Luis Martínez-Falero

No es esta luz la que mis ojos buscan

No es esta luz la que mis ojos buscan,
este gris que nos trae el viento de levante,
cuando cae la lluvia con fuerza sobre el mar.
Es esta claridad primera y última del día
la que escribe en las aguas como página en blanco
y deja suspendida la memoria
en ese solo instante más puro que un recuerdo.
Y así morir, fundido en este blanco que me ciega.
Las palabras más crueles son las de despedida
pues auguran ciudades y ciudades sin nombre.
A veces se regresa con imágenes turbias
con paisajes y calles ya nunca recorridos.
Y escuchamos entonces, en las tardes de invierno,
el rumor de la lluvia en lugares lejanos,
conversaciones rotas con sabor a cerveza,
palabras en andenes aguardando un retorno
que nunca será cierto y el equipaje es humo.

Luis Martínez-Falero

Alberto Anile

"La noche del 27 de marzo de 1963, una luz enceguecedora atraía la atención de quienes bajaban por Vía Veneto, paseando entre plátanos y mesas de bares. Al fondo de la plaza Barberini, detrás de la fuente del tritón, una decena de reflectores apuntaba hacia la entrada del cine. A los lados, un puñado de fotógrafos disparaba flashes a repetición. Unas cien personas se amontonaban para ver de qué y de quiénes se trataba.
Ahí entra Emilio Schuberth, el estilista, rodeado de sus modelos. Ahí entra Gina Lollobrigida del brazo de su marido, Milko Skofic, toda de blanco, arriba visón, abajo lamé. Paolo Stoppa permanece en el umbral hasta que llega Luchino Visconti. Claudia Cardinale, que llama la atención por su elaboradísimo peinado, tiene el cuerpo cubierto por un vestido de crepé negro. Barbara Steele muestra un amplio escote en el que se descargan los últimos rollos de los fotógrafos."

Alberto Anile
Operazione Gattopardo





















Cristina Oñoro

Primeros pasos

"Tiraste de la cinta blanca.
El nudo se deshizo
por segunda vez.
¿Te empujó el sol, el cielo azul, la primavera?
¿O acaso fue la infinita soledad del parque?
Tiraste de la cinta blanca que nos mantenía unidas.
El nudo se deshizo
por segunda vez.
Te vi marchar entre árboles
caminando ya tu propia historia.
Sostengo la cinta blanca.
Veo volar el sol, el cielo azul, la primavera.
Como una niña que pierde su globo
en la infinita soledad del parque.

Cristina Oñoro

Miguel Sánchez Gatell

Cerca de las ciudades

Cerca de las ciudades. Reventando con el aire.
El amor tiene muchos nombres, muchos cuerpos.
Cerca ya de las ciudades. Dejando atrás
caminos,
lentitudes, espacios.
Árboles
que se acuerdan de la muerte por las tardes.

Cuando el amor puede saltar y arrancar
lenguas, labios.
Yo prometo acordarme de mi cuerpo cuando muera
y escribiré el último verso,
el que más manche, el más
insoportable.

Hay que ver cuántos somos y lo cerca que
vivimos
unos
de otros.
Debe ser el frío o el silencio.

El verso más insoportable.
El que haga llorar por vez primera
a un hombre, a un pájaro.
El que apague de golpe las manzanas
y encienda océanos de nieve y olvido.

Qué cantidad de cuerpos en naufragio.

La tierra
se enciende desde un pájaro.
Los huracanes sueñan con terremotos vírgenes,
con huir desesperadamente de la noche.
Los hombres apagan los besos
y el amor recorre, ciego, los pasillos.

Yo prometo acordarme de mi cuerpo.
(Amor, manzanas, sangre…)
Yo prometo levantarlo de la tierra o del polvo
del mar
y hacerlo caminar por ciudades y siglos:
aquí fui,
esta es mi madera,
estos son mis objetos personales.
Y más cosas. Y muchas más cosas.
Una mujer lo recorrió gritando. Para qué
queréis enterrarlo.
Yo prometo llevarlo a donde nunca estuvo, sin
remedio.
Vedlo, hombres, mujeres, árboles.

Yo no quiero tener que arrepentirme
de haberlo matado.
Yo de esto no sé nada. No lo entiendo.
Acabo de llegar hace unos años.

No quiero que me muerdan lenguas grises
de muertos que odian,
de muertos
que no saben mi nombre,
que no saben ningún nombre, que no
conocen a nadie.

Yo estuve dando vueltas por los sitios del
viento,
mi corazón os llamó a todas horas
desde el borde de los labios.

