Sagrario Muñoz Calvo

"La aplicación de la astrología a sangrías y purgas es igualmente lógica ya que está unida a ellas recuérdese la cantidad de grabados de épocas muy diversas que lo representan; ningún cirujano se hubiese atrevido a practicar una sangría sin haber observado con anterioridad la situación de los astros con relación a las casas del Zodiaco."

Sagrario Muñoz Calvo
Inquisición y ciencia en la España moderna página 89

Juan de Mendoza Porres

"Conocer la dependencia y atribuciones del cielo no es insolencia sino de buen sentido y nadie mediante las estrellas y sus influjos suspende la voluntad de Dios.

Remediese el abuso y quede el uso

Se persiga a los que usen mal de la astrología y se salgan del terreno permitido. El Santo oficio primero les amonestará y segundo les castigará.
Se revisen algunos autores prohibidos como Avenrragel y Ptolomeo coma que son muy doctos y debieran estar permitidos, y Cardano y Schröder que con espurgarlos sería suficiente.

Juan de Mendoza Porres
Tomada del libro de Sagrario Muñoz Calvo Inquisición y ciencia en la España moderna

Roberto Santiago

"El sol golpeó la fachada del despacho durante todo el día, el reloj exterior marcaba treinta y nueve grados de temperatura. Dentro no era mucho más baja.
Trinidad, mi sucesora, como solía llamarse a sí misma los escasos días que estaba de buen humor, se levantó y bajó las persianas. Lo suficiente como para poder vernos, o más bien entrevernos. Al hacerlo, asomó por la manga de su blusa el dibujo tatuado de un dragón. Pensé que no era apropiado para unos clientes tan distinguidos. Al instante me dije que en realidad yo, Jeremías Abi, tampoco lo era. Ni aquel despacho, ni ninguno de nosotros. La única certeza es que amaba a Trinidad como se ama a una hermana pequeña o a un alma gemela. Eso incluía sus dragones y demonios.
Los rostros de las seis personas que estábamos allí dentro quedaron salpicados por sombras y motas de luz que cruzaban el despacho desde la ventana. Trinidad volvió a sentarse a mi lado, frente a la desproporcionada mesa de madera de roble que ella misma había comprado en un alarde de ostentación extemporáneo, impropio de su carácter, o tal vez, bien pensado, muy propio de su necesidad de sorprender y sorprenderse, concepto que a veces confundía con sabotearse. Ana María y Jon, los jóvenes cachorros del bufete, estaban sentados al fondo, en unas sillas incómodas, en la penumbra, alejados, tomando notas, presentes pero invisibles."

Roberto Santiago
La rebelión de los buenos

Glòria de Castro

"He sortit i hem vingut fins aquí, fins aquest mateix llit, que és on havia deixat els texans, perquè aquest tipus de converses s’han de tenir vestits, he pensat. Ell m’ha mirat la mà on duia les tisoretes. Un artefacte inofensiu però que en el control de seguretat d’un aeroport seria considerat una arma blanca.
M’ha parlat del tedi de la feina, de com n’està fins als ous, d’aguantar que els caps i els clients estúpids le rompan las bolas, del poc que es valora avui en dia la creativitat, que només manen els diners, que l’únic que fem és contribuir a la propagació del consumisme…, de tot això, parlava. Ho fa molt bé, això de parlar. I semblava ben bé que parlés de mi, de la meva feina. És cert que tots dos tenim professions poc ètiques que no fan més que corrompre la gent fent-los comprar coses que no necessiten, que no ens fan créixer com a persones i que no ens dignifiquen espiritualment, però que ens proporcionen el sou necessari per pagar tot el que ens envolta. Malgrat això, i posats a comparar, jo treballo per una companyia que provoca el suïcidi dels seus treballadors, mentre que l’Horacio treballa per a una empresa de gelats que l’únic que pot arribar a provocar és un lleuger increment de l’obesitat infantil. O sigui que era jo qui tenia més raons no només per deixar la feina, sinó per pronunciar la frase lapidària amb què l’Horacio ha donat per tancada la conversa:
«…així que no tenia sentit seguir amb aquesta farsa»."

