar la figura de las reservas, que no aparece en América Central y del Sur. Durante la colonización europea, las comunidades originarias existentes en ambos países fueron expulsadas hacia el oeste, huyendo de los colonos. Pero cuando la ocupación del territorio fue completa, a partir de la independencia, las autoridades canadienses y estadounidenses forzaron a los indígenas a reubicarse en reservas, diseñadas por dichas metrópolis coloniales y siempre siguiendo los criterios de interés nacional (explotación de los recursos naturales, control demográfico...), al margen de las necesidades de las naciones originarias.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 386
 
 
 
Estamos viviendo un momento histórico, un verdadero punto de inflexión en la Historia. El cambio de modelo geopolítico es cada vez más evidente. Tras la desaparición de la Unión Soviética en 1991, Estados Unidos se había enseñoreado del mundo, haciendo y deshaciendo a su antojo, sin prácticamente oposición. Hasta el año 2000, no había ninguna otra gran potencia que se pudiera considerar un verdadero rival para el poderío militar, financiero, económico y tecnológico estadounidense. Pero, casi por sorpresa, o al menos de forma más rápida de lo esperable, han surgido otras potencias que hacen cada vez más sombra al todavía poderoso Estados Unidos. Sin pretender desdeñar a grandes países como India, China destaca como nueva potencia. La rivalidad en todos los frentes entre Washington y Pekín es cada vez mayor. Y esa pugna también se deja sentir con fuerza en Hispanoamérica, que ya no es solo el patio trasero de Estados Unidos, como se acostumbraba decir, sino también un plato muy goloso para una China ansiosa por hacerse con los inmensos recursos naturales de esa parte del mundo. Por ello, dentro de nuestro afán por unir a toda la Hispanidad, debemos prestar la mayor atención a estas dos grandes potencias, las cuales, sin la menor duda, hoy por hoy marcan el ritmo de los acontecimientos mundiales. Ninguna de ellas va a estar interesada en que los integrantes de la hispanoesfera nos unamos, pues saben bien que, juntos, les podríamos hacer frente, o al menos impedir que nos depredaran, como hasta ahora ha hecho la angloesfera. Aunque nos centraremos en la situación geopolítica y geoeconómica de ambas superpotencias en relación con Hispanoamérica, no olvidamos que hay otros países que también quieren su parte del pastel hispano, como son Rusia y la mencionada India, e incluso otros países de menor entidad, pero no por ello menos activos, como es el caso de Irán.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 390
 
 
Cuando hablamos de identidad hispana, nos referimos a una filiación cultural arraigada en la historia de Hispanoamérica. Es innegable que existe una relación de parentesco entre España y América, que en su momento se comparó con la de una madre y sus hijos. Esta es la procedencia de la conocida expresión «la madre patria» para referirse a España. Por supuesto, existen otras culturas e identidades americanas, las prehispánicas: maya, mexica o azteca, totonaca, zapoteca, huasteca, tolteca y la que los antropólogos denominan «la cultura madre», la olmeca. Todas ellas, junto a la española, conforman la constelación cultural hispanoamericana, la cual ha de ser estudiada en el contexto sociocultural que le corresponde a través de la antropología lingüística, íntimamente relacionada con la antropología social y cultural. Por su parte, la etnografía, basada en el trabajo de campo, y la etnología, que se fundamenta en la transculturalidad, son disciplinas esenciales en el estudio de la identidad de los pueblos. Cuando los colectivos adoptan formas culturales provenientes de otros, se produce una gran riqueza etnográfica que, en el caso de Hispanoamérica, se ha consolidado en una identidad irrenunciable que impregna nuestra cultura hispana. Los sentimientos fraternales que existen entre poblaciones nacidas de la multiculturalidad y de la interculturalidad son más fuertes que las adversidades propias de las circunstancias surgidas a lo largo de los siglos.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 406
 
 
La historia de Hispanoamérica debe ser analizada bajo un prisma holístico, contemplando las interacciones sobre las que se ha creado la cultura hispana en el continente americano. No se puede crear una identidad hispanoamericana desde la fragmentación cultural, ha de hacerse desde la integración y con una visión etnológica constructivista, en relación con la lengua común: el español. Con este enfoque, basado en la construcción permanente de nuevos conocimientos y en la remodelación de los previos, la identidad cultural vinculada al hispanismo estará cada día más viva y fuerte.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 3407
 
 
La identidad cultural, tan poliédrica como los seres humanos que le damos forma, tiene que analizarse y describirse desde diversos ángulos. Para empezar, tomemos conciencia de que está íntimamente vinculada al sentimiento de pertenencia de las personas con los ámbitos en los que interactúan y en los que lo han hecho sus antepasados. Los símbolos, las creencias y tradiciones, los valores de cada sociedad transmitidos durante generaciones a través de vínculos familiares, todo ello constituye la base sobre la que cimentar el sentimiento de pertenencia. Este sentimiento nos identifica con una cultura, y esos rasgos etnográficos y antropológicos nos acompañan a lo largo de nuestra vida. Se trata de nuestras raíces, aquello que emocionalmente nos mantiene apegados, enraizados. Una vida sin raíces, sin sentimiento de pertenencia a una familia, a un colectivo, a la aldea desde el punto de vista tribal, independientemente de su tamaño demográfico o geográfico, es una vida triste atravesada por un profundo sentimiento de orfandad. La identidad cultural lo abarca todo, y satisface nuestra necesidad de integración sin renunciar por ello a la más amplia libertad individual, pues ambas situaciones son perfectamente compatibles, incluso deseables.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 407
 