Por todas partes tengo mis manzanas,
mis longitudes de ángel desangrado.
Las he dejado
rodando
por la tierra
como un alud enorme de ternura.

Yo estuve aquí. Prometo no olvidarme
de los nombres,
de los cuerpos.

Desde una puerta en sombra una mujer
cuenta uno a uno los resquicios del cielo.
La luna de noviembre clava sus aguijones
y reparte episodios de golondrinas muertas.

La muerte,
luz
de acero sin dientes.

La muerte,
mano
cortada de olvido.

La muerte, la estructura salvaje del lirio.
Una mujer, desde una puerta en sombra
se desnuda.
Se queda a solas con su cuerpo.

Yo estuve aquí, con ella.

Miguel Sánchez Gatell















Maryam Madjidi

"Hete aquí secuestrada en casa de mi abuela. Estás tumbada en un mullido sofá en el salón. Hace bueno. Una madre alimenta a su hija, que alimenta a su bebé. Las manos de mi abuela se afanan. Prepara la comida de la cocina emana un olor delicioso y dulce a arroz aromatizado con azafrán.
Yo ya quiero a mi abuela, mi gran protectora. Reconozco de inmediato su timbre de voz desde el interior de ese vientre agitado. Mama Masumeh, quisiera que nos tomaras como rehenes en tu casa para siempre, que no nos dejaras marcharnos nunca. Danos más platos suculentos, más té, más calor y más golosinas. Cuida de mi primera casa. Envuélvenos, haz callar los gritos del mundo, sigue hablándonos. Oigo el ruido de la tetera que silba en el fuego. La parra se balancea sobre los muros, un gato pasa furtivamente, mi madre se acaricia el vientre. Al fin descansa como una embarazada razonable. Lejos de las manifestaciones, de las octavillas, de los clavos hincados en el cráneo de la juventud. Cierra los ojos con el propósito de olvidar, pero las imágenes macabras desfilan sin cesar ante ella para atormentarla. Ejército de fantasmas sin boca, reclamáis vuestro testimonio, pero ahora no, tened piedad, dejadnos en paz, marchaos. Os doy patadas para ahuyentaros. Mi madre se sobresalta. Ya está, te he hecho volver al umbral de la vida, al igual que la voz de mi abuela. Entre las dos te mantendremos alejada de ellos"

Maryam Madjidi
Marx y la muñeca


























Alessio Forgione

"Pensé que era una pena ser así, y los edificios se hicieron un poco más altos, más blancos, llenos de cortinas, y sentí lástima por Lunno. Porque me parecía que se pasaba el tiempo intentando parecer siempre fuerte y rudo. No me gustaba, y no quería ser así. Lo había intentado y me di cuenta de que no era así y que, en cambio, solo quería amar y ser feliz, y quería que todos lo notaran. Quería que mi sonrisa fuera un símbolo, una cicatriz permanente que arruinara mi rostro.
(…)
La temporada casi terminaba y estábamos justo por encima de la mitad de la tabla. Mi madre me había abandonado, dejándome con mi padre. Un mes y medio después, fracasaría por primera vez, y era mucho más que virgen, y tal vez alguien estaba pensando en cómo matarme.
Me pareció que necesitaba algo mucho más poderoso que un cuchillo."

Alessio Forgione
Giovanissimi

Manuel Adrián López

Niños apáticos

No éramos niños refugiados de la antigua Rusia.
Esto no sucedió en Suecia.
Nuestro mal era caribeño.
Sufríamos una enfermedad tropical
y lo único que recordábamos de los rusos
era su peste a grajo
y la carne enlatada que apareció
una temporada en la isla.

Éramos niños apáticos
hijos de padres gusanos.
Nos alimentábamos por las manos de la abuela.
Por las sondas corrían frijoles negros
a veces duro frio de mango
mermelada de guayaba
y dulce de leche.
No escuchábamos los discursos de seis o más horas.
no lo necesitábamos
inculcaban nuestros padres.

Éramos niños apáticos.
Huíamos de los tentáculos
de un pulpo verde olivo
y en cualquier momento
podía llegar la hora señalada.
Vestidos de miedo
esperábamos
pensando:
¿y si nos regresan?

Quisiera haber olvidado la travesía
el amargo del vomito
ese fuerte olor a orina
que luego me dejó queriendo sentirlo
en todo mi cuerpo
la primera vez que me bañe con otro hombre.

Y hemos seguido siendo niños apáticos
aparentemente despiertos
sin realmente pertenecer
de un lado
o del otro.