Glòria de Castro
L'instant abans de l'impacte

Valeria Parrella

"No entiendo cómo puede gustarte. Y no es por la historia de que eres niña y que estos son juegos de niños, ¿entiendes? Tú tienes gustos de niño, pero yo nunca te lo he echado en cara… Sólo que esta vez me parece horrible. No entiendo cómo puede gustarte.
Irene caminaba rápido, al paso de su madre.
Al final, el proceso de la petición había tomado un atajo y había requerido menos valor que de costumbre, menos insistencia que de costumbre para conseguirlo.
Lo había visto el día anterior, en el pasillo, frente al quinto grado. El niño lloraba y aplastaba uno con su mano derecha. Bajo la presión se deformó y soltó un líquido fluorescente y pegajoso. Era precioso.
“No llores –había intentado Irene–, tienes un monstruo precioso…”.
En el almuerzo, le había contado la escena a su madre, y ella había encontrado generoso y educado cómo su hija había intentado que el niño viera el lado bueno de la situación.
Pero Irene llevaba horas sin pensar en el niño. Lo que realmente le interesaba era el monstruo. Al principio, ni siquiera había pensado que ella también podía tener uno: lo recordaba en una luz de ensueño que poco tenía que ver con las posibilidades reales.
Recordaba que era hermoso, que era especial. Porque si lo apretabas, los ojos se le salían de las órbitas; y cuando apenas lo soltabas, volvían de nuevo a su lugar. Además, era demasiado verde para ser terrestre; y ese líquido gelatinoso, demasiado fluorescente para ser sangre.
Su madre la había malinterpretado, dándole la clave para el siguiente movimiento. Había dicho: “¿Estás obsesionada? No pienses que te voy a comprar todo lo que quieres: es una forma de actuar poco educada y si las mamás de tus compañeros lo hacen, a mí no me importa, ¿entiendes?”.
Irene había entendido: había descubierto que podía tener esa cosa, pero que a la larga se convertiría en una mujer maleducada.
Por la tarde, su mano derecha se apretaba lentamente en un puño, sin que ella se diera cuenta, concentrada en el recuerdo. El niño le había prestado un poco el monstruo, pero nunca lo había soltado del todo: seguía agarrándolo de una pata. Irene tiraba de las otras cuatro en direcciones opuestas, fascinada por las articulaciones que se angostaban hasta volverse transparentes, sin llegar a romperse. El niño había dejado de llorar."

Valeria Parrella
La guarida de los halcones
















Nuria Gago

"Fue el día que hubo la fiesta en casa de Juliette. Era imposible no darse cuenta. Esa noche ya no pudo seguir sosteniendo su argumento de «noseaspesadaessolounaamiga», ya no había cojones para seguir tratándome de loca. Se miraban y se devoraban. Yo creo que hasta algunos de sus amigos sintieron una compasión profunda por mí. Creo incluso que en algún momento Anne se planteó levantarse y partirles la cara. No me parece una idea tan descabellada. A Anne siempre le caí bien. Y aquello era horroroso.
Me levanté dos veces para ir al baño, me miraba fijamente en el espejo y me repetía a mí misma: «En serio, son tus paranoias de siempre, para tu cabeza, para, párala».
Me costaba mucho trabajo pararla. Veía cómo Aline mandaba wasaps sonriendo como una gilipollas, y a mi lado, el móvil de Paul vibraba, porque el muy desgraciado le había quitado el sonido. Y lo leía y se reía también. Y yo me volvía a levantar y me volvía a hacer una sesión de coaching frente al espejo.
Anne llamó a la puerta.
—¿Estás bien?
—Sí, Anne, gracias.
Hubiera podido abrazarme a ella y llorar desconsolada. Pero me contuve. Estaba muy sola. Era su pandilla."