 
Si fuéramos capaces de construir una verdadera hermandad de países panamericanos e hispanos, al margen de la burocracia y compatibilizando los intereses particulares de cada país, podríamos llegar a ser una poderosa maquinaria de bienestar para nuestros pueblos, hermanándonos en la Hispanidad. Para lograrlo, es necesario reforzar los lazos identitarios que nos unen, deshacer las controversias que nos separan y emprender juntos el camino de la prosperidad.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 408
 
 
La hispanofilia forma parte de una realidad marcada por la inquietud, unas veces racional y otras irracional, de quienes nos sentimos vinculados a la Hispanidad en cualquier lugar del mundo. En cuanto a su contraria, la hispanofobia, crece o mengua en función de intereses que, como hemos visto, a menudo nada tienen que ver con las sociedades que los acogen o los rechazan, sino con los beneficios que determinadas personas y culturas obtienen al promoverla.3 Las fobias siempre tienen una motivación y suelen ser rentables para quien las promueve, ya sea desde el ámbito económico, geopolítico o estratégico. Sirvan como ejemplo la francofobia y la anglofobia, generadas principalmente desde Gran Bretaña y Francia, respectivamente, a raíz de su larga trayectoria de enfrentamientos. Como en este caso, también cabe la rusofobia, la usafobia (o antiestadounidensismo) y la germanofobia, aversiones estratégicas de carácter geopolítico diseñadas e instrumentalizadas en función de intereses puntuales, llegando a calar y permanecer en las sociedades durante siglos. Cabe destacar el caso singular de España, en el que existe tanta o más hispanofobia que hispanofilia en el ámbito interno, una situación promovida, en gran medida, por los movimientos independentistas que atentan contra la unidad y la integridad nacional.4 Una lamentable situación promovida y consentida por ciertos políticos en función de sus intereses económicos y de gobierno, hecho lamentable del que se aprovechan otros países. Por supuesto, a todo ello se suma la Leyenda Negra, de la que ya tanto hemos hablado, forjada para desprestigiar a España por parte de otras potencias, con Inglaterra a la cabeza.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 408
 
 
La hispanofilia es un sentimiento profundamente arraigado en el corazón hispanoamericano, afortunadamente, y cada día late con más fuerza. En la forma y en el fondo, lo hispano trasciende a la península ibérica, gracias a los quinientos millones de hispanohablantes que, de manera natural, ejercen como embajadores de nuestra cultura por todo el mundo.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 410
 
 
La Historia nos recuerda de dónde venimos, quiénes somos y por qué pensamos y actuamos de determinadas maneras. La cultura histórica marca nuestra forma de ser y proceder. No debemos renunciar a la ancestralidad que impregna nuestros pueblos y, en cierto modo, determina nuestro destino. Al contrario, asumamos que estamos marcados por sellos de identidad diferenciales abocados a encontrarse, enriquecerse y entenderse en la cosmogénesis de nuestra comunidad hispana. La Hispanidad es multicontinental, ya que se extiende por Europa, gran parte del continente americano, Asia (Filipinas) y África, al ser España un país geográficamente bicontinental con territorios en Europa y África, sin olvidarnos de Guinea Ecuatorial. Esta es una realidad geopolítica esencial en el nuevo orden mundial que se está dando en la primera mitad del siglo XXI. Así, el español engarza cuatro continentes —América, Europa, África y Asia— construyendo un espacio transcontinental multicultural en el imaginario colectivo de los hispanohablantes. La mente global idiomática es una realidad no percibida que debemos hacer aflorar. Para lograrlo, primero debemos ser conscientes del inmenso patrimonio cultural, material e inmaterial que poseemos los hispanos como herederos del que ha sido el quinto mayor imperio de la Tierra en extensión, después del británico, el mongol, el ruso y el chino de la dinastía Qing. Conocer nuestra historia ayuda a descubrir los lazos culturales, racionales y emocionales que nos unen en la Hispanidad. Seamos deudos de nuestros antepasados, no sus deudores, lo que implica un compromiso con ellos, en cuanto a la conservación de su legado histórico. Pero no tenemos por qué ser reos de sus actos. El pasado no debe lastrar la fusión de culturas en el entorno geográfico y cultural de la Hispanidad. Todo lo contrario, debe ser acicate de nuevas ilusiones, de proyectos que sirvan para unirnos y hacer crecer la comunidad hispanoamericana. En esta misión, la comunicación es un factor esencial, por lo que debemos prestarle mucha atención, tanto en la forma como en el fondo, más aún en un ámbito intercultural como el hispano.
 
Pedro Baños
Geohispanidad, página 470