Manuel Adrián López




Síndrome de resignación

Te avisan los carniceros:
sin mirarte
sin tan siquiera tocarte un hombro
sin querer saber nada de tu pasado.
No revisan tu hoja clínica.
Tú currículo aquí no importa
ni los libros publicados
ni tus lecturas
ni tus anaqueles con la evidencia
expuesta.
Aquí solo cuenta que tipo de
seguro tienes.
Te preguntan:
¿Cómo está tu situación económica?

Guarda tus credenciales.
Ni te atrevas a mencionar de dónde vienes
invéntate otra nacionalidad
cambia el acento
visualízate sin ese pesar
que han creado “just for you”.
Cierra los ojos
ponte en coma tú mismo.
Deja de comer
y tragar
aunque te pongan delante
un vino verde.
Transpórtate a un lugar menos hostil.
No dejes ni una señal de tu paradero:
apaga el celular
cancela la suscripción de Netflix
antes de embarcar en ese letargo.
Letargo fabricado por los manipuladores
los que se la saben todo
los que hoy
son poetas por encargo
mañana editores
y si eso no le da
vuelven a la peluquería.
Serán shampoo girls
clavando sus uñas
en el cuero cabelludo
de clientas que solo leen
revistas del corazón.
Tus libros nadie ni tan siquiera los ojeará
mientras sigas despierto.
Con cada publicación tuya
en el solar cibernético
vas eliminando seguidores.
Una daga en sus pupilas.
Detestan tu libertad.
Esa manera tuya de hacer
sin tener que aparentar
causas y posiciones.
No eres porrista
y por eso serás juzgado.
Apúntate al plan:
una siesta infinita
duerme
hasta que pase el apocalipsis
y el amiguismo se evapore
y llegue la sequía
de culpar a los gringos
de su prepotencia
y de todos nuestros males
sin observarnos
sin ubicarnos debajo de la lupa
sin aceptar la maldad
que se escapa de las muelas cariadas
de los nuestros.

Has sido contaminado con la epidemia
te lo repiten los encargados.
No tienes edad
para el síndrome de resignación.
Eres un caso entre mil.
A tus cincuenta lo que te toca
son otros malestares.
Esto debe ser deficiencia de la niñez
la falta de leche
y vitaminas.
Todas controladas por el bestiario insular.
Revolucionarios que en sus palacios
visten de Adidas
y comen langostas de Maine.
Acaso no fue un mártir nuestro el que dijo:
“Los niños son la esperanza del mundo.”
Nadie recuerda tales palabras.
Los amos han manipulado
la cita celebre
y la memoria del poeta
a su antojo.

Si logras escapar a la pandemia
despertarás en una cama desconocida
sin almohadas con plumas de ganso
y a la par de niños ucranianos.
Bostezarás
estirándote
después
de tu prolongado caos
y no recordarás absolutamente
nada.

Manuel Adrián López





Un hombre ante un tribunal

Confieso estar inundado por ácido.
Un ácido que fluye envilecido
por mis caries
con residuos del verde
eneldo
y el coral quemado
del salmón.
Por la yema desgastada
de pinchazos diarios
para saber que tan alto o bajo
anda mi dulzor.
En los hombros y su peso
desproporcionado
resguardando la memoria
la mía
y la de otros ya idos.
No soy Robin Hood
ni tan siquiera Errol Flynn.
No llego a sus talones
ni a su belleza
ni a su masculinidad.
Tampoco soy tan bueno
hago lo que me nace
lo que me susurran al oído.
Soy instrumento de los ejércitos
de otro plano.
Lucho conmigo
contra mis deficiencias
con ese apabullante deseo
de ser acariciado por hombres.
Hombres sin rostros
ni apellidos.
Hombres negros o blancos
delgados y obesos.
No discrimino a la hora de
aceptarlos.
Ese minuto breve del roce
es lo único que logro recordar.
Batallo con el pie derecho
y su protuberancia huesuda
afilada espada
que corta zapatos
y dibuja arcos sangrientos
que no logro sentir.
Soy un cementerio de cicatrices
una tumba por cada herida
un mausoleo estrictamente
para el motor.
Un motor impaciente
queriendo superarse
y ser mejor.
Confieso que he dedicado mi obra
a señalar lo que me disgusta
lo que me da asco
lo que no cabe en mis pupilas.
Pupilas que lento se apagan
intermitentes
una chispa restante en la fogata.
Denuncio los excesos
la vileza de mujeres y hombres
que dicen ser mejor.
La ceguera de activistas
que no consideran a mi pueblo
cautivo
por un traidor y su familia
herederos de la Bacardí
dueños absolutos del caimán.
Me confieso.
Confieso que errado a veces
estuve.
Calciné con palabras
o miradas
a varios y varias
sanguijuelas.
También corrí lejos
de oportunistas
de hombres que buscaban
un salvavidas
de un par de exiliadas
queriendo engavetarme
a su antojo
mostrándome sus senos
y su perversidad.
Siempre volví
o volvieron
los que debían seguir caminando
a mi lado.
Los que nos daremos la mano
sudorosa y gélida
en la recta final.