Nuria Gago
Quiéreme siempre

Alaitz Leceaga

"El hombre tiraba de la chica hacia el precipicio. La sujetaba con fuerza por el brazo, mientras los dos avanzaban entre las hierbas altas que crecían en el acantilado de Santa Catalina. Ella se resistía y luchaba para soltarse, tenía los dedos de la mano libre entumecidos. Gruñó en el aire oscuro de la medianoche y clavó los talones descalzos en el suelo de tierra húmeda para ralentizar la marcha. Pero él era mucho más fuerte y la tenía bien sujeta, así que siguió tirando de ella hacia el mar.
—Estate quieta, monstruo —dijo él entre dientes.
Pero ella no obedeció y todavía forcejeó un poco más para intentar huir. Lo único que consiguió fue que la mano de hierro del hombre se cerrara con más fuerza alrededor de su muñeca, marcándole los dedos en su piel pálida.
La borrasca que soplaba desde el mar era afilada y arrastraba pequeñas gotas de agua salada, que se pegaban a la cara de la joven y le empapaban el pelo conforme se acercaban al borde del abismo. En ese mismo viento helado la joven sintió la tempestad sobre la costa; la tormenta crecía mar adentro y ella podía notar su sabor en la punta de la lengua, la electricidad que flotaba en el aire oscuro mordisqueándole la piel.
La joven apenas podía caminar por el peso de la larguísima cola del vestido de novia que llevaba puesto —confeccionado con metros de tul y seda blanca—, ahora manchado de barro y hecho jirones.
—Dicen que trae mala suerte devolver a la mar a las que son como tú: tormentas, niebla, desgracias, mala mar y poca pesca, eso es lo que provocáis. Pero ya te advertí de lo que pasaría —masculló él—. Pronto empezarán a sospechar de mí, tendría que haberme librado de ti hace mucho tiempo.
Las dos figuras pasaron junto al faro de Santa Catalina: alto y solitario en la atalaya al final del cabo del mismo nombre. Una potente ráfaga de luz pasó por encima de ellos y los iluminó durante dos segundos, después el mundo volvió a llenarse de sombras."

Alaitz Leceaga
Hasta donde termina el mar













Mary LeCron Foster

"El simbolismo surge y evoluciona en la cultura humana debido a la apreciación creciente y a la utilización social de la similitud abstracta entre objetos y acontecimientos separados en el tiempo y el espacio."

Mary LeCron Foster
Citado en el libro los estudios de Jung en astrología de Liz Greene

Mariana Camelio Vezzani

comuna río verde

la cinemática de la liebre se estudia con un hilo
que sostengo entre mi ojo izquierdo
y el espacio vacío después del salto del animal
un nudo marca la distancia
pienso repetir el gesto
la velocidad no se mide con los dedos
no se le pegan cardos a las liebres
vadear a los zorros en la estepa
hace que la geometría del movimiento
tenga ángulos rectos
no cavan madrigueras
los lebratos nacen desprotegidos
la cinemática no es una ciencia exacta
un ovejero mira los saltos de las crías
desde el puesto a tres horas de la casa principal
y recuerda un cuento lleno de liebres doradas
asesinadas por los perros

Mariana Camelio Vezzani




el territorio se divide
según tres tipos de toponimias
elijo las que remiten a sucesos del pasado
un autor entrega los siguientes ejemplos:
–playa líquenes de los ciervos
–punta palo podrido
–donde rueda el tronco del helecho
sin embargo
son muchos los nombres
que ya no pueden traducirse

Mariana Camelio Vezzani




habitaciones

(02:40 hrs.)

el invierno se aferra a los lugares
la escarcha crepita por la casa
mancha las fotos de bisabuelos
despierto
en la noche no hay electricidad
compartimos la cama hermano te digo
el hielo avanza por los huecos de tu cara
te veo verdes los párpados que brillan
tu frente es otra foto con manchas que no entiendo
no hay fósforos en la pieza de los niños
mira la ventana dije despierta
los árboles crecen en la noche
las hojas se les trizan dicen
no somos de agua sino de vidrio
también la lluvia es de vidrio
sus sombras mueven las paredes
la habitación cambia sin nosotros
el suelo se escarcha
la puerta de a poco se oscurece

Mariana Camelio Vezzani




playa km. 63 sur

varadas en la playa tres ballenas
cantan como el metal
se adivina de las profundidades
un chirrido de columpio viejo
tela mojada contra el vidrio
en los canales se escucha
se cimbra en la noche el canto
vibra el agua
¿cómo despertarse?
antigua caleta balleneros en 1903
comienzan a construir las primeras casas
pero es diciembre de 1967 y
sobre la bahía las playas de isla decepción
cae improvisada una lluvia de piedras
—solo eso alcanzas a leer
y la voz ya es pura chispa eléctrica

un delirio coleccionista te susurra
bajas por el estero mientras
la boca de tus labios canta
que una lluvia pétrea te regaló por fin
ballenas para la repisa
rotulada «cetáceos» de tu colección
cuerdas gigantes atas a las ballenas
entiendes que el suyo fue siempre un mismo relato:
ellas antes ancladas en la caleta de
la chilena sociedad ballenera
te amarras esas cuerdas a los hombros
y un canto que ya no es tuyo ni el metálico
te ordena que nada más resta que tirar
desembocadura estero arriba

