Daniela Tarazona

"Abres la puerta de la casa. La luz marca el pelambre de la alfombra gris en la sala. Ella se fue. En la cocina, revisas el bote de la basura y compruebas el desayuno; las cáscaras de
huevo descansan sobre restos de verduras pudriéndose. El aire guarda olor a agua hervida, encuentras encendida una hornilla, la parrilla arde al rojo vivo.
Vas a la habitación, no la buscas porque sabes que se fue, recorres el espacio movida por la curiosidad; no sucede a menudo poder estar dentro de una casa y ver las pertenencias de otra, observar su rastro: la colcha de la cama con la marca de sus nalgas –se cambió de zapatos antes de salir–, el olor del aire que acaba de respirar; la llave del lavabo aún goteando, el cepillo de dientes mojado. En un pequeño librero, sus anillos. Se fue con las manos desnudas para siempre.
Regresas a la sala. Te sientas en el sillón de dos plazas. Observas los rincones como si fueras a encontrar algo más. Un detalle puede ser trascendental. Entre el amasijo de cables de la televisión y el teléfono ves una pequeña pelota.
(Recuerdas que tuvo una gata, Faustina, y que se fue a la semana de haber llegado). En el otro extremo, bajo la banca en la que ella puso tres macetas, distingues las tiras de la alfombra deshilada."

Daniela Tarazona
Isla partida

























Fernanda Trías

"Los días de niebla el puerto se convertía en un pantano. Una sombra cruzaba la plaza, vadeando entre los árboles, y al tocar cualquier cosa iba dejando las marcas alargadas de sus dedos. Bajo la superficie intacta, un moho silencioso hendía la madera; la herrumbre perforaba los metales. Todo se pudría, también nosotros. Si Mauro no estaba conmigo, los días de niebla salía a dar vueltas sola por el barrio. Me dejaba guiar por el cartel luminoso del hotel que titilaba a lo lejos: HOTE A ACIO. Seguían faltando las mismas letras, aunque ya no fuera un hotel sino otro de los tantos edificios ocupados en la ciudad. ¿En qué día estoy pensando? Todavía me parece oír el ruido del neón —su vibración eléctrica— y el falso circuito de otra letra a punto de apagarse. Los ocupantes del hotel lo dejaban prendido no por desidia, tampoco por nostalgia, sino para recordar que estaban vivos. Aún podían hacer algo caprichoso, meramente estético, aún podían modificar el paisaje.
Si voy a contar esta historia debería empezar por algún lado, elegir un comienzo. ¿Pero cuál? Nunca fui buena para los comienzos. ¿El día del pez, por ejemplo? Esas cosas minúsculas que marcan el tiempo y lo vuelven inolvidable. Hacía frío y la niebla se condensaba sobre los contenedores desbordados. No sé de dónde salía tanta basura. Era como si se digiriera y se excretara a sí misma. ¿Y quién te dice que los desechos no seamos nosotros?, algo así podría haber dicho Max. Recuerdo que doblé en la esquina del viejo almacén, con su puerta y ventanas tapiadas, y al bajar hacia la rambla sur, la luz verdirroja del cartel luminoso se derramó sobre mí.
Mauro volvería al día siguiente y con él también vendría otro mes de encierro y de trabajo. Cocinar, limpiar, controlarlo todo. Cada vez que se lo llevaban, dormía un día entero hasta recuperar el sueño que él amenazaba o interrumpía. La eterna vigilia. Para eso me pagaban una suma exagerada que nunca alcanzaría a recompensarme, y los padres de Mauro lo sabían. Respirar el aire estancado del puerto, merodear las calles, ver a mi madre o a Max eran los lujos de aquellos días en los que mi tiempo dejaba de tener precio. Eso sí tenía la suerte de que no hubiera viento."

Fernanda Trías
Mugre rosa





















María Ospina Pizano

"La ve caminar calle abajo, darse la vuelta dos veces más y desaparecer en la esquina. Entonces vuelve a acostarse junto al muro. Recoge su cuerpo y dobla las patas delanteras hacia adentro para enfrentar la frigidez de la noche que comienza a lamerle el abrigo con empeño.
Desde su estación de espera, alcanza a detectar entre los árboles a dos recicladoras que hurgan las bolsas de basura y recogen las latas que la gente dejó tiradas en el parque. Nota a tres hombres entrar a los edificios aledaños a cumplir sus turnos de vigilancia y a los que ya terminaron el trabajo y se alejan. De vez en cuando cierra los ojos, pero quién sabe si descansa. Parece que la preocupación le interrumpe las siestas. Quizás nunca haya escuchado la bulla de los gorriones y las mirlas como en esa madrugada, pues desde que nació está acostumbrada a amanecer en el encierro acolchonado de una casa con tapetes y puerta. Cuando empieza a clarear se pone a mordisquear la correa que la ata a la reja con la misma entrega que mostraba cuando era cachorra y quería rebelarse de la atadura. Mastica por largo rato con sus colmillos robustos la cuerda de plástico hasta que logra romperla.
En libertad sacude el lomo, zarandea el rocío de su pelambre y cruza la calle para adentrarse en el parque, que a esas horas aún no atraviesa nadie. Orina en los surcos de agapantos en flor. Busca agua en los vasos que la gente dejó en el prado. Lame las migajas de un paquete de comida que encuentra debajo de los columpios. Camina por entre los árboles olisqueando rastros, pero esta vez no carga sobre el lomo la emoción curiosa de antaño, el deseo implacable de quedarse por horas descifrando los anales de la tierra. Esta vez no la embiste la exaltación que le daba cuando la sacaban a pasear por el parque de su barrio, aunque es la primera vez que está suelta en un prado. Al poco rato regresa a la reja en que la correa rasgada la espera."

María Ospina Pizano
Solo un poco aquí





















Juan Antonio Marín

Hay quién habla de la ternura

Hay quién habla de la ternura
y luego no menciona el paraíso.

Tal vez se crea
que hay alguna otra posibilidad
de redención,
tal vez se crea que hay otra posibilidad
de estar sobre la tierra,
con las rocas, los árboles,
las nubes y el dolor como tus semejantes.

No hay otra salida,
ni en la cámara oscura del suicidio
se abandonan los ecos primordiales.

Latir, para reconocerse
en las calles donde no hay señales,
ni puertas ni carteles,
donde nadie se busca en tu mirada,
donde vale el sudor sólo por su agonía.

Eres libre en la calle,
libre en la soledad,
muchas veces te cansas y te muerdes las vísceras,
y te angustia la rabia y te sientes perdido
en una humanidad que no acaricia
las rosas de tu piel;
pero no hay nada más que un camino
de aquí a la eternidad,
nada más que una búsqueda te importa:
en la carne la fuerza y la emoción,
en la mirada el paso de los barcos;
detrás de cada gesto y de cada mansedumbre,
detrás de cada ruina y de cada desnudez,
el agua silenciosa que da cuerpo a las almas,
el trino que atraviesa los ácidos del bosque
pulsando la ceniza del sueño y del pasado;
la voz más escondida,
y la más manifiesta,
el ser del corazón, que está en lo más profundo

y amanece a la piel continuamente.

Juan Antonio Marín
















Tamara Grosso

Clases de escritura

No podés
trabajar con las palabras
y usarlas
como si no tuvieran poder
es como ser
la policía
salir a la calle
con el arma en la cintura
acercárnosla a la cabeza
y decirnos que es
para cuidarnos.

Tamara Grosso




Construcción

Este poema va a ser
una casita
a la que puedas venir
cuando todo refugio
se vuelva hostil.

Tamara Grosso




Día 15

Le escribo poemas de desamor
a mi oficio
que me prometió cosas y no cumplió.
Le escribo poemas de desamor
a los movimientos políticos
en los que busqué refugio y no encontré.
Le escribo poemas de desamor
a mis poemas viejos
que no tienen la fuerza que necesito
que me envíen desde el pasado.
No le escribo esos poemas
a las personas que amé:
para ellas la promesa
de que voy a seguir tratando de ilusionarme
como si no hubiéramos aprendido juntas
que casi todo termina mal.

Tamara Grosso




Día 16

Quisiera haberme hecho
un tatuaje de adolescente
del que ahora me arrepienta.
Tener dibujado un revolver
un símbolo incorrecto
a la vista de todos.
Llevar el error
marcado en el cuerpo
ser un recordatorio en movimiento
de que hay vida después de equivocarse.

Tamara Grosso


















César Eduardo Carrión

Invitación a la pesadilla

Volvamos a ser uno solo: los mismos en el dolor, los mismos en el olvido.
Volvamos a ser una tribu cercana a la peste, el acero y el miedo.
Juntemos de nuevo las manos en torno del fuego sagrado de un sueño.
Pero no porque lo digan tus ancestros. Los he visto: no son nada extraordinario,
No son nada extraordinario, no son nada extraordinario, no son nada extraordinario,
Debería repetir cuarenta veces “No son nada extraordinario”. Te lo juro: ¡No son nadie!

Juntemos de nuevo los labios en torno del beso y el grito de un ángel caído,
Cualquiera, no importa, que vista talar de bacante o vestido de monja, ¡qué importa!
Pero no porque lo invoquen los pontífices. Los oigo: parlotean y babean,
Parlotean y babean, parlotean y babean, parlotean y se ensucian las sotanas.
Volvamos a ser una tribu cercana a la peste, el acero y el miedo,
Porque el necio pontifica como un cristo, porque el sabio balbucea como el río.

Regresemos a la hoguera donde ardieron las leyendas más lascivas y sangrientas.
Que nos narren nuevamente aquellos mitos donde el hijo mata al padre, donde el padre come al hijo,
Donde el hijo se amanceba, para ser su propio padre, con su madre, con su tía, con su abuela.
Que nos hablen los poetas nuevamente de los ritos que vencieron a la muerte.
Y cantemos, con gargantas de gigantes, que los simios domadores del relámpago y el trueno
Hemos vuelto de una larga caminata por los bosques de la magia, de la ciencia y la mentira.
Que nos mientan nuestros hijos, que nos digan que triunfamos, que nos juren que jamás se fue el verano…

Volvamos a ser una tribu cercana a la peste, el acero y el miedo.
Pero no porque tengamos entre manos el remedio de una nueva enfermedad,
Que ha nacido del cerebro de una vaca, del estómago de un cerdo, de la piel de una gallina.
Pero no porque llevemos a la lumbre aquella presa inagotable contra el hambre,
Que ha nacido del cerebro de una vaca, del estómago de un cerdo, de la piel de una gallina.
Retornemos a la cueva, porque el único sonido que se impone es el silencio.
Los demás son alaridos de placer, son gemidos de dolor o son bostezos.
Volvamos a ser uno solo: los mismos en el dolor, los mismos en el olvido.

César Eduardo Carrión




Llamado a la tribu

Volver al eco. Volver al habla. Volver a balbucear es liberarse de este karma.
Te aprisiona el deseo de un dios que se oculta en la sangre reseca de un muerto.
Esta lengua no es concreta. Es una lengua disoluta que extorsiona tus sentidos.
Te seducen las piernas abiertas de un ángel lascivo, goloso, asesino, perfecto.
Esta lengua es un saber, es un sabor, es un martillo desabrido. Es un confite.
Fonética desnuda, la locura del poema que se niega a ser él mismo, por él mismo:

Observa lo que te pasa si te acarician estos incendios, estos sonidos.
El carnicero es inevitable, al menos que seas un ciego, al menos que seas un necio.
Este ciego y este necio que acarician tus palabras con la miel de su flagelo.
¿De qué color serán tus ojos, donde anidan las texturas de las sombras?
Pero no tu propia sombra, que los ciegos y los necios no distinguen entre sombras.

Observa lo que sucede si te acarician estas ventiscas, estas canciones.
Percibir este momento es aprender a hacer silencio, silencio, silencio…
Pero ahora balbuceo, envejecido de entusiasmo: ¡Viva el barco, surque el barco!
Pero ahora trastabillo, enmohecido por la flor, que es esta flor, que es toda flor.
Y digo flor, como ya digo cumplimiento, mastodonte, libertades, pestilencia…

Observa lo que te pasa si te acarician otras aguas, otras hienas, otros asnos.
Percibir este momento es aprender a hacer silencio, silencio, silencio…
Yo también era locuaz, hasta que obtuve el don del habla, bla bla bla bla…
Y digo flor, como ya digo sentimiento, mortecina y, nuevamente, libertad…
Observa lo que te pasa si te acaricia este silencio, todo silencio, cualquier silencio:
Volver al eco, volver al habla. Volver a pronunciar la primera palabra, bla bla bla…

César Eduardo Carrión





Materiales de construcción

Y pronuncio las palabras que disponen la materia en teologías y teoremas.
Y pronuncio estas palabras, aunque ignore casi todo lo que digan y aunque digan
Fechorías, perversiones y mentiras; aunque a veces ya no digan ni mi nombre;
Aunque a veces solo digan fechorías, perversiones y mentiras… Las palabras:
Material con que hacemos los hombres países e Iglesias, Estados y templos;
Material de malhechores, de perversos, de habladores, de cadáveres perfectos.

Las entrañas del que ignora se corrompen y las tripas de los sabios se fermentan.
Y soplan los vientos y vuelan las aves, y soplan los vientos y vuelan las aves…
Y el vino de las sombras duerme plácido, entre estiércol y taninos silenciosos,
Esperando la cosecha centenaria de los robles. Entre tanto, las palabras:
Teologías y teoremas que nos matan y alimentan, teologías y teoremas…

¡Cuántas cosas nos decimos en las lenguas y las señas de los ciego-sordo-mudos!
¿Ámense los unos a los otros? ¡El discurso más violento de profeta conocido!
Porque uno mismo es uno mismo, es uno mismo, es uno mismo, es uno mismo…
Teologías y teoremas que nos matan y alimentan, teologías y teoremas
Que nos matan y alimentan, material de perdedores, de ambiciosos, de poetas.

César Eduardo Carrión





Monumentos carcelarios

Nos mintieron nuestros héroes, nos mintieron nuestros mártires y próceres.
Inventaron esos himnos, inventaron las naciones, inventaron geografías.
Inventaron las banderas percudidas con su sangre, que inventaron por la guerra.
Miro los templetes, las estatuas del terruño, recubiertos con estiércol de palomas:
Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…

Ruge el río de la muerte en las pupilas del que observa nuestros campos de batalla:
Las ficciones de la Historia Nacional, de los Destinos Manifiestos, de los dogmas
Del que apura la bebida venenosa de las copas de los padres fundadores.
Conocí a mis abuelos, conocí a mis ancestros: no son nada extraordinario,
No son nada extraordinario, no son nada extraordinario, te lo juro: ¡no son nadie!
Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…

La alternancia del aliento y el silencio, del aliento y el silencio, del aliento y el…
Me recuerda que en los mármoles inertes yace el frío corazón de la memoria.
Nos impone los estigmas de los santos, que ya fueron o serán becerros de oro,
O ecuménicos prelados de la bruma, pies de plomo, pies de barro, pies del humo.
Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…

Cada brillo, cada huella, cada mínimo relámpago de sílice en las dunas,
Cada grano de esta arena es un murmullo que compone la borrasca de la fe.
Cada hilo y cada hebra de esta soga que nos ata a los recuerdos heredados,
Nos impide despegar con entusiasmo, desatarnos del terror de ser fragmentos,
Nada más y nada menos que fragmentos de la risa, que fragmentos de la angustia.
Toda patria es pasajera, pre-santuario, proto-infierno, limbo eterno…

César Eduardo Carrión




Preguntas retóricas

¿Soy la bestia que se arroja voluntariamente al fuego de la pira funeraria?
¿Soy los turcos empalados por millares en lo feudos del vaivoda de Valaquia?
¿Soy los miles de mandingas esposados a los cascos de galeras holandesas?
¿Soy los miles de mitayos asfixiados en las minas de la casa de los Austrias?
¿Soy el perro fiel, asesinado por su amo, en los festines culinarios de la China?
¿Y si tengo ese mismo remedio de todos los dioses y todos los hombres?

Pobres de los hombres, cuyas hembras no se limpien los hedores de su duelo.
Pobres de las hembras, cuyos machos se empecinen en los ritos de su duelo.
Porque como y porque bebo, nada más y nada menos, que aquella misma sombra
Y aquellas mismas luces que nos matan y alimentan: los silencios, las palabras,
De los santos miserables que saludan desde el púlpito a la plebe embrutecida.
¿Y soy de la misma materia de todos los dioses y todos los hombres?

Aclara tus dudas de nuevo, hermenéutico-simio, mamífero-insecto.
¿Qué harías tú para aplacar la neurastenia de los dioses más antiguos?
¿De qué extraña atrocidad te servirías por vivir un minuto, unas horas de más?
Pero no en el Agua, pero no en el Fuego, pero no en el máximo Trueno,
Porque aquello que consigo en la palabra y el silencio, en la palabra y el silencio, en la palabra…
Apenas lo poseo, lo abandono en el umbral de la memoria y el olvido.

César Eduardo Carrión












Jacques Collin de Plancy

“Evitad al herético cuando hayáis fallado en aclararlo, dice San Pablo. Durante los primeros siglos de la iglesia católica, San Ignacio, San Ireneo, San Justino, Orígenes, San Clemente de Alejandría, Tertuliano y otros, se contentaron con escribir contra los heréticos, e, incluso, cuando un pueblo fanático estuvo a punto de matar al hereje Manés, el obispo Arquelao corrió a tomar su defensa y lo salvó de ser linchado por la multitud… Hasta entonces a los heterodoxos se les había infligido penas solamente canónicas; pero Teodosio y sus sucesores ordenaron se les impusieran penas corporales. Los maniqueos eran los más perseguidos: en 382 Teodosio publicó una ley que los condenaba al suplicio y la muerte, confiscaba sus bienes en beneficio del Estado y encargaba al prefecto pretoriano crear delatores e inquisidores que los descubrieran y persiguieran. Poco tiempo después, el emperador Máximo hizo morir en Tréveris, por mano de sus verdugos y a petición de los obispos españoles, al gallego Prisciliano y a sus seguidores, a quienes se acusó, entre otras cosas, de haber obedecido a la herejía maniquea. Los prelados de Hispania y otros exigieron el suplicio de los priscilianistas con tan ardiente caridad que Máximo no pudo negarse, y en poco estuvo que también se le hubiese cortado el cuello a hombre tan santo como Martín de Tours, quien osó pedir que la pena de muerte dictada contra Prisciliano y sus partidarios fuera conmutada por exilio. El mismo San Martín tuvo feliz suerte en poder salir de Tréveris y retornar a Tours.”

Jacques Auguste Simon Collin de Plancy
Diccionario infernal



























Sulpicio Severo

“Me desagradan tanto los reos como los acusadores.”

Sulpicio Severo

Estrella Morente

"A mí me han enseñado a convertir la tristeza en arte."


Estrella Morente


"A mí lo que me haría más ilusión es ser una misionera cantaora. Ese es mi objetivo, es lo que más me llena del mundo."

Estrella Morente





"A veces no elegimos los caminos por los que nos lleva la vida, pero sí el modo de caminar."

Estrella Morente





"A veces no sale lo que uno pretende pero procuro entregarme de una manera íntegra y desmesurada, a veces demasiado… creo que es la única manera de obtener respuesta, y así me lo han transmitido."

Estrella Morente



"Creo en el poder de la música, en que lo une todo con un hilo conductor eterno."

Estrella Morente




"El cante es algo que se lleva tan dentro que no puedes plantearte la idea de dejarlo."

Estrella Morente




"El flamenco, cuando se expresa con el alma se recibe con el alma."

Estrella Morente



"Enseño a mis hijos a que avancen sin dar codazos al de al lado."

Estrella Morente



Es importante, sin ser perfecto, estar limpio de alma, reconforta y ayuda a seguir hacia delante."

Estrella Morente




"La conciencia tranquila alza las cabezas y da permisividad a la creación, en mi caso."

Estrella Morente



La luz de un día

En la ciudad de la Alhambra
la luz vi un día
allí me parió en Graná
la mare mía.

Estrella Morente




"La mejor herencia que tengo son los valores de mi padre como ser humano."

Estrella Morente



"No recuerdo hacer otra cosa en mi vida que no haya sido estudiar, cantar, tocar el piano o la guitarra, eso se va convirtiendo en un lenguaje de vida para ti."

Estrella Morente














Sergio Navarro

I – La costumbre de amanecer

Duermes como si hubieses olvidado
que hay otro mundo.

Tu llave respiración
rasguña
la cerradura de la sombra.

Pego mi herida a tu cama. Cuando pase, las noches siguientes pondré mi oreja en la
herida y escucharé las olas de tu cuerpo, como si el mío fuese una caracola.

Recuerde el zumbar de mosca
en la sala atán callada
sobr’el oxo.
El postrero aliento embosca
una puerta non çerrada
a reyno floxo
por do paresçe el Rey,
mas la mosca pone en frente
el su azul,
ante el cielo do estey,
ante la eternal füente
de la luz. [i]

Miro la muerte
crecerse lenta por tu oscuro,
redondearse,
hacerse tu mirada blanca y llena.

Sergio Navarro




V – Un cementerio es un lenguaje 

Digo tu nombre en vano.
Tu cuerpo se ha olvidado de ser tú. 

Leo lápidas. Los nombres son el lugar donde no están los muertos.

El silencio nos sila
en sus dedos de anémona.

Esta tu agua delgada
en poca marea baña
los navíos.
Quand el agua es baxada
tu muerte seca nos dapña
e tu vazío.
Somos encalladas barcas.
Lid de tormenta nos hiende,
váse la vida,
quedamos cual viexas cartas
con que una voz su amor tiende
non respondidas.

La boca, su sal de pipa hueca. Encierra un vacío anterior a ella misma, como una palabra fuera de un instante.

Cuándo sabré
que te hiciste esa nada
para ponerte fruto en mi lengua.

Sergio Navarro




VII – Cena en la salita de no estar

En la noche silençiosa
gritaron los hombres “¡Llamas!
Por mi centro
se inçindieron espantosas,
por la casa que más ama
mi muxer dentro.
De la çeniza elebo
voz cual fumo de dolor
en la ruina,
mas habrá el mundo nuevo
e carne e cassa mexor
por devinas.

Quito la taza.
Debajo está la mesa.
Las cosas sangran cosas, se suceden.
Si alguna vez quitase
esta taza sin mesa
que la suceda y tape el hueco,
abriría un sumidero.
Desaguaría esta sombra
y tú aparecerías
por él, niña escondida
cansada de esconderse.

Al apagar la tele
inunda el cuarto
la noche, su verdad.

Hay que perder los ojos
para hablar con los muertos.

Sergio Navarro