He sido implacable.
He sido fiel e infiel.
He sido tonto a la ligera.

Se me ha hecho más fácil dar
que recibir
y de ahí parte esta frialdad
esta ventisca aplacada
esta conformidad aparente
este apagado pesar
en mi interior agrio.

Aquí estoy ante ustedes
jueces implacables
dispuesto
a que me descuarticen
pero no al olvido.

Manuel Adrián López
















Gracia Aguilar Almendros

Capitalismo

Masa, relleno, masa,
masa, relleno, masa.
Ciento ochenta rollitos
de primavera.

Un día entero de trabajo,
a cuatro con cincuenta euros la hora.
Reservas de rollitos
artesanales
para semanas.

Masa, relleno, masa,
masa, relleno, masa,
ritmo, obsesiones.
Y los versos salvándome,
los poemas que acuden
a mi cabeza,
la palabra árbol,
pájaro, luz, azul.

Otra cadencia,
saber que existe,
respirar hondo
y pasar al siguiente.

Gracia Aguilar Almendros




Los 10 mejores sustitutos del azúcar:

Supercalifragilisticoespialidoso
Mary Poppins

Por la cena de anoche,
que me estaba esperando,
llena de aditivos y sal.

Por las compañeras de piso,
tan jóvenes,
que tuve hasta hace poco.

Por la cafetería
que acoge, esta mañana de domingo,
al hombre que se lee todo el periódico;
a la mujer
con el padre ingresado
cerca de aquí;
a la pareja
con su hijo síndrome de down;
a mí,
que no quiero pasar
otra mañana sola
en un piso bonito,
oscuro y húmedo.

Por un refugio de franquicia
donde las muchas mesas
nos aseguran
que no nos echará la camarera.

Por lo provisional
y las vías de escape, por los quince
gramos de mirtazapina en la noche.

Por todo aquello que no debería
ser como es
pero da consuelo y amor.

Por el poco de azúcar
en la píldora que nos dan.

Gracia Aguilar Almendros




Un pomodoro, dos pomodoros, tres pomodoros

Gracias a Forest planto,
desde mi móvil, árboles lunares.
Su crecimiento impide
que mire la pantalla,
que me distraiga con la tiranía
de lo brillante,
con la ilusión de estar acompañada.

Para que un árbol crezca
bastan quince minutos,
y cuando acabas puedes visualizar
una parcela
con todas las especies que has plantado.

Últimamente escojo
los más alejados de la realidad:
árboles rojos que dan caramelos,
árboles azulados
de los que caen estrellas,
una gran flor con un pistilo rojo.

Mi favorito es uno del que sale
una gran luna llena.

A las ocho recojo los apuntes
y miro por la ventana, la noche
se acerca lentamente,
el horizonte va del rojo al cárdeno,
lejos hay unos árboles,
son verdes y amarillos, aparece la luna.
Y una parte de mí,
adormecida, grita.

Gracia Aguilar Almendros














John T. Jost

"Creo que, en el contexto estadounidense, el mejor ejemplo histórico es probablemente Franklin D. Roosevelt, quien declaró en 1933, en pleno auge de la Gran Depresión: «No tenemos nada que temer excepto al miedo mismo». Esta declaración replantea la cuestión de cuál es la verdadera amenaza, destacando que el miedo puede ser una fuerza política verdaderamente destructiva y que puede erosionar los sistemas democráticos desde dentro, como Roosevelt estuvo a punto de comprobar con respecto a Europa.

Pero Roosevelt no se detuvo en la retórica. Procedió a implementar docenas de programas sociales y económicos específicos, claramente diseñados para abordar los temores económicos de la ciudadanía. En general, presentó estas soluciones en términos claros, seguros y contundentes. Las soluciones que propuso eran abiertamente liberales y explicó por qué eran buenas soluciones para los problemas que enfrentaba la nación. En otras palabras, prometió resolver los problemas y, en muchos sentidos, lo hizo."

John T. Jost



"Creo que se avecinan graves preocupaciones económicas, y la profunda brecha entre ricos y pobres ha creado una oportunidad para que el país dé un giro económico a la izquierda. El candidato demócrata a la presidencia debería tomarse una nota, como hizo Bill Clinton en 1992, que diga: «Es la economía, estúpido». Pero no creo que el pánico ayude a los progresistas, como dije antes, porque el miedo inhibe el deseo de experimentar con iniciativas nuevas y audaces, y esa es la esencia del pensamiento progresista. Los progresistas del siglo XXI deben ser tan audaces y creativos como sus predecesores del siglo pasado, quienes hicieron de Estados Unidos un líder moral a nivel mundial y no solo un líder militar e industrial. Más que nunca, los progresistas deben ofrecer soluciones claras, valientes y científicamente convincentes a los numerosos problemas que enfrentamos. Las soluciones que propongan deben ser realistas y congruentes con lo que sabemos sobre las causas del comportamiento humano; es decir, deben basarse en la psicología política."

John T. Jost




"Durante décadas, los psicólogos sociales han sabido que las apelaciones basadas en el miedo son, en sí mismas, inútiles y contraproducentes, ya que llevan a las personas a negar problemas demasiado dolorosos de afrontar o simplemente a sentirse impotentes e incapaces. Creo que vemos ambas respuestas a la amenaza del calentamiento global constantemente. Por lo tanto, si se utiliza una apelación basada en el miedo, se debe ofrecer simultáneamente a las personas una solución clara y constructiva al problema.

En general, los conservadores son mucho mejores que los progresistas en ese aspecto, quizá porque estos últimos tienden a enredarse en un análisis complejo y excesivamente matizado del problema. «Mataremos a todos los terroristas» puede ser un objetivo poco realista (incluso dejando de lado si es deseable), pero alivia el miedo, al menos temporalmente, de forma clara e inequívoca. Incluso con respecto al calentamiento global, los conservadores (cuando admiten el problema) afirman simplemente que «el mercado lo solucionará». Es simple y, a corto plazo, tranquiliza a la gente, incluso si resulta ser falso. Los progresistas que recurren al miedo necesitan mejorar su capacidad para comunicar una solución clara (y tranquilizadora) cuando la amenaza se hace evidente. De lo contrario, creo que les saldrá el tiro por la culata."

John T. Jost




"En realidad, lo que decimos es que en el centro de la distinción izquierda-derecha (o liberal-conservador) existen dos valores básicos u orientaciones polares: (1) defender vs. resistir el cambio social, y (2) rechazar vs. aceptar la desigualdad social y económica. Estos dos aspectos tienden a estar correlacionados porque los sistemas sociales tradicionales eran jerárquicos y se basaban en la autoridad, y durante los últimos siglos, la mayoría de los desafíos al statu quo han apuntado a un mayor igualitarismo, en lugar de a una disminución. Por lo tanto, como regla general, la izquierda está más a favor del cambio social y el igualitarismo (tanto en términos de resultados como de oportunidades), mientras que la derecha está más a favor de la tradición y apoya más los sistemas sociales jerárquicos."

John T. Jost




"En su máxima expresión, la psicología política tiene el potencial de mejorar, basándose en la razón y la evidencia, nuestras instituciones políticas y políticas públicas para que sean más congruentes con lo que sabemos sobre el comportamiento humano. A lo largo de las décadas, los psicólogos sociales y políticos han ofrecido análisis sofisticados e intervenciones prácticas en relación con los estereotipos, los prejuicios, el autoritarismo, el sexismo, la agresión, el nacionalismo, el terrorismo, la guerra y la resolución de conflictos."

John Jost




Meriam Yehya Ibrahim

"Arriesgo mi vida por las mujeres de Sudán y por los cristianos que viven en circunstancias difíciles, perseguidos y tratados con dureza. Hay muchas Meriam en Sudán y en todo el mundo."

Meriam Yehya Ibrahim




"El juez me dijo que debía convertirme al Islam, por lo que estas advertencias me hicieron anticipar que sería condenado a muerte."

Meriam Yehya Ibrahim


"No fue fácil [mi tiempo en prisión], no puedo describirlo, pero hay otros que viven en peores condiciones en Sudán que las que yo pasé. Lamentablemente, todo esto se hizo bajo el pretexto de la ley. Así que, en lugar de proteger a las personas, la ley las perjudica."

Meriam Yehya Ibrahim



 “No soy apóstata, soy cristiana.”

Meriam Yehya Ibrahim