Mariana Camelio Vezzani





sótano de la casa principal

(3:07 h.)

hay zorros que viven debajo de esta casa
su asentamiento siempre ha sido radial y concéntrico
los túneles me los aprendí de memoria
el ejercicio de dibujar la isla boca abajo
hizo aparecer en el papel un trazado perfecto
de crujidos soterrados nocturnos
allí aparecieron también
manchas de musgo que esconden quemaduras
zorros que duermen en esas manchas tibias
sueños de árboles con corteza fotosensible
que imprimen caras cuyos nombres
y genealogía no recuerdo

en el verano vimos pájaros de muchas especies
pero todos de un gris ceniciento
la laguna a medio congelar tiene surcos azules y otros verdes
nada entiendo yo de crujires pero con la lluvia
en cada uno de esos huecos
crecerían líquenes amarillos:
en los barcos se han visto siempre
fuegos en la punta de los mástiles
durante la tempestad se les considera
un signo de protección

Mariana Camelio Vezzani
























Maurizio Medo

lupercal

Mientras algo, eternamente, está obligándonos a recomenzar.
JORGE FRISANCHO

para Ángel Cerviño.

1.

Expira el salmón entre frutos Morandi
—un orujo fuera del lagar.

Su médula aún salpica de cloruros,
desescama donde caben, y no,
frases ahítas de piedad.

Si lo nombro poema, y así lo sustantivo:

piélago en el que la pura belleza ahoga sin un
cable que la ecualice con la tierra.

 Se mofarán los sesos, se preferirá la historia
—muere en tu sashimi, Fukuyama.

Y la historia nos compete.

Es el legajo.

La involuntaria heredad
que nos compleja cívicos.

Es la rúbrica.

Solo el poema nos valida
en cordial anonimato.

Lo que es volver a la vocal, sin una firma,
tarjándola en los escolios de Provenza
para que la belleza no nos sea más supina.

2.

¿Oíste al bribonzuelo?

Volver solo así oso al salmón, río
abajo, como si el pez congelara
su freza ovando rosas
naturalezas muertas.

El bribón quiso el deleite
colmando tu faz. Y al verte
menguante te negó, luna.

Como el lente que capta en paralelo
los amagos en el objeto y el objeto

el amor vertido sobre el poema no es más tuyo.

Otro náufrago camina por la isla.

Y luego nada.

Pero algo nos obliga a recomenzar.

3.

Ríe la gran puta de celo en su vulgata.

Ella dice: el poema hojarasca, exiguo
dioscuro de belleza.

Virgen loca indolencia carcajada.

Tú gritabas de pavor sobre la montaña rusa
—tu risa histérica iba de antruejo a afuera.

Miré en su alma un vacío feroz sollozando larvas
-hasta la concha de virgencita procaz agusanaba.

Clamabas pájara por mí diciendo en qué órbita
—la hiel en su rostro sombra el poema.

Pero tú sube que abaja, ferial,
con rubor de patchouli la montaña.

Tu cara azucarando en algodones
—pero ella siempre es así.

Oscurece.

Y cuando ya nadie espera nada…

Nos obliga hasta arrodillar a la hermosura.

En qué órbita —insististe —como si la risa quieta…

4.

Ella droma mirias sin blasto ni destino.
Va sin flashes por tapas de revista.
Sin póliza de muerte en Hezbolá.
Entre cerros de Wimpys por el Kellogs.
Ni fatta ni endriago. Estérea en órfico
arrabio a contra voz.

—En qué órbita — insististe.

Sombra en la nada de la nuez.

Y más allá de la nuez.

Inadvertida.

Sonora lupercal música en turbión
de golpe a la escollera.

Ajenjo lampa de ágata el sollozo
con tal luz que fantasmea polvo.

Folga nómada en vuelo a ras
entre la gleba

y hemos oído tanto
que de tanto oír

es que ya no oímos

su voz ancestral
de virgen loca.

Maurizio